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Juan da una fiesta en su casa nueva. Es un apartamento pequeño sobre la arena (no es que esté en primera línea de playa, es que está construido sobre la propia arena). Lo veo a lo lejos, atendiendo a los invitados. Yo intento mantener la intendencia: que no falten vasos, hielo, saludar a los que van llegando. De repente todos se han ido, sólo quedan su hijo y un amigo (que en el sueño tienen unos 5 años). Quieren que juegue con ellos a las parejas. Les advierto que soy muy buena. Se ríen. Los niños echan las cartas al fregadero. Juan aparece en la cocina, está muy cansado, se pone a fregar vasos, las cartas se van por el desagüe. Pienso que es hora de que me vaya, antes entro al cuarto de baño y hablamos a través de la puerta abatible. Te han dejado esto bueno, le digo. A través de la puerta, me cuenta que está muy solo a pesar de tener a sus padres en la casa de al lado. Lo escucho hablar sin decir nada, sin saber qué decir.