sábado, 1 enero 2022. He quedado con Ibán y llego tarde. Entro en la cafetería de un museo (parece un país nórdico) y corro para subir al primer piso. Ibán me llama desde su mesa junto a la cristalera que da al jardín. ¡Amiga!, dice. Me acerco, lo abrazo. Huele a pan. Sobre la mesa hay dos vasitos de plástico con restos de café y varios lápices que ha comprado en la tienda del museo. Uno tiene sorpresa, dice. Adivino que es el más largo, noto que es flexible. Mientras juego a enredarlo, Ibán se levanta. Voy a por café, para ser de máquina no es malo, dice.