piedra pómez

sábado, 22 enero 2022. Se supone que ha habido una exposición y una lectura de poemas. Hemos terminado y descansamos sentados con las espaldas apoyadas en la pared encalada de una casa de playa. La casa sólo tiene delante una especie de acera de baldosas muy rústicas sobre las piedras de la playa. Somos unos diez. Al final de la fila veo a Chivite (aunque hablan de él como si no estuviera: una vez Chivite me dijo tal cosa, Chivite tal otra, etc). Solo conozco a Chivite y a Antonio de la Torre, las demás son chicas. De la Torre va vestido de cartero antiguo. Le pregunto desde cuándo es cartero. Dice que sólo es el disfraz de su papel. Es verdad, le digo, si acabo de verte actuar, qué cabeza. Se ríe. Le cuento que de niña también me gustaba disfrazarme. No es un disfraz, es el uniforme de mi papel, dice ofendido. Intento cambiar de tema, le pregunto qué le pareció la última novela de Chivite. Dice que Chivite siempre le ha dado buenos consejos, que cuando viaja le pregunta dónde ir y qué ver y siempre acierta. Sí, a mí me recomendó un restaurante en Praga. ¿Y qué tal? No fui. De la Torre me da por imposible y se aleja. No sé de qué hablar con la chica que está a mi lado, tomo un par de piedras y le digo que son piedras pómez. Mira, le digo, y la froto contra el talón de mi pie derecho. Fíjate qué diferencia. Le digo que pase la mano por mis dos talones, uno suave, el otro rugoso. La chica me mira con cara de asco. Un tipo apesadumbrado dice que tenemos que pagar cada uno nuestra consumición, que él creía que invitarían a los artistas, pero no, son siete euros por persona, dice. Todos sacan un billete de veinte. El hombre apesadumbrado se echa a llorar. Así no acabaremos nunca, dice. Le digo que yo tengo suelto, las vueltas de veinte euros, porque pagué mi consumición cuando me la pusieron. En vez de alegrarse llora todavía más y se encierra en los servicios. Dos chicas se cogen de la mano y dicen que se van, que no aguantan más esta pantomima. Tus cuadros son horribles, le dice a alguien. Quiero preguntarle qué opina de los míos, si debo seguir pintando o dejarlo para siempre, pero ya se han ido.