ciruela por céntimo


domingo, 15 julio 2012. Pepo está muy agobiado porque debe empezar la presentación de un libro y el presentador no ha llegado. Le digo a Juan, que anda por allí, que lo presentemos entre los dos. Juan y yo subimos a una tarima de madera y hablamos entre nosotros del libro. ¡Goooooool!, nos gritan entusiasmados desde el público.
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Camino por la calle detrás de una familia. Madre, hijo y abuelo. El niño dice: Mira, El prado. La madre le dice que no, regaña al niño. Los alcanzo en un semáforo. El niño y el abuelo insisten en que quieren visitar el museo. La madre les regaña como si tuvieran a misma edad. Sí es El prado, intervengo, y más allá está El retiro. El niño me mira feliz. Le cuento que el museo era gratis para los españoles enseñando el DNI, y que yo iba casi todos los días con un carnet enorme azul. El niño se ríe. Estamos en el hall del museo, al abuelo le dan una revista sobre arte japonés contemporáneo. La mujer se lo quita, dice que las entradas son muy caras, que hay que pagar incluso para ir al servicio. Recuerdo que necesito ir al servicio. A la puerta hay una mesa pequeña de madera con trozos de tarta. La camarera me tiende un trozo de papel del tamaño de un folio. Le doy 30 céntimos y, como no tiene cambio, me da una ciruela pasa, aclarándome que no tiene hueso. Detrás de la mesa también está Cristina Chaneta, una niña del colegio a la que no veo desde hace años. A ver qué tarta eliges, dice. Hay triángulos de chocolate y limón. Alberto es alérgico al chocolate, respondo. En ese momento caigo en que no sé qué hago en Madrid, que son más de las diez de la noche y que debería llamar a Alberto. Al sacar el móvil del bolso, saco una toalla de playa. De repente, estoy en casa tendiendo la toalla en la terraza. Miro la hora en el móvil. Las diez en punto.