casitas de lata

jueves, 25 julio 2025. Voy por la calle del brazo de un chico gay muy joven. Detrás de nosotros una chica con un anciano. La chica le va contando al anciano una historia. Cada vez que dice "entonces el gay..." nos paramos para escuchar y nos reímos. Así todo el camino hasta que llegamos a la orilla del mar. El agua está muy limpia, se transparentan las piedras. El mar bate contra un muro blanco. Aprovechamos cuando se retira para avanzar sin mojarnos los pies. Por sin llegamos a la playa que hay delante de un chiringuito-hotel. Hay una tienda donde venden llaveros, broches y anillos hechos con piedras de la playa. Les digo que si cogemos algunas piedras podremos hacerlos nosotros mismos. Veo cajitas de lata amarillas y rojas Desde lejos parecen Cubitos Maggi, pero de cerca son la casita de Heidi y dentro llevan figuritas (Heidi, las cabras, el abuelo). A la chica que contaba historias también le encantan y la animo a comprar una. Qué pena no tener siete años, le digo a la chica.

el hombre de la peluca

miércoles, 24 julio 2024. Parece la sala de espera de un médico, pero son los bajos de un edificio. Hay gente amontonada delante de la puerta como si temieran que alguien se fuera a colar. Un grupo de pacientes me dicen que entre primero, casi me empujan a la consulta (no sé qué hago allí). La consulta es una habitación decorada para niños. Hay dos camas, cada una pegada a una pared. En una hay un señor mayor con gafas negras redondas y peluca oscura despeinada que le hace parecer un payaso (sospecho que las gafas también son de broma). Hay crucigramas. El médico un chico joven muy guapo con aspecto de actor americano de los años 50, pregunta qué me pasa. No sé qué decirle. Por algo estará aquí, interviene el señor de la peluca. Aprovecho para decirle que estaría mejor sin ella, que le queda ridícula y que se lo digo por su bien. El hombre sale de la cama e intenta ponérmela. Me da asco, le doy las gracias y me niego. Vuelve a su cama y sus crucigramas. El médico me mira las piernas. Yo, instintivamente, también. Tengo las venas enormes. Dice que me tumbe. Me doy cuenta de que solo llevo una camiseta. Las observa con detenimiento. Le digo que suelen dolerme mucho y cada noche tengo calambres. Más que calambres, se mueven solas, aclaro. Me las cubre con la sábana y dice que espere. Pasa el tiempo y allí sigo. Pienso que Alberto estará fuera esperándome y todavía tengo que ir al supermercado y hacer la comida. ¿Cuánto debo esperar?, pregunto. El médico no responde, hace cosas (que no sirven para nada) por la habitación, como cambiar juguetes de lugar, o rascar algo con la uña en la pared. El hombre de la peluca sigue a lo suyo. Decido irme. El médico me pregunta si estoy sufriendo alguna situación de estrés. Primero cuidó de su suegra y ahora cuida de sus padres y tías, dice el de la peluca. Le digo que lo de mi suegra no fue nada y fue hace mucho, y que estar con mis padres y tías no es para tanto, que invento cosas, que ya le enviaré las portadas del Hola que les hago. Es otra cosa, le digo y me voy. Antes de salir me vuelvo para decirle al hombre de los crucigramas que la peluca le queda muy bien. Por fin volvemos a casa. Por el camino nos encontramos a mi sobrino Diego, sentado en la acera, recortando u ordenando papeles en una caja de zapatos. Le pregunto qué tal el examen (se supone que tenía que hacer la selectividad y solo estudió unas horas antes). Dice que sacó un 8,5. Alberto se pone muy contento. Le pregunto si hizo trampas. Dice que sí. Alguien lo llama. Tengo que volver, se ha escapado el gato. Le digo que estaba en el alféizar de la ventana y lo metí en casa antes de salir. No me hace caso y entra en un local abandonado para buscarlo. Bajamos por una escala de madera sucia. En el sótano hay cajas polvorientas y juguetes viejos. Quiero salir de allí. Agarro a mi sobrino por el cuello de la camiseta para subir la escala, pero se ha convertido en un recortable y se le rompe la cabeza. Salgo como puedo, le pongo fixo a la cabeza y se la doy a Alberto. Llegamos a casa de sus padre. Su madre ha preparado la comida. Le digo que no podemos quedarnos, que tenemos que ir al supermercado y todavía tengo que preparar la comida de mis padres.

segunda oportunidad

martes, 23 julio 2024. Todo sucede como si fuera una película y yo estuviera dentro de ella, pero solo de espectadora. Una chica vuelve a su casa, al principio viste muy mal (se le transparenta la ropa interior, no se peina ni maquilla, etc). Una tarde decide arreglarse. Su amiga se queda asombrada de lo guapa que está. Lleva un vestido plateado y le pregunta algo en el inglés al camarero que hay detrás de la barra. Este, alucinando con su belleza, deja caer un vaso que estaba secando. La chica tiene la voz muy grave. A pesar de ahora todo el mundo la admire se la ve totalmente infeliz. Me alejo de escena y llego a casa. Alguien me enseña una libreta con pasatiempos. Me fijo en que era una libreta que usaba hace años como agenda, donde apuntaba cada cosa que hacía con una inicial roja. Me fijo en que todo está como cuando era pequeña. Me miro las manos y el cuerpo y, efectivamente, tendré no más de diez años. Pienso que tengo la oportunidad de rehacer mi vida. Podría matricularme en Biología, como quería mi padre, en vez de en Económicas pero, ¿seré capaz de retener tantos nombres en latín? También pienso que en vez de no parar en casa cuando Alberto salía con otra, yo podría encerrarme en mi cuarto a estudiar. Pero entonces no conocería a Jurdi, ni a Elías y Henry, ni a nadie, y quizá nunca hubiera escrito poemas. Pienso en qué prefiero. Voy a ducharme (donde mejor pienso), pero la bañera está llena de agua sucia. Me da igual, me meto de todos modos. (Quizá haya influido que anoche vi el documental El método Farrer).

tres hermanos

sábado, 20 julio 2024. Alberto y yo llegamos a unas canchas de deporte. Se supone que es la entrada a unas instalaciones que vamos a visitar. A la entrada hay unas mesa largas con manteles de papel. Tres chicos, muy parecidos a Pacho, comen, cada uno a lo suyo, separados por varios metros (pienso que son sus hermanos). La visita comienza y yo me quedo rezagada mirando algo. Mientras el grupo continúa la visita yo limpio unas letrinas con un bastoncillo para limpiar los oídos.

calva

viernes,  19 julio 2024. Se me cae el pelo. Mi madre dice que me lo cepille bien y volverá a crecer, pero el cepillo arrastra todavía más pelo hasta dejarme calva.

cazuela de fideos

jueves, 18 julio 2024. Estoy en una casa de campo encalada y destartalada. La dueña (una jipi parecida a Eva de "Verano azul") está recogiendo sus cosas para marcharse. Yo también recojo las mías. Oigo ruido fuera. Alberto esta en el coche con Emilio y Salvatore. Les hago una seña para que me espere, pero arranca y se van. Corro detrás del coche, levanto los brazos, nada. Al entrar de nuevo en la casa ya no hay siquiera muebles. Al fondo veo a un chico en el suelo leyendo dentro de su saco de dormir. Su cara y voz cambia. A ratos es Nacho, a ratos Juano. Pienso que quizá me pueda quedar con él hasta que pueda volver a casa. Lee en alto, parece un poco ido. Veo por la ventana que vuelven en el coche (es un coche blanco que no conozco). Le digo desde la puerta que cómo se les ocurre no esperarme. Alberto baja la ventanilla y me dice nuestra sobrina está embarazada. Arranca de nuevo y se van.
+
Estoy en la cocina de la casa de mis padres preparando la comida. El gato se sube a la encimera, intenta tirar la olla, le digo que va a quemarse las patas. Sigue hasta que se quema y sale bufando. Entra mi madre, pregunta qué vamos a comer, que le apetece cazuela de fideos. Miro la olla y es cazuela de fideos. Le digo que está de suerte. Dice que vendrá toda la familia, incluidos los sobrinos, que seremos mínimo quince personas. Dicho esto se pone a echar fideos a la comida que ya estaba casi hecha. Queda una masa incomible, pero no le digo nada. Intento arreglarlo como puedo sacando fideos a otra olla. El gato vuelve. Mi hermana dice que como es nochevieja ella se va, que no olvide ponerme los guantes y la bufanda. Miro el calendario que hay en la pared. Es mayo, pero no le digo nada.

gato ladrón

domingo, 14 julio 2024. Alberto lee el periódico en el hall de un hotel mientras yo atiendo a una chica que nos dice que es nuestra responsable, pero no va a poder hacerse cargo de nosotros. ¿No puedes dormir en el hueco?, le pregunto en broma refiriéndome a si no puede dormir entre los dos. A la chica le hace mucha gracia y se ríe a carcajadas, dice que es una lástima que no estemos en el Siete Mares (se supone que es un hotel que hay al lado). Le respondo que elegimos este porque ya estuvimos una vez y queríamos estar en el mismo. Alberto me dice al oído que en el que estuvimos fue en el Siete Mares, si no me acuerdo de las piscinas redondas. Le digo que no me acuerdo (lo que sí recuerdo es haber soñado con un hotel así). De repente estamos en casa, hemos vuelto a por algo, me doy cuenta de que llevo un pantalón de pana negro muy viejo con lamparones y manchas de lejía, y unas botas tipo australianas a pesar de que es verano. Le digo a Alberto si no se había fijado en lo mal que voy. Al entrar en el dormitorio todo está desordenado, la cama revuelta llena de ropa, de latitas con monedas, incluso hay perlas de onagra sueltas. Los cajones están abiertos, el teléfono descolgado en el suelo. Le digo Alberto que creo que alguien ha entrado a robar y que todavía está en la casa. Él se fija por primera vez en el desorden,  pero no parece afectarle. Le digo alzando la voz (para que el supuesto ladron lo oiga) que saque la pistola (que no existe). De repente aparece el gato de mi hermana. Pienso que quizá haya sido él quien lo ha revuelto todo. Le digo a Alberto que tenemos que poner una cámara para saber qué hace mientras no estamos. Busco ropa de verano para cambiarme, pero toda la ropa del armario no es mía. Intento ponerme cualquier cosa, pero no hay una prenda que casé con otra porque todo es marrón, azul oscuro o negro. Alberto dice que me va a gustar el sitio donde vamos a ir a cenar. Intento quitarme una blusa muy fea que me he probado y me quedo atrapada dentro. Le pido a Alberto que me ayude, pero está buscando algo en sus estanterías. Me doblo y agacho para ver si sale sola, pero se enreda cada vez más.  No puedo respirar. (Me despierto llorando).

regalo

sábado, 13 julio 2024. Estoy en un apartamento con Federico y Virginia. Es la hora de dormir y nos damos las buenas noches. Antes de irnos cada uno a su cuarto, Federico abre el maletero de un coche y me da lo que parece una foto o un dibujo enmarcado envuelto en papel de seda rojo. Por más que intento abrirlo no puedo. Así que todos se van a dormir y allí quedo yo con mi regalo.

pantalones

jueves, 12 julio 2024. Entro en el cuarto de mi hermana para cambiarme de ropa. La encuentro llorando, dice que el chico que le gusta no le ha escrito. Le digo que estará ocupado, que le escriba ella y le mande la foto que se hizo vestida de futbolista. En ese momento llega mi padre, quiere que le cambie los pantalones. Cuando se los estoy subiendo me meto también en ellos, pero no consigo subirlos del todo y quedo atrapada en una postura muy incómoda, con las rodillas clavadas en su cintura, como si me llevara a caballito. Llamo a mi madre para que nos ayude. Tarda en venir, no sé cuánto tiempo podrá aguantar mi padre conmigo a las espaldas.

el chico de las muletas y las chicas furry

miércoles, 10 julio 2024. Estoy en la terraza de un bar (en realidad no es más que una calle estrecha con mesas muy apiñadas). A mi alrededor todos parecen extranjeros. Un chico muy joven se sienta en mi mesa y me cuenta cosas (no recuerdo de qué habla). Todo el bar lo atiende porque lo que dice parece ser interesantísimo. Le digo que quizá no entiendan nada porque son extranjeros, que si quiere lo voy traduciendo. En ocasiones habla de alguien que se llama Bono. Le digo que si es su apellido quizá seamos familia. No dice nada. Le pregunto si es un mote como el del cantante de U2. Se levanta y se va. Me fijo en que lleva muletas, tiene una pierna arqueada y más corta. De espaldas está extremadamente delgado. De repente me da mucha pena y lo sigo. Aparece David con dos chicas muy modernas, maquilladas estilo años 80, con gafas de sol enormes a juego con abrigos tipo furry (una en fucsia y otra en naranja). Parece que hayan viajado en el tiempo. Quieren ir a un bar. Miro la hora, las 21.30 (aunque el reloj que llevo en la muñeca es en realidad el envoltorio arrugado de una chocolatina). Pienso que tengo que avisar a Alberto, decirle que estoy bien pero llegaré un poco tarde. Les digo que no vayamos muy lejos, que conozco un par de bares allí mismo (en el callejón trasero a la plaza de la Merced). Los bares han cambiado, tienen distintos nombres y son luminosos, no son los antros con los que yo esperaba sorprenderlos. David dice que conoce uno tropical. Es enorme y colorido, tiene un jardín al fondo. Hay chicas preciosas bailando en bikini y tipos con traje y corbata mirándolas embobados. Las chicas furry levantan los brazos y bailan. El chico de las muletas, que antes parecía tan seguro, se siente avergonzado. Señalo al chico con la mirada y le hago un gesto a David de, mejor nos vamos.
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Llego a casa. No hay nadie. Llamo a mi sobrino, lo consuelo (no sé de qué). Mientras hablo, voy recorriendo la casa a oscuras. Él asiente a todo lo que le digo. Al cabo de un buen rato oigo el ascensor. Ya llegan, no estés mal, le digo. Vale, dice él y colgamos.

escalera amarilla

martes, 9 julio 2024. Hay que poner el despertador en hora, pero es tan antiguo que hay que presionar con fuerza los botones. Cuando voy a hacerlo, porque sé un truco, Alberto dice que no tengo ni idea y que hay que sacarle la escalera.  No sé de qué me habla. Me lo quita de las manos, lo abre, saltan un montón de piezas, entre ellas una tira dentada amarilla de plástico. Supongo que eso es la escalera.
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Es el cumpleaños de mi madre. Nos hemos reunido en una casa con jardín toda la famia (y personas que no conozco). Supongo que la han alquilado para el evento. La casa es enorme, pero estamos todos apiñados en una habitacion, donde una mesa de comedor enorme ocupa casi todo el espacio. Empiezan a repartirse las habitaciones. Solo quedo yo. Tú duermes en casa de Elisa y Andrés, dice alguien. Miro por la ventana, es noche cerrada. La casa de Elisa se supone que está en lo alto de un monte y tengo que ir sola andando por un camino de tierra. Para colmo, veo que alguien le da a mi madre el regalo que le compré como si fuera suyo.

fin de partida 2.0

lunes, 8 julio 2024. Mis padres están en casa, cada uno en una butaca (la escena me recuerda a Fin de partida). Hablan sin parar, preguntan. La casa está muy desordenada, llena de muebles que no sé de dónde han salido. Mi hermana dice que se va. Mis padres preguntan todavía más, qué dónde va, que a qué hora vuelve, que con quién sale... Hay una tableta sobre la mesa, intento escribir a Alberto para contarle lo que está pasando y que no he tenido tiempo ni de hacer la cena. En la tableta solo aparecen fotos de mi prima y su hijo, excursiones, fiestas de cumpleaños. Tardo en darme cuenta de que no es la mía. No sé cómo parar las fotos que se suceden cada vez más deprisa. Veo a mi madre que se ha levantado e intenta meter los dedos en un enchufe. Mamá, es una mancha en la pared, no la toques, le digo. Solo quiero encender la luz, dice. La habitación está a oscuras de repente. Cuando por fin consigo enviar un mail a Alberto contándole el caos que tengo en casa, me vuelvo y la habitación está vacía.

mochuelo

viernes, 5 julio 2025. Entro en el cuarto de baño de la que fue la casa de mi abuela. Sobre el lavabo hay un mochuelo de colores. No estoy segura de si es así o alguien lo ha pintado. Parece una bola. Me mira con pena. Le abro la ventana para que se vaya. Da unos pasos atrás. Mojo una toalla y le limpio el plumaje. Queda de colores marrones preciosos. El mochuelo va a un cesto que hay en un rincón y él mismo se tapa con una toalla. Lo arropo como si fuera un bebé. Se duerme. Lo miro mientras respira profundamente.
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Al entrar en el dormitorio de mi hermana me fijo en el que no tiene techo, se ven vigas desnudas. Temo que caigan cascotes mientras duerme. Puedes llevarte tus muebles, ya no los necesito, me dice. Miro a mi alrededor pero solo hay escombros. Reconozco mi buró, pero está polvoriento y roto porque el techo le cayó encima.

media manzana

jueves, 4 julio 2024. Estoy con un grupo y necesito ir al baño. Me acerco al despacho de Alberto (no se parece al real) y entro en el servicio. El servicio no tiene puerta. Entra la chica de la limpieza, me ve, se excusa. Le digo que no tiene que disculparte, que he sido yo la que ha entrado donde no debía. Al salir, alguien me dice que Alberto se ha marchado porque tenía prisa. Siento una tristeza inmensa. Iván comienza a presentarme a autores que me saludan cariñosamente, todos dicen que tenían muchas ganas de conocerme porque les gustó mucho mi libro. Todo me da igual, solo pienso en que Alberto se ha ido. Nos sentamos en la terraza de una bar. Nos ponen una tapa de ensalada malagueña. Oigo la voz de Francis a mis espaldas, le dice a la chica que él pidió ensalada de lechuga. La chica le dice que no se preocupe, que por la equivocación le regalará a cambio una manzana. Me vuelo, Alberto está tomando algo con Francis, pero actúan como si no me conocieran. Mientras, Iván sigue hablándome de autores pero no le presto atención. Veo pasar a Cristina, habla con seguridad con otra chica, está muy delgada y me gustan sus vaqueros (los comparo con los míos). Pienso que debo cambiar de forma de vestir y actuar. Me vuelvo y le pregunto a Alberto qué haremos hoy, si quedarnos en Fuengirola o volver a Málaga. Sin decir nada me escribe a boli en el muslo (que de repente está desnudo): C A O T P M (que significa Comer Aquí O Tirar Para Málaga).

dátiles

miércoles, 3 julio 2024. Todos están dormidos y entro de puntillas al cuarto secreto de mii padre. resulta que es la cocina de mi casa y hay un montón de dátiles en el suelo. Mientras los recojo le pregunto a Alberto si sabe lo que significa "máis vale unha enchente que sete lambiscos".

baraka

domingo, 30 junio 2024. Voy en autobús. Va casi vacío (tres mujeres más vestidas de saharauis). Entra tanta luz del exterior que parece que no tenga techo ni ventanas. Al fondo hay un chico durmiendo en un colchón. Cuando se despereza, veo que es mi sobrino Diego. Intento hacer fotos sin se nadie se dé cuenta. Fotos en las que no se vea a la persona completa, solo una mano o media cabeza. Cuando llegamos, el conductor corre hasta la puerta y nos ayuda a bajar los dos escalones. Shukram, dice y me da tres besos. Baraka, le respondo. Entro en un edificio en ruinas. Hago fotos de lo poco que queda. Sobre lo que fue un mostrador hay una caja con muñecas rotas entre tubos de ensayo. Cuando voy a hacer la foto llega una enfermera y se lleva las muñecas sin decir nada.. Voy en autobús. Va casi vacío (tres mujeres más vestidas de saharauis). Entra tanta luz del exterior que parece que no tenga techo ni ventanas. Al fondo hay un chico durmiendo en un colchón. Cuando se despereza, veo que es mi sobrino Diego. Intento hacer fotos sin se nadie se dé cuenta. Fotos en las que no se vea a la persona completa, solo una mano o media cabeza. Cuando llegamos, el conductor corre hasta la puerta y nos ayuda a bajar los dos escalones. Shukram, dice y me da tres besos. Baraka, le respondo. Entro en un edificio en ruinas. Hago fotos de lo poco que queda. Sobre lo que fue un mostrador hay una caja con muñecas rotas entre tubos de ensayo. Cuando voy a hacer la foto llega una enfermera y se lleva las muñecas sin decir nada.

ñus

sabado, 29 junio 2024. Estamos en un restaurante. Alberto dice que no le ha gustado tanto como la otra vez. No recuerdo haber estado. Dice que estuvo solo hace años. Miro el cartel y parece un restaurante recién inaugurado, pero no digo nada. A la hora de pagar, Alberto dice que ha perdido la cartera. Voy al coche a ver si se la ha dejado, pero no está. Cuando vuelvo le digo que estará en el hotel, que yo pago, pero dice que ya ha pagado. Entramos para despedirnos. Por dentro es enorme y parece un mercado con puestos. En uno venden un dulce típico con cabello de ángel. Lo tienen cortado en pedazos y cada uno con un precio desde 0,25 a 12 euros (a pesar de que los trozos son del mismo tamaño). Todo el mundo sale comiendo uno. Si los trozos fueran más pequeños no me importaría probarlo, pero son enormes. Una chica se me acerca a darme las gracias. Dice que si no hubiera sido por mí no habrían podido reunirse. Que tengo el don de la palabra y supe convencerla de que aquel troll no era un troll. Le explico que nos conocimos en un grupo de noticias de literatura a la que llamábamos ñus en 1999. La chica hace cuentas con los dedos. ¡Eso es media vida!, dice. Veo a Eugenio detrás del mostrador. Lleva una camiseta mitad del Málaga mitad un anuncio de neumáticos. La chica saca una hoja donde tiene apuntados nombres y puntuaciones. Junto al nombre de la chica hay un cero en casi todos. Eugenio le pregunta si los ceros significan las veces que se ducha. Me parece que esta va a ser espesita, digo y todos ríen a carcajadas como si hubiera contado un chiste buenísimo.

plátano frito

viernes, 28 junio 2024. Estoy en el salón de una casa destartalada con los techos muy altos. Un niño fríe rodajas de plátano en una especie de wok. Le echo un ojo de vez en cuando porque temo que se queme. Le digo que baje el fuego, que ya estaban casi listos. Llega la mujer y la hija de Chivite, se sientan para comer. Chivite llega después. Tengo un montón de folios entre las manos. Me pregunta si ya corregí y el libro. Asiento. No se si sabes que hay una manera muy rápida de corregir leyendo solo las palabras que empiezan por "pre". Se ríe. Mira qué listo, le digo. Discutimos en broma mientras su mujer y su hija comen.

modelos

jueves, 27 junio 2024. Un grupo de presentadoras y modelos cuchichean en un rincón de lo que parece un set de televisión. Una de ellas, empujada por las demás, se acerca a la cámara. Lleva un mono transparente como si fuera una segunda piel. Tanto es así que no se sabe si se le transparentan los tatuajes o son estampados de la tela. Cuando está delante de la cámara comienza a hablar. Se queja, llora. Según va hablando la cara le hace muecas grotescas y se le derrite como si fuera de cera.

balbuceo

miercoles, 26 junio 2024. Fernando Fernán Gómez ha venido a dar una charla. Después vamos a cenar con un grupo pequeño, entre ellos Alberto, Francis con una chica, Sonia, y dos más que no conozco. Nadie se atreve a hablarle. Se queja de los periodistas. Le digo que pase de ellos, que se centre en escribir, que cuando se le acabe la inspiración piense que no es él, que escriba desde fuera, que tome el papel de alguien que le hace una entrevista. Dice muy ofuscado que ojalá eso fuera tan fácil, que lo más difícil es no escribir sobre uno mismo. El grupo se levanta y echamos a andar por unas calles muy estrechas llenas de gente. Nos cruzamos con una procesión, nos corta el paso. Nos estamos alejando demasiado del centro. Les digo que después habrá que acompañarlo, que no sabrá volver solo. De repente todos dicen que se van a su casa. Al despedirse, Fernán Gómez, le dice a Francis que es quien mejor le ha caído porque no ha dicho nada en toda la noche. Todos desaparecen, me ofrezco acompañarlo, pero se tumba en la acera y se echa a dormir. Se le ve agotado. Habla en sueños, balbucea. Me quedo sentada en el suelo a su lado.

móvil viejo

domingo, 23 junio 2024. Estoy en un hotel con mi madre y mis tías. Toman el sol en hamacas, pero es de noche. Un camarero le trae a mi madre algo que ha pedido de comer. Cuando va a pagar, en vez de acercar la tarjeta acerca una cinta de casete. El chico la mira extrañado. Le explico que mi madre no se ha acostumbrado todavía a tener tarjeta y la confunde con cosas. Le digo que él es muy joven para saber lo que es una cinta de casete. Unas hamacas más allá veo a Aloma y Sr. Chinarro. Me acerco para contarles la anécdota, pero están hablando de sus hijos y prefiero no interrumpir. Sr. Chinarro se levanta y va metiendo frutas y verduras en un cesto (se parece al supermercado de Master Chef). Alguien le dice que le enseñe su pasaporte. Él le da la cartera completa con cara de "otra vez lo mismo". En ese momento me suena el móvil. Está roto, se le ha caído la tapa y la pantalla está en blanco. No sé quién me llama. Respondo. Soy Sol y sé que estás en Madrid, dice. No conozco a ninguna Sol, pero le explico que he venido de incógnito, de vacaciones con mi madre y mis tías. Dice que me ha llamado más veces y no se lo he cogido. Le explico cómo está el móvil y que a veces no funciona o se corta. Oigo hablar a alguien con ella, le dice que todo lo que le estoy diciendo es mentira, que ya nadie tiene móviles tan antiguos. Le digo lo que he oído y que si quiere le enseño mi móvil cuando nos veamos. Oigo también la voz de Ferran. ¿Está ahí Ferran?, él puede decirte qué móvil tengo, le digo. Me cuelga. Mientras hablo, mi tía M protesta porque no le gustan los libros que le he dejado y mi madre pide a gritos más comida.

sofá

sábado, 22 junio 2024. Estamos en una tasca parecida a Antigua Casa de Guardia, solo que donde suelen estar los mariscos hay un sofá pequeño. No sé si la tapicería es de color rojo oscuro o es que está muy sucio. Un tipo mayor se nos acerca. Lleva varias carpetas azules gastadas, de esas de toda la vida. De repente, como si lleváramos un rato hablando, comienza diciendo: Claro, es que la música es importante. Nombra instrumentos que no he oído en mi vida. Su marido sabe tocar cualquier instrumento, le digo señalando a mi prima Elisa (que se aleja inmediatamente). El hombre discute, dice que es imposible. le nombro todos los instrumentos que toca y le digo que incluso ha fabricado algunos. El hombre se va enfadando cada vez más. Cambia de tema, habla de poetas. Nombra a Julio Salinas. Le digo que es un futbolista, que quizá quiere decir Pedro Salinas. ¡Es Julio, lo sabré yo que es mi amigo!, dice enfadado. ¿El de los poemas a patinadores?, le pregunto. ¡Ese! Julio Aumente, le digo. Se queda callado. Habla de él en presente. Ni se me ocurre decir que murió hace tiempo. Mientras habla, algo se me ha derramado sobre el sofá ya sucio. Voy a mojar un pañuelo al servicio. En el servicio veo a mi prima en una bañera, dándose un baño. Vuelvo y el hombre se ha ido. Las carpetas están sobre el mostrador. No hay nadie en la tasca. Limpio el sofá. Parece nuevo.

lo mejor

jueves, 20 junio 2024. Estoy en una tienda con poca luz. Hay ropa desordenada en estanterías. Busco un sujetador, pero vienen de dos en dos y no se pueden separar. No hay probadores. Me los pruebo delante de todo el mundo, aunque nadie parece hacerme caso.
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El sol se ha ido, pero todavía queda luz. Le digo Alberto que se asome a un mirador sobre el mar. El paisaje es precioso. El agua de ve limpia, me gustaría bajar y bañarme. Alberto se queda asombrado. Dice: esto es lo mejor que nos va a pasar en la vida, ya no nos va a pasar nada mejor nunca más. Me echo a llorar.
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Estoy escribiendo un mail a José Luis Gallero. Le hablo de un perla suyo que sueño leer cuando estoy triste. Cuando voy a enviárselo el ordenador se transforma (o se actualiza) y aparecen un montón de programas nuevos con anuncios. No puedo guardar ni enviar lo que he escrito y temo que se pierda.

ni rata ni muletas

martes, 18 junio 2024. Estamos durmiendo. El dormitorio es mitad el nuestro, mitad el de mis padres. Algo se mueve bajo el armario. Pienso que guardé una pelota de tenis en una bolsa de papel y quizá se haya salido. La supuesta pelota empieza a ir de un lado a otro. Finalmente veo aparecer un hocico. ¡Es una rata! La rata se sube a la cama. Le digo a Alberto que se quede muy quieto, que oí e la tele que son muy amistosas, que incluso hay gente que las tiene de mascotas. Mientras lo digo, intento salir con cuidado de la cama. Una vez fuera, la miro bien. No te preocupes, es una cría de canguro, le digo a Alberto.
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¡Mira, es Javi!, le digo sorprendida a Alberto al pasar en coche por delante de una guardería donde también se organizan actividades para mayores. Me llaman la atención dos cosas: una, que va vestido de rojo (polo y pantalones); dos, camina muy rápido y sin muletas.

pésame

domingo, 16 junio 2024. El sueño transcurre a ratos como la vida y otras como un musical (pero sin música, solo con coreografía). Salimos de casa (que no es nuestra casa) por calle Mundo nuevo. Yo bajo la cuesta con un carrito de la compra y Alberto va unos pasos atrás charlando con dos chicas muy altas. En el cine Andalucía (ya no existe) hay un festival. Supongo que Alberto querrá ver algún documental y lo espero apoyada en la pared. Me siento tremendamente cansada y triste. Un señor (que se parece a Maldonado) se pone delante de mí. Lleva una sahariana celeste mal planchada. Pienso si Alberto quería una para el verano porque parece muy fresquita. Un chico coloca trípticos del festival en un mostrador, se acerca y me dice al oído: Pésame. Me sobresalto. Entiende por mi gesto que he entendido Bésame. Se ríe. Nunca hay motivo para estar tan triste, siempre hay algo por o que estar bien, eso es lo que significa Pésame en mi idioma, dice. Me fijo en él, es Gael García Bernal. Alberto llega con las chicas. Gael y él hablan de política. ¿Qué han dicho?, pregunta una de las chicas sofocada. Hablan de Durruti. La chica se abanica los ojos llenos de lágrimas con las los manos como si estuviera secándose las uñas recién pintadas. Menos mal, creía que habían dicho que para este otoño volvían los pantalones por encima de la cintura. No, han dicho Ventura. La chica llora de alegría y yo pongo los ojos en blanco. Llegamos a casa de Gael. Su madre tiene un anticuario. Parece una marquesa, Alberto le besa la mano y le regala un cuadro (que llevaba no sé dónde). Yo paseo entre los muebles y miro cada objeto. Hay un cajón de chibalete lleno de libretillas y juegos antiguos. Pienso en comprarle uno a Alberto por su cumpleaños. La chica le dice a la madre de Gael que qué va a hacer ahora que tiene la pintura de un rojo. Me pregunto qué ve Alberto en ella, cómo la soporta. Empieza una especie de coreografía sin música ni palabras. Todos se mueven como si bailaran, pero tampoco bailan. a veces me veo a mí misma desde fuera, como si todo fuera una película. Derramo sin querer un frasco de perfume pero no huele a nada. Ni sonidos, ni olores ni vida, pienso. Hay dos crías de gato sueltas. Una de ellas se me sube por el brazo, me clava las uñas. Me veo como espectadora de una película, bajando por una gran escalera de mármol (en realidad chorándome por los escalones como si fuera un tobogán). Detrás de mí aparece Gael con un vestido largo de fiesta, y también se chorra para alcanzarme. (Supongo que Gael y la coreografía se han colado en el sueño porque ayer vi un vídeo de "Ema").

tarta helada

sábado, 15 junio 2024. Estamos de visita en casa de unos vecinos. Nos reciben en la cocina. La casa parece la de Nuria (una compañera del colegio) porque desde la ventana puedo ver le chalecito que veía cuando de niña nos subíamos al balancín que había hecho su padre en el semisótano abierto. Se supone que el chalecito que veo vive mi abuela. No conozco a esos vecinos ni sé qué hacemos allí. Son dos hombres de campo bastante rústicos (uno se parece a uno de los actores de la serie "El pueblo"). De repente la cocina es la cocina de mi casa, miro el reloj, es muy tarde y debo irme. Hago café, caliento leche para dejarlo todo listo antes de irme. El café y la leche se derraman y no sé con qué secarlos. Digo que debo irme. Uno de ellos se interpone con los brazos abiertos. Le digo que es el cumpleaños de mi padre y no puedo faltar. ¿Ochenta y siete? Noventa y siete, respondo. Entonces puedes irte, llévate estas cajas de dulces, ice. Yo llevo una caja con una tarta helada que empieza a derretirse. Ya llevo tarta, le digo y se la enseño. Él insiste, es muy pesado. Miro la tarta y está cortada en cuatro pedazos. No parece una tarta. Empiezo a enfadarme. El hombre me pregunta dónde está mi hermana y dónde viven mis primas. Les digo que viven con mi abuela, ahí mismo, le señalo. Mientras mira por la ventana me escabullo. Aparece mi tía P (que murió hace más de quince años) y me dice que dé recuerdos de su parte, y que coma más que estoy demasiado delgada.

en terapia

viernes, 14 junio 2024. Estoy en casa de Marcos (la casa es en realidad la mezcla de su casa, la de mi madre y la mía). Mi hermana llegará en unos minutos porque tiene terapia con él. Hablamos de cómo debe abordar que ella se haya enamorado, qué va a decirle y cómo. Marcos me pide consejo. Tú eres el terapeuta, le digo medio en broma aunque sé que está muy agobiado. Mi hermana llega, yo me escondo. Ella intenta abrazarlo, lo persigue por toda la casa, dice que quiere casarse con él. Cada vez que puede, Marcos se escabulle y viene a quejarse más que a pedirme consejo. Le digo que la única opción es deshacernos de ella. (Creo que ayer vi demasiados capítulos seguidos de la serie "En terapia").

dicharachera

jueves, 13 junio 2024. alguien ha organizado en mi casa una fiesta para encontrar pareja. El cuarto de estar está lleno de gente que no conozco. Alberto va repartiendo copas de vino. Cuando llega a mi lado me da la botella, no sé si para que siga sirviendo yo o para que beba directamente de ella. Un tipo con aspecto de tortuga (parecido a un personaje de los Simpson) se me acerca. No recuerdo exactamente sus palabras, pero algo así como que qué bien habernos conocido y saber cómo soy. Muy serenamente doy un trago directamente de la botella y le digo que no me conoce de nada, que solo he dicho cuatro frases dicharacheras y no puede sacar conclusiones. Que te quede claro que no soy dicharachera, le digo. Me arrepiento, pero es demasiado tarde para arreglar nada. Él no tenía la culpa de mi mal humor (no soporto tener tanta gente desconocida en casa). Una chica con el pelo muy mal teñido, quemado, me da las gracias porque dice haber conocido al hombre de su vida, que mañana mismo se van de viaje en coche, a la aventura. No puede ser, pienso. Es. La chica y Javi se van de la mano. Los veo alejarse desde el portal (que no es el de mi casa, parece la escalinata de una iglesia). ¡Buena suerte, tened cuidaíto con el coche!, les digo pero Javi no puede oírme porque lleva los auriculares puestos. Siento una tristeza inmensa. Vuelvo a la fiesta. Alguien pregunta si puede poner música y le doy mi táblet. Solo tienes que abrirla y ya están las canciones preparadas, le digo. Voy al baño. Pienso que una ducha me sentará bien, que el agua caliente acompaña. Nunca nos acostumbraremos a esto, dice alguien desde fuera justo antes de que cierre la puerta. Es la voz de Mesa Toré.

harina

martes, 11 junio 2024. Organizamos fiesta para mi sobrina Yasmina en casa de mi abuela. Todos van de un lado a otro como hormigas, pero en realidad no hace nada. Mi madre prepara cordero. Le digo que antes de dorarlo tiene que enharinarlo para que la salsa no le quede aguachirri. Al oír aguachirri se ríe como una niña. Mi abuela entra en sale de la cocina nerviosa (ella que siempre fue tranquila). Ya llegan, dice. Voy al salón comedor, les digo que se sienten y tomen algo. Mi sobrina ha dejado de alisarse el pelo, lleva sus rizos naturales, pero se los ha pintado de colores. Pareces Beyoncé, le digo. Ella se alegra mucho. Todas van muy arregladas, yo solo llevo la blusa del pijama. Le pregunto a Alberto si ha traído mi ropa. Está en el maletero, dice. Así no hay manera, pienso. Vuelvo a la cocina a ver cómo va el cordero. Mi madre dice que no hay harina pero ha encontrado esto, dice, y me enseña una especie de granos de arroz blandos que no sé si son larvas (en el paquete no pone nada). Si las aplastamos podemos hacerlas pasar por harina, dice. Me meto una en la boca, es dulce, no nos vale. Le pregunto a mi abuela si hay alguna tienda cerca. Dice que es domingo por la noche, que todo estará cerrado. Pienso en el bar de la esquina, quizá me vendan un poco. Mi abuela me da tres euros, dice que será suficiente. Salgo a toda prisa a la calle, solo con la blusa del pijama. De repente es de día. Aparece Javi. Entre los dos será más fácil, pienso. Entramos en una mercería y, antes de abrir la boca, la dependienta nos dice de malos modos que allí solo venden hilos y botones. Solo iba a preguntarle si sabe dónde hay una panadería. Ni me contesta. Javi se entretiene mirando el pueblo. Dice que es precioso. Ayuda, poca. Ahí al lado está el Mirador de Enrique Morente, vete allí y me esperas, le digo.

kiosco burrito y perro cerdito

lunes, 10 junio 2024. Estoy en un bar con Alberto y mi tía M. Alberto ha entrado a una parte del bar que tiene tele para ver un partido de fútbol. Mi tía quiere hacerle fotos a todo porque todo, dice, es muy pintoresco. El bar es tirando a cutre, se nota que no le han hecho ninguna reforma en cincuenta años. ¿Qué van a tomar?, pregunta el camarero. Mi tía pide dos cervezas. Me extraño. Señala con el mentón la calle y veo a mi madre en la otra acera, comprando algo en un kiosco. El kiosco también es muy pintoresco. Los lleva una familia china con varias hijas. Las niñas llevan ropa de colores. Mi tía dice que les haga una foto. Todos posan, incluida mi madre, pero la cámara (analógica) tiene un visor muy pequeño que no me deja encuadrar nada. El camarero pregunta qué tomaré yo. No sé qué pedir. Miro la hora, todavía son las once de la mañana, no sé cómo mi tía ha pedido cervezas (no beben alcohol y además es muy temprano). Por pedir algo le pido un polo Drácula. El camarero dice que entonces la tapa no pega y vacía el plato en el suelo. Mientras tanto, mi madre y mi tía se han subido al kiosco como si fuera un burrito del parque e insisten en que les haga más fotos.
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Vamos en coche a toda velocidad por el paseo marítimo. Alberto entra por la zona donde están las bicis y los niños. Me agarro muy fuerte con las uñas al asiento. Llegamos a un chalet enorme para recoger a Míchel y Sonia (se supone que es la casa de la madre de Míchel, aunque en otros sueños ha sido la casa de la madre de Juano; no es de ninguna de los dos). Aquí pasa algo raro, dice Alberto, y llama con los nudillos a una ventana estrecha horizontal. Abre Míchel. El hall está lleno de muebles y cosas que no se sabe muy bien qué son. Sobre una mesa de escritorio (idéntica a la nuestra) se apilan objetos y ropa. Míchel se sienta a comer lo que me parecen espinacas mientras esperamos a Sonia. Está todo tan lleno que dudo si darle una bolsa con libros que le he llevado. Sonia baja arreglada como para una fiesta. Contrasta con todo ese desorden. Aparece un perro muy pequeño y muy gordo de color rosa chicle. Ya os dije que era muy feo, se excusa Míchel. Le acaricio la cabeza (al perro), le digo que lo había imaginado color canela, que es muy gracioso porque parece un cerdito.

l'écume des pages

domingo, 9 junio 2024. Se supone que estamos en Mallorca. Yo voy en bañador, un bañador gris muy feo con las gomillas dadas de sí. Encima llevo un vestido camisero sin abrochar (más que vestido parece una batilla de vieja de pueblo). Estamos en un balcón mirando cómo pasa una especie de procesión o desfile (unas chicas que parecen muñecas disfrazadas de caperucita y unos chicos vestidos de pastorcillos). Le doy un codazo a Alberto para que nos vayamos. Una vieja de pueblo muy fea me dice que ya era hora (mirándome de arriba abajo). Pienso que tiene razón, que ver una procesión en bañador no es muy propio, pero como me ha caído mal, le respondo con una enorme sonrisa que, desde luego ya estaba loca por marcharme. Antes de desaparecer me doy la vuelta y me despido con la mano más sonriente si cabe, para fastidiarla más. Bajamos en un ascensor estrechísimo de madera, con una chica muy arreglada. se presenta como la alcaldesa y se disculpa por las dimensiones del ascensor. Le digo que me encantan las cosas antiguas, que no se le ocurra hacer reformas, que las reformas suelen estropear las cosas con personalidad. No dice nada. En la puerta no invita a subir a un microbús para ver el resto de la isla. Entramos. El conductor recorre unos cinco metros y dice que ya hemos llegado. Hay un bar. Pienso que será de un pariente suyo y quiere que hagamos gasto. Nos toman por turistas tontos, le digo a Alberto. Alberto se ha sentado en un poyete de obra a charlar con una chica que se queja de que no liga nada. Me acerco, le digo que ligar es muy fácil. Solo tienes que hacer reír a la otra persona y olvidarte de ese que te gusta porque solo va con mujeres de pago, le digo. Alberto me fulmina con la mirada. Yo, le digo con la mía, que he dicho mujeres de pago, no putas. El camarero me dice que si quiero tomar algo me lo prepare yo misma, y me da una batidora. Está sin estrenar. Me cuesta abrir la caja. Dentro ya trae una especie de frutillas blancas y algo de líquido. Cuando bato, todo sale despedido y mancho a todos los parroquianos que ríen como si me hubieran gastado una broma. Les sigo el juego. El camarero dice que soy muy graciosa, que si quiero quedarme a vivir en la isla encontraría trabajo enseguida. Miro a la chica como diciéndole, ¿lo ves? Respondo muy seria que solo aceptaría un trabajo en el que llevara un uniforme de caperucita, como el de las chicas de la procesión. Todos ríen a carcajadas. Empiezo a no estar cómoda. Le digo a Alberto que vamos a perder el avión y que todavía no hemos pasado por la librería a la que quería ir. Yo la llevo, ¿qué librería es?, dice el conductor del microbús. Se llama La espuma de las páginas, respondo sin pensar. Al momento me doy cuenta de que esa librería estaba en París, no en Mallorca, pero no corrijo. Le pregunto a la chica si ha visto la cueva, que nos daría tiempo por que está justo al lado del bar. El conductor se ríe a carcajadas. La cueva está a más de ocho kilómetros, dice.

hay que ver

sábado, 8 junio 2024. Estoy durmiendo en el cuarto de mi hermana. Me despiertan dos chicas que llegan a hacer una inspección. La cama está revuelta (las sábanas liadas con ropa y restos de comida). El suelo cubierto de basura, zapatos y más ropa sucia. Hay varios cubos con líquido turbio (por sus caras de asco debe de oler mal). Toman muestras con unas jeringas enormes. Mueven la cama para ver que hay debajo (más basura). Se marchan sin decir nada. Empiezo a ordenarlo todo. Aparece el gato de mi hermana, se pone en pie sobre las patas traseras y me ayuda a empujar la cama a su sitio. Ay que ver, le oigo decir. Pienso que cuando le cuente a mi madre que el gato ha hablado no va a creerme.

san petersburgo

viernes, 7 junio 2024. La casa de mis padre tiene mucha luz, tanta que parece artificial. Los muebles también son claros. Las mujeres de mi familia llevan vestidos de verano blancos con florecillas de colores. Están todas, incluso las que murieron (mi abuela, mi tía P). También Marina (amiga de la familia). Todos parecen jóvenes y alegres. Están tan contentos que no sé cómo darles la noticia: Vengo del que era mi cuarto, mi hermana y mis primas se han rapado la cabeza (mal, a mechones) y mi hermana ha dicho que se va a San Petersburgo. Ha dicho que se iba a pasar las navidades, que ya sabe que es muy caro pero le da igual. Claro, como tú no lo pagas, le he respondido antes de salir de la habitación. También le he recordado que le había tocado presidir la mesa electoral el domingo. Mira el papel, lo rompe y lo tira al suelo (que está lleno de ropa y zapatos). Mis primas no dicen nada, bajan la mirada. Entonces es cuando salgo y encuentro toda esa luz. Me fijo en que mi tía M lleva un disfraz de unicornio, pero solo la parte de arriba. Cuando entra mi padre con una cámara de fotos ella intenta estirarlo hasta los pies para taparse. Mi madre ríe a carcajadas. En el salón, donde debería estar el mueble de la tele, hay una pista de tierra donde unos niños hacen carreras de coches.

gincana

miércoles, 5 junio 2024. Participo en una gincana. Voy en silla de ruedas y tengo que salvar muchos obstáculos. Salgo de una habitación de hotel y el pasillo es muy estrecho. Al llegar al ascensor pienso que seguro que hay alguien dentro para entorpecer el camino. Efectivamente. Un tipo dice que no cabemos los dos, pero entro de todos modos (él queda apretujado al fondo). Intenta besarme. Lo empujo como puedo, ya que si me levanto o uso las piernas pierdo. Al llegar a recepción protesto, porque no estoy segura de si forma parte del juego o es un trabajador del hotel (no me hacen ni caso). Una vez en la calle todo me parece un teatro (personas que hacen que se tropiezan conmigo niños que se sueltan de la mano de su madre y se me suben a las rodillas, etc). Paro el tráfico con la mano para cruzar y decido avanzar por la carretera (las aceras que están atestadas de gente). Voy dándole a las rudas con las manos. Las ruedas son muy rudimentarias (no son de las que llevan una doble para no ensuciarse las manos), temo pisar alguna caca de perro. Pienso en las personas que van en sillas de ruedas de verdad, en lo que tienen que pasar cada día. Finalmente, después de muchas penalidades, cuestas y escalones, llego a la meta que es una especie de cobertizo que se cae a pedazos. ¡Ya eres GO!, dicen mientras aplauden. Me piden que me le haga una foto a un muñeco de plástico de tres centímetros (igual a uno que me salió en un chicle Bazooka y que encontré ayer por casualidad en un cajón) para ponerlo en el carnet de Gincanista Oficial (así le han llamado). Todo me suena a cuento a pesar de su entusiasmo. Pienso que he estado perdiendo el día para nada. Cada vez que intento hacerle la foto al muñeco se tumba. Además, la cámara que me han dado está abierta, es de carrete y no creo que salga nada. De todos modos, lo intento una y otra vez.

el invento del siglo y una bolsa muy blanca

lunes, 3 junio 2024. He llegado con mis padres a un pueblo. Entramos en un portal a cambiarnos de ropa. Llega Juan con una especie de mando a distancia que emite una luz roja. Dice que es lo último en tecnología, que hace que nos veamos a nosotros mismos y todo lo que nos rodea, que revolucionará el mundo. Lo enfoca hacia la frente de mi padre. Mi padre abre mucho los ojos y dice entusiasmado que ahora lo comprende todo, que lo ha visto todo (pienso que al fin será feliz, podrá dormir y dejará de hacerse preguntas sin respuesta). Después enfoca la frente de mi madre. Mi madre se encoge de hombros (no me queda claro si ya lo sabía todo o no ha sentido nada especial). Cuando llega mi turno, noto únicamente un poco de calor en la frente. Pienso si esa luz hará que me salgan más pecas. Por no hacerle un desprecio a Juan (y no quitarle la ilusión a mi padre), le digo que está muy bien, que es un invento increíble y que lo patente cuanto antes.
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Me asomo a la cristalera de la que se supone es mi casa (no se parece en nada). Para correr las cortinas tengo que mover una bolsa enorme de reciclaje. Dentro hay botellas, plásticos y papeles, todo mezclado. Se supone que tengo clase. Miro el asfalto desde arriba, parece que ha llovido. Pienso si llamar a Javi para decirle que nos veamos un poco antes de entrar, para charlar junto a la escalera que lleva al colegio, donde se ponen los que fuman. Mientras pienso en si llamarlo o no me acuerdo de Daniel. Pienso en cómo sería mi vida con él, si él mezclaría botellas, plásticos y papeles en una misma bolsa. Sé que tengo que irme ya o llegaré tarde a clase, pero la bolsa es muy blanca, me parece preciosa y no puedo dejar de mirarla.

la fiesta de las gelatinas perdidas

domingo, 2 junio 2024. Un niño prepara su fiesta de cumpleaños. Espero con él en la acera (es una calle de chalets años 70 con jardines y vallas bajas de travesaños de madera blanca). Llega una camioneta como esas que venden helados en las películas americanas. Si pararse siquiera, va dejando un reguero de gelatinas de fresa con forma de flan. El niño y tratamos de salvar algunas, pero nada más caer al asfalto se deshacen. El niño entra en la casa muy triste. La cocina está adornada con guirnaldas de colores. Aparece Héctor. Dice que sus amigos llegará enseguida para la fiesta. Dudo que hable de la fiesta del niño porque va poniendo sobre la mesa de la cocina un montón de cajas con botellas de distintos licores. Abro una plana que parece una petaca. No sabe a nada y me la voy bebiendo sorbos, mientras ayudo a decorar el resto de la casa. Llegan de golpe unas cincuenta personas (todas extranjeras). Una chica china ha traído a su mascota. Qué gato más mono, le digo por decir algo. Todos ríen. Cuando me fijo, es una culebra disfrazada de gato con una funda hecha de ganchillo rojo. Oigo mi móvil sonar a la lo lejos. Lo encuentro dentro de un bolso que no es mío, en una butaca de mimbre del jardín. Es Alberto, dice que está muy triste por lo de las gelatinas y que se ha tenido que marchar porque tiene trabajo. Le digo que me vuelvo a casa, que allí no pinto nada. Junto al bolso hay un gato igual al de mi hermana que me mira con los ojos muy abiertos. Le abro la boca y le saco el pañito de croché que me regaló Isabel María. El gato casi me sonríe y se me restriega a modo de agradecimiento. Dudo si llevármelo a casa.

orejas tiesas

sábado, 1 junio 2024. Llego a un piso destartalado con Rosario (una compañera de colegio a la que no veo hace 40 años). Se supone que soy jurado de un premio. Al llegar me dan unos trozos de tela sin dobladillo. Algunos quieren parecer prendas de ropa. No sé qué hacer con ellos y se los paso a Javier, que los mira con desprecio. Al cabo de un rato me los devuelve. Dice que ninguno vale nada, que están para premiar. Pienso que tendré que explicar el porqué. Javier desaparece. Nos traen comida y bebida. Solo quiero irme de allí, pero se ha hecho de noche y no sé ni en qué ciudad estoy. Rosario dice que se va, que ha bebido demasiado. Le digo que no me deje sola, que no sé volver a mi hotel y Alberto me espera. Ana se me acerca. Me alegro muchísimo de verla, la abrazo. Ella está fría, no comprende por qué eché atrás su trabajo. Le explico que sus orejas de conejo podrán mejorarse. Todos ríen. No sé de qué (se supone que el concurso era de poemas convertidos en disfraces de animales). Le digo que sé que ella puede hacerlo mucho mejor, que se exija más, que las orejas de conejo no pueden ser flácidas, han de tener cuerpo. Para explicárselo, me pongo las manos sobre la cabeza como si fueran dos orejas tiesas. Ella asiente. Nos ponen más bebida, ahora copas de champán. Las de los demás son altas y muy bonitas, la mía es una copa baja con forma de campana. Hago que bebo para no despreciarla (no me gusta nada el champán). Le pregunto a Ana si tiene pareja. Dice que ha venido con una amiga. Me refiero a si vives con alguien, insisto. Sigo casada, dice. Qué pena, porque mi amigo, ¿te acuerdas de él?, sigue enamorado de ti. Mmm..., dice ella poniendo los ojos en blanco. Mientras sucede esta conversación, la mesa ha ido convirtiéndose en una cama sin sábanas, un colchón de lana muy usado, y han llegado mi profesor de biología del instituto con dos colegas (uno de ellos, el actor Wallace Shawn). Busco a Rosario con la mirada por si todavía puedo irme con ella. Nada.

caracolas y cauris

jueves, 30 mayo 2024. Alberto y yo paseamos por la orilla. El agua está tan limpia que entran ganas de bebérsela. Como siempre, miro más las piedras que el mar. Veo una caracola pequeña, al lado otras tres. Unos pasos más allá un puñado de cauris (uno, exactamente igual al que encontré en Pedregalejo cuando era niña). Parece que se arremolinan a propósito, digo. Llega un chico muy joven, saluda, quiere enseñarme algo en su móvil. Es Tony. ¡No te había reconocido, qué delgado estás! Sí, dice pasando del asunto. No solo está más delgado, también más joven, parece que tenga 20 años. Por su gesto, temo que lo que vaya a enseñarme en el móvil sea una mala noticia.

dos gatos y un bosque

miércoles, 29 mayo 2024. Al doblar una esquina, veo a Agustín y J.A. J.A. está en una hamaca y tiene dos gatos muy pequeños (caben en la palma de la mano). Nos despedimos y entramos en el coche. Yo voy en el asiento de atrás. Veo que uno de los gatos nos ha seguido e intenta agarrarse con las uñas al cristal, pero resbala una y otra vez. Abro la ventanilla, saco la mano y el gato se me agarra muy fuerte. Consigo meterlo en el coche. Una vez dentro olisquea todo y desaparece. Pienso que se habrá ido hasta el motor. Pienso que acabará chamuscado.
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Llego con mi tía M, Gabriel y su familia, a casa de mi abuela. Gabriel dice que quiere visitar un bosque. No hay, respondo. Pues una librería. Pienso que tengo que hacer comida para todos y no me va a dar tiempo. Mi tía dice que soy una antipática, que por qué digo no a todo. Le digo que estoy hasta las narices de hacerlo yo todo, que nadie me ayuda a nada y cada vez me exigen más. Todo eso lo digo mientras pongo la mesa y ella se lima las uñas.

crisálida

martes, 28 mayo 2024. Se supone que he quedado con alguien. Llego a un portal a la hora acordada, bajo unas escaleras y solo veo una caja de pizza. La abro. Dentro hay un tipo que sale de un plástico. Le digo que no podemos esconderlo mucho más tiempo, que debe huir lo antes posible. No sé cómo acabamos en casa de mi abuela. Al entrar en el comedor, mi padre, joven y animado, dice que ha compuesto algo, si queremos oírlo. Se sienta al piano y toca vigorosamente. Sobre la mesa hay unos buriles que, en el mango, llevan las tablas de multiplicar. Pienso que mi madre ha estado haciendo limpieza y piensa tirarlos. Me los guardo. La canción que toca mi padre parece una sintonía de anuncio, pero no le digo nada. Aplaudimos. Le digo que ahora que ha empezado no lo deje. Voy al baño y me sueno muy fuerte porque no puedo casi respirar. Me sale un globo lleno de líquido del tamaño de una castaña. No sé qué hacer con él, si echarlo al váter, llevarlo a la basura o guardarlo. Lo dejo sobre el lavabo. Recuerdo que, con las prisas, no metí el coche en el garaje. Salgo a todo correr. Ya es de noche. El coche parece haber menguado. Para abrirlo uso uno de los buriles. El freno de mano es una palanca extraña. El coche sigue menguando. Tanto, que puedo moverlo y aparcarlo en su plaza, simplemente, empujándolo con un dedo.

estropicio

lunes, 27 mayo 2024. Estoy en una especie de iglesia donde dan una charla. Veo que Mesa Toré se levanta, se pone un abrigo enorme y se dispone a salir. Le digo que me voy con él (pienso que si nos vamos juntos no me dirán nada). Vamos por la calle hablando de su móvil, de que no sabe enviar mails. Intento enseñarle con el mío, pero no funciona. Llegamos a su casa. Dice que entre. Nos recibe su madre. En realidad es mi suegra, pero no digo nada. Va vestida como si fuera una niña, con una falda verde acampanada muy corta. Me alegro mucho de verla. Nos dice que va a ponernos algo de merienda (siempre tan amable, pienso). Mesa le dice que zumos. Cuando va a buscarlos me fijo en que el reloj está parado. Ella cree que son las seis pero son las cuatro, le digo. Él se ríe y hace un gesto de, da lo mismo. Intento poner el reloj en hora, pero tiene alrededor y encima tantos adornos que se caen todos al suelo y formo un estropicio. Intento arreglarlo todo antes de que ella llegue.

edad

miércoles, 22 mayo 2024. Voy en un autobús atiborrado. Un tipo con su hijo (y un triciclo) intentan salir. Se hace paso entre la gente. Cuando sale, como si fuera una costumbre, votan qué edad aparentaba. Todos votan. Nadie acierta, tenía treinta y cinco. Digo que eso es imposible porque parecía mayor que yo y yo voy a cumplir sesenta. Me miran, comentan entre ellos y aplauden.

que nada te detenga

lunes, 20 mayo 2024. Estoy de visita en casa de una chica. La casa es una habitación rectangular atiborrada de cosas. Un chico (se supone que es poeta) está tumbado en un sofá rígido de cretona y nos cuenta su vida. Yo hago que me asombro de todo (no sé qué hago allí y pienso que así terminará antes y podré irme). La chica dice que quiere enseñarnos algo. Salimos de la habitación y entramos en otra idéntica vacía, con paredes suelo y techo de cemento. No tiene ventanas, solo unas ranuras cerca del techo. Me gusta más que la otra. Dice que no sabe qué hacer con ese espacio, que hay gente que lo ha decorado y agrandado su casa. Le digo que debe hacerlo cuanto antes, pero con menos cosas o repartir las que tiene entre las dos habitaciones. Si tanto te gusta quédatela, me dice. De repente me invade una oleada de calor y felicidad desde los talones a la cara.
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Tengo que recoger un par de paquetes. Le digo a Alberto que mientras él recoge uno donde estaba la comisaría, yo subo hasta donde estaba la Casa de la Cultura a recoger el otro. Veo que están cerrando, pero Alberto entra por debajo de la persiana a medio echar. Me gusta ese gesto de no darse por vencido. Cuando lego a mi destino está cerrado. Recuerdo a Alberto y salto la verja. Llamo a la puerta. Primero con los nudillos, después al timbre. Aparece un topo enorme. Parece de juguete hecho de terciopelo mojado. No estoy segura de si es un topo o un ornitorrinco. Empieza a subir pegado a la pared como si fuera una salamanquesa. Me da más asco que miedo. Salto de nuevo la valla y me alejo.
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Se supone que volvemos de algún sitio y que, a la ida, Josemari ha perdido una figurita de plástico. Me cuenta cosas sobre su padre. Cuando estamos llegando a casa (se supone que somos vecinos) le digo que voy a encontrar su figurita, que nunca hay que darse por vencido. Miro la acera palmo a palmo y, en un hueco, veo la figurita encajada. La saco con mucho cuidado y corro a dársela. Estaba encajada del revés, por eso no la vimos al pasar, le digo. Entra en su casa y yo en la mía (se entra directamente a la cocina) y les cuento entusiasmada, a Alberto y Salvatore, lo que ha pasado.

suelo de cristal

sábado, 18 mayo 2024. Estoy en una habitación de hotel demasiado ostentoso. Todos es dorado y el suelo es de cristal para que se pueda ver el paisaje. Salgo a dar una vuelta. Cuando regreso, el ascensor solo tiene dos botones. Una chica baja inmediatamente asustada y un señor se ríe. Pulso el delsegundo piso y ya buscaré la manera de seguir subiendo. Llegamos a una terraza. El señor desaparece entre la gente. La terraza des una sala de espera enorme llena de gente que se queja (dolorida y triste). Intento preguntar a varias enfermeras por dónde se sube alas habitaciones más latas del hotel. Nada. Una de ellas, con un vestido blanco de flores llamativas acampanado hasta los pies, me dice que espere como todos. Intento explicarle que no soy una enferma, que solo quiero ir a mi habitación. Nada. Me siento en el poyete de la terraza, como los demás. Una chica me mira fijamente. ¿Qué?, me dice. No he dicho nada, le respondo y comienza a contarme entre lágrimas que le duelen mucho los riñones, que le van a estallar. Le digo que mejor vaya a urgencias y la atenderán inmediatamente. Su novio la abraza y me mira con cara de malas pulgas. Le digo que seguramente sea una piedra, que mi madre expulsó una y dijo que había sido peor que un parto. Y eso que tuvo dos hijas, añado. Eso parece hacerles mucha gracia a los que me rodean y se vuelven afables. Una pareja mayor muy elegante me pregunta si tengo hijos. Ni hijos ni piedras, digo y todos vuelven a reír. A mi lado, una chica muy pija me dice que va a apuntarme su teléfono para que la llame si voy a Valladolid (lo apunta con rotulador rojo en el empeine de mi pie izquierdo (escribe, Begoña y un número). La pareja mayor y otro chico también muy pijo me hablan de política, de cómo ha cambiado todo. Si no me parece que AP sonaba mejor que PP. Le digo que sí, que sonaba mejor y que eran mejores políticos aunque yo jamás le votaría a un partido de derechas aunque me mataran. Hablamos mientras caminamos sin rumbo por la terraza. Ya no quedan pacientes. Otro chico tipo Bustamante se mete en la conversación, hace chistes, es muy amable, dice que me ayudará a encontrar mi habitación. Miro hacia arriba, señalo, ¡es esa! Todos miran, ven el suelo de cristal y exclaman, ¡ooh! Nos despedimos. La chica me recuerda que me dio su teléfono (me miro el empeine y el número se ha borrado, pero no digo nada). El chico pijo dice que su vuelo sale ya y se marcha. La pareja se despide cariñosamente. El chico Bustamante me abraza, dice que no puede separarse de mí. No sé ni cómo te llamas, le digo (responde algo parecido a Nachete). ¿Eres de Santander?, pregunto. Niega con la cabeza. Dice que es del Real Madrid y enumera a los jugadores. Me separo de él teatralmente, le digo que entonces nuestra a mistad es imposible. La pareja mayor ríe la broma. Él casi llora. Se supone que ha pasado mucho tiempo porque voy vestida con otra ropa. Vuelvo a subir en el mismo ascensor y llego a la misma terraza. Una enfermera muy borde no quiere decirme por dónde llegar a mi habitación. Vuelvo a pasar por el mismo poyete, y allí está Nachete, tumbado sobre una toalla, con ropa de verano. Me sorprende y me incomoda mucho verle allí. Me mira con cara de, ya era hora que llevo meses esperándote. No sé qué decirle.

concierto

viernes, 17 mayo 2024. Estoy en la Alameda. Han cortado el tráfico y puesto un escenario. Me parece exagerado porque solo canta un tipo más bien pequeño y sin orquesta. Estoy con un grupo de amigos (entre ellos, la familia Chivite, Salvatore, Francis, Javi y Héctor), pero no hablamos entre nosotros, como si no nos conociéramos o no me vieran. Poco a poco se van marchando. El cantante se ha acercado varias veces a mí para preguntarme, entre canción y canción, cómo es que me sé todas las letras. ¿Porque soy muy fan?, le digo sin convicción. A ver si te sabes esta, dice enseñándome un maletín. Si habla de dinero y marcharse sin despedirse me la sé, respondo. El cantante mira a su alrededor y pide (para mí) una ovación. Miro hacia atrás y veo que mis amigos se han marchado. Solo queda Héctor a mi lado con gesto de atarse los zapatos, pero actúa como si yo no existiera. Me fijo en que los zapatos de Héctor son verde turquesa, parecidos a los pies de gato de los escaladores, sin cordones. Tampoco lleva calcetines. Miro a mi alrededor, me siento muy sola.

erratas

jueves, 16 mayo 2024. Leo un libro de poemas y señalo con asteriscos azules algunas cosas. Se lo paso a Begoña que me lo devuelve a los dos segundos. Cuando lo abro veo que ha corregido un montón de erratas en rojo y ha hecho algunos comentarios. Se lo enseño a Alberto. ¿Has visto que rápida es?, le digo.

corona vs yen

miércoles, 15 mayo 2024. Llegamos a casa de Carmen y Enrique (que en nada se parece a su casa, salvo por la cantidad de libros). Hay una habitación estrecha donde han puesto dos estanterías enfrentadas. En la partes de abajo hay varias enciclopedias. Carmen dice que no sabe qué hacer con ellas. Le digo que me pasa lo mismo, que tengo dos que me compró mi padre cuando empecé el colegio, que cada semana leía un fascículo y cuando la encuadernaron ya me las había leído completas. Enrique me pregunta qué haré con los cómics. Le digo que algunos los regalo, que estoy empezando a deshacerme de cosas. Pienso que podría regalárselos todos a él, para sus hijas, menos los de Federico del Barrio. En ese momento Carmen dice que nos preparemos para la feria, que qué vamos a ponernos. Le digo que voy a ir así, como estoy, que no me apetece disfrazarme. Pero te tienes que poner al menos la moneda de cinco yenes al cuello. Le digo que no, que esa moneda me dio muy mala suerte. Pues entonces otra que tenga agujero. ¡Te la tienes que poner, va a ser divertidísimo! dice riéndose. Pienso en si llevaré en el monedero la corona noruega que traje de Oslo.
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Alberto y yo estamos en unos grandes almacenes mirando fundas de almohada. Nos encontramos a Caína. Está muy mayor y algo desaliñada. Alberto le dice que debería cortarse el pelo. Seguimos mirando enseres para casa cuando vemos a pasar Caína. Se para a saludar desde la acera. Se ha cortado el pelo como antes, parece mucho más joven y feliz, ríe y da saltos para saludarnos con las dos manos. Después sigue su camino. Yo me alegro muchísimo de ese gran cambio. Alberto se pone muy triste. Pienso que preferiría irse con ella que esta comprando cuencos, platos de postre y fundas de almohada.
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Estoy con mi tía M y mi madre en su cocina. Hago la lista de la compra, les voy preguntando qué hace falta. ¡No hay nada!, dice mi madre. Algo habrá, lo que pasa es que como ahora comes más se acaba antes, responde mi tía. Abro el horno y veo un montón de comida amontonada. ¿Sabéis por qué mi hermana esconde comida?, le pregunto. En ese momento entra mi hermana. Cierro la puerta para que no sepa que sabemos su secreto.

bloqueo

martes, 14 mayo 2024. Voy en autobús. Una chica va sentada con su hija. Es rubia y muy elegante (se parece a Uma Thurman). Lleva un anorak tan grande que parece que lleve un edredón por encima. Cada vez que el bus frena se le cae y le tapa la cabeza. La chica hace la broma de que soy yo quien la tapo. Parece que vuelven de un largo viaje porque llevan muchas bolsas. Me cuenta cosas muy lentamente, como si estuviera a punto que quedarse dormida. Pienso que me suena, que estaba en mi clase en el colegio, pero la traté muy poco y ella no debe acordarse. El bus para en una calle horrible con edificios destrozados. No le pega nada vivir en un sitio así. Como mientras me hablaba yo iba distraída, no recuerdo casi nada, pero sí que me dijo que ahí donde la veía era muy pobre pero que para ella la riqueza era tener una parada de autobús en la puerta de su casa. Efectivamente, el bus se para y ella salta directamente a su portal. Se despide con la mano. Me fijo en dos torreones muy antiguos que hay enfrente. No sé dónde estoy. Una señora enorme se deja caer en el asiento que antes ocupó la chica. Vuelvo a mirar por la ventanilla y decido bajarme o no llegaré al otro autobús que me deja en la casa de mis padres. Empieza a anochecer. Intento mirar en la tableta a qué hora pasa el C1, pero me pide dos claves. Las pongo. Después aparecen unas preguntas sobre una trama. Soy incapaz de leerlas, respondo cualquier cosa y la tableta se bloquea. Aparece la foto de la policía y un aviso para que me la desbloqueen ellos. No tengo tiempo y corro hacia la parada. La parada es una habitación enmoquetada con asientos pegados a la pared. Delante de uno de ellos hay una bolsa de cartón y una chaqueta. Miro a mi alrededor y no hay nadie. Fuera es ya completamente de noche y no hay ni una sola luz encendida en la calle.

trapecios y triciclos

lunes, 13 mayo 2024. Estamos en lo que parece una tasca medieval con mesas y bancos corridos de madera. Al fondo hay una especie de trapecios muy toscos. Oeste salta de uno a otro con ligereza hasta llegar a donde estamos. El mesonero le dice que lo hará muy bien (como si fuese a actuar esa noche). Le digo que yo también quiero actuar. Se ríen de mí con cariño. Me ato al cuello un mantel a modo de capa y voy hacia los trapecios. Subo al primero, me balanceo y salto al segundo, pero los travesaños no son de madera, son cuchillas afiladas. Me dejo caer. No comprendo cómo Oeste ha aguantado ese dolor. Vuelvo avergonzada. Oeste me abraza para consolarme. Por la ventana veo aparecer a dos tipos con tatuajes de esvásticas y navajas. Doy aviso y nos escondemos donde podemos. Los servicios son una especie de laberinto de planchas de conglomerado. Qué inocentes, ahí los van a encontrar enseguida, pienso. Abro una puerta de madera muy antigua. Es una habitación de dos por dos metros con el suelo de arena. Hay un tronco y una vasija rota. Las coloco de manera que pueda esconderme detrás tumbada.
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He quedado con Bel para que me dé su nuevo libro. Estoy en casa de mis padres. Suena el móvil, pero la pantalla se ve blanca, no puedo responder. Aparecen intermitentemente una letras con un mensaje. Mi madre me ayuda a descifrarlo. Pone "Otra vez será", dice mi madre. Me alegro, porque estoy cuidándola y no hubiera puedo dejarla sola.
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Entro a un salón de actos. No sé bien cómo he llegado ni qué hago allí, Los alumnos (o lo que sean) se sientan desperdigados. El salón parece vacío. Una señora comienza a pasar lista, pero están tan lejos unos de otros que no se entiende nada. Una chica sirve unas copas pequeñas con un líquido que lleva encima clara de huevo batida. Cojo la copa por no hacerle un feo. A mi lado, una chica con capa se la bebe de un trago. Ese te ha mirado dos veces, dice señalando a un tipo muy alto y muy guapo. Es uno de los músicos que va a actuar, se supone. ¿Qué te parece?, pregunta. Me gustan los altos, respondo. La señora que pasaba lista pregunta con apuro si hay algún flautista en la sala (como cuando preguntan si hay un médico). La chica de la capa, señalándolo, dice que el tipo alto es flautista.
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Estoy con Alberto y Francis en la terraza de un bar. Más que la terraza es en la acera, en unas sillas pequeñas de anea. Francis tiene a su lado una especie de triciclo-trineo de plástico con ruedas. Pienso que sería de sus hijos cuando eran pequeños, pero dice que lo encontró sobre un contenedor junto al Mercado de Atarazanas y que ahora es lo único que usa para desplazarse, que es muy cómodo y no gasta nada. Yo le digo que desde que tengo el triciclo voy a todas partes en él, pero siempre tengo que buscar calles que estén un poco en cuesta para dejarme caer porque no tiene pedales. Un tipo que está en la mesa de al lado, nos mira con gesto de burla. Yo digo fuerte, para que me oiga, que no me da vergüenza nada.

camaleón y rosa de jamón

jueves, 9 mayo 2024. Estamos reunidos en la casa de mi madre y de repente, desde la terraza, entra Isabel Díaz Ayuso dando zancadas. Pienso que será nuestra nueva vecina. Me pregunto cómo habrá saltado de su terraza a la nuestra. Dice que su camaleón se ha escapado. Lo veo en un rincón del techo y lo señalo. ¡Allí!, soy muy buena encontrando a Wally, digo. Todos se ríen. Ella se pone muy nerviosa y dice que se lo devuelva. Cojo un palo extensible de fregona. El camaleón se sube y lo pongo encima de la mesa. Mientras voy a dejar el palo en su sitio, mi madre (que siempre corta cualquier alimento en trocitos muy pequeños) ha cortado al camaleón con una cuchara. Dice muy contenta, con gesto de tener cinco años, que en trocitos será más fácil llevárselo a casa. Le digo que por qué ha matado al animalito, que no soporto más vivir en esa casa. En realidad estoy furiosa por ver a mi madre tan infantil, haciendo locuras. Me encierro en mi cuarto a llorar.
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Estoy en la parada del C2. Donde antiguamente había una tintorería han puesto una tienda. No se sabe muy bien de qué es porque solo tiene un mostrador. Está completamente vacía. Mientras espero en la parada, una chica le regaña a una madre por regañarle a su hijo. Se enzarzan en una pelea. La gente que pasa se pone de parte de una o de otra. Yo me escabullo, entro en la tienda. Le pregunto qué vende. Dice que es una óptica y también hacen análisis. Pues viviréis de hacer análisis, le digo. Como la pelea continúa, le digo que las gafas las cambio cada tres años, sin embargo análisis una vez al año. Me pregunta si quiero hacerme unas gafas. Lo dice y saca una jeringuilla de debajo del mostrador.
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Estoy con Alberto en un bar. Probamos algunas tapas (me extraña su manera de degustarlas, calibrándolas). De repente sale corriendo. Aparece con unos compañeros del trabajo. Eski se sienta a mi lado y me cuenta algo, pero no le presto atención. Alberto llama al camarero dando dos palmadas. Me extraña mucho su actitud, parece que esté actuando. Siento una tristeza y una soledad enormes. El camarero, un señor mayor vestido de etiqueta, vuelve a traer las mismas tapas, ahora para todos. A mí me pone delante una rosa hecha con jamón. Esa tapa no la había puesto antes. Lo miro asombrada. Me guiña.

letras góticas

miércoles, 8 mayo 2024. Hay una fiesta en la azotea de la casa de Elisa y Andrés (no se parece en nada a su casa). A la izquierda hay un escenario improvisado con una especie de toldo. Va a tocar un grupo. Le digo a Elisa al oído que yo sé tocar la flauta. Se lo toma en serio y me anima a que toque con ellos. Pienso que no se acuerda de cuando le dije hace años, también en broma, que Daniel, ella y yo podíamos formar un grupo. De repente se levanta viento. A la derecha hay una piscina con espuma. Andrés intenta taparla con unas lonetas azules para que no moje a nadie, pero no lo consigue. Todo se vuela, hasta los invitados. Cuando se acerca le digo que también se ha volado el toldo, que solo he conseguido salvar los jabones, pero se han deslavazado. Los toma de mis manos de todos modos, aunque parecen gachas. El único que ha aguantado en la azotea es Francisco, que pasea como un penitente con una botella en la mano. De lejos parece de cerveza (me extraña porque no bebe alcohol). Cuando pasa por delante de mí me fijo en que, aunque la etiqueta parezca de cerveza de abadía, pone Chocolate con letras góticas. Bajamos a la casa. Los invitados parecen pasarlo bien. Llega Cumpián, le hago cosquillas en la espalda para no asustarlo. Me abraza. Le pregunto cómo está. Se encoge de hombros. Lo de siempre, dice mirando a su alrededor. Como en la canción de Extremoduro, ¿no? No sabe de qué le hablo. Salir, beber, el rollo de siempre..., le canto.
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Tengo un montón de cosas sobre la cama. Estoy preparando un paquete con regalos para Pablo. Entre las cosas que meto hay dos libros, una libreta, un buril para modelar, una espátula para mezclar óleo, un alargalápices, dos plumas y un puñado de lápices de colores antiguos. Busco un papel de regalo para envolverlos, retorciendo el papel por los extremos, como si fuese un caramelo.
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Mi madre me pone delante un cuenco de plástico con agua donde flotan dos comprimidos de paracetamol.

pijama

viernes, 3 mayo 2024. Llego desde la panadería que había en calle María a la casa de mi abuela. Tengo que contarle algo muy importante a Alberto, pero en ese momento lo llaman por teléfono. Oigo la voz de una chica. Le dice que ha visto a alguien sospechoso en su parada de bus y que vaya a socorrerla.
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Me encuentro a Puri en el portal de mi antigua casa (que ahora el portal sea una oficina de Correos no nos llama la atención). Las dos tenemos que echar unas cartas. Me dice que la espere y que después podemos volver juntas. Le pido unas monedas para llamar a mi madre. Llamo desde un teléfono que hay en un mostrador mientras ella va al baño. Después no sé qué pasa, que salgo de allí y acabo en una casa mata (muy parecida a la de doña Antonia). Es de noche y oigo ruidos. A un lado hay una pareja joven (se hacen fotos en el jardín; ella va casi desnuda). Al otro, una reunión de personas mayores con acento argentino jugando a las cartas y organizando una fiesta de disfraces.
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Salgo de la que fue mi casa y veo a mi madre en la acera (no se parece en nada a mi madre, es una señora muy fea vestida con colores chillones). Me acerco para contarle lo que me pasó con Puri. Me dice que soy una irresponsable, me da gritos. Le digo que me deje hablar, explicarme, pero acabamos las dos gritándonos.
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Lydia Lozano está de vacaciones en Benidorm y se supone que tengo que darle un regalo (un pijama). No sé cuál es su hotel, todos me parecen iguales. Entro en uno muy oscuro con una escalera tapizada de verde. Antes de llegar a los ascensores hay una especie de balcón donde están Felipe y Letizia. Les pregunto si saben dónde se aloja Lydia Lozano. Él me dice que es muy fácil, que siga las pistas, que mire donde señala el dedo. Recuerdo que hay un edifico con un luminoso de un dedo que se enciende y apaga. Como sea su casa, te como la cara, le digo y me voy. Pienso que jamás había dicho esa frase (que no me gusta nada). Efectivamente, cuando llego al luminoso del dedo, Lydia sale del portal y se abraza a un amigo. Pienso que no es momento de darle ningún regalo.

pescadores y vetas

jueves, 2 mayo 2024. Llegó a una librería larga y estrecha. Javier está al fondo, esperándome para una presentación. Se supone que es una antología y debemos leer varios autores. Le pregunto cómo irá la lectura. Dice que como son poemas enlazados, que cada autor que lea uno y el otro lo sigue. Sobre la mesa hay un ejemplar del Diccionario lacónico de Miguel Catalán. Le digo que lo lea, es un libro extraordinario. Él me dice casi al oído, como si fuera un secreto, que tengo que escribir un libro sobre pescadores, que es el tema de moda, que sería auténticamente moderno.
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Llegó a una especie de instituto desangelado. Entro en una sala enorme con unas mesas grandes de madera. Las mesas no pegan nada con el sitio. En una de ellas veo a Chivite y me siento frente a él. Se supone que tenemos que hacer un examen. La profesora hace sonar algo metálico y dice que empecemos. El resto de la clase escribe. Chivite y yo nos fijamos en que la mesa tiene unas vetas que parecen un camino con curvas que van desde él hacia mí. Ponemos cara de velocidad y hacemos los gestos y ruidos de quien conduce un bólido a toda pastilla.

niño menguante

miércoles, 1 mayo 2024. Estoy en casa de mi bisabuela (pero es un bar). Veo a unos niños en la calle y salgo a hablar con ellos. Todos salen corriendo menos uno. Me siento en el suelo a hablar con él. Le pregunto cómo es que van solos por la calle. Dice que no quiere volver a su casa, que su madre lo maltrata. Me enseña unos wasap donde tampoco leo nada extraño, solo le dice que vuelva. El niño se va haciendo cada vez más pequeño hasta convertirse en un muñeco de plástico de unos siete centímetros. Cabe en la palma de mi mano. Lo envuelvo en un pañuelo para no hacerle daño. Los amigos del bar me dicen que lo deje en cualquier sitio y nos vayamos a casa, que es muy tarde. Veo un coche de policía, pienso que quizá ellos puedan llevarme a casa del niño para devolverlo a su madre, pero no sé la dirección.

secreto

martes, 30 abril 2024. Al entrar en el cuarto de baño de casa de mis padres, alguien empuja la puerta desde dentro. A los pocos segundos sale mi hermana con cara de haber llorado. Le pregunto si está bien. Dice que sí, coge su bolso y sale de casa. En vez de coger el ascensor o bajar la escalera, sube al quinto piso. Cuando se da cuenta comienza a bajar. No entiendo qué hace. Le pregunto qué le pasa. Está muy colorada. Dice que guarda un gran secreto y no puede más, que estos cinco últimos años ha estado saliendo con alguien. Pienso que es imposible porque la he visto quedar y salir con sus amigas. Dice que incluso le ha estado prestando dinero a esa persona. No me creo nada pero, por seguirle el cuento, le pregunto que si tiene pareja por qué llora, que dónde está el problema, si es que lo han dejado. Pone los ojos en blanco, hace un gesto teatral y, como única respuesta dice que tita lo sabe todo desde el principio. Ahora sí que no cuela, pienso. Si nuestra tía hubiese sabido algo me lo habría contado. No te creo, le digo. Está en el cuarto de baño, hemos estado hablando, dice. De repente pienso que quizá no sea mi tía M quien lo sabe todo sino mi tía E. Pero me resulta de lo más raro que haya sabido guardar ese secreto durante tanto tiempo.

leones y leonera

domingo, 28 abril 2024. Parece un centro comercial al aire libre. En el centro del centro hay una escalera de caracol. Mientras bajamos, respondo a alguien que seguramente los leones que aparecen en el pergamino eran las mascotas de los niños de la familia (no recuerdo la conversación, ni la pregunta anterior a esa respuesta; tampoco de dónde venimos). Una vez en la planta baja, me acerco a una mesa donde está Alberto. Come una especie de fingers de queso. Me llama la atención que los camareros estén comiendo con él. Una chica asiática me habla como si fuera tonta (yo) o una niña o una extranjera, vocalizando, explicando lo que hay en cada plato (restos y migas) e incluso intenta meterme comida en la boca. Le digo de mala gana que sé perfectamente lo que es cada cosa y que no tengo hambre. 
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Busco algo en el que fue mi cuarto en casa de mis padres. Todo está revuelto, una auténtica leonera, hay muchas pelusas (algunas hasta ruedan con el aire que desplazo al moverme). Busco mi ropa porque tengo que irme, pero solo encuentro un vestido muy antiguo negro de florecitas blancas y los tenis. Me los pongo sin calcetines. Entre las pelusas hay monedas y un anillo que fue de una de mis tías abuelas. Cuando hago intentos por cogerlo mis manos se hunden en el suelo como si fuese de agua y las pelusas algas. Desisto porque tengo prisa (se supone que Alberto me está esperando). De repente mi madre se asoma por la ventana. Dice que el bolso que le regalé no es de su talla. Las asas son cortas, no me lo puedo poner al hombro, aclara. Le digo que lo miraré luego, que tengo prisa. Mientras salgo en estampida, pienso que no sé cómo he podido regalarle un bolso tan infantil. Mientras corro por la calle para alcanzar a Alberto, me doy cuenta de que no me até los cordones.

tortilla mutante

sábado, 27 abril 2024. Vamos en coche, Nos cruzamos con Ferran que conduce a nuestro lado pero en sentido opuesto. Nos mira mientras conduce. Está muy serio. ¿Cómo es posible que vayamos al mismo sitio y él conduzca en sentido opuesto?, pregunto. Porque conduce hacia atrás, dice Alberto.
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Llego con Carmen, Enrique y José Luis a un restaurante muy cerca del mar. La dueña sale a recibirnos. Nos habla como si la estuviéramos entrevistando para la tele. Nos explica (sin que le preguntemos) que han reformado el local y han conservado los nueve escalones que los separan de la playa, que han comprado el edificio colindante para hacer viviendas, no un hotel como todo el mundo cree. Que solo permitirá vivir a españoles, que no quiere personas de otros países. Lo dice todo con los labios estirados, con una especie de sonrisa falsa de monja que no me gusta nada. Entramos y nos sienta en la única mesa, en un rincón oscuro. Habló de reformas pero todo está viejo y sucio. La señora deja tenedores y un plato de loza blanco sobre la mesa y hace un gesto con la mano (supongo que significa que ya podemos comer). Enrique saca una tortilla que parece un bizcocho, del tamaño de un posavasos, que lleva en el bolsillo. No digo nada. Enrique y José Luis la pinchan dos o tres veces con sus tenedores y la tortilla comienza a crecer (le salen como unos arbolitos de brócoli pero amarillos, imagino que de huevo y patata). Comen con ganas mientras la tortilla sigue creciendo. Carmen la mira con recelo. Yo no sé qué hacer porque no sé si esas ramificaciones son de origen animal o vegetal. Finalmente me puede la curiosidad y como. Carmen me mira. Le digo con un gesto que no está bien ni mal, que no sabe a nada. De repente me doy cuenta de que a mi lado está mi sobrina nieta y mi cuñada. La niña quiere comer. La abuela le dice que ni se le ocurra, que es una de esas tortillas fantasmas que después te siguen creciendo en el estómago. La niña se levanta de la mesa llorando. Miro hacia atrás. Hay una grada de butacas de madera tapizadas en terciopelo color burdeos, todas están ocupadas, el público va muy bien arreglado, nos miran (incluso los hay con anteojos) cómo comemos. Algunas señoras aplauden. Siento que no quiero estar allí. Miro a Carmen, me entiende, se levanta. Enrique y José Luis dejan los cubiertos. Enrique deja dinero entre unas tablillas de madera y nos vamos. Cuando casi estamos fuera, Carmen dice que ha olvidado su bolso y yo me doy cuenta de que he olvidado también el mío. Volvemos a entrar. El público se pone en pie, aplaude como si fuéramos actrices que han vuelto para hacer un bis. Miro de reojo a la tortilla. Sigue creciendo.

manualidades

viernes, 26 abril 2024. Marcos me cuenta a lo que quiere dedicarse (no recuerdo qué) mientras nos acercamos a un muro. Le digo (mitad indignada, mitad con sorna y para que reaccione), que mejor gasta su tiempo en hacerme una de esas garrafas de agua que están envueltas en mimbre o, mejor, en tubo de goma. Dedícate a eso, ¿no? Al llegar al muro no paramos, seguimos moviendo los pies y dándonos con la cabeza contra él.
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Mi tía E y yo estamos solas en la sala de espera de un médico. Hay un sofá enorme y cómodo. Miro revistas. Empieza a llegar gente. De repente la sala está llena. Estoy en un extremo del sofá, espachurrada por otros pacientes, y mi tía frente a mí en una silla muy incómoda. La enfermera va llamando a todos menos a nosotras. Cuantos más llaman más se llena la sala. Me fijo en que mi tía lleva el vestido remangado, no lleva ropa interior y se le ve todo. Me acerco y le pregunto. ¿No te has puesto ropa interior? No me acuerdo y creo que me he orinado encima, dice y nos reímos. La levanto y nos vamos disimuladamente. En la calle le pregunto si se vistió ella o la vistió mi tía M. No se acuerda, cree que ella, dice. Nos reímos mucho, tenemos que agarrarnos la una a la otra, para no caer en la acera.
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Un señor mayo y yo volvemos de algún sitio. Es muy alto, se parece a Beckett, camina muy rápido delante de mí, me cuesta alcanzarlo. Mientras avanza me va contando cosas. A veces pierdo palabras porque va unos metros delante de mí. Al llegar a una calle llena de gente, tenemos que andar sobre lo que parecen ruinas romanas. Intento poner bien los pies sobre las piedras que forman una especie de laberinto de lo que fue una casa, para no caer. Lo oigo decir, unos pasos más allá, que le gusta ponerse mucho perfume y que, precisamente por eso, no se pone ninguno. Yo le digo que no llevo bien los olores, que me afectan mucho. De repente se hace de noche y se pone a llover intensamente. Corremos acera arriba. Tengo la sensación de que cuanto más hacemos por refugiarnos más fuerte cae la lluvia. Oigo que sigue hablando, pero ya no lo escucho, solo pienso en que, como voy siguiéndolo, estamos cerca de la casa de mi abuela y no sé si allí tendrán secador.
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Mirando cosas en Youtube, llego por casualidad a un vídeo donde se ve a Chivite (y a toda su familia y amigos) en una fiesta. Unos en el público y otros en el escenario. Primero canta su hija Laura y Chivite (y otros) tocan distintos instrumentos. Chivite toca la guitarra y hace los coros. Cuando la canción se acaba, Chivite continúa solo con un punteo y cantando como un profesional. Le escribo a Marcos, le mando el enlace y escribo: Ves, esto es lo que te dije, Chivite se ha desmelenado.

ajos crudos y libro de autoayuda para gatos

jueves, 25 abril 2024. Salgo del que fue mi cuarto de la casa de mis padres. Está toda la familia. La mesa de comedor abierta, llena de comida. Menudo desayuno, pienso. Me preguntan algo, pero no puedo hablar bien porque todavía estoy medio dormida. Mi tía dice que ha soñado con el primer ministro de Inglaterra, y pone los ojos en blanco. Será del Reino Unido, digo con voz de trapo. Mi madre interrumpe, dice que lo primero es desayunar para coger fuerza. Les cuento que he soñado que, mientras estaba en el cuarto de baño, aparecían Selu y Yuyu, habían montado una chirigota juntos y discutían sobre las letras; mientras yo no sabía qué hacer, me fijaba en una maceta que había junto al bidé, he intentaba moverla con el pie para le que diera un haz de luz que entraba por la ventana. Nadie me hace caso, así que me siento a la mesa. Sobre el mantel hay puñados de ajos y almendras. le pregunto a mi madre si los ajos están crudos o fritos. Fritos, dice. Al meterme uno en la boca noto que está crudo. Mi tía dice que no entiende nada esa casa, que solo tiene ganas de llorar, y señala un libro muy gordo de autoayuda para gatos que ha comprado mi hermana (como diciendo que gastan el dinero a lo tonto). Mi madre dice que hay que ponerse en marcha y ayude a mi otra tía a sacar la alfombra. No sé de qué habla porque nunca ha habido alfombra. Mi tía la mayor intenta acarrear muebles y una alfombra pesadísima ella sola. La alfombra está enrollada y atada con cinta americana. La ha sacado del estudio de mi padre. Corro a ayudarla porque pienso que si mi padre se entera de que allí guardan trastos viejos se va a liar una buena.

ventana indiscreta

miércoles, 24 abril 2024. Estoy en casa de mi abuela. Alberto y Francis dicen que se van al fútbol. Les digo que prefiero quedarme en casa. Miro a mi alrededor y no parece la casa de mi abuela, todo está desordenado y roto, como si hubiese pasado un tornado. Esperad que voy con vosotros. Empiezo a vestirme a toda prisa. No encuentro mi ropa entre los escombros. Doy al fin con una camiseta con el logo "Fruit of the loom" (la vi hace poco en un escaparate). Mientras me cambio en el cuarto de baño, veo a Francis espiándome desde la ventana que da al patio. Desde luego..., le digo enfadada y triste. Entre nosotros se acabó el misterio, pienso.
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Estoy con Alberto y Salvatore en una tasca. Se supone que estamos en la feria de Sevilla y estamos esperando a su hijo. Alberto va pidiendo cañas. Tenemos la mesa llena. Salvatore le dice que no pida más, que su hijo está a punto de llegar. Alberto pide una botella de vermú. Intento recoger algunos vasos y dejárselos al camarero en la barra. Uno de los vasos es enorme, de cristal muy fino, y se me va escurriendo hasta el suelo a cámara lenta. Intento que vaya pegado a mi cuerpo, piernas abajo, para que no se rompa. Llega intacto. El camarero me dice que son vasos muy frágiles, que se rompen con mirarlos. Por hablar de algo, le pregunto si lleva mucho tiempo allí (refiriéndome a las horas de feria). Desde 1989, responde.

300 kilómetros

martes, 23 abril 2024. Estoy con varias personas que no conozco, entre ellas una chica rubia (una mezcla de dos exparejas de dos amigos) que habla mucho y se ríe exageradamente de todo lo que dicen los chicos. A la hora de pagar saca una tarjeta como si fuera un mago, dejando claro que ella invita. Cuando la pasa por el datáfono, el camarero le dice que, no solo no tiene saldo, sino que es un cartón con forma de tarjeta. Ella pone gesto de niña pequeña, hace teatro y nos mira, esperando a que alguien pague. Alberto y los otros chicos se ofrecen. Paga Alberto. Le digo que siempre hace lo mismo, si no se dan cuenta de que es una gorrona. A lo que los chicos responden que, es tan guapa... El bar se ha convertido en un descampado junto a la autovía. Vamos hacia el parking. Alberto hace ademán de ir a echarme el brazo por el hombro. La costumbre, dice y lo aparta (se supone que ya no estamos juntos y ahora está con la chica rubia). Le digo que no entiendo qué ve en una persona así. No dice nada. Supongo que piensa como los demás, que es muy guapa y eso es más que suficiente. Le digo que prefiero volver andando. Son 300 kilómetros, dice. No digo nada y comienzo a andar junto a la autovía por no dar mi brazo a torcer. Mientras camino pienso, ¿300 kilómetros?, ¿pero dónde estoy?

tiranos temblad

domingo, 21 abril 2024. Estoy en una sala grande y circular de madera, acristalada, acogedora, como de albergue de montaña. Mientras le enseño a una chica a hacer cajitas con tapones de botellas, en la tele que hay sobre la chimenea, hablan de Uruguay. En ese momento, un grupo con maletas pasa por la sala. Entre ellos va Berto Romero. Señalo a la tele, y le digo a la chica que no deje de ver "Tiranos temblad", que es una maravilla, que a mí me cambió la vida. Esto último lo digo muy fuerte, exagerando el entusiasmo, para llamar la atención de Romero (apareció unos segundos en algún capítulo). Como no sé si me ha oído bien lo repito. "Tiranos temblad", ¡qué sentido del humor, qué maravilla! El grupo sale y, una vez fuera, veo como Romero se vuelve a mirar hacia adentro un par de veces. La chica se despide. Me quedo sola con la tele en silencio. Noto que alguien me rasca la cabeza (como haría con un niño). Al volverme, es Romero. De repente tiene el pelo muy oscuro y lleva una barba uniformemente blanca (tan blanca que parece teñida o falsa). No decimos nada. Paseamos por los alrededores del albergue hasta que nos damos cuenta de que caminamos por encima de unos cañizos de un bar. Le hago un gesto para que nos sentemos. Es eso o caer al vacío, le digo con la mirada (no hablamos, visto desde fuera parecería una película muda). Vemos caer el sol detrás de unos montes. Pienso que a pesar de que todo es perfecto (rozando lo cursi), no sé muy bien qué hago allí ni para qué llamé su atención.
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Estoy sola en un restaurante muy blanco (paredes, suelo, mesas, uniformes de los camareros). Nadie se acerca a atenderme ni yo tengo prisa. Simplemente miro como entra y sale gente, y se acercan a la barra a recoger su pedido. Finalmente un señor mayor muy elegante me dice con acento indio que mi pedido está listo. No sé de qué me habla, pero me acerco a la barra donde un chico me entrega una bolsa blanca con dos cajitas también blancas dentro. Pago con tarjeta, pero la tarjeta es del tamaño de un dedo meñique y al chico le cuesta pasarla por el datáfono. Como no sé dónde ir, le pregunto al señor elegante si, ya que el restaurante está vacío, puedo comer allí. ¿Vacío?, se ríe, ¡estamos hasta arriba!, dice y me muestra la sala (hasta ese momento vacía y en silencio) completamente llena de gente ruidosa. Me entran ganas de llorar. Es que me caso, dice con una enorme sonrisa. Le doy la enhorabuena y salgo con mi bolsa sin saber a dónde ir.

móviles retro

sábado, 20 abril 2024. No sé dónde estoy. A ratos parece un balneario con columnas, a ratos un decorado de película cutre. Se supone que me ha llevado alguien. Me presenta a su tío, un señor de mi edad que parece mi abuelo. El señor quiere darme a toda costa su mail para que quedemos, pero tiene unos apellidos tan complicaods que es imposible recordarlo. Hago que lo apunto para que me deje en paz. No pienso escribirle. Alguien aparece con un ramo enorme de flores (huelen intensamente) y se las entrega a Chivite (que no sé de dónde ha salido). Chivite me las pone sobre el hombro, dice que si las huelo permanentemente se me olvidarán los problemas, que la aromaterapia funciona. Las flores son muy raras, con un centro esférico del que salen seis o siete tentáculos blancos muy finos. Le hago una foto para que Google lents me diga qué son. (No recuerdo el nombre, algo parecedio a Vademecum). La chica que le dio el ramo dice que acaba de hablar con Jonás y no puede venir al estreno de su película, que le ha dicho que es autónomo y está a dos velas (al decirlo, la chica hace el gesto de comillas en el aire). Le digo que voy a llamarlo a ver si lo convenzo. Chivite se ríe al ver mi móvil topo castañuela. Jonás tiene uno igual, me defiendo, además, el tuyo tampoco es que sea de última generación, le digo. Chivite saca parsimoniosamente el suyo, igual al mío, pero al desplegarlo tiene prismáticos. Vale, tú ganas, le digo y se ríe. Mientras mira por los prismáticos de su móvil, me fijo en que en el meñique lleva un anillo de oro con una piedra rectangular verde.

casa rural

viernes, 19 abril 2024. Estoy con un grupo de personas en lo que parece una casa rural. Se entra directamente a la cocina y, nada más llegar, como si cada cual tuviera asignada una tarea, nos ponemos a trabajar. No reconozco a nadie, sólo a Juan Luis (un amigo al que no veo hace más de treinta años) y a Julio Iglesias Jr. La tarea de Julio es tener en los brazos un bebé. Al entrar, Juan Luis dice: ¡Hoy es mi cumpleaños! Mañana, le digo. Es esta noche a las doce, dice con ilusión. Me fijo en sus rizos y su cara de niño, y le prometo que haré una tarta para celebrarlo. Llaman a la puerta y aparece una pareja con niños. ¿¡Más!?, protesta Iglesias. Yo pongo la mesa. Solo hay un mantel de hule (me da repelús). Busco por todas partes uno de tela (nada). Todos se sientan a comer como si estuvieran hambrientos. La comida no son más que bolsas de aperitivos (patatas, gusanitos, conos...) con distintas salsas. Los miro comer. No sé qué hago allí.