manos azules y la guitarra eléctrica

lunes, 28 enero 08. Voy en tren. No conozco a ninguno de los pasajeros de mi vagón. Por la puerta que separa un vagón de otro, veo que están pintando. Me extraña que lo hagan con el tren en marcha lleno de pasajeros. Alguien abre la puerta y una nube de pintura pulverizada me cae encima. Me miro la ropa, pero sólo me ha manchado las manos. Uno de los pasajeros me dice que debo denunciarlo. Pienso que si me lavo las manos la pintura se irá con agua y no vale la pena denunciar nada. Una chica me pasa un trozo de periódico en el que ha escrito una pregunta en clave. Le respondo: No. Me miro las manos y cada vez están más azules.
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Papá está en el hospital. Bajo en ascensor con mi abuela y mi tía para visitarlo. La habitación está muy oscura, pero aun así me acerco a él y lo felicito por su santo. Junto a la cama tiene un montón de regalos, entre ellos una guitarra eléctrica. Salta de la cama y se pone a tocar. La guitarra parece enorme entre sus brazos. No sabía que supieras tocar, le digo. Mientras tanto, la habitación se va llenando de bebés que también abren sus regalos. A uno de los bebés le saco de la boca pequeñas piezas de plástico. Otro me pide que le haga una foto con la guitarra. La habitación se ha convertido en la Plaza de la Merced y la cama en un coche que debemos aparcar para que no entorpezca el tráfico. Mi padre lleva un gorro de lana, se parece de The Egde, y toca la guitarra en pijama. Mi hermana señala una revista de música en el suelo, en la portada pone Bonny. Mira, hablan de ti, dice. Donald Trump sale de su coche con varios mafiosos y dice que nos envidia porque damos la imagen de familia perfecta. Yo acerco a los bebés a mí y los agarro fuerte, pensando que quiere secuestrarlos.