jueves, 27 enero 2022. Me despierto y estoy en el techo de un coche en marcha agarrada a lo que parece una luz que sobresale. Pienso que es un coche de policía. Me fijo y es un retrovisor. Entonces es un taxi, pienso (como si fuera normal que los taxis llevaran un retrovisor en el techo). Sigo tumbada y aferrada al retrovisor para no caerme (vamos por la autovía) y miro con cuidado a mi alrededor. No reconozco la zona. Pienso que el taxista vuelve a su casa. De repente estamos en la casa del taxista. La habitación no tiene muebles. Ahora es él el que duerme la siesta sobre un tatami mientras espero sentada a su lado a que despierte. Entra su mujer, grita, pregunta quién soy y qué hago allí. El taxista se despierta. Dicen que he querido viajar gratis sobre el techo y que les debo la carrera. Les explico que si hubiera querido ir a algún sitio no estaría en su casa. Él parece que entra en razón, ella llama a sus vecinas para que me echen de la casa. Escapo como puedo. Me encuentro a Sergio, su mujer y a Andrés. Cuando intento explicarles lo que me ha pasado me cortan para hablarme entusiasmados de una fiesta en la que actuarán varios grupos japoneses. Les digo que tengo que volver a casa, que Alberto estará preocupado. Sergio se va decepcionado. Andrés se acerca a un camión de bomberos. Pienso que va a pedirles ayuda para que me lleven a casa. Andrés sube al camión y se van a la fiesta (el camión era en realidad una carroza con gente disfrazada). Hombres, dice la mujer de Sergio, y se queda para ayudarme. Bajo unos soportales hay varios poste de paradas de autobús. Buscamos una que me deje cerca de casa. Nada. Bien están tan oxidados que no se leen, bien son líneas de tres cifras le llevan fuera de la ciudad. Abrimos una puerta. Dos chicas fuman y beben a escondidas. Sin salida, le digo a la mujer de Sergio Ella se encoge de hombros como diciendo: lo he intentado, no puedo ayudarte. Eso te pasa por no tener móvil, dice con más pena que otra cosa. Sí que tengo, le digo y saco del bolso dos móviles de colores de juguete.
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Entro en una librería de cómics. Se supone que he quedado con un amigo de Enrique pero todavía falta media hora para la cita. Entro, echo un vistazo, pero me da vergüenza estar allí dentro media hora. Al salir pasa Enrique. Le pregunto si sabe algo de su amigo. Sí, ha ido al bingo y llegará en media hora, yo me tengo que ir, dice y me da una abrazo para despedirse. No quiero que se vaya. ¿Seguro que he quedado aquí con él? Miramos el nombre de la librería "Faro". ¿No te suena que en la que hemos quedado se llamaba "Filo"? No, es esta seguro, dice Enrique y se va porque lo ha llamado Carmen para decirle que estaban jugando en la playa y han pisado sin querer a una señora. Desaparece como por arte de magia. Eso es, pienso, bajaré a la playa a hacer tiempo, le digo a un perrito pequeño anaranjado que llevo (de repente) de una correa. Caminamos felices hacia la playa mientras charlamos (el perrito y yo). La gente con la que me cruzo me mira como si estuviera loca.