bandeja

domingo, 30 noviembre 2008. Daniel llega con su hija Clara y una chica morena muy delgada. La chica se sienta en un rincón, ni siquiera saluda. Clara está muy grande y habla por los codos. Es igual que tú, le digo a Daniel. El camarero nos pone delante una bandeja estrecha de madera donde los vasos sólo caben en fila. Hay cinco vasos de cerveza y dos botellas minúsculas de Coca-cola. Tanto los vasos como las botellas están vacíos. Daniel está muy cansado, se queja de que Marián le hace la vida imposible y no quiere cuidar a la niña. No entiendo de qué me habla, pues Marián no es su mujer ni la madre de Clara. Daniel se va de repente. La chica morena me pone a Clara en los brazos y me dice que cuando llegue la madre de Daniel se la entregue. No entiendo nada, sólo pienso en cómo podría llevarme a casa la bandeja y las botellas de Coca-cola sin que el camarero se dé cuenta.

anorak verde

sábado, 29 noviembre 2008. He llegado con Alberto a una especie de centro comercial al aire libre, y digo una especie porque tiendas no hay. La gente que pasea, bebe, come, sube y baja escaleras, llevan actitud de comprar, pero no hay tiendas ni restaurantes, sólo escaleras de piedra y jardines sin cuidar. De vez en cuando, un autobús trae y lleva gente. Veo que de uno de ellos baja Juan. Lleva un anorak verde y las manos en los bolsillos. No se mueve, no saca las manos siquiera para saludarme. Sonríe. Sé que ha venido sólo para verme un momento y pienso que se ha puesto ese anorak, que posiblemente no es suyo, porque el verde es mi color favorito y "anorak" una de mis palabras favoritas. Me siento completamente feliz. Me vuelvo para avisar a Alberto de que Juan ha llegado, pero no lo veo. Cuando vuelvo a volverme Juan tampoco está. El último autobús está a punto de salir y me subo en marcha. En él sólo van cuatro chicas muy jóvenes que hablan de todo lo que han comprado, aunque no llevan bolsas ni compra alguna. Una de las chicas me dice: Creo que te has equivocado de bus.

casi sirena


jueves, 27 noviembre 2008. Héctor y Eliezer me llevan a una fiesta. Tienen mucho interés en presentarme a una amiga. Antes de la fiesta la amiga se sube a un escenario y lee poemas míos mientras me mira a los ojos sin pestañear. Siento una vergüenza enorme. Veo entrar en el salón de actos a Ayllón, lo saludo pero no consigo que me vea. Cuando sale, veo que lleva la camisa rajada por la espalda. Con la excusa de interesarme por su camisa me levanto y me voy. En un dormitorio Carmen Fernández Laporte, una niña del colegio que coincidió conmigo en primero de BUP, hace ejercicios de gimnasia en el suelo. Dice que ha leído todo lo que he escrito y que si nunca se acercó a mí es porque me admiraba mucho. No entiendo qué les ha dado a todas y salgo del dormitorio a un salón anexo enorme donde han vestido las mesas como si se fuese a celebrar una boda. Uno de los camareros me entrega una acreditación para la fiesta. Insiste en que no la pierda y, a ser posible, le pegue una foto al carnet. El salón se llena de gente que estaba en la lectura de la amiga de Héctor. Un chico parecido a Muñoz Quintana se me acerca para felicitarme y me dice, con cara de ilusión, que acaba de divorciarse. La chica se quita la peluca azul y deja caer sobre los hombros una preciosa melena pelirroja. Es guapísima y sin peluca se parece a Carmen López. Me toma de la mano y me saca de allí. Le digo al doble de Muñoz Quintana que cuide de mi acreditación, pues la he dejado sobre la mesa. Me guiña. La chica me conduce al servicio de caballeros. Se lo hago saber. La chica dice que ella es todo un caballero. Dentro del servicio, detrás de los lavabos hay un aljibe enorme con piscinas redondas climatizadas. La chica se mete en el agua con su vestido de fiesta. Le digo que es muy guapa, pero que no me gustan las mujeres. La chica pasea toda su melena roja y su vestido de fiesta bajo el agua sin dejar de mirarme. Hace piruetas para mí. Apoyo la cabeza en los brazos y la miro nadar. Noto que estoy llorando. Mis lágrimas son muy calientes, casi me queman la cara.

lentillas

miércoles, 26 noviembre 2008. Una chica japonesa me pide ayuda para encontrar una lentilla que ha perdido su amiga en el paseo marítimo. La japonesa que ha perdido la lentilla llora, pero sólo por un ojo. Sin que yo le pida explicaciones me dice: Tengo que encontrarla para que mi ojo derecho deje de llorar.

niños y ropa dulce

martes, 25 noviembre 2008. Mi hermana está jugando en el jardín, oigo su risa desde dentro de la casa. Mi prima Elisa entra sofocada, dice que Susana se ha caído. Cuando salgo a ver qué ha pasado, veo que tiene una pierna completamente destrozada. No le digo nada, se la cubro con la falda. Ella sigue riendo como si no sintiera ningún dolor. Pienso que no recuerdo el número de urgencias, y en ese mismo instante llega una abundancia. Dudo quién debe ir con ella, yo, que soy su hermana, o mi prima Elisa, que aunque en el sueño es una niña pequeña, es médico.
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Mi suegra está desayunando en el comedor de la casa de mi abuela. Me extraña que desayune siendo de noche, pero no digo nada. a cada bocado va desapareciendo en su asiento hasta quedar bajo la mesa. He terminado, dice, y alza los brazos. Retiro la mesa del comedor, de madera pesada, con la facilidad que muevo el cursor por la pantalla de mi ordenador. Me sitúo detrás de ella y la levanto del suelo sin ningún esfuerzo. Una vez en pie, es una niña y corre hacia el dormitorio riendo a carcajadas.
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Estrella, la chica que limpia las escaleras, llega a casa de mi suegra con tres niños. Dice que son sus hijos y no tenía dónde dejarlos. Los niños abren todos los muebles y desordenan la casa. Les saco un juego de mesa, "El lince", para entretenerlos y que dejen de incordiar. Aparecen con un montón de chucherías que no sé dónde han encontrado. Lo ensucian todo con sus manos pegajosas. Pienso que después tendrá que limpiarlo todo su madre, con lo cansada que está siempre. Estrella, ¿te has cortado el pelo?. Sí, dice. Pero cuando se da la vuelta veo que en realidad lleva una coleta. Me sienta muy mal que me mienta y me alegra que los niños lo hayan ensuciado todo. El niño mayor dice que sabe cómo acabar con mi dolor de espalda. Con las manos pringadas de caramelo, me frota la espalda con fuerza.
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Estoy en la cola del cine Victoria. Delante de mí veo a mi amiga Begoña. Ella me mira pero parece no reconocerme y a mí me da vergüenza decirle quién soy. Aprovecho la ocasión para mirarla y admirarla. Qué guapa es, pienso. Nunca la había visto tan arreglada, incluso lleva tacones. Los tacones son de ante burdeos a juego con las medias y el abrigo. Me fijo en que bajo los tacones lleva pegadas unas pelusas. Sin que se dé cuenta, las piso con la punta de mis zapatos para que cuando empiece a andar no las arrastre. Al bajar la vista, veo que yo llevo también zapatos de tacón de ante gris a juego con los pantalones. No sé de dónde he sacado esa ropa. Bajo mis mies hay muchísimas pelusas, pero al menos ella ya no las arrastra. Detrás de mí veo al poeta Odón Serón. Lleva una chaqueta de ante color mostaza. Me extraña que todos hayamos elegido ropa tan suave acorde con la moqueta que cubre el suelo y las paredes del cine. Odón tampoco me reconoce. Una vez dentro de la sala, veo una mano que me llama. Es Francis, me ha guardado un asiento a su lado. Dice que se ha sentado al fondo para que podamos marcharnos sin llamar la atención si la película no nos gusta. Francis lleva una chaqueta de cuero negro. ¿Por qué no te has puesto ropa dulce?, le pregunto.

cortázar

lunes, 24 noviembre 2008. Estoy en la cama. Al sacar la cabeza entre las sábanas veo que estoy en un salón de actos rodeada de gente. Es el maratón de lectura de poemas de Cortázar. Pregunto qué hora es. Alguien me dice que todavía falta mucho para que me toque leer. Decido echarme otro sueñecito. Unos chicos revuelven en mi ropa y se llevan mi sujetador. Tengo tanto sueño que no les digo nada.

cornisas

domingo, 23 noviembre 2008. Veo que un hombre me persigue aunque está quieto. Salgo a la terraza para pedir ayuda. La vecina de abajo me oye gritar, dice que no puede ayudarme, sale por la ventana y huye por las cornisas.

buzones

viernes, 21 noviembre 2008. Blanco y Navarrete me acompañan a casa de mis padres. Hablamos por señas porque cada uno está en una acera, bajo un balcón que nos resguarda de la lluvia. Entiendo por sus gestos que nos vemos después en el bar y que como llegará antes que yo, pedirá dos cervezas. Al entrar en el portal voy a los buzones que, como siempre, están rotos y cargados de correspondencia. El buzón de mis padre no está, aunque la llave que tengo abre los de otros vecinos. Sobre los buzones hay cartones con mensajes y un rotulador rojo sin capuchón. Pienso en la suerte que tengo porque precisamente necesitaba uno. Pruebo a pintar con él, pero está seco. Bajo la escalera han colocado más buzones, pequeños y desordenados que sólo contienen trozos de papel usado. Bajo los buzones hay una cocina que parece de juguete y cartas abiertas en el suelo.
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Al levantarme de la cama oigo voces a lo lejos. No reconozco la casa ni la voz. Me visto muy rápido e intento escapar por alguna ventana, pero las ventanas son muy estrechas y tienen persianas metálicas imposibles de abrir. Oigo que se acercan y me escondo detrás de una puerta. No me ven. Pienso que, como en todas las películas, tal vez pueda saltar por la ventana del cuarto de baño, pero como no conozco la casa, no sé cómo llegar.

flores blancas y todas mis tías

jueves, 20 noviembre 2008. Estoy en casa de Héctor con varios de sus amigos. Héctor llega con varias maletas, da abrazos y besos. Yo espero apoyada al frigorífico. Cuando me ve me lleva de la mano a enseñarme su nuevo jardín. Es un jardín de flores blancas, dice. Las flores huelen a caramelo, distingo varios aromas diferentes pero no reconozco ninguna flor. Bajo un jazmín de invierno, pero con flores también blancas, hay una puerta. Es mi nueva habitación de pensar, dice. ¿Te importa que me dé un baño mientras te cuento mi viaje?, dice. Al meterse en la bañera, Héctor se transforma en Carlos. Antes de que empiece a hablar decido llamar a Alberto para avisarlo de que llegaré tarde. Bajo la bañera hay un teléfono rojo de teclas cuadradas enormes.
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Mientras camino por la calle, sólo veo mis pies y adoquines muy brillantes. Llevo unas botas de tacón y medias negras muy tupidas. No parezco yo, pienso, pero me gusta verme así de arreglada. Encuentro a mi tía Encarna en la alameda. Dice que se ha despistado y no sabe dónde queda la joyería donde dejó un anillo para que se lo arreglaran. La tomo de la mano como si fuera una niña pequeña. Sigue llamándome la atención lo brillantes que están los adoquines y, sobre todo, que mi tía no repare en mi nuevo look.
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Se ha ido la luz en la cocina de mi abuela. Eso es que va a llover, dice mi tía Paqui. Salgo a recoger la ropa tendida. Recoge también las macetas para que no se mojen, dice. Las macetas están llenas de nidos de pájaro y no sé qué hacer con ellas. Doblo la ropa que acabo de recoger. Parece ropa de adolescente de los años 50, enaguas tipo can-can rosas y puchos de florecillas amarillas con encajes. Mi tía Mari dice que son suyos y se va dando saltitos por el pasillo. No comprendo bien cómo ellas son tan jóvenes y yo tan mayor. De vuelta a la cocina, efectivamente está lloviendo. Cierro la puerta que da al patio y la luz se enciende. Creo que es el momento de limpiar te techo, les digo.

encapuchados

martes, 18 noviembre 2008. Llaman a la puerta y antes de que pueda mirar quién es, veo a tres encapuchados pasar por la terraza. Cojo el teléfono y me escondo bajo el trinchero. Llamo a la policía, pero salta un contestador. Escapo por una ventana. Los encapuchados me siguen. De la ventana he salido a un paseo marítimo de una ciudad que no reconozco. Pienso que nunca me buscarían en una sauna, así que entro y pido un masaje. Al momento oigo a los encapuchados pedir un masaje también. Me defiendo de ellos lanzándoles cera derretida de las velas perfumadas que invaden el local. Salgo por otra ventana, me siento en una silla de ruedas y me dejo ir por una cuesta muy empinada.

laberinto

domingo, 16 noviembre 2008. Blanco me agarra muy fuerte de la mano y entramos en una laberinto de paredes oscuras. Al salir, me pregunta si ha merecido la pena el viaje.

la voz

viernes, 14 noviembre 2008. Estoy de espaldas a una voz. No sé bien lo que dice pero me reconforta, a pesar de ser una voz distorsionada. No te esfuerces, sé quién eres, eres Jota, le digo sin volverme. Vuélvete ahora, dice. Detrás de mí sólo hay unas cuerdas en el suelo. La voz, ahora sin distorsionar, me dice que mire hacia el cielo. Es de noche. ¿Ves esos fuegos artificiales?, los he traído para ti, dice.

carne

jueves, 13 noviembre 2008. Entro a una carnicería con un trozo de carne del tamaño de un bebé en los brazos, apoyado en mi hombro como si acabara de comer y estuviera durmiendo. Le pido al carnicero un trozo igual. El carnicero lo mete en una picadora y me guiña un ojo.

la verdad

lunes, 10 noviembre, 2008. Daniel dice que está dispuesto a pagarle a una chica rubia por saber la verdad. La chica rubia coge el dinero y le cuenta un montón de mentiras. Corro detrás de la chica rubia y le grito: ¡Yo también quiero saber por qué lo dejé!
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Tiendo un montón de corbatas en un tendedero que me queda demasiado alto.

adiós

domingo, 9 noviembre 2008. Alberto da vueltas por la casa buscando cosas y metiéndolas en una maleta. No le pregunto nada, pero sé que se va para siempre.

perros armados

sábado, 8 noviembre 2008. Habitación acristalada con tres camas muy altas. Mis padres y mi hermana duermen. En la terraza contigua hay tres perros. El más grande tiene una metralleta entre las patas y se le nota que sabe usarla. Pienso que quiere dispararme porque no lo he dejado dormir dentro de casa.

noria

viernes, 7 noviembre 2008. Alberto y Marcos van en una noria de feria al borde del mar. Cuando están en el punto más alto saltan al agua perfectamente sincronizados.
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Saco fotos de un solar donde, se supone, antes había una casa que me gustaba. Ahora hay un árbol sin hojas con un nido. Cuando acerco el zoom, veo que en el nido hay tres huevos verdes.

kimono

jueves, 6 noviembre 2008. Unos cuantos adultos juegan en un fuerte de un parque infantil. Veo llegar a Camilo con auriculares puestos. Pienso que cómo nunca he pensado que le gustara la música. Lo saludo, no me ve. Para llamar su atención me subo a una verja forrada de plantas. Desde la verja, veo al otro lado un colegio vacío. Pienso que si caigo al otro lado no podrá salir nunca más. Camilo juega en el fuerte igual que un niño. Da gusto verlo tan feliz. Ni prima Elisa llega con dos bebés recién nacidos, dice que sólo puede ocuparse de uno y deja el otro en el suelo, a mis pies. Javier me llama desde una habitación blanca, con muebles, blancos que cuelga de un árbol. Intenta darme un beso, pero le aparto dulcemente la cara. Dibuja un pupitre antiguo, dice que lo ha diseñado para mí, para que lea y escriba en él. Me sorprende lo bien que dibuja. Dice que dentro del pupitre han dejado algo para mí. Meto la mano en el dibujo y saco un sobre con remite en chino. Me lo envía Ismael Grasa. En él me dice que pronto recibiré un kimono. Salgo de la habitación muy contenta y le cuento a Camilo, que ya puede oírme y está jugando en el fuerte con mi prima Elisa, que ya me han enviado el kimono. Lo llevo puesto. Camilo y Elisa me persiguen como niños por el parque para ver si llevo algo debajo. Me agarro a un árbol todo lo fuerte que puedo. Camilo saca una antorcha y le prende fuego al árbol.

deseo

martes, 4 noviembre 2008. Arrodillada, hundo las manos en un parterre de arena volcánica negra. Unos niños juegan a mi alrededor. Pido un deseo, que el tiempo pase.

memoria

lunes, 3 noviembre 2008. Estoy durmiendo, mi suegra entra en la habitación y abre la ventana de par en par. Me pongo unos calcetines, las botas y salgo de casa tal como estoy, desnuda. Me siento muy triste, porque no entiendo por qué es tan injusta conmigo. En una mano llevo una botella vacía y en la otra una de vino blanco. No recuerdo haberlas cogido al salir. Busco una papelera donde dejarlas. Camino por el paseo marítimo, nadie me mira y tampoco siento vergüenza por ir desnuda hasta que veo, a lo lejos, a Camilo. Toda la vergüenza me llega de golpe, corro a esconderme en un local que parece una iglesia. Allí mi desnudez tampoco llama la atención. Un chico muy amable me saluda como si me conociese de toda la vida, me pregunta si sigo escribiendo y me cuenta lo bien que va su anticuario. Me regaña dulcemente porque hace mucho que no voy a visitarlo. Me pregunta con naturalidad si no tengo frío y acto seguido me da una camisa blanca igual a la suya. Después me enseña unas cajas antiguas de madera, preciosas. Al cabo de un rato llega otro chico más alto, también me saluda familiarmente. Se conocen entre ellos, hablan de cuando quedaban para jugar al fútbol en la playa y me piden que vuelva a organizar los torneos. Un tercer chico, con gafas, más gordo, también se acerca a saludarme. No puedo seguir fingiendo y les digo que no recuerdo a ninguno de los tres, que desde que padezco fibromialgia olvido caras, nombres y hasta me pierdo por algunas calles. El de las gafas se siente muy ofendido y se va. El chico del anticuario se aleja muy triste y se sienta en un rincón, en el suelo. El otro se interesa un poco por mis dolores y mi falta de memoria, pero mientras me habla también habla por el móvil, está quedando con una chica. No comprendo cómo han pasado de ser tan cariñosos a despreciarme. Salgo a la calle con la esperanza de que al menos uno de ellos me siga, me abrace y me consuele un poco. Al volverme, sólo veo a un anciano que sube la calle detrás de mí. Intento tomar un taxi para volver a casa, pero en la parada todos los taxis llevan dentro parejas de recién casados.

vivo con tu madre en un castillo

domingo, 2 noviembre 2008. Vivo con mi suegra, mi cuñada y mis sobrinos en un castillo. No hay puertas ni ventanas, sólo yo tengo frío. Mis sobrinos han adoptado a una marmota del tamaño de un perro. La marmota llora igual que un niño. Le abren la boca para ver qué le duele. Son los intestinos, dice mi sobrina. La escurren como si fuera un trapo mojado y salen más de tres litros de agua. Quiero irme de allí. En el patio de armas, un vigilante jurado me dice que no puedo salir, y que ni se me ocurra acercarme a las señales con forma de espiral porque roban energía. Sobre nuestras cabezas pasa una bandada de pájaros negros. Me entran ganas de llorar. Justo antes de volver a entrar al castillo, el vigilante me dice: Recuerda, tampoco puedes mandar e-mails porque la @ también es una espiral.

blanco perfecto

sábado, 1 noviembre 2008. Todo ocurre a la vez y junto al mar. Es de noche, pero estoy tumbada tomando el sol. Un hombre que vuelve de una manifestación intenta violarme sin soltar siquiera la pancarta que lleva en las manos. Antonio Blanco dice que tiene una pistola, dispara al hombre pero no veo si consigue darle. Blanco se transforma en un hombre negro altísimo. Le digo que un negro con una pistola es un blanco perfecto, que se deshaga de ella y escape. Comienza a correr por el paseo marítimo, como no me he despedido de él ni le he dado las gracias, me pongo unos patines para alcanzarle, lo abrazo y lo beso. Su saliva es espesa y agria. Mientras lo beso me pregunto si su saliva siempre habrá sido así o es por su transformación de blanco a negro. De nuevo en la playa, una plaga de insectos ataca a los bañistas. Me tumbo sobre mi sobrino Darío para que no le piquen. Todo mi cuerpo queda invadido por insectos de alas azules que, bajo la piel, parecen tatuajes. Me los saco uno a uno mientras observo que todos los bañistas han muerto. Llevo a Darío con sus padres. Un camarero nos persigue. Cuando consigue acorralarme, dice que sabe lo que hizo Blanco. En ese momento una ola gigante se lleva al camarero y a otras personas que paseaban por la orilla. Agarro a Juano de la mano y le digo que aunque ya no lo quiera voy a salvarlo. Todos se ahogan menos él. Una chica que no conozco de nada se acerca con dos maletas, la suya es rosa, la mía gris. Estoy lista, dice.

camilo en bañador

viernes, 31 octubre 2008. Estoy sentada en un escalón y una niña se me acerca, se sienta en mis rodillas y se queda dormida. Su madre, me dice que vuelve en media hora y desaparece. Llega Daniel muy despeinado, no dice nada, ni siquiera me saluda. Al rato aparece Andrés con su cámara colgada. Hablan entre ellos como si yo fuera invisible. Dicen que han quedado con sus mujeres y sus respectivos hijos en el parque acuático. Quiero ir con ellos pero debo cuidar a la niña dormida. De repente se ha hecho de noche y la niña no está. Aprovecho para marcharme. Alguien camina justo detrás de mí. Es Camilo. Noto que se ha cortado el pelo pero no le digo nada porque no sé si puede verme y no quiero asustarlo. Me da las gracias por haber votado por su libro. Me alegro de que puedas verme, le digo, pero yo no estaba en el jurado. Me coge de la mano y me hace entrar en una sala de billar. Aquí no dan de comer, protesto, y además he quedado en el parque acuático. Se quita la ropa, debajo lleva una braga náutica azul muy ajustada. Ha salido el sol y estamos sentados en una escalinata por donde cae agua templada. Yolanda, a la que no veo hace años, llega con su hija y me fotografía con ella. Me alegra verte tan feliz, le digo. Camilo sigue a mi lado sin decir nada, vigilando que no me resbale ni me entre agua en los oídos. A veces me tapa las orejas con las manos si alguien salpica. En bañador pareces mucho más joven, le digo.

cd sabor naranja

miércoles, 29 octubre 2008. Feria del centro, el suelo está mojado, encuentro cuentas de cristal con forma de diamante. Cojo una azul para mí. Le pregunto a una chica, vestida con un sari, si quiere alguna. Dame todas las que sean de color rosa, dice.
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Subiendo a casa, veo junto a un contenedor un frasco vacío de Nenuco. Me da vergüenza cogerlo. Más arriba, en otro, hay una caja con varios muñecos iguales a los que tenía de pequeña. Aunque un vecino me mira con mala cara, cojo la caja de la basura y la guardo en el bolso.
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Purranki ha venido a verme con Maribele y su hija Irina. Los recibo en casa de mi bisabuela, en Estepona. Les pido disculpas por el árbol que ha crecido en mitad del salón. Como hace tanto que no vengo por aquí, no he podido podarlo, les explico. Para que duermen, les he preparado unas hamacas de lona, pero dudo si la niña estará cómoda. Al entrar en la cocina, veo a todas mis tías abuelas, pero sé que sólo yo puedo verlas. Les pido que no hagan ruido por la noche para que la niña pueda dormir. Purranki me ha traído un cd. Mientras me explica lo que me ha grabado, voy chupando el cd. Cuando termina de hablar, me doy cuenta de que no me queda más que un pedacito de cd sabor naranja en la boca.
nieve
jueves, 30 octubre 2008. Un bebé me pide que le haga un pijama. Cojo una pieza de tela blanca y se la cosa sobre la piel.
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Me tumbo desnuda sobre la nieve y espero.
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Le pregunto a mi tía por cuánto me vende la casa de mi abuela. Como respuesta me entrega un libro que, se supone, le presté hace tiempo con fotos y un plano de Venecia.
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Iker me espera a la puerta del que fue el despacho de mi padre. Cuando llego ni siquiera me saluda, sólo dice: ¿Subimos?

buena vida mala vida

martes, 28 octubre 2008. Antonio Blanco ha organizado un festival de dibujos animados. Para hacer el cartel me pide ayuda. Dibujamos en una cartulina blanca, que de repente se multiplica. Tenemos más de cien carteles y una fila de fans se nos acerca para que se los firmemos. Blanco dice que después habrá una fiesta, y me empuja a un cuarto en penumbra. Hay una mesa enorme vacía. Sólo tienes que cerrar los ojos y desear, me dice. Cierro los ojos y la mesa se llena de bebidas. Los vuelvo a cerrar y aparecen mis amigos sentados alrededor de la mesa. Los vuelvo a cerrar y entran por la puerta Carmen y Enrique. Miro todo lo que hay a mi alrededor y les digo: ¡Qué buena vida!
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Estoy en un supermercado haciéndole la compra a mi suegra. Todo está desordenado, las latas abiertas, las cajas de galletas rotas, no encuentro los productos de limpieza. Alberto me dice que no olvide las cervezas. No quedan, sólo veo en una estantería una lata de sidra, pero no alcanzo a cogerla. Decido llevar las latas aunque estén abiertas, para no volver a casa sin nada. Antes debo meter el dedo en cada una y saber de qué son, pues tampoco tienen etiquetas. Alberto ha desaparecido con el carrito, salgo a buscarlo a la calle, una señora me empuja y caigo de la acera a la calzada. Caigo a cámara lenta y me da tiempo a ver que debajo hay un charco enorme de orines. En el último instante un chico vestido de barrendero me agarra la mano y evita que me caiga. Dice que me acompañará a casa.
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En el salón de una casa hay dos camas. He ordenado la habitación y tengo preparada la maleta porque, se supone, nos vamos de viaje. Alberto llega y se echa a dormir. Pongo la tele sin sonido para no despertarle. Cuando se levanta, las dos camas están deshechas y la ropa que estaba en la maleta tirada por el suelo. Se enfada y sale de la casa dando un portazo. Recojo la ropa y cierro las ventanas, pero las ventanas se me quedan a trozos en las manos. Según camino por la habitación se van levantando las baldosas. Las lámparas han desaparecido y sólo hay bombillas desnudas colgando del techo. Me doy por vencida, me asomo a la ventana y veo llover sobre un descampado lleno de escombros.