domingo, 29 agosto 2012. Espero el autobús sentada en un banco de piedra. El bolso se me ha abierto y mis cosas andan desperdigadas. También hay una taza de café. Llega el bus, no me da tiempo a recogerlo todo, lo pierdo. Se para en un semáforo, corro, golpeo la puerta, subo. El conductor se ríe cuando le digo que he perdido mi taza de café. Me da un plano de la ciudad. No entiendo nada. Al cabo de un rato me bajo delante de un edificio blanco en forma de cubo, con ventanas muy pequeñas. Subo al primer piso, la puerta está abierta. Juan y unos amigos dan los últimos toques a un barco que hay atracado en el salón. Pero sois ocho y sólo lleváis cuatro roscos salvavidas, le digo. Juan se ríe, dice que hay mensajes en el contestador para mí. En otra habitación completamente vacía hay un teléfono en el suelo. Hay dos mensajes, uno de Neira y otro de José Luis. Aparece Salvador. Dice que no lo entretenga, que tiene que revisar todos los test. Recuerdo que yo también hice uno. Miro el que está corrigiendo: Alguien ha cosido cristalitos y telas de colores como respuestas.