sábado, 14 julio 2012. Hemos quedado en un bar. Hay gente que no conozco alrededor de una mesa enorme. Si estirara los brazos no alcanzaría a los que tengo enfrente. Enfrente tengo a Chivite y a su mujer. Te he traído un regalo, le digo y le lanzo un rotulador con una punta en cada extremo. Su mujer lo alcanza antes que él. No sirve para nada, dice y se lo da. Chivite lo observa detenidamente, lo estudia como si fuera un mapa. La punta fina es para que escribas, la gruesa para que dediques tus libros, le digo medio en broma. Él sigue observando el rotulador como si fuese algo de otro mundo. Un objeto inexplicable de dos puntas, dice al fin.