sopa de doraemon

jueves, 12 julio 2012. Parece que hay un congreso en un hotel cerca de la playa. Alberto y yo llegamos tarde, cuando todos están ya en sus mesas comiendo. Alberto dice que tenemos las sillas 60 y 61. Las mesas están agrupadas de diez en diez. Cuando llegamos a la nuestra, unas chicas nos ofrecen sopa. Cada una come directamente de una sopera. Parecen dibujos animados. Incluso la sopa se parece a la que come Doraemon. No digo nada, pienso que ya está bien de hablar de dibujos animados, que debo empezar a parecer una persona serie. Llega Fernando muy contento, ocupa la silla número 62, y dice: He preguntado si se puede bajar al restaurante en pijama y me han dicho que sí! ¡Mira, la sopa de Doraemon!, le respondo entusiasmada.
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Juan da una fiesta en su casa nueva. Es un apartamento pequeño sobre la arena (no es que esté en primera línea de playa, es que está construido sobre la propia arena). Lo veo a lo lejos, atendiendo a los invitados. Yo intento mantener la intendencia: que no falten vasos, hielo, saludar a los que van llegando. De repente todos se han ido, sólo quedan su hijo y un amigo (que en el sueño tienen unos 5 años). Quieren que juegue con ellos a las parejas. Les advierto que soy muy buena. Se ríen. Los niños echan las cartas al fregadero. Juan aparece en la cocina, está muy cansado, se pone a fregar vasos, las cartas se van por el desagüe. Pienso que es hora de que me vaya, antes entro al cuarto de baño y hablamos a través de la puerta abatible. Te han dejado esto bueno, le digo. A través de la puerta, me cuenta que está muy solo a pesar de tener a sus padres en la casa de al lado. Lo escucho hablar sin decir nada, sin saber qué decir.