jueves, 15 diciembre 2022. Se supone que es la sala de espera de un médico, pero es un patio vacío cubierto, con viejas butacas de cine alrededor. Todo está viejo y gastado. Las paredes son de cemento sin pintar, hay una tela metálica que separa una parte del patio. Nacho (recostado en un poyete) le cuenta algo a Andrés. Los dos parecen muy jóvenes. Veo pasar a Salud con su hija a la consulta del médico (pasan de largo, no me ven). Hay una niña en una de las butacas (a la que, se supone, conozco). Le digo que vamos a animar ese patio. Cantan algo, le digo. La niña mueve los brazos como si bailara una sevillana. Todos ríen. ¿Hay alguien de Murcia?, pregunto. Una chica al fondo levanta la mano. ¡Pues cántate una jota!, le digo. Todo el mundo aplaude y ríe.
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Alguien llama a la puerta de la casa de mis padres. Mi padre dice que no abra. Miro por la mirilla, veo a una chica (muy parecida a Sara Mesa) con un paquete enorme a su lado. Abro. La chica pregunta por Pedrito, Paquito o Perico (no me acuerdo). Le digo que no vive nadie con ese nombre y, cuando intento cerrar, ella intenta entrar. Dice que solo quiere descansar, que necesita dormir un poco. Mi padre, desde el sofá, grita que la eche. La empujo suavemente al descansillo, pero me da mucha pena no dejarla entrar porque parece realmente cansada.
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Entro en una librería de viejo. El tipo que va conmigo (no recuerdo quién) se lanza hacia unos libros sobre anarquismo que hay en un cajón. El dueño se nos acerca y dice algo en un idioma que no reconozco. ¿Cómo dice?, pregunto. Ya veo que no hablas alemán, responde. Le digo que solo sé decir, te quiero, pero y adiós. Se va por donde ha venido. En el cajón de libros solo quedan dos (el tipo que viene conmigo se los ha comprado casi todos). En el fondo de la caja veo una canica muy bonita. Quiero llevármela, pero no sé si estará en venta. Intento robarla cuando nadie me mira, pero no soy capaz.
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Camino sola por la calle. Es de noche. No sé bien dónde voy. Llego a la fuente de Beatas y, al bajar por Granados veo una cinta roja (de unos diez centímetros) en el suelo. La cojo. Está mojada. La pierdo. Vuelvo a encontrarla unos metros más allá. Así todo el camino (perdiendo y encontrando la cinta) hasta Tejón y Rodríguez. Las calles están mojadas como si hubieran regado. La gente se recoge a sus casas. Pienso que pronto amanecerá. No sé dónde ir.