tacones y cables que abrigan

domingo, 6 enero 08. Acompaño a tres chicas a casa de Jota. Su casa está frente a la casa de mis padres. Para entrar en el portal hay que subir una escalera muy empinada. Sin llegar siquiera a la mitad, me siento en los escalones porque me duelen mucho las piernas, y les digo a las tres chicas que suban. Mientras las espero, anochece y la calle se llena de estudiantes que beben en la acera. El viento me levanta le vestido y me doy cuenta de que voy vestida con ropa que no es mía: un minivestido acampanado con estampado óptico, medias marrones tupidas y zapatos de charol con la punta cuadrada. Las chicas bajan entusiasmadas. Me cuentan que Jota se acordaba de ellas y que comparte piso con su madre y dos chicas. Es muy guapo, dice una de ellas. Cruzamos la calle y entramos en el portal de la casa de mis padres. Subimos de dos en dos en el ascensor por miedo a que se descuelgue. Antes de entrar en casa, digo en alto: Mamá, vengo acompañada. Mi madre abre la puerta y nos muestra una mesa enorme engalanada. Mientras las tres chicas se sientan a comer, mi madre dice que Salvador está al teléfono. ¿Te acuerdas de "el extranjero"?, pues vive enfrente de la casa de tus padres,
dice. Lo sé, le respondo.
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Bajo desde la Plaza de los monos hacía Alcazabilla en silla de ruedas. Al principio me da un poco de vergüenza, pero según bajo y voy viendo que la gente no me presta demasiada atención, empiezo a alegrarme de haberme quedado sin piernas. Al llegar a la Plaza de la Merced subo por Mundo nuevo con mucho esfuerzo. Al final de la calle hay un edificio muy antiguo donde hacen ropa para desfiles. Saco mi cuaderno de un lateral de la silla y pregunto dónde puedo entrevistar a la dueña. Una señora me enseña disfraces. Del montón, saca un vestido rosa bastante cursi. ¿Lo reconoces?, era tuyo, me dice.
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Abro una radio. Está llena de cables. En la parte de arriba tiene un dispensador de espuma de afeitar. Está casi vacío, dice mi hermana. Esto sólo puede arreglarlo papá, le digo. Mi padre está en la cama y lo despierto para que me diga cómo conectar los auriculares a la radio y, sobre todo, cómo llenar el dispensador de espuma. Mi padre se saca del pijama un montón de cables de colores. Hay que ordenarlos por parejas, dice. Abre un armario que tiene al lado, saca un montón de cables y se los coloca ordenados sobre el pecho. Me dice que haga lo mismo, pero en el armario sólo quedan abrigos. Me pongo uno. Me queda enorme. Mi padre se ríe. Ahora podrás oír la radio sin necesidad de auriculares, me dice satisfecho.