sábado, 19 enero 08. Una chica me insiste en que me pruebe un sujetador. Pienso que es una dependienta, pero no lleva uniforme. Si no te lo compras tú, lo haré yo, me dice. El sujetador es de encaje, bastante feo para mi gusto, y sólo cuesta 5€. Entro en los probadores. Un guardia jurado me dice que pase a la sala número 2. Los probadores son salas cuadradas con camilla y pantallas de rayos-X donde pasan consulta unos psicólogos en bata blanca. Mientras camino hacia la número 2, oigo las conversaciones. Los psicólogos insisten a las chicas que van a probarse ropa, que se compren tallas más grandes y coman más. La sala número 2 está ocupada, y el psicólogo me hace una seña para que espere. En la sala de al lado no hay nadie y la luz está apagada. Hay una camilla y un váter de plástico para ancianos, de los que venden en las ortopedias. Entro, no enciendo la luz para no llamar la atención, para probarme el sujetador y largarme de allí cuanto antes. Hay una ventana y en ella una cara emboscada entre un seto. Salgo de la sala y le grito al psicólogo que hay un hombre miradno cómo las chicas se prueban ropa. Le grito pero no me sale ni un sonido. Él me agarra de los hombros y me zarandea, pero tampoco puedo oír lo que me dice.
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Dejo a unas niñas jugando en el parque mientras voy a comprarles algo de comida. Cuando voy a recogerlas, una me dice que la otra se ha caído. Las niñas son idénticas, sólo que una lleva en la frente una cicatriz en forma de estrella. Qué suerte tienes, de digo, ahora llevarás dibujado el culo de Vonnegut para siempre.
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Entro con Joaquín Reyes en una iglesia. En el pasillo que lleva al altar han colocado una alfombra de galletas. Nos agachamos a olerla y según la vamos recorriendo con las narices pegadas al suelo, él dice: Huele a canela. Yo le respondo: Pero es veneno.
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Alberto y Antonio están comiendo pollo con las manos. Les digo, mientras me visto, que se den prisa porque ya son las ocho menos diez y la película empieza a las ocho. Cuando me miro al espejo, no reconozco la ropa que llevo, un modelito ochentero en negro y amarillo. Vuelvo a cambiarme de ropa y a decirles que se den prisa, pero están chupando los huesos del pollo parsimoniosamente. Vete a mirar pájaros, me dicen. Abro la ventana del cuarto de baño y oigo el sonido de una bandada inmensa de pájaros. Intento sacar la cabeza por la ventana para verlos, pero según la saco, la ventana se hace más pequeña y no puedo ver nada.
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Estoy en la cama tecleando un poema sobre la almohada. A este teclado le faltan letras, pienso. En ese momento entra Andrés. Quiere que le ayude a corregir sus últimos textos. ¿Qué es eso?, pregunta. Una revista de Valencia, te dije que les enviaras algo. No me gusta Valencia, responde. Andrés se convierte en Gallero. Te has cortado el pelo, le digo. Me lo he cortado yo, responde. Se nota, te los has dejado corto por un lado y largo por otro. No me lo he cortado yo, dice.
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Dejo a unas niñas jugando en el parque mientras voy a comprarles algo de comida. Cuando voy a recogerlas, una me dice que la otra se ha caído. Las niñas son idénticas, sólo que una lleva en la frente una cicatriz en forma de estrella. Qué suerte tienes, de digo, ahora llevarás dibujado el culo de Vonnegut para siempre.
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Entro con Joaquín Reyes en una iglesia. En el pasillo que lleva al altar han colocado una alfombra de galletas. Nos agachamos a olerla y según la vamos recorriendo con las narices pegadas al suelo, él dice: Huele a canela. Yo le respondo: Pero es veneno.
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Alberto y Antonio están comiendo pollo con las manos. Les digo, mientras me visto, que se den prisa porque ya son las ocho menos diez y la película empieza a las ocho. Cuando me miro al espejo, no reconozco la ropa que llevo, un modelito ochentero en negro y amarillo. Vuelvo a cambiarme de ropa y a decirles que se den prisa, pero están chupando los huesos del pollo parsimoniosamente. Vete a mirar pájaros, me dicen. Abro la ventana del cuarto de baño y oigo el sonido de una bandada inmensa de pájaros. Intento sacar la cabeza por la ventana para verlos, pero según la saco, la ventana se hace más pequeña y no puedo ver nada.
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Estoy en la cama tecleando un poema sobre la almohada. A este teclado le faltan letras, pienso. En ese momento entra Andrés. Quiere que le ayude a corregir sus últimos textos. ¿Qué es eso?, pregunta. Una revista de Valencia, te dije que les enviaras algo. No me gusta Valencia, responde. Andrés se convierte en Gallero. Te has cortado el pelo, le digo. Me lo he cortado yo, responde. Se nota, te los has dejado corto por un lado y largo por otro. No me lo he cortado yo, dice.