martes, 4 enero 2022. Voy por una calle estrecha con dos tapias color crema. Más que el color, me llama la atención la luz, como si fueran dos tapias por las que pudiera traspasar el sol. Todo está vacío y me gusta. Camino lentamente para disfrutarlo. De repente pasa un chico a toda velocidad sobre una tabla de surf que no llega a rozar los adoquines. Yo también podría, pienso. De repente tengo un palo cilíndrico de madera muy largo con forma de stick de hockey (más que de madera parece el fruto de un árbol exótico). Me deslizo a toda velocidad por calles, cuestas y rampas. A veces esquivo a algún transeúnte, que me mira asustado. El palo lo llevo delante, a modo de freno y para dar las curvas. Me recorro el pueblo en cinco minutos. Acabo en un teatro abandonado, donde un guía explica algo a un grupo de turistas. Quiero unirme a ellos para escuchar lo que dice, pero el palo tira de mí de nuevo hacia la calle.