cisterna rota y familia de salamanquesas

sábado, 29 enero 2022. Se supone que estamos en la casa de mis padres (aunque no se parece). Sergi ha venido a pasar unos días. Me pregunta por un vino que me regalaron Carmen y Enrique. Remotamente recuerdo una botella con una etiqueta de rayas, le digo. Esa no es. Podemos mirar en el blog porque seguro que le hice una foto, le digo pero no buscamos nada. Oigo un ruidito en el cuarto de baño. La cisterna tiene a un lado un tornillo que nunca había visto y del que sale un chijete de agua. Mientras intento arreglarlo Sergi me habla de sus padres y su novia.
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Las calles están llenas de gente, como si volvieran de algún acto. Las aceras están cubiertas por papeles y libretas. Quizá han celebrado el fin de curso y han tirado a la calle los apuntes, pienso. Veo dos agendas muy gruesas donde alguien ha apuntado en cada hoja un número de teléfono y, en vez de escribir el nombre de la persona, una caricatura. Me acerco a Alberto que va unos pasos delante de mí y se lo cuento. ¿Y no las has cogido? Siempre dices que no coja nada, me defiendo. Vuelvo la cabeza por si están todavía, pero una chica con carrito tipo bandeja (como los que usan en las tiendas de bricolaje) ya ha recogido todo lo que había en el suelo. Estoy muy cansada, paramos delante del Málaga Palacio. Me siento sobre un parterre de césped falso. Alberto dice que mejor seguir en coche. De repente estamos dentro de un coche blanco pequeño y se ha hecho de noche. El coche solo tiene marcha atrás. Vamos todo el camino con las cabezas giradas. Alberto dice que quiere pasar por un sitio. Llegamos a un canal sobre el que flota una especie de plancha de plástico llena de pequeños contenedores. En cada contenedor hay piezas de plástico de todos los colores. Lo que podría ser un lugar de lo más siniestro lo convierte casi en una zona de juego para niños. Alberto dice que leyó un artículo donde hablaban de ese sitio y que la periodista se había llevado de recuerdo una pieza. Le digo que seguramente haya cámaras, que mejor nos volvamos a casa. Cuando estamos saliendo, veo un gran dormitorio. Sólo distingo los finales de las camas y varios pares de pies que sobresalen bajo las mantas. Los cuento: doce pares de pies. ¡Hay seis vigilantes, vámonos de aquí antes de que despierten!
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Hay un patio grande con una mesa grande. Una familia ya ha terminado de comer. Sólo quedo yo. Me miran, parece que esperen a que termine el último bocado para que pueda opinar. Como directamente de un envase metálico donde sirven los pollos asados. Alberto está a unos metros, jugando con unos niños. Se quita la camiseta. Distingo una salamanquesa en su espalda. No puede ser, pienso, ¿se ha hecho un tatuaje? Miro al suelo y a mi lado hay tres más, en actitud de espera (como la familia de la mesa). La familia está esperando, le digo a Alberto señalando a las salamanquesas. La que tiene en la espalda baja de un salto y se reúne con ellas. Desaparecen las cuatro por una rendija de la pared. He terminado, digo a la familia que sonríe satisfecha.