zapato roto, joyas de plástico y el propulsador

lunes, 24 enero 2022. No sé qué se celebra, pero todo el mundo bebe y hasta baila en la calle. Alberto y yo estamos junto a un muro, observando la felicidad de la gente. Alguien, por hacer una gracia, me quita un zapato y lo lanza lejos. Corro a buscarlo. Le digo a Alberto que me espere y corro a buscarlo. Cada vez que voy a cogerlo alguien lo lanza a otro lado. Todos ríen. Yo empiezo a enfadarme. Miguel Ángel aparece, se ofrece a ayudarme. Recorremos toda la fiesta. El zapato aparece unto a un contenedor, está sucio y con la piel levantada por varios sitios. Miguel Ángel piensa que es mejor tirarlo. Le digo que al menos lo necesito para volver a casa. Alberto ya no está y quedan pocos fiesteros. Mi amiga nos llevará, dice y entramos en un coche, pero el coche no arranca y cada vez es más tarde. Pienso en lo preocupado que estará Alberto.
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Tengo delante varios contenedores de reciclaje. Han tirado tebeos, joyas de plástico como unas que tenía de niña, etc. Mientras rebusco, por si me llevo algo, aparece una chica muy guapa. ¿Te acuerdas de mí? Claro, le digo aunque no tengo ni idea de quién es, pero me da corte decírselo. Le conté a mi madre que estabas enamorada de mí y me dijo que no me preocupara, que ya se te pasará, dice. No sé de qué habla. Claro, repito. La chica toma un vestido del contenedor de ropa y se lo prueba. Aprovecho para largarme. Por el camino me encuentro a Javier. Se alegra mucho de verme. No quiero entretenerme hablando por si la chica me sigue. Mira, los tebeos de "Esther y su mundo" que tanto te gustaban, le digo, se los doy y salgo corriendo ante la cara de no entender nada de Javier.
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Llegamos tarde a una conferencia importantísima donde Miguel Ángel tiene que exponer una solución a un problema mundial (en el sueño no consta cuál). Recorremos la planta baja de un edificio enorme de cristal donde hay pantallas gigantes donde vemos cómo se va llenando la sala con personalidades de todo el mundo. Hay dos ascensores y demasiada gente esperando. Alguien propone que usemos un tercer ascensor llamado el propulsador. Un chico nos pregunta con la mirada si estamos seguros. En el suelo del ascensor hay cinturones de seguridad. Nos va tumbando a cada uno y nos ata. Miguel Ángel me da la mano y yo se la doy a la chica de mi derecha. Llegaréis en un solo segundo a la gran sala, os recomiendo que cerréis los ojos, dice el chico antes de cerrar la puerta. Por una parte temo marearme pero por otra quiero ver ese vuelo de solo un segundo que nos espera.