martes, 3 julio 2012. Estoy en casa de la familia Chivite. Su mujer dice que la ayudemos a organizar las mesas para la cena. Improvisamos una mesa en U, usamos incluso la mesa de la plancha. Las cubrimos con distintos manteles y sábanas. Seremos diez, ¿verdad?, me pregunta. Se supone que después irán a cenar algunos de mis amigos. Sus dos hijas ordenan la habitación. Les digo que salgo a por mis amigos. Chivite se me acerca, me retira el pelo de la oreja y me dice al oído: Respóndeme sólo sí o no. Me hace una pregunta. ¿Cómo puedes pensar que no?, respondo. Mientras voy a recoger a mis amigos pienso que no le he respondido sí o no como me pidió, que soy un desastre, que no soy capaz de ceñirme a unas reglas. Mis amigos bajan de un autobús. El autobús ha tenido que esquivar a un grupo de azafatas que se habían tumbado en mitad de la calzada. No comprendo nada. Es que no quieren volver a su país, me explica Francis. En realidad no son azafatas, son astronautas, dice Emilio. Francis dice que estoy muy guapa, que nunca me había visto tan arreglada. Me fijo en que llevo ropa que no es mía ni de mi estilo siquiera. Un traje de chaqueta ajustado color burdeos, unas medias de red y unos tacones años 60 de punta cuadrada. Me veo horrible, per no hay tiempo. Llegamos a casa de los Chivite. Les digo que esperen en una habitación con vitrinas llenas de lo que parecen recuerdos de viaje. Hay figuritas de cristal y de madera, sobre todo de caballitos. Los miro desde el cuarto contiguo. Los dos cuartos están separados por una pared de cristal. Pienso que puedo verlos sin que me vean. Ayllón baila alocadamente, mis primas se ríen. Algunas figuras caen al sueño. Mi sobrina las vuelve a poner en su sitio. ¡Al que rompa un solo caballo no vuelvo a dirigirle la palabra!, les grito. Todos suben ordenadamente la escalera para cenar. Las mesas ya no están en U, ahora es una mesa muy larga y muy alta. Tendremos que cenar sobre taburetes giratorios, aclara Chivite. La hija pequeña de Chivite acuna a un bebé que llora porque se ha caído de su taburete. Se supone que ese bebé es el hijo de mi sobrina. ¿Cuándo has tenido a ese niño y dónde está tu hija? le pregunto. Mi madre se acerca a Chivite con un atlas enorme. Le pregunta si para pasar de un estado a otro hay que pagas peaje. Chivite le explica con paciencia el mapa de Estados Unidos y las fronteras donde hay que pagar. Miro a mi alrededor y todo es caos. Pienso que tiene paciencia de Santo. El único que está quieto, sin tocar nada, es Antonio. Al caos ayuda la música de fondo, una chirigota a todo volumen. No sé si llegamos a cenar, pero llega el momento de ver la primera película que ha escrito y dirigido Chivite. Una especie de road movie con coches enormes de goma que me parece realmente mala. Como si pudiera leerme el pensamiento, Chivite me mira y me aclara: Es de risa.