martes, 18 enero 2022. Parece una casa de pueblo, con muchas habitaciones. La cocina da a un patio encalado con macetas. Sin embargo, cuando oigo el timbre y abro la puerta hay un rellano con ascensor. La escalera esa digna de un palacio, con alfombra cubriendo los escalones y baranda de caoba. Un chico rubio con pelo largo dice que tenemos que darnos prisa en cablear la casa porque la dueña llegará en cualquier momento. Él es mi ayudante, dice y señala a un tipo igual al señor Galindo. Galindo lleva un abrigo que le llega a los pies, en ningún momento saca las manos de los bolsillos y se tumba en una manta de croché arrugada que hay en un rincón de la habitación. Poca ayuda, pienso. Toco las paredes por si noto el recorrido de los cables antiguos. En el dormitorio hay fotos de la dueña. Se parece a Monica Bellucci. También una carpeta con dibujos y lo que parece un diario. Paso las páginas, qué infantil todo, pienso, sobre todo enmarcar fotos de una misma. Oigo gritos. El chico rubio regaña a Galindo porque se ha tumbado sobre la manta del león. ¡Corred!, grita. No me dan miedo los perros, le digo. He dicho del león. Efectivamente aparece un león enorme, pero no nos persigue, afortunadamente solo bosteza porque yo estoy enredada en una maraña de cables. El chico de pelo largo intenta ayudarme, no sabe, me abraza como si se estuviera despidiendo antes de huir.