bicho canasto

lunes, 30 diciembre 2019. Miro mi escritorio (que no es el mío) y me parece muy fotogénico. Cuando mi padre ve que voy a por la cámara para hacerle un una foto, mi padre la coge antes que yo y comienza a estudiarla muy cerca de la cara. Qué ridículo, pienso. Mi madre se acerca y nos reímos de él a escondidas. ¿Qué os pasa?, pregunta. Nada, estamos jugando al bicho canasto, le digo y nos tiramos al suelo muertas de la risa haciéndonos una bola. Me vuelvo a mi cuarto (que tampoco es el mío). Ahora el cuarto parece un decorado. El escritorio ha desaparecido. Hay pósteres y armas en las paredes. Andrés está en el centro con el gesto dulce y orgulloso de quien piensa que ha hecho un buen trabajo. Aunque no me gusta nada el resultado, pienso que ha decorado la habitación para mí. No le digo nada, lo abrazo.

táblet acolchada

viernes, 28 diciembre 2019. Llego a casa (es distinta a la mía) y entro directamente a ducharme. En el cuarto de baño hay un sillón, un armario y hasta una mesa camilla. Mi padre, desde el sillón, dice que esa noche ponen en la tele una película que debe ver mi madre. Me extraña su repentino interés por lo que pueda interesarle a mi madre. Mientras habla, "enciendo" la ducha desde una táblet acolchada y pienso que me gustaban más las cosas cuando no había tecnología de por medio. Mi padre sigue hablando. Dice que mi abuela ya ha visto la película y le ha gustado mucho. Pienso dos cosas: una, que quien quiere ver esa película es él; dos, que miente muy mal porque mi abuela lleva muerta un montón de años.

el payaso

jueves, 26 diciembre 2019. Clase de inglés en un centro comercial. Espero en un hall enorme mientras la gente no deja de pasar cargada de compras. Un tipo muy pequeño vestido de payaso, mira a su alrededor y dice con drama de payaso: ¿No ha venido ningún alumno? Yo levanto la mano. El payaso dice Oh, con drama de payaso y añade que merezco ver su auténtica cara. Saca un pañuelo y se borra la pintura roja de la nariz.
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A Chivite le dan un premio al mejor director de cine del mundo. Estoy en lo alto de un monte y lo veo a lo lejos, en unos jardines, dando entrevistas. Intento bajar para felicitarlo, pero el monte no se acaba nunca y cuanto más avanzo más vertical se pone.

amigo

domingo, 22 diciembre 2019. Salgo de una especie de sótano por una rampa muy ancha. Hay tanta gente que temo que me aplasten. Alguien me da la mano y me acerca a su lado. Es Ibán. Su mano es muy blanca y suave, los dedos muy largos. Salimos a un paisaje nevado. Otro chico, con el pelo tipo afro, dice que me abrigue, que el aire se Suiza es muy traicionero. Tienes que ver algo, dice Ibán. Escalamos un muro de hielo y piedra. Cuando estoy a punto de caer, despierto. Estoy sentada en un escalón. Ibán está a mi lado, hombro con hombro. ¿Tienes algún amigo que se llame Quim?, le digo. No. Pues vas a tenerlo.

libros

sábado, 21 diciembre 2019. Llego con prisa al que era mi cuarto en la casa de mis padres. Los muebles son otros. Donde estaba mi cama hay un escritorio y una silla. Me siento y me recuerda a otra silla que tuve. Estoy tan a gusto que, aunque tengo ganas de orinar, no me levanto para ir al cuarto de baño. Como la silla es de madera los orines resbalan hasta el suelo. Para empapar el charco uso mis libros de poemas.

la pregunta

jueves, 19 diciembre 2019. Hay una especie de verbena, pero en vez de en una plaza, en una habitación con paredes mal encaladas. Mi madre dice de repente: ¿Qué le preguntarías a Beckett si pudieras que entrevistarlo? Después de pensar un rato, le digo que no se me ocurre nada. ¿No le preguntarías por qué no se suicidó?, dice.

destino londres

miércoles, 18 diciembre 2019. Tengo todo preparado para irme al aeropuerto. Al despedirme de mi madre, dice que no olvide el móvil. Lo busco, no lo veo. Estamos en una casa que nunca he visto. Entro en habitaciones sin saber lo que hay detrás de la puerta. En una de ellas un cuadro de baño donde dentro del váter hay trapos manchados de sangre. También hay sangre por las paredes y en el suelo. Pregunto qué ha pasado, pero nadie dice nada. Mi hermana, con los brazos cruzados, desde la terraza, dice que quizá alguien que estuvo de visita se llevó mi móvil porque igual a todos. No comprendo cómo lo dice tan tranquila. Miro el reloj. Son las 14.50. He perdido el tren, el próximo es a y diez y el avión sale a  las 15.30. Nada, no me da tiempo, le digo a mi madre. Me echo a llorar desconsoladamente. Mi madre dice que no me preocupe, que mi padre y ella salen en el avión de las 18.30 y mi padre ha decidido ir en camiseta y bermudas. Lloro aún más. Decido irme de todos modos y me doy cuenta de que voy descalza. Me da igual, pienso, no pienso salir del hotel porque voy a pasarme el día llorando. Corro a la calle, hay varios autobuses parados (de esos que llevan acordeón en el centro) intentando dar la vuelta en la plaza de los monos. Le hago una seña con la mano a uno de ellos para que me deje cruzar. No me ve. Mientras estoy cruzando debo tumbarme sobre el asfalto para que no me atropelle. De esta no salgo viva, pienso.

cigalas

sábado, 14 diciembre 2019. Se supone que estamos en un restaurante, pero es mi casa. No conozco a nadie. Noto que piden con prudencia, mirando los precios. Me siento a comer con ellos por no hacerles un feo. Cuando ya hemos terminado y van a traer los postres, un padre y su hijo piden una fuente de cigalas y las comen a escondidas, casi debajo de la mesa, para no compartirlas. Un chico, que se parece mucho a Pablo Aranda, se levanta indignado y dice que ellos deberían pagar más cuando hagamos las cuentas. El hombre y su hijo se levantan ofendidísimos y dicen que no pagarán nada, ni poco ni mucho, porque nadie les dijo que tuvieran que llevar dinero, ni sabían el menú. Subimos por subir, dice el padre. Se supone que son vecinos. Salen de casa se meten en el ascensor. Los sigo escaleras abajo. El ascensor me lleva a un rellano a oscuras, que he visto ya en otros sueños, y me da muy mala espina. Camino hacia atrás sin dejar de mirar las puertas.

restos de pizza

viernes, 13 diciembre 2019. Salgo a toda prisa de la casa de mis padres. Mi prima Elisa me ofrece unos restos de pizza. Dudo si llevarme uno para comerlo en el ascensor, pero son demasiado grandes y no quiero ir comiendo por la calle. Al entrar en el ascensor noto que hace un ruido raro. Verás que me va a pasar con en otros sueños, pienso, que el ascensor no deja de bajar. Efectivamente, empieza a coger velocidad. Intento concentrarme para cuando pase por el bajo, dar un fuerte empujón a la puerta. Nada, no tengo fuerza en los brazos y es ascensor sigue bajando. Miro el lugar donde deberían estar los botones y no hay nada.

perfume

jueves, 12 diciembre 2019. Estoy hundida en un puff, esperando a que comience una lectura de poemas. Alguien pasa a mi lado y deja una dulce estela de perfume. Levanto la vista. Es Irazoki. Nos abrazamos. Lloro de felicidad al verlo.

mi turno

martes, 10 diciembre 2019. Llego a la puerta de un cine que más bien parece un hangar. Hay una rampa para llegar a las taquillas. Hay muchísima gente. Alberto dice que no quiere hacer cola y prefiere dar un paseo. Me quedo. La cola va mucho más rápido de lo que se podría pensar y casi es mi turno. No sé si llevo dinero. Veo que llevo el monedero de seda rosa. No consigo abrirlo pero al tacto parece vacío. Miro hacia atrás varias veces, pero Alberto no llega. Cuando al fin es mi turno, la chica me da dos invitaciones. Al leer en mi cara que no tengo dinero, me dice: Son gratis. Le digo que yo quería ver otra película. Las retira del mostrador. No quedan, dice. Y sin mirarme dice con voz mecánica: Siguiente.

avanzar

sábado, 7 diciembre 2019. Camino con Salud por un camino de barro que hace de acera en una playa. El camino tiene, cada dos metros, un charco. Salud mete el pie en cada uno antes de seguir avanzando. Este sí, este no. Si dice sí, lo atravesamos; si dice no, lo bordeamos. Se está haciendo de noche, le digo. Sólo un poco más, dice Salud mientras atraviesa un charco color rojo que ya le llega a la cintura.

no lugares

jueves, 5 diciembre 2019. Estoy en ese edificio enorme y gris (con el que soñado otras veces) a las afueras de una ciudad que parece nórdica. Un señor me recoge en su coche. Pasamos por zonas donde solo hay un edificio en mitad de la nada. Aquí los barrios son así y las distancias enormes, se disculpa. Le digo que no se preocupe, que me gusta mucho todo lo que veo.
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He ido a cenar a casa de una pareja que no conozco. No sé qué hago allí. Al entrar me doy cuenta de que es mi casa (o lo fue). Miro a mi alrededor. Todo está roto y descuidado. El pasillo dónde está el mueble zapatero está lleno de cacas de perro. Intento no pisarlas hasta llegar al cuarto del fondo, que ahora es una terraza. La mesa es un cajón sin mantel y la comida está servida directamente en tuppers. Quiero largarme de allí.

masip de gelatina

miércoles, 4 diciembre 2019. Me encuentro a un tipo y a su hijo por la calle. Se supone que nos conocemos pero hace mucho que no nos veíamos. Mientras caminamos, saca un cigarrillo y su hijo otro. Le cuento al niño que jamás he fumado, ni cuando las niñas de clase me presionaban. No deberías fumar con 15 años, digo. Tengo 11, dice. Su padre no dice nada. Llegamos a un bufet libre (se supone que hemos quedado allí con otros amigos). Todas las esas están ocupadas por grupos de ingleses que nos miran con mala cara. En el centro del salón hay un hueco desde el que se ven otros salones también llenos. En el de abajo sólo sirven pizza y hay que pagarlas. El amigo ve a su hijo pedir pizza y baja corriendo a por él muy enfadado. Veo llegar a Tres amigos. Están muy borrachos, bajan la escalera a trompicones. Uno de ellos es Masip, que cae de bruces. Intento ayudarle. No me toquéis que podéis hacerme daño, dice y se convierte en un muñeco de gelatina, del tamaño de un dedo, que se deshace si lo tocas. La gente no deja de entrar y temo que lo pisen. Intento levantarlo metiendo un papel entre el muñeco y el suelo, pero la gelatina comienza a convertirse en charco, y las piernas y brazos a separarse del tronco. Hago lo que puedo, lo coloco en la palma de mi mano. Le soplo, le ruego que no se deshaga.

fauna

sábado, 30 noviembre 2019. Mi tía vive en una casa de pueblo muy blanca, casi sin muebles, con todos los marcos de las puertas y de las ventanas pintados de celeste. De repente sale corriendo, dice que está lloviendo y tenemos que llamar a los animales. Mi tía se planta debajo de la lluvia y da palmas. Yo hago lo mismo. Aparecen un montón de gatos muy pequeños que entran atropelladamente en la casa. También entran gallinas, patos, un perro y hasta un lobo.

cemento

jueves, 28 noviembre 2019. Bajo en un ascensor muy lento. De repente se para entre dos pisos. Veo un hueco entre la puerta y el fondo. Tiro y empiezo a sacar ropa hasta que el ascensor está casi lleno. Me asomo por la ranura que queda y veo un espacio de cemento muy grande en el que todavía quedan algunas prendas.

albóndigas

miércoles, 27 noviembre 2019. Estamos en una especie de chiringuito, en una mesa larga con un montón de amigos. Como los camareros tardan en servirnos, a cada rato nos levantamos de la mesa y nos damos una vuelta en coche. Carmen me dice que está muy contenta de estar en Málaga y que por la noche vendrán a casa a cenar albóndigas porque me salen muy blanditas. Se la ve muy feliz.

copas blandas

martes, 26 noviembre 2019. Cena en el comedor de mi casa. La mitad de los comensales en la mesa. La otra mitad en el suelo, sentados sobre alfombras. Encabeza la mesa Bertín Osborne. Con la boca llena de comida señala su vaso vacío. Le ofrezco agua. Quiere vino. Mi madre me pasa un vaso de tubo con vino peleón hasta arriba. Bertín lo rechaza y protesta con la boca llena. Voy al aparador a por una copa y vino bueno, pero todas las copas son blandas, se arrugan entre los dedos. Se las enseño a Bertín para demostrarle que no es que no quiera ponérselo. Sigue protestando, pero no deja de comer. Me siento muy cansada y asquedada. Salgo de casa pero al jardín de mi abuela. Suena el teléfono. Alguien me dice si nos vemos. Pregunto varias veces quién es, pero nadie responde. Finalmente dice su nombre (es una de mis primas). Dice que está muy mal. Vamos a vernos ahora mismo, voy a tu casa o quedamos abajo en un bar, le digo. Alguien le quita el teléfono. Se ha confundido, dice un hombre antes de colgar.

vídeo musical

lunes, 25 noviembre 2019. Carmen está grabando un vídeo musical. El público asiste a la grabación. Canta sus poemas en pie, detrás de una mesa, mientras dos niños hacen que desayunan. Hay detalles religiosos y sangrientos, pero resulta muy divertido. Ella sonríe en todo momento. Junto a la mesa hay otra mesa pequeña con alas abatibles. Un niño del público me pregunta dónde podría comprar una para su madre. Le explico que es un modelo de los años 70, pero que puedo dibujársela para que se la haga un carpintero.

pelo rubio y coches amarillos

domingo, 24 noviembre 2019. Veo a la familia Chivite a punto de entrar en un bar. Me acerco a saludar. Chivite lleva el pelo liso y rubio. Le paso la mano como si fuera un cachorro. Dice algo que no llego a oír. Su hija Laura me mira muy fijo y sonríe. Me debes mails, le digo con la mirada.
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En la calle hay unos coches amarillos de plástico aparcados. Son muy raros, hidropedales con ruedas. Los asientos están incrustados en el plástico. También hay chicos con chaquetas amarillas que van parando a la gente y según la pinta que lleven lo suben a los coches o los dejan marchar. Uno de ellos me para, se distrae, cojo una de las chaquetas amarillas y me la llevo en una bolsa por si la necesito más adelante. Al pasar por un callejón veo un montón de coches amarillos en un garaje. Han precintado puestas y ventanas, meten a personas sin chaqueta. Escapó cómo puedo y llego a una zona donde hay un grupo escondido en una farmacia. Les digo que saldremos por la ventana. No les cuento lo que he visto para que no se asusten. Os quedaréis todos en mi casa, les digo. Mientras caminamos silenciosamente intento llamar a casa, pero mi teléfono no funciona. Debería tener un teléfono de verdad, pienso.

col

viernes, 22 noviembre 2019. Estamos en una sala de exposiciones muy grande y muy blanca. Una chica posa desnuda sobre un caballo. Se supone que después me toca a mí posar. Pienso que lo único que me incordia es que hagan fotos y me saquen desnuda en el periódico. Mientras le doy vueltas al tema un chico nos pregunta si queremos ver una exhibición de cuchillos. Alberto parece entusiasmado. Pasamos por unos pasillos con vitrinas donde se expone menaje de cocina. Llegamos a un salón de actos y buscamos un sitio libre. Mi asiento está lleno de cáscaras de pipas todavía húmedas. Las aparto con la manga del jersey. Alberto se teme lo peor: no será un espectáculo de circo sino de cocina. El salón de actos se convierte en una explanada al aire libre con un escenario en el centro. Un chico está desnudo y saluda al público que aplaude entusiasmado. Parece un telepredicador. Todos quieren que ser los elegidos. Se va acercando a algunos y les pide lo que hayan llevado (unos llevan cacerolas, otros verduras, otros fruta). Alberto, no sé de dónde la ha sacado, lleva una col. Yo no llevo nada. El chico se para delante de nosotros. Toma la col de Alberto y me pregunta por qué no he llevado nada. Lo dice todo de muy buen rollo, como sabiendo que es un programa que está siendo grabado. Yo no me fío un pelo. Ya que no has traído nada cuéntanos tu historia, dice. Señalo a Alberto. Alberto le habla de su tío de Birmingham. El chico, pasando del tema, dice que hará un documental con lo que cocinemos ese día. El público enloquece y aplaude.

mantel verde

jueves, 21 noviembre 2019. Una señora habla y habla de una antología de poemas (se supone que es la antóloga). La sala parece un dormitorio de una casa de pueblo al que hayan apartado a un lado los muebles. El público no presta demasiada atención. Cada uno está sentado como puede, incluso algunos mirando hacia la pared. La antóloga dice que lea mi poema. Me da el libro, pero no está cosido, se me desbarata entre las manos y además mi poema no aparece. Me da una táblet para que busque mi poema página a página. El público comienza a marcharse. ¿No sería mejor ir a la página?, pregunto. Un chico, desde una habitación contigua, dice que no, que se borrarían todos los archivos. No me lo creo, voy a buscar página y, efectivamente se borra todo. El chico se ha echado un mantel sobre las piernas, a modo de mantita. Le digo que tenemos un mantel igual pero en verde (este es azul y rosa). Pues iré a comer a vuestra casa para hermanarlos. Le digo que no me gustan las visitas. Eso lo veremos, responde. No sabes lo dura que puedo ser con estos temas, zanjo, dejo la táblet sobre una cama y me marcho. Mi madre desde otra habitación me pregunta de qué iba mi poema. Luego te lo leo en casa, le digo. La calle parece Londres y está llena de gente. No se puede caminar porque hay mucha basura acumulada y farolas en mitad de las aceras. Llego al parque (de Málaga). No hay semáforos, el tráfico se entrecruza a lo loco. Quiero coger el bus para irme a casa, pero es imposible cruzar si que te atropellen. Mientras espero en la acera, frente a la parada de autobús, van llegando distintas líneas. Que me dé tiempo, que me dé tiempo, que me dé tiempo, digo como si rezara.

insignias

miércoles, 20 noviembre 2019. Alberto y yo subimos a una cafetería. Al entrar, salen unos operarios con tablones. Les dejamos paso, nos dejan paso, una especie de baile. Veo una insignia en la escalera, pienso que se le ha caído. Es muy bonita, con una estrella roja. La cojo para dársela, pero ya no está. Alberto ha entrado en la cafetería. Un montón de extranjeros salen, no me dejan paso. Veo otra insignia en el suelo. Me dejo llevar por la marabunta de extranjeros hacia la calle. Los operarios no están. Subo al autocar de los extranjeros, pienso que así terminaré antes. El bus arranca, nos alejamos de la ciudad. Grito al conductor que quiero bajarme. Escapo como puedo. Intento volver por el mismo camino, pero todas las calles me parecen iguales y en obras. Al fin llego a una plaza que reconozco. En uno de los restaurantes veo a mi tía en una cuna, tapada con una manta de cuadros. Paso de largo. Se ha hecho de noche, lo que suponía dos minutos para devolver dos insignias se ha convertido en todo el día. Llamo a Alberto mientras camino. Le explico que me he perdido. Sólo tengo ganas de llorar. Dice que no entiende nada. Todo esto es muy raro, dice. 

pipas peladas

lunes, 18 noviembre 2019. Estoy al fondo de un salón de actos. Un grupo baila mientras una chica canta verdiales. Pienso que tienen mucho mérito porque todo está completamente a oscuras. Las luces se encienden y alguien me dice que me toca presentar. Mientras camino hacia el escenario alguien me da un micrófono. En la otra mano llevo pipas peladas. Algunas caen por el camino. Mientras llego ya voy hablando como si se tratara del club de la comedia. Cuento que no recordaba que tenía que actuar porque tengo la cabeza mal. Fíjense si la tengo mal que ayer me hicieron una resonancia magnética. Lo digo en lo que me parece un tono muy gracioso, pero nadie se ríe. En el escenario está Carmen López, sentada en una silla baja, casi al ras del suelo. Le pregunto si era ella la que cantaba. No, era Isabel, dice señalando hacia el grupo. Un tipo muy serio nos dice que ya está bien de cháchara y me quita el micrófono. Las pipas se me caen al escenario. Él habla al público mientras se proyecta un vídeo de Matías Prats de joven. Bajo como puedo. El escenario está muy alto y no puedo agarrarme a nada para no perder las pocas pipas que me quedan.

venecia y reciclaje

sábado, 16 noviembre 2019. Oeste y yo hablamos de  unas fotos que hice hace muchos años. Los retratados miran directamente al objetivo. Oeste me pregunta si sé lo que estaban pensando en ese momento. Lo sé, querían comerme. ¿Y te comieron? Sólo una vez: me comieron el corazón, pasé todo un invierno sin corazón, pero lo recuperé en primavera, le cuento. Mientras hablamos él no está (como si lo hiciéramos por telepatía) y yo camino por una ciudad que parece Venecia, pero con el agua sobre mi cabeza, es decir: como si la ciudad completamente inundada fuera el cielo y todo ese líquido se mantuviera ahí arriba, sin dejar caer una gota. De vez en cuando pasan flotando sobre mi cabeza estatuas de mármol.
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Estoy en lo que se supone es la casa de mis padres aunque no se parece en nada. Le pregunto a mi hermana qué talla de sujetador usa porque le sienta muy bien. 700 dice. El mío me queda pequeño, así que busco en la bolsa del reciclaje la caja y la etiqueta para cambiarlo por una 700. Encuentro periódicos muy antiguos, fotos en blanco y negro, cuentos infantiles de los años 40 y tarjetas perforadas de las que traía mi padre del trabajo. Pienso que mi padre ha tirado todos sus recuerdos. Los cuentos son preciosos, muy pequeños con la letra diminuta. Hay varios con forma de instrumentos que enseñan solfeo, otros con formas de árboles que enseñan biología. Hay una foto de una chica rubia muy guapa sentada en el un prado. Pienso que quizá fue su primer amor. No comprendo cómo ha podido tirarlo todo. Según voy encontrando lo escondo bajo un cojín para llevármelo a casa.

vichy

jueves, 14 noviembre 2019. Voy camino de casa de mis padres. Barcos se acerca por detrás, me abraza, me da una gran sorpresa. Entramos en el ascensor a trompicones, muertos de la risa, como si fuéramos niños que vuelven del colegio. El ascensor se va parando entre plantas, temo que se descuelgue. Le digo que en el momento que se pare aprovechemos par saltar fuera. Ahora, le digo. Saltamos a un descansillo desconocido para mí, con viviendas sin puerta. Nos miramos sin saber qué hacer. En ese momento me doy cuenta de que vamos vestidos igual, con camisas de cuadros blancos y amarillos.

anillo heredado

miércoles, 13 noviembre 2019. Mi madre y yo esperamos que quede una mesa libre en un restaurante. Mientras esperamos, le digo lo bien que le ha sentado el viaje, que parece más joven. Toma, llama a mi hermana y cuéntale cosas, le digo tendiéndole el teléfono. La pierdo sólo un segundo de vista y ya no está. Una señora señala hacia la calle. Le veo a lo lejos con un tipo junto a un camión. Mi madre le ha dado el teléfono. El tipo le ha borrado todos los datos y hasta le ha cambiado el aspecto. Le digo que me lo devuelva como esté. Me da uno que parece de juguete. El tipo tiene una camioneta y varios nietos muy sucios con gafas (las gafas de todos llevan gomilla para que no se les caigan, el más sucio lleva además un parche). ¡No le da vergüenza robar delante de sus nietos!, le grito. El niño del parche defiende a su abuelo. Me da pena. Le saco fotos a la matrícula, intento llamar a la policía desde el móvil de plástico. Una chica muy amable dice que sabe quién soy, que estuvo en una de mis lecturas, que hablé con ella. "Soy la del anillo heredado de su tía", dice. No sé de qué me habla. Cojo a mi madre del brazo y nos vamos. Les deseo suerte a los niños. Nos tiran piedras.

jabón de leche

martes, 12 noviembre 2019. Estoy en unos grandes almacenes. No tengo que comprar nada, pero no quiero salir con las manos vacías. Encuentro unos jabones escondidos bajo unas cajas. Son blancos y cuadrados. Cuestan más de 70 euros. Una de las cajas está abierta, le saco un papel en acordeón donde se supone dice de qué están hechos. Camino por los pasillos del supermercado que de repente se ha convertido en un parque. He perdido el papel. Intento deshacer el camino. Un montón de niñas, todas iguales, colocadas en una grada como si fueran un coro, llenan unos sacos de café. Frente a ellas, un montón de madres con bebés vestidas tipo años 60, las admiran y animan. Junto al parque-supermercado hay una venta muy antigua que he visto en fotos. Todo eso empieza a parecerme de lo más siniestro, pero no sé dónde y, sobre todo, no sé cómo volver a casa.

seguridad

viernes, 8 noviembre 2019. Estoy en lo que parece el hall de un hotel. Es un patio con columnas y bancos corridos pegados a la pared. Se me acerca una chica. Lleva una bolsa de basura y otra de reciclaje. Me las da. Varios envases de yogur caen al suelo. Mientras los recojo, me pregunta qué me parece que la Seguridad Social tome muestras de nuestra sangre para tenernos fichados. Le digo que ya nos fichamos solos subiendo datos a la Redes Sociales. La chica intenta atacarme con un reloj de bolsillo. Veo en segundo plano a Alberto Garzón con una mochila y varios libros.  Explica a un grupo de chicas que no ha vendido ni un solo libro de poemas. Me acerco, le digo que si quiere ganar las elecciones tiene que hablar con más seguridad. ¡Seguridad, eso es!, dice como si hubiese descubierto la pólvora.

copos de puré

martes, 5 noviembre 2019. Camino con mucho cuidado por una calle donde han alicatado calzada y acera con baldosas rojas. El alicatado está muy mal hecho, como si las hubieran puesto sobre montones de tierra. Además ha llovido y resbala. Temo que mi suegra se caiga, pero pasa grácilmente sobre ellas. ¿No notas que han alicatado la calle? Ella no nota nada nuevo. Mientras bajamos una escalera también alicatada, me dice que no nos reunimos en navidad por mi culpa. Le digo que invité a todos (su hija, sus nietos), pero no apareció nadie. Llegamos a una terraza con grada de obra. Hay gente animada, comiendo y bebiendo. Charlan entre ellos. Alberto está en primera fila. Cuando voy a coger algo del buffet, mi suegra me señala una especie de bola forrada de tela que cuelga de las barras del toldo y me da un vaso de plástico. Esa es tu comida, dice. Se supone que la bola está mojada y en el vaso hay copos crudos de puré Maggi. Me muestra cómo se usa: acerca el vaso con copos a la bola, al estar mojada quedan pegados. Y ahora chupas la bola, dice. Esa es tu comida, sentencia. Miro a Alberto con gesto de "pero, y ¿esto?". Él me sonríe feliz y levanta su copa como si brindara.

zapatos rotos

lunes, 4 noviembre 2019. Estamos con Eski y Charo en la terraza de un bar. Llega su hija muy arreglada y con los zapatos rotos, como si le hubieran dado tijeretazos. Acaba de llegar del desierto, dicen sus padres a modo de disculpa.

payasadas

domingo, 3 noviembre 2019. Estamos en una plaza, en una especie de palco a ras del suelo. Dos tipos hacen una especie de teatro. Corren de arriba a abajo. Somos su único público. Miro el reloj de la torre. ¿A qué hora habíamos quedado? A las siete, dice Alberto. Son las siete y veinte. Nos da corte irnos, al ser su único público. Les enseño unas entradas azules con forma de gota, como explicación a nuestra huida. Corremos. Voy a llevarte por el camino más corto, le digo a Alberto.

quinielas

sábado, 2 noviembre 2019. Es sábado y todavía no he echado la quiniela. Llego corriendo a la ventanilla y, sin mediar palabra, el tipo me da un boleto con solo cuatro casillas. Le digo que prefiero uno normal. Me da otro con una quiniela ya hecha, donde en vez de 1x2 alguien ha marcado 6 y 0.

documental

jueves, 31 octubre 2019. Entro a un salón de actos donde se proyecta un documental. No estoy muy atenta. Me siento cerca de la puerta para poder escapar llegado el caso. Alguien nombra en pantalla a Eduardo Laporte. Aparecen en pantalla unos textos suyos. Pienso que tengo que contárselo, que se pondrá muy contento. Se encienden las luces. Una chica s acerca como si me conociera. me cuenta que ha venido expresamente a ver ese documental, aunque después de caminar juntas hacia un rato descubro que ha venido a conocer a alguien. Ha estado tonteando con una chica por internet y ha venido a conocerla, pasará el fin de semana en su casa. Como si yo fuera una experta, después de escuchar su historia, le digo que mi conclusión es que esa chica es sólo un capricho, mientras que la chica está enamorada de verdad. Se encoge de hombros. Entramos en un restaurante donde cenan los poetas del salón de actos. Afortunadamente no conozco a nadie. Le digo a la chica que lo ha hecho muy mal, que tenía que haber tensado un poco más, que quizá si hubiera esperado un par de meses, se habría enamorado de esa pobre chica. Ella come con los ojos en blanco, haciendo gestos teatrales. No me gusta, no sé qué hago allí. Sólo quiero largarme y contarle a Eduardo que sus poemas salían en un documental.

begoña y yo

martes 29 octubre 2019. Begoña y yo vamos en un taxi hacia el aeropuerto. Me enseña cosas que lleva en la maleta, unos papelitos pequeños, escritos en papelitos muy pequeños detrás de unas fotos muy pequeñas. El taxista (un chico muy joven con ojos desmesuradamente grandes y azules) nos dice que tiene un restaurante y que nos da tiempo a ir. Bajamos a tomar algo. Me fijo en que Begoña lleva un vestido muy bonito de florecitas (y que no lleva nada debajo). Le digo que es muy bonito. Dice que se lo ha comprado en "mi tienda" (se supone que mi tienda favorita que es Natura). Está delgadísima, casi se le transparentan las costillas bajo el vestido. Entramos un momento en el restaurante. El chico se mete en la cocina y nosotras pensamos que no nos va a dar tiempo a llegar al aeropuerto y nos despedimos. Salimos corriendo hacia la puerta porque preferimos irnos andando antes que molestar al chico. Tenemos que dar toda la vuelta al pueblo. Begoña decide tomar un atajo y saltar por una tapia. Intento detenerla porque la tapia está como unos 15 metros de la acera. Begoña dice que se dejará resbalar, pero en vez de resbalar cae. Corro a ver si se ha hecho daño, pero no está en ña cera de abajo, solo está su maleta. Me lanzo como ella, caigo de pie, corro por las calles buscándola. Nada. Cojo su maleta roja, finalmente, y me vuelvo al restaurante. Pregunto al chico (y a la gente que hay por allí) si la han visto, si ha vuelto. Todo el mundo me dice que no con cara de pocos amigos. No sé qué hacer. Pienso que a lo mejor me ha dejado alguna pista en su bolsa. Miro esos papelitos otra vez, pero solo encuentro un papelito que es como una nota de despedida en la hay escrito: HS.
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Voy con mi tía Encarna por la calle. Al llegar a Beatas está a oscuras. Vamos hacia la Plaza de la Merced por Álamos. Mi tía empieza a asustarse (no hay luz ni acera, pasan coches a toda velocidad). Para que no tenga miedo la cojo en la mano porque mi tía se ha convertido en una especie de bocadillo envuelto en una servilleta. Cuando llegamos a la parada de autobús la devuelvo al suelo y se convierte otra vez en mi tía. Decide que se queda con un grupo de gente (parecen muy animados). Le digo que yo me vuelvo a casa en el nocturno. Cruzo Alcazabilla (ahora es peatonal, pero en el sueño está igual que en los 70) y en la parada hay una pareja con un niño. Parecen extranjeros, aunque ella habla un andaluz muy gracioso. Se lo digo. La parada se transforma en su casa. Estamos en el salón de su casa (parece una librería), hacen collares y bisutería con cables de la tele. Todo está lleno de expositores con libros (sobre todo cómics). Charlamos: dos amigas, un señor mayor que dice que es escritor y un chico que no dice nada. El chico me sienta sobre sus rodillas empieza a restregarse conmigo. Me levanto, le digo que vaya al cuarto de baño y, cuando esté relajadito que vuelva. El resto no sabe si estoy en serio o en broma. Pienso que defenderán a su amigo, pero se ponen de mi parte. Ya era hora que alguien se lo dijera, dicen. Una de las chicas se mete un caramelo enorme en la boca. Le digo que parece un caramelo de Willy Wonka, de aquellos que no se gastaban nunca. El señor mayor me pregunta si sé si los hicieron de verdad. Le cuento que hicieron las chocolatinas, y que si alguien hiciera esos caramelos se haría millonario. Todos nos reímos y miramos la boca de la chica, que azorada dice: Esto es un chicle. El señor mayor quiere contarnos una historia sobre Wonka que nadie conoce, dice. Pero la chica del acento andaluz lo interrumpe y cuenta cómo entró en una secta donde tenía que arrodillarse y ondear una bandera en círculo sobre su cabeza. Oigo que empieza a llover. Salgo a la terraza (es la de mi casa). El suelo está lleno de charcos y cubierto de hojas de la portulacaria y de pinzas de la ropa. Barro haciendo montoncitos aquí y allá. Al fondo de la terraza veo a alguien que también barre. Es el chico al que mandé al cuarto de baño.

el sueño más bonito del mundo

sábado, 26 octubre 2019. Estoy sentada en el suelo, delante de la tele, en la que parece la casa de mi abuelo. Como si tuviera mucha hambre devoro un vaso de leche con gofio. Está tan espeso que lo como a cucharadas. Por allí están Alberto y sus padres. Vemos un programa de que me resulta insoportable, pero no digo nada. En ese momento ponen un vídeo musical donde la cabeza de Ringo Star (versión dibujo animado) va cambiando (ahora bigote, después barba, con y sin pelo, etc). No comprendo cómo lo aguantan porque tanta psicodelia marea. Voy al dormitorio a cambiarme de ropa porque, se supone, que después vamos a salir. Mientras me estoy vistiendo el padre de Alberto dice que tiene que irse. Estoy desnuda y busco cualquier cosa para cubrirme (pañuelos de gasa que me enrollo alrededor del cuerpo). Abro la puerta, mi suegro me abraza, me da muchos besos, me pregunta si estoy bien. Le digo que si, que no se preocupe. No pude despedirme de ti la otra vez, dice. Pienso que quizá se refiera a cuando murió. No te preocupes, no te preocupes por nada, repito.

mesa compartida

miércoles, 23 octubre 2019. Voy con varias personas (no sé quiénes son). Llegamos a un bar pero no hay mesas libres. Un grupo se levanta. Cuando vamos a sentarnos, un padre y un hijo dicen que es su mesa. La mesa es para ocho. Les pregunto si podemos sentarnos con ellos. Por hablar de algo les digo que en el extranjero se suelen compartir las mesas con desconocidos. Al cabo de un rato me levanto y me voy. El hijo también. No sé por qué me sigue. Camina callado a mi lado. No hago ningún esfuerzo para entablar conversación. Espero que se aburra y me deje en paz.

en orden

martes, 22 octubre 2019. Se supone que es nochevieja y el barrio de mi abuela se llena de familia que quieren aparcar. La gente deja sus coches en cualquier sitio y entran en el garaje caminando en dos ordenadas filas.

cúter

lunes, 21 octubre 2019. Alejandro estrena su primera película. No hay personajes, solo la cámara mostrando el recorrido de un laberinto de madera. Alejandro está sentado en primera fila, muy nervioso.
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Casa de mi abuela. Hay una reunión de poetas. Llaman para comer. Aprovecho que todos se han ido para cortar en tiras muy finas, con un cúter, mis poemas (como lo haría una maquina para destruir documentos). Las llevo al contenedor de papel que hay en la acera de enfrente. Justo cuando voy a cruzar aparecen dos coches a toda velocidad. Quiero subir a la acera, pero no puedo moverme. Pienso que voy a morir. Los coches pasan rozándome. Vuelvo a la casa. Cierro las contras de la puerta. La casa está vacía y a oscuras.

la siesta de los gorilas

viernes, 18 octubre 2019. Tengo que ir al zoo a preguntar si admiten personas. No encuentro la puerta. Cuando la encuentro está cerrada. En la escalinata de entrada están Salvatore y Cantos disfrazados de mujer, con los labios pintados de un rojo escandaloso. Están sentados con las rodillas muy juntas para que no se les vea nada y sostienen unos bolsos ridículamente pequeños sobre las rodillas. Lo hacéis muy bien, les digo. Salvatore me manda callar. Shh, dice, no vayas a despertar a los gorilas.

teatros

domingo, 13 octubre 2019. Estoy sentada en mitad de la calle. Miro el bloque de cuatro plantas que han construido donde estaba la casa de mi abuela. Hay cuatro terrazas idénticas y cuatro personas sentadas en cada una. Me miran, yo las miro desde abajo como si fueran un teatro. Espero que hagan algo. Ellas también parecen esperar. Empiezo a dudar si el teatro son esas personas o yo.

motores oxidados

sábado, 12 octubre 2019. La cocina de mi madre da a una terraza. Es la primera vez que la veo. Soleada, buenas vistas. Tiene una lavadora de turbina en el centro y, alrededor, atados a la barandilla un montón de motores oxidados. Le digo a mi madre que podría cambiar los motores por plantas y tomar el sol. No me toques nada, dice. Me da mucha pena, no sé qué hacer.

recena

jueves, 10 octubre 2019. Hemos terminado de cenar. Se supone que es un restaurante de lujo. Digo se supone porque nos estamos levantando y no sé qué hemos cenado, ni se ve nada a nuestro alrededor. Al salir, una camarero aparece con mis cosas. Me he dejado la chaqueta y el bolso. Así tengo la cabeza, le digo al camarero que se no se inmuta en su papel de sirviente serio. La puerta de salida es un marco de madera con una tela metálica, como si fuera un gallinero. Salgo a un descampado irregular de tierra y pedruscos. A la vuelta de la esquina Alberto ha montado un escenario para sorprenderme. Hay zapatos colgados de hilos invisibles. Es muy bonito, pero un coche pasa varias veces muy despacio por delante de nosotros y le digo a Alberto que quiero irme de allí. Entramos en un mercado con tiendas y bares. Las paredes están alicatadas estilo Lisboa. Alberto pide un ponche y una tapa de sardina marinada. Acabamos de cenar, pero no le digo nada. Pregunto al camarero si tiene palo cortado. Me mira con cara de pocos amigos. Tengo otras cosas, dice. Pues entonces lo mismo que él, le digo señalando a Alberto. Alberto no está y el camarero mira el vacío donde he señalado.

definición de barro

domingo, 6 octubre 2019. Jurdi y yo estamos sentados en el escaclón de entrada de una casa en ruinas. Está envuelto en una manda raída. Se parece mucho al Joker de Joaquin Phoenix. Todo va a salir bien, le digo con convencimiento (aunque no convencida). Sonría, respira hondo, se levanta con ánimo y se aleja caminando erguido, con una confianza fuera de lo normal, pienso al verlo alejarse. Antes de entrar a la casa, me doy cuenta de que voy descalza y la calle no está asfaltada. Tengo los pies llenos de barro. El barro nos es más que una mentira piadosa, pienso.

puntos suspensivos

yo quería que me preguntaran por ti
para poder decirles que estabas muerto
como si estar muerto
fuera un premio que te habían concedido

yo hablaba como nunca he hablado,
colocando puntos suspensivos
en lugar de decir tu nombre

un chico que regalaba agua con gas
me apartó de él como apartaría a una mosca

mi dolor no necesita burbujas, me dije
y seguí caminando

una niña escapó de la mano de su madre
grité su nombre
la policía me hizo callar

alguien me empujó hacia una calle en fiestas

la madre de la niña bailaba
con los ojos cerrados
con el abrigo puesto

mi dolor no necesita abrigo, me dije
y seguí caminando


[viernes, 4 octubre 2019]

cajita muy pequeña y bolsa enorme

miércoles, 2 octubre 2019. Estoy en un teatro algo desvencijado donde nos dan clases de algo. He olvidado mis apuntes. Una chica llega con su hijo en un cochecito y se sienta a mi lado, se la ve sofocada. La conozco de algo. Le pregunto al tipo que está mi lado si sabe cómo se llama. Para que vea que no es por cotilleo, que de verdad la conozco, le digo que una vez le di una cajita muy pequeña y no supo abrirla. El tipo me hace un montón de preguntas sobre la cajita. Para quitármelo de encima, me invento que era de madera y dentro llevaba dentro una cinta casete de contestador. Eso hace que se interese aún más. Decido cambiarme de sitio, pero me doy cuenta de que no llevo sujetador. Voy a los servicios, pero el suelo está cubierto de agua y voy descalza, además ningún servicio tiene puertas y son unisex. Intento ponérmelo sin sacarme el jersey. Comienza a llegar gente sin parar.
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Parece una casa de estudiantes. Sobre una mesa hay un papel con mis datos, incluso mi número de cuenta. Me la guardo y decido irme de allí. Una chica me rapea al oído. Ahora con música, le digo en inglés. Responde, en inglés, que no me entiende. Al entrar al ascensor para subir a por mis cosas, hay un montón de ropa sucia y un chico en el suelo. Subo por las escaleras. Le cuento a Alberto todo lo que está pasando abajo. Me manda callar porque está mirando el móvil. Recojo todas mis cosas y le digo que me largo. Mientras lleno una bolsa de deporte enorme, pienso que la próxima vez viajaré con lo puesto. Ni me despido. Alberto baja detrás de mí, lleva papel para reciclar. Le digo que ya lo tiro yo. Se da la vuelta y lo veo subir la escalera alegremente. Al salir veo una fila de turistas que miran el escaparate de una pastelería. Un tipo bajito y calvo con acento francés dice que la gente es idiota por buscar el lujo. Lo miro y nos reímos.

homenaje

viernes, 27 septiembre 2019. Estoy en una parada de autobús. Tengo prisa. Llegan dos buses, pero no consigo ver qué números son, solo veo en cada uno una eñe. Pregunto a una señora. Se ríe. Todo el mundo sabe que son los gusanitos, dice. No sé cómo he llegado a cada de mis padres. Participo en un homenaje a Jorge Villalmanzo y o llego a tiempo. Busco libros y apuntes, pero me los he dejado en la parada del bus. Mi padre dice que no me preocupe, que todo saldrá bien. Confiamos en ti, dice en un tono solemne. Por mucho que confiéis es que lo he perdido todo y no recuerdo ni un solo poema, ni mío ni suyo, le digo al borde del llanto.

al trapo

miércoles, 25 septiembre 2019. Me llama a su despacho la directora de un periódico donde se supone que trabajo. Me pregunta si he escrito ya el artículo sobre Jaime. No sé de qué me habla. Otra chica dice que ya ha escrito la nota de prensa, que yo debo escribir la biografía para el día siguiente. Le explico que soy muy lenta escribiendo, que de mi novela sólo llevo una página desde el año 2000. No parecen hacerme caso. Me pasan un trocito de papel mal cortado con dos títulos de libros. Dice que los tengo que incluir en la biografía, que es la manera soterrada de meter publicidad. Por ejemplo, me explican, ¿qué opinaría Jaime de estos libros? Hablan de él pero no saben lo que dicen, como que Jaime siempre vestía de beige. ¡Pero si siempre vestía de negro!, les grito indignada. Jaime no estudió nada, dicen. ¡Estudió protésico dental!, vuelvo a entrar al trapo. Me doy cuenta de que quieren provocarme y que me ponga a escribir. Pienso que desde luego yo lo haré mejor que ellas.

tapia

lunes, 23 septiembre 2012. Centro comercial. Intento elegir una postal, pero todas están desenfocadas. Una chica me observa. Le explico que busco un regalo de comunión. Me da consejos. No le presto atención aunque asiento todo el tiempo. Le doy las gracias, me despido. La calle está llena de gente. No sé bien qué celebran, pero se los ve locos o borrachos. Una señora cierra el portón de su casa. Le pido que me deje entrar para salir por la puerta trasera y no cruzarme con la marea de borrachos que baja la calle. Entramos y cerramos. La casa parece un palacete. Le digo que he oído que toda esa masa iba hacia un bar que no es más grande que la entrada de su casa. Será una tragedia, dice. Abre la puerta de atrás. Da a un puente y un río de una ciudad tranquila. Toma el autobús, dice. Pasa uno de dos pisos, subo al de arriba. Chivite va sentado a mi lado, pero no parece reconocerme. Intento caerle bien. Desde el bus vemos una casa con la tapia cubierta de limones y jacarandas cubiertas de flores. Al llegar a la Iglesia de la Victoria, donde debería empezar la escalera, empieza el mar. Ya sé qué haré hoy, le digo, haré fotos y escribiré una novela. Nada, no reacciona. Me despido, bajo, las calles vuelven a ser grises. Pienso que tengo que llegar a casa de mis padres antes de que sean totalmente oscuras.

embudo

miércoles, 18 septiembre 2019. Salimos de un restaurante. Como teníamos prisa me llevo la bebida (una lata de un líquido vegetal al que han puesto un embudo dorado para que parezca una copa de champán). Por la calle me doy cuenta de que me he llevado el embudo. Vuelvo, se lo doy a la chica de la barra. Me mira asombrada y me da las gracias. Al salir, la calle ha cambiado. No hay aceras, los edificios parecen montones de escombros. Hay grupos de despedida de soltero disfrazados de flamenca (disfraces muy cutres). Míchel dice que Alberto tenía prisa y se ha marchado. La luz es triste, como si lo mirara todo desde detrás de un cristal tintado sepia. De repente, sobre un solara, hay un montón de piedras imitando una playa. Incluso hay niños en bañador jugando con cubos y palas. Míchel y yo no nos lo pensamos: nos ponemos de rodillas a rebuscar entre los montones la piedra negra más bonita. Detrás de un montículo (que no sabemos bien si son piedras verdes o pimientos fosilizados) hay esqueletos de erizos. Decepción: son de cerámica. También hay muñecos Dunkin. Busco el oso, para regalárselo a Begoña. Nada. Va pasando el tiempo, no consigo decidir cuál me llevo. Miro a mi alrededor. No queda nadie, Míchel también se ha ido. Comienza a anochecer. Me voy sin piedra, sin erizo y sin muñeco.

meta

martes, 17 septiembre 2019. Hay una carrera nocturna. Miro hacia atrás y veo a lo lejos a algunos corredores. Pienso que voy la primera. Al doblar para subir la cuesta de calle Carrión, veo a Cumpián en una silla baja de anea. ¡Voy a ganar!, le digo entusiasmada. Los primeros llegaron ya hace un rato, dice.

de cornisas

lunes, 16 septiembre 2019. Intento cortar el pelo a mi madre, pero sólo dispongo un cuchillo japonés para cortar verduras.
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Jaqueca. Para no pensar, doy puntadas a un trozo de fieltro burdeos. Mis tías insisten en que me tome una pastilla, pero sólo me queda una y quiero dejarla para más adelante. Al final acabo a gritos con ellas.
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Una chica en una moto o su esqueleto. Va perdiendo piezas hasta que solo le queda el motor. De repente soy yo quien va en el motor, que además pierde gasolina. No sé cómo he llegado a lo alto de un monte. Al volverme veo que estoy en la cornisa de una torre de alta tensión. No sé cómo bajar. Hay una fila de torres pintadas de rojo, un bosque y, al fondo, un lago con una mancha amarilla en el centro. Pienso en qué hacer: ¿una foto?, ¿esperar a que alguien venga a rescatarme?, ¿tirarme al vacío?

sospechas y especias

domingo, 15 septiembre 2019. Salgo de casa de mis padres y al llegar a la parada de bus, veo que pasa un vagón de tranvía de lado. Miro la calle, me parece un decorado, como si algo malo estuviera a punto de pasar. Llega el C2, pero por dentro es un autocar con la tapicería de los asientos muy gastada. Voy al fondo. Todo es oscuro y gris. Y sospechoso.
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Se supone que estamos en casa de Maxi. Intento preparar la cena, pero toda mi familia está por allí molestando. Cada vez que cojo un cuenco con especias, están mezcladas con cuentas de collar muy pequeñas.

familia

sábado, 14 septiembre 2019. Mi sobrino Diego me enseña unos tenis naranjas que acaba de comprarse. Me parecen horribles, pero no le digo nada. mi madre dice algo inconveniente e intento hacerla callar con buena palabras, pero acabo gritándole.

antiguas alumnas

martes, 10 septiembre 2029. Corro la cortina y veo que hay una verbena en la calle. Mi madre dice que espere un poco, que todavía es pronto para salir. Unas chicas esperan en el patio. Estabais en mi clase. Las nombro. Se sorprenden. Dicen que irán a una reunión de antiguas alumnas. Nunca he ido a ninguna, les digo. Mientras hacemos tiempo, oigo a mi madre trastear en la lavadora. La ha puesto sin cerrar el bombo y a una temperatura altísima. Le regaño: Cuando te quise enseñar a ponerla dijiste que no, y mira ahora. Se marcha como si nada. Desenchufo, saco la ropa, el agua quema. Las compañeras se han ido a la fiesta. Decido ir. Casi me atropella un coche. En una isleta veo a Megan Markle respirando con dificultad. Me acerco a preguntarle si está bien. Dice que le ha sobrado un bocadillo, si lo quiero. No, gracias. Adiós, vecina, dice. Mientras me alejo, pienso que ya estoy a sólo un grado de la Reina de Inglaterra. Se ha hecho de noche. Una chica con gabardina intenta cruzar. Es otra antigua alumna, dice que nunca ha ido a una reunión. Le digo que yo tampoco, pero que he soñado toda la semana con antiguas compañeras y por eso me he decidido. Al entrar en el local nos miramos, nos parece muy cutre. Reconozco sólo a Yolanda por su pelo rojo. La chica de la gabardina dice que vayamos a ver la "escape room". No es más que un cuartucho con una tabla sobre dos borriquetes donde han colocado juguetes viejos y rotos.

el congreso

lunes, 9 septiembre 2019. Se supone que hay un congreso de poetas y editores en un hotel. El hotel es un edificio enorme que abarca todo el perímetro de una plaza. En cada esquina hay una torre de unos cuarenta pisos. Mi habitación está en una de esas torres, pero no recuerdo cuál. Llego en escalera mecánica al centro de la plaza. Al salir, en cada escalera, hay una bolsa de plástico con pinzas de madera. Tomo dos para poder tender la toalla, cuando la use. De los que pasan sin coger pinzas, pienso: Novatos. Atravieso el comedor para llegar a los ascensores. No he comido, pero no quiero sentarme con nadie. Paso mirando al suelo. Delante de los ascensores está Masip (pero físicamente no es él). Se supone que todo esto transcurre en un tiempo paralelo en el que Masip y yo no nos hemos conocido, por eso él no me reconoce. Va con una chica. Me hablan de que son editores, publican libros muy antiguos libres de derechos. Les digo que conozco sus libros, que tengo algunos. No se lo creen. Se los describo. Tapa dura, lomos amarillos con cuadradito negro abajo. Se ponen muy contentos. Antes de salir ella me da un papelito donde ha escrito mi nombre. ¿Sabes cómo me llamo?, le digo sorprendida. Te vi en el periódico, dice y se van. Una chica entra al ascensor que se convierte en una cama con edredón voluminoso. Nos tapamos. La chica me pregunta si he probado los "nosequé" (ni entiendo el nombre ni lo recuerdo), que son de su pueblo y están buenísimos. Bajamos del ascensor como si lo hiciéramos de un tren, porque ahora el ascensor se desplaza horizontalmente. Entramos a un bar que parece una frutería y que muestra rodajas de chacina como si fueran frutas. Me da un poco de asco que todo esté a la intemperie, cogiendo polvo. La chica toma dos rodajas del "nosequé" de su pueblo y le dice al tendero que están rancios. Subimos al primer piso. Se supone que es su casa, pero parece un bar lleno de mesas de playa. La casa no tiene techo ni dejado, pero tampoco es una azotea. Pregunto por el servicio. Un chico con gafas de sol, sin mediar palabra, me da un papel con un plano e instrucciones complicadísimas. Mientras lo leo, a menos de dos metros en segundo plano, veo una puerta que dice "Toilette".

motera

jueves, 5 septiembre 2019. Entramos en un bar. Está hasta arriba. Va a comenzar una lectura. Nos sentamos en el suelo. Llevo mucha ropa de invierno y empiezo a quitármela. Las luces se encienden. Vemos que el bar es muy grande y muy blanco, de paredes desnudas. La gente se dispersa y nos quedamos solos en el suelo delante de la chica que va a leer. N es la chica que esperábamos y nos vamos. Al salir, en los escalones del bar y en la acera, están las tarjetas y documentos que llevaba Alberto en su cartera. Aparece Raquel, que también ha huido de la lectura. Pasa una moto enorme. Raquel pone el pie en un lado y recorre unos metros en la moto, haciendo figuras de bailarina. Cuando vuelve, le pregunto cómo sabía que la moto tenía una bandeja para poner el pie. Dice que tiene una moto igual, y me guiña. En ese momento, un hombre con un mono naranja nos grita desde la acera de enfrente: "Tened cuidado con los niños holandeses".

almendras

lunes, 2 septiembre 2019. Parece una clase de cocina. Un tipo me dice que pique todos los frutos secos que tenga y los eche a la sartén, sobre unos filetes. Lo hago. Se lleva las manos a la cabeza. ¡Tenías que haber puesto avellanas, no almendras!, grita como si fuera una gran tragedia. Ahora tienes que sacarlas. Miro la sartén llena de pedacitos minúsculos de almendras.

asador

domingo, 1 septiembre 2019. Mi madre ha encargado un pollo asado y voy a recogerlo. Me acerco al mostrador donde hay una niña (parecida a la de la última película de Tarantino) que me dice en un susurró que la ayude a configurar su nuevo móvil. Mientras, veo cómo preparan mi pedido: las patatas son congeladas. No sé si decirle que no me las ponga. Alguien se pone detrás de mí. Es Aramburu. No dice nada. Saca un papel y con una seña me indica que le diga dónde hay una clínica. ¿Estás enfermo? No dice nada. Mientras la chica corta patatas congeladas en cuatro y las echa a la sartén. Tan grandes no van a freírse nunca, pienso.

rampa

sábado, 31 agosto 2019. Voy en un tren. Puedo ver la vía, como si el tren fuera transparente. Sobre la vía hay un camión parado. Pienso que vamos a chocar, pero tiene una rampa y el tren sube al camión. Un chico nos dice que podemos salir y busquemos en el hueco que ha quedado bajo el tren. Lo dice como si fuera un concurso. Algunos se ponen muy contentos porque encuentran monedas antiguas y joyas. Cuando las miro de cerca, veo que son de plástico.

piedra, cartel y salsa rosa

lunes, 26 agosto 2019. Sonia camina a zancadas por la calle. Pasa Carlos Salem. Sonia me pregunta si es poeta. Sí, le digo. Se enfurece, coge una piedra enorme del suelo y se la lanza. Afortunadamente cae a sus pies.
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Entro en un edificio que se parece a "El Pimpi". Un tipo quita de un cristal un cartel de la semana santa de 1973 y lo tira. Lo recojo. El tipo me lo quita de las manos y lo rompe en varios pedazos. Dice que no quiere que me ría de la semana santa. Le digo que sólo lo quería de recuerdo porque era antiguo. Me mira muy serio. Seguro que te gusta leer, dice. Claro. Y seguro que también escribes. Pues sí.
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Zayas y Oeste hacen cola en un bar. Cada uno sale  con un plato de gambas con salsa rosa. Se sientan en una mesa que hay en la acera. Dicen que esa noche hay un acto de nosequé, que tengo que ir. Es que no me gusta la salsa rosa, respondo. Se ríen. Oeste lleva una camisa color salmón, pero la camisa tiene cuello alto como si fuera un jersey. Me siento con ellos. Me fijo en que oeste lleva el ojo izquierdo morado. Ellos comen, yo no digo nada.

chistes

domingo 25 agosto 2019. Estoy en un bar con varias personas que no conozco. Joaquín Reyes hace chistes. Todos se ríen. De repente agarra una jarra de agua y me la echa por la cabeza.

cicatrices

sábado, 24 agosto 2019. Alejandro está regalado perritos. Me da un cocker marrón. Pienso que no sabré cuidarlo, así que se lo llevo a Juan Luis. Juan Luis tiene heridas en los ojos. Dice que no me preocupe, que sólo son las cicatrices de haberse operado las bolsas de los ojos.

ochos grises

miércoles, 21 agosto 2019. Llegamos a un restaurante que, se supone, está de moda y se llama "La pecera". Al entrar, no parece más que el hall de un hotel de montaña venido a menos. El camarero, como si nos leyera el pensamiento, dice con pena y solemnidad: Sí, esto es todo, tomen asiento. No queremos quedarnos, pero nos sentamos al rededor de una enorme mesa de madera. Una chica teje una bufanda de lana gris. Para su sorpresa, saco mis agujas y bufanda gris del bolso y me pongo a tejer a su lado. La mía tiene ochos, le digo por toda explicación. Una serie de personajes se va sentando delante de nosotras y nos confiesan algo. Uno de ellos, Joaquín Reyes. No he leído tu novela, dice mientras la chica y yo tejemos.

manos rupestres

lunes, 19 agosto 2019. Hay dos escritores firmando libros. Me acerco a ellos. Están resguardados detrás de un cristal y hay que pasarles el libro por un espacio muy estrecho entre el cristal y la mesa. Mientras les paso el libro, pienso que nada de esto merece la pena.
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Cruzo una calle que parece recién asfaltada. Llevo la silla roja pequeña al hombro. Unos niños juegan a la pelota. El asfalto se convierte en una playa, camino sobre el agua hasta la orilla. En la orilla hay piedras en las que alguien ha dibujado manos con carbón. Si no estuvieran tan bien hechas parecerían rupestres, pienso.

abuelo

domingo, 18 agosto 219. Se supone que he viajado en el tiempo para avisar al abuelo de Alberto de que van a matarlo. Voy con un tipo por calles adoquinadas. Un coche nos persigue. Corremos cada uno hacia un lado. Cuando creo que le he dado esquinazo, me apunta con una pistola. Pienso que sí me mata no llegaré a conocer a Alberto, pero si salvo a su abuelo tampoco.

zapatos tristes

sábado, 17 agosto 2019. Alejandro está sentado en un cojín grande, en el suelo, con la espalda pegada a la pared. Parece muy triste. Miro los zapatos de los que están a mi alrededor: tristes. Miro los míos: unas sandalias de hombre muy feas que me quedan grandes. Pienso si podría hacerlo reír si pasara delante de él con ellas, pero decido pasar descalza. Cuando paso ya no está.

todos al cine

martes, 13 agosto 2019. Veo a mi madre caminando por el paseo marítimo. La playa está llena de gente joven armada que ha quedado para una batalla. Corro tras ella, la alcanzo y, para que no se preocupe, le digo que entremos al cine. El cine es un edificio de oficinas. No quedan entradas, le digo que se siente en unos sillones cuadrados enormes. Intento llamar a casa, pero no tengo batería. Enchufo el móvil a una madeja de cables que sale de la pared. Temo electrocutarme. Cuando me vuelvo, mi madre ha desaparecido. Salgo a la calle por una ventana. Mi madre ayuda a mi padre y a mi tía a salir de un taxi. ¡Todos al cine!, dice muy contenta.

cubitos perfectos

martes, 6 agosto 2019. Virginia y yo pasamos varias peripecias (calles con escalones casi insalvables, policías locos en bicis, etc), hasta llegar a una cafetería donde Alberto nos espera cargado de maletas. Incluso cruzamos por una casa para no dar un rodeo. Allí viven tres estudiantes (uno de ellos es Francis, muy joven; no me reconoce), que no se extrañan de que entremos sin llamar. La casa me recuerda a la de mis padres, salvo que en esta no hay cuadros en las paredes. Uno de ellos me pregunta si me gusta Ródchenko. Le digo que no (aunque en realidad me gusta), y que tampoco me gustan los surrealistas. Pregúntame cuál es el pintor que menos me gusta, le digo. Nada, los tres siguen sin levantar la vista de sus ordenadores. Antes de marcharnos, les digo: Era Dalí, a Dalí lo odio, y no me habéis preguntado cuál es mi pintor favorito. Ni se inmutan. Llegamos a la cafetería en taxi. Alberto nos hace una señal para que no corramos, tenemos tiempo de sobra. Masip sale de la cafetería con un vaso ancho. Dentro hay dos cubitos perfectos, uno transparente y otro del color del patxarán. Me lo ofrece. Le digo que preparé uno igual días atrás y no me gustó nada. Continúa hacia su mesa. Pienso que si Francis era un estudiante y no me ha reconocido, quizá estemos viajando en el tiempo.

bergen y los colores mutantes

sábado, 3 agosto 2019. Se supone que visito un apartamento para ver si lo alquilo. Es pequeño y funcional, en tonos grises. Hay más gente de visita. Salgo, todos me siguen. Les doy esquinazo y bajo por la escalera. Encuentro en el suelo del portal unas tarjetas de aparcamiento. Las dejo sobre un escalón por si son de algún vecino. Al salir, un cielo enorme sobre casas de madera de colores perfectamente ordenadas. ¿Estoy en Bergen?, pienso y me pongo de buen humor. En una explanada naranja hay una excavadora naranja. Intento hacer una foto, pero cada vez que voy a disparar aparecen otros colores. A mi lado, una explanada amarilla del mismo color que mi mochila. La pongo en el suelo y al ir a disparar pasa lo mismo.

tablones vengativos

viernes, 2 agosto 2019. Camino por la calle. Paso por delante de varias tiendas de ropa. Todas sin clientes. Pienso en qué pena tener una tienda y que nadie entre a comprar. De repente la acera se llena de parejas (la mayoría con bebés) que salen de una tienda de souvenirs que también vende vestidos blancos tipo "La casa de la pradera". Todas salen de la tienda con los vestidos puestos. Ellos llevan traje gris. Imagino que es una boda tonta, de esas que piden a los invitados a vestir de un determinado color. Sigo mi camino, pero me cuesta avanzar porque ocupan acera y calzada. Al llegar a una calle más ancha, hay adolescentes de la mano haciendo un cordón para que pasen los novios. Van vestidas de amarillo y rojo. Me fijo en que voy de morado. Pienso que les estropeo la fiesta, porque por donde paso parecemos una bandera republicana. Me río para mis adentros y hasta dudo si pedir a alguien que nos haga una foto. No me atrevo. Empiezan a mirarme mal y decido darles esquinazo. Entro a una calle empedrada. Dos chicas vestidas de azul tiffany, se quitan la ropa. Debajo llevan shorts de cuero. La calle se convierte en un río. Las chicas comienzan a besarse y montan una escena porno. Mientras una le fustiga los pechos, la otra mira hacia un montón de tablones amontonados, como si fueran su público. De repente, como si hubiera pasado el tiempo, las chicas están en su casa y los objetos construidos con aquella madera que las observaba, las atacan.

ictus

miércoles, 31 julio 2019. Daniel camina hacia nosotros con dificultad. Lleva taje negro y camisa blanca. La chaqueta en la mano. Se le ve delgadísimo. Se alegra de verme, se apoya en mi hombro, me cuenta algo. Miro a Alberto que, con una seña, me dice que debe de haber sufrido un ictus.
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Llego a casa de Elisa. Se supone que acaban de mudarse al edificio de mis padres. El dormitorio es enorme. Han puesto un colchón en el suelo con una colcha azul. Me pongo junto a la cama para ver el conjunto. La cama parece muy pequeña. La luz es preciosa. No comprendo que sea la misma casa que la de mis padres y esta parezca mucho más grande. Elisa me cuenta que han apuntado a Darío para que salga en una procesión. Le pregunto si le han dejado elegir una de las piezas que acompañará al trono. Sí. ¿Y ha tenido que tararearla por teléfono en vez de decir el título? Sí. ¡A mi padre le han hecho lo mismo!, le digo indignada.

licor

lunes, 29 julio 2019. Estoy con un grupo de personas en lo que parece una habitación de hotel. Parece que celebramos algo, aunque no hacemos nada, sólo hablar de banalidades. No estamos sentados, estamos en pie, al rededor de una mesa de madera muy limpia y muy brillante. Llaman a la puerta, pequeño revuelo como si supieran qué va a pasar. Un repartidor trae una botella con etiqueta muy historiada y la pone en el centro de la mesa con cuidado. Todos se admiran con tímidos ¡Oh!, ¡ah! ¡Mira la tarjeta, me dicen excitados. Es una felicitación por algo que no llego a entender. El regalo lo envía Javier. Sólo dice "Felicidades desde Adra". El repartidor me hace una seña con los dedos para que le dé una propina. le digo que sólo tengo cincuenta céntimos, pero al sacarlos del bolsillo veo que es una moneda inglesa de cinco céntimos. El repartidor se enfada muchísimo, hace ademán de llevarse la botella, pero las personas que están en la habitación (y ya se han bebido casi media botella) lo empujan hasta sacarlo de la habitación.

okupas

sábado, 27 julio 2019. Marcos y Juan están tumbados en la cama de mis padres. La cama está revuelta, no duermen ni hablan ni hacen nada. No sé qué hacen allí. Mi padre aparece por la puerta en calzoncillos y con unos calcetines negros hasta las rodillas. Mira su cama ocupada.  Nadie me cuida, se queja.

perro teñido

martes, 23 julio 2019. Estoy con Daniel y una chica que lleva la mitad del pelo moreno y la mitad rubio. Le digo que cuando lo llevaba azul me gustaba más (su perro lo sigue llevando azul). Subimos a casa de Javier. Nos lleva a su dormitorio para escuchar música. Hay dos camas enormes. Le pregunto cuánto miden. Dos metros cada una, dice. Alrededor de la cama hay huecos de madera con tubos de cremas hidratantes. Su mujer sonríe, no dice nada, se sienta en la terraza. Pienso que es tarde y quizá quiera dormir. Javier pone una canción de los 80 muy oscura y escodne la cabeza entre las manos. Le digo que me recuerda a momentos de bajonazo cuando era joven. Se ríe, pone una más alegre. Le hago una seña a Daniel para que nos vayamos. Salimos al pasillo, es larguísimo, hay unas niñas jugando. Son sus hijas, le explico a Daniel y a su amiga. Tiene siete hijos y siete hijas. Una de las niñas nos pregunta desde lejos si somos alemanes. Ich spreche kein deutsch, le respondo. Lo sabía, dice y todas se ríen. Soy checa, le digo. Di algo. Stul pro ctyri, digo y vuelven a reír. ¿Desde cuándo hablas checo?, pregunta mi madre (no sé de dónde ha salido). Una de las hijas mayores de Javier se da a conocer diciendo su nick de Facebook. La amiga de Daniel se sorprende. ¡Yo te conozco!, dice. Las dejo hablando, cuando voy a marcharme Javier dice que quiere enseñarme algo. Entramos en un cuarto con tres camas (de sus hijas mayores, supongo). Me enseña un presupuesto para unas gafas. Me parecen carísimas, donde yo me las hago te saldrían por la mitad, le digo. Un señor vestido con levita, sombrero, monóculo, maletín y bastón, le dice que me haga caso. ¿Te vas a ir sin cenar?, me pregunta. Le muestro una manzana a medio comer (que no sé de dónde ha salido). En el pasillo me esperan mis padres y el perro teñido de azul. Salgamos de uno en uno, les digo, el perro no puede escaparse. Es difícil avanzar porque el suelo está lleno de zapatos. Cuando ya lo he recorrido y estamos a punto de salir, vuelvo hacia atrás porque me he dejado la luz encendida. Apago la luz del techo y enciendo una lamparita que hay sobre una mesita baja. Esa gasta menos, le digo a mis padres. Por fin salimos. Mis padres desaparecen. Un grupo de chicas dice que si no se dan prisa perderán el bus a Estepona. Las miro, me hacen gracia. Les digo que si se dan prisa pueden visitar algo increíble, y señalo hacia un portalón de lo que parece una iglesia. Ahí dentro hay otra ciudad (se supone que es una parte de ruinas que uso para cruzar la ciudad acortando camino). Han cambiado la entrada, han construido un muro encalado, hay que rellenar unos papeles y saltar una tapia para entrar. veo como el hombre del monóculo de antes salta con facilidad. Me acerco a la chica, me pide el número del DNI y de mi tarjeta de crédito, también la mochila para pasarla por el escáner. En la mochila llevo un cuchillo patatero. Si me pide explicaciones le diré que lo uso para comer manzanas, pienso. Todavía deben quedar restos de manzana en la hoja. Escribo mi DNI y la chica aplaude mientras dice: ¡Qué velocidad y qué buena letra! No recuerdo el número de mi tarjeta. Se está formando cola, empiezan a enfadarse. Cojo mis cosas y me voy. En vez de mochila arrastro una maleta. Comienza a llover a cántaros. Corro. Las calles están vacías. Me siento completamente feliz. La lluvia ha arrancado todas las buganvillas y cubierto la calzada. Se ve preciosa, cubierta de amarillo y púrpura. Pienso en la imagen que debo dar, corriendo cola por la calle bajo la lluvia arrastrando una maleta. Imagino que alguien me hace una foto desde su ventana. Imagino que algún día veré esa foto en una exposición y diré: ¡Ey, esa era yo!

libro rojo

sábado, 20 julio 2019. Oeste y yo hablamos con las cabezas muy juntas. Trata de convencerme de algo. Me da un libro rojo del tamaño de un misal. Dice que es sólo una prueba, pero veo que junto a él  hay una caja con unos cien libros más. Se supone que ha publicado mi última novela. Ya tiene la fecha de presentación y al presentador, Emir Kusturica. Dice que estaría bien que mi padre asistiera. Le digo que la novela no va de mi padre. En ese momento, mi padre sale de una habitación e intenta dar una carrera. De repente estamos sentados en la escalinata del hall de un hotel muy lujoso. A la entrada un montón de periodistas rodean a Kusturica, que acaba de llegar. De repente tengo una melena larga y espesa. Oeste tiene que hundir la cabeza en mi pelo para poder seguir hablándome al oído.

barro

martes, 16 julio 2019. Llego a la calle de mis padres. Está cubierta de barro. Un vecino se ofrece a llevarme en su coche. La chica que va de copiloto protesta celosa. El vecino frena y me deja aún más lejos. Tengo que caminar sobre barro y hojas secas enormes (no sé de dónde han salido porque no hay ningún árbol). Al llegar al portal veo que mi tía se ha instalado allí con todas sus cosas, incluso hay ropa tendida sobre los botones del portero automático. Pregunto si la ayudo a recoger y subirlo todo (una manera diplomática de decirle que no puede quedarse a vivir allí). No hay tiempo, dice, ¡tu hermana sale de viaje ya!

asfalto

viernes, 12 julio 2019. Subimos a un autobús. Mi sobrina Elena se retrasa y queda atrapada entre las puertas. Le digo al conductor que las vuelva a abrir. Elena cae hacia atrás y queda tendida en el asfalto. Su hija se tira en marcha y también cae. Alberto baja de un salto a pesar de que el autobús ya está en marcha. Le grito al conductor que pare. Para y abre las puestas después de un rato. Al fin puedo bajarme. La calle está desierta.

nevado

miércoles, 10 julio 2019. Mi padre me pregunta si arreglé el brasero. Pienso que estamos en pleno verano, pero no le digo nada, lo desarmo, lo arreglo y lo pongo bajo la mesa camilla. Veo que son las cuatro y media. ¿A qué hora se entra al instituto?, mi madre se encoge de hombros. Mi tía dice que llego a tiempo. Corro al cuarto de baño a lavarme la cara. Veo al muñeco Nevado sobre el bidé. ¡Estabas ahí!, le digo. Corro a mi cuarto, no sé qué ponerme, no reconozco mi ropa. No sé qué clase habrá a primera hora. Si es gimnasia no tengo ropa de deporte, podría no ir, pero ¿cómo me enteraría de qué tengo que examinarme?, pienso mientras me pongo un jersey de rayas verdes. Corro al ascensor. Para en el segundo. Entra una niña con una mochila enorme. Su madre le dice que salga. La niña sale a cámara lenta., me entran ganas de empujarla. Al llegar al portal veo que han cambiado la puerta por una giratoria y alguien intenta sacar un armario enorme. Hay una fila de vecinos para salir y otra para entrar. Veo que en la calle hay un mercadillo de frutas y verduras. Me resulta sospechosos que los que venden lleven traje y corbata. Como sigo en la cola del portal para poder salir, los observo. No venden, fingen que venden. A veces hasta se dan codazos entre ellos para que hagan bien su papel.

incendio

domingo, 7 julio 2019. Estoy en lo que parece mi colegio, pero se supone que es mi cuarto. Alguien dice que hay que huir porque hay un incendio. Abro cajones. Hay, sobre todo, muchos muñecos pequeños. Sé que debo elegir sólo algunas cosas, las más importantes. Meto algo de ropa en una maleta, pero quiero llevarme todos los muñecos. Saco una almohada de su funda. Uso la funda como saco, la lleno y me voy. Se supone que ha amanecido y vuelvo para ver lo que ha dejado el fuego. Se supone que en el jardín del colegio está enterrado Askildsen. Llego a la vez que Chivite. Buscamos juntos los restos de Askildsen entre los escombros.

lana azul

jueves, 5 julio 2019. Parece un entierro. Lloro desconsoladamente. De repente me doy cuenta de que es el entierro de Madonna.
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Hilvano un papel con lana azul, pero sin coserla a otro papel, sólo dejando un rastro intermitente. Mientras lo hago pienso en que hace demasiado tiempo que no escribo poemas y decido seguir el consejo que le doy a los demás: ya volverán.

restos

martes, 2 julio 2019. Caminamos por la cornisa de un desfiladero. Pienso que en cualquier  momento vamos a caer. Salud se asoma por una de las paredes y dice que se ven los restos de una ciudad. Lo dice entusiasmada. Yo prefiero no mirar. No quiero estar allí.

tres caminos

lunes, 1 julio 2019. Llego con Blanco a un edificio sin ventanas. Nos abre una chica con cara de malas pulgas. Blanco le dice su nombre, ella lo busca en una libreta y lo deja pasar. Vamos juntos, le digo y entro antes de que me lo impida. Hay un jardín enorme. Gente sentada en bancos de piedra, sillas de playa y toallas sobre el césped. Hay restos  de basura como si hubiera habido una verbena. ¿Me deja que limpie, clasifique la basura y lo ordene todo?, le digo a la chica. La chica me agarra del brazo y me lleva donde están Blanco, Daniel y Ángeles. Podéis salir un rato, dice. Se supone que Ángeles tiene una depresión y está allí ingresada y para que no estuviera sola, Daniel ha decidido ingresar con ella. Me parece admirable. Salen por una puerta trasera. Corro tras ellos. Llego a una escalera  donde un montón de cajas enormes, como de frigorífico, me impiden el paso. Bajo como puedo. En la calle, que es un descampado, hace calor. Dicen de coger un ferry, ir a la isla y volver. llevo a ángeles por el hombro, le hablo de la vida poniéndole delante tres dedos. ¿Ves?, hay tres caminos: el de los vivos, el de los muertos y el tuyo. Y tienes que vivir, le digo.

alcorques y fardos de carne

domingo, 30 junio 2019. Subo por una calle. A los lados hay alcorques sin árboles. En su lugar, unas pequeñas cajas blancas con juguetes. Cuando veo la primera pienso que se le habrá caído a algún niño. Es una goma de borrar con forma de conejito (como la que encontré en la calle, pero en blanco). Al ver que en cada caja hay distintos juguetes, pero todos blancos, pienso que no puede ser casualidad. me los llevaría todos, pero me parece mal. No sé cuál elegir.
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Sobre una cama hay cuadro bloques de carne picada con forma de almohadas. Toco una con el dedo, está blanda y fría. Son fardos de carne, dice alguien. Al volverme veo que es Sheldon Cooper. Voy a ayudarte a deshacerte de ellos, dice. No entiendo nada porque no son míos. Entra en un ultramarinos y pregunta si alguien quiere unos fardos de carne. Un hombre sale de la tienda y me dice: Esto no va por buen camino.

luces de navidad en verano

miércoles, 26 junio 2019. Entro en un ascensor. Veo en el espejo que no llevo zapatos y que mis tobillos están hinchadísimos. Inmediatamente pienso en el pie hinchado de mi padre, en que quizá haya somatizado su flebitis. Absurdamente, busco un teléfono en el ascensor para decírselo a Alberto. Las puertas se abren, dan directamente a la calle. Entro en un portal con manchas de humedad en paredes y techo. En un rincón hay un teléfono negro de baquelita. Intento llamar, no tiene línea.
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Estoy en lo que parece una fiesta en una la azotea. Hay guirnaldas de luces en la barandilla. Navidad en verano, pienso. Me siento a hablar con oeste. Me cuenta con pena que la gente no se acerca a él porque resulta frío. Le toco el brazo. Estás frío. Se ríe. Le digo, hablando en serio, que quizá resulta frío porque esquiva llegar a cierta intimidad con los demás, que sólo es capaz de contar intimidades por escrito. Pero a mí me parece bien, así debe ser, le digo agarrándole las manos.

cena y desayuno

domingo, 23 junio 2019. Bajamos a la bodega de un barco donde, se supone, hay una cena. A la entrada hay unos monitores donde aparecen vídeos confusos sobre horóscopos. Se supone que a cada uno nos han asignado un horóscopo y un personaje famoso del Hollywood de los 50 y debemos adivinar cuál es nuestra mesa. Más de la mitad de los invitados se marchan, otros se sientan en cualquier sitio. Pasa el tiempo, los invitados protestan o se duermen. Les explico que hasta que no estén todos no empezará la fiesta. En mi mesa está Cary Grant, dice que tiene sed. Yo tengo delante un vaso de Duralex con sidra. Le pongo la mitad en su vaso. Lo siento, le digo avergonzada.
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Llego a los bajos de un edificio ocupado. Se supone que estoy en Brasil, que ese lugar aparecía en un anuncio y he ido hasta allí para verlo. No es para tanto, pienso. Al volver, un grupo está desayunando en una grada de cemento. Están dispuestos como si fuera la última cena. Incluso están inmóviles. Cuando paso por delante se ríen. Estábamos posando para la foto de despedida, me dice Oeste, dese el centro de la grada.

adoquines

miércoles, 19 junio 2019. Camino detrás de Daniel por una calle muy estrecha adoquinada. Dice que va a comprarse mis libros porque no le gusta leerlos en hojas sueltas. Pues tengo como veinte, le digo. Se para, se vuelve asombrado. Entonces no, dice.

cardado intacto

domingo, 16 junio 2019. Mi hermana me lleva a un edificio. Es aquí, dice y entramos en un hall enorme con una portería de madera tallada acristalada con el portero uniformado. Le pregunta quién soy. Es mi hermana, le hace una seña y él sonríe. Hay zócalos de madera y frescos en el techo. Llegamos a una de las puertas. Abre. Se supone que mi hermana y mi madre viven ahí. La puerta da directamente al dormitorio como si fuera una habitación de hotel. La cama está deshecha. Mi madre no está. No debió dejarla sola, pienso. Mi madre está dentro de la bañera con la mirada perdida. Le pongo por encima una toalla. Dice que no tiene frío a pesar de tener la piel de gallina. Mira lo que hago, dice y mete la cabeza bajo el agua. La saca, sigue completamente peinada, con su cardado intacto. Nos reímos.

autómata

sábado, 15 junio 2019. Me miro al espejo. Llevo un jersey gris perla muy bonito. Veo a mi lado un bote de pintura verde agua y comienzo a pintar el jersey. Noto como e va endureciendo a medida que se seca. Mientras me miro haciéndolo en el espejo, no comprendo por qué lo hago.

yeyé

miércoles, 12 junio 2019. Estamos viendo una vieja cinta de VHS. Tengo hora en la peluquería, digo y me levanto. En ese momento me veo en un vídeo en blanco y negro: Estoy en un escenario enorme con un grupo que toca música yeyé. Tengo una melena increíble canto y bailo como una auténtica desquiciada. Al ver ese pelazo, dudo si ir a cortármelo.

pasarela

lunes, 10 junio 2019. Estoy con mi madre en la azotea de un hotel. Vemos la azotea del hotel de al lado a menos de un metro. En la otra azotea hay muchos turistas que de repente hablan entre ellos e incluso bailan. Vemos a mi padre, no sabemos qué hace allí. Forman una conga. ¿Qué te juegas a que tu padre hace la conga? ¿Qué te juegas a que no?, respondo. Efectivamente, mi padre sube unos escalones y desaparece (parece muy triste). Unos chicos llegan con andamios y gafas de realidad virtual. ¡Vamos a jugar a la pasarela!, animan. Quieren que caminemos por una barra estrecha con las gafas puestas. Se supone que con ellas parecerá que andamos por una superficie ancha. ¡Vamos Daniel, tú siempre lo haces al menos un par de veces! Daniel se acerca sin ganas y se pone las gafas. ¡Vamos señora, que para eso se ha puesto esos calcetines tan elegantes!, dicen a mi madre. Mi madre (va sin zapatos) lleva unos calcetines negros de lunares muy gastados. Que no te embauquen, le digo. Mi madre se mira los pies. Es que yo soy muy elegante, les dice, pero no se mueve. Los demás comienzan a caminar sobre la pasarela. Van a caer como moscas, pienso.

los leones chicos

sábado, 8 junio 2019. Voy con Joan por la calle. Al llegar a "Los leones chicos" veo que han tirado todos los edificios y han hecho una plaza enorme. No hay árboles. Joan se tumba en el único banco, incluso de mete en un saco de dormir. Aquí te espero, dice. Al llegar a casa Joan duerme en la cama. Lejos de sorprenderme, me tumbo a su lado y me duermo al instante.

bolonia

miércoles, 5 junio 2019. Paseo por una ciudad desconocida. Pienso que no sé dónde estoy ni reconozco ninguna calle, y eso me gusta. Me ilusiona pensar que estoy en Bolonia. Entro en un local que parece un bar. Un grupo de chicas pasa detrás de mí y los camareros piensan que vamos juntas. Intento desligarme de ellas subiendo por una escala de grapas. En el techo hay un agujero cuadrado. Sólo me pasa la cabeza, y a duras penas. Las chicas se agolpan en la escala, les digo que bajen, que si no entran mis hombros mucho menos sus caderas.

purpurina a cámara lenta

sábado, 1 junio 2019. Entro a una peluquería por hacer tiempo. Ya que estoy allí, pido que me corten el pelo (lo llevo largo hasta la cintura). No dejo de mirar el reloj y la puerta, como si esperara a alguien. Se supone que he quedado en el parador para leer poemas. No me apetece nada ir. Imagino excusas. Un taxi para en la puerta, me despido aunque el pelo está a medio cortar. El taxista dice que puedo cambiarme de zapatos y me da unos tacones tipo años 70 muy llamativos (metálicos con purpurina), y muy feos. Mientras me los pongo me habla con un tono de voz muy dulce. La purpurina se me pega a los dedos. Todo ocurre a cámara lenta y me siento bien.

milán yema

jueves, 30 mayo 2019. Hablo con Pablo por teléfono (no recuerdo de qué, pero su voz me calmaba). Antes de que pueda darle las gracias y despedirme, la llamada se corta. Entro en la cocina de la casa de mis padres. No hay luz, todo está manga por hombro. Aun así decido hacer un bizcocho. Entra mi madre, casca un hueco sobre la encimera. En vez de yema aparece una goma Milán verde muy usada.

personaje cerilla

miércoles, 29 mayo 2019. Al entrar en el ascensor de casa me encuentro a un personaje diminuto color carne que parece muy asustado. Tiene el tamaño de una cerilla. Me echa los brazos, lo pongo sobre mi hombro como si fuera un bebé, pero puedo sostenerlo con un solo dedo. Llego a casa. Hay varios vecinos en la terraza. No sé qué hacen allí. El personaje se asusta y salta al suelo. Temo que lo pisen, lo busco entre los pies de los vecinos. Alguien fuma. La ceniza le cae encima. Lo tomo con dos dedos. Está negro. Parece una cerilla completamente quemada.

arenques fermentados

lunes, 27 mayo 2019. Cumpián abre una lata de arenques fermentados y se la come disfrutándola como si fuese el mayor de los manjares. Me ofrece. Meto un poco en un trozo de pan y lo pruebo. Me da mucho asco. Para colmo noto que el pescado late.
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Llegamos a una casa trepando por un monte con la tierra húmeda. se hace muy difícil avanzar. Saltamos una valla como hicimos en Oporto para llegar al museo del vino. Veo que Rajoy se me acerca como si me conociera de toda la vida. Me estrecha la mano, me pregunta qué tal va todo. Le digo que, aunque parezca mentira, visto lo visto, se le echa de menos. Pone cara pánico y desaparece. Un señor con barba dice que es hora de volver. Me acompaña a la parada del bus. Dice que si se hace tarde puedo dormir en su casa. El señor se convierte en un niño (con la misma ropa, un jersey de lana cruda con adornos que le sobresalen. Se me abraza, se queda dormido, los adornos se me clavan.
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Al parecer se presenta un libro en el que participo. Van llamando por orden alfabético. Soy la segunda en leer. Me doy cuenta de que en vez de llevar poemas llevo una bolsa de plástico llena de costillas que chorrean salsa barbacoa. No sé qué hacer con ella porque podría mancharlo todo. Se saltan mi nombre. Aprovecho para escabullirme.

pulsera vaquera

miércoles, 22 mayo 2019. Parece una gran fiesta en unos jardines tipo Versalles. Estoy muy a gusto comiendo gominolas de una caja de cristal de aristas doradas (igual a la que vi ayer en la recepción del Gran Hotel La Laguna y no me atreví a coger ninguna). Oigo mi nombre por megafonía. Dicen que es mi turno. Trepo por varios niveles de balaustradas hasta llegar a una terraza donde están todos los demás poetas. Toman zumos y cervezas. Pido disculpas por llegar tarde y señalo las gominolas como si eso fuera una excusa más que suficiente. Unos se ríen, otros me miran mal (sólo hay hombres). El presentador le hace la misma pregunta a todos: ¿Si encontraras un muerto en la playa qué escribirías en su pulsera vaquera? Los demás poetas responden tonterías algo azorados. Durante el descanso, le digo que esa pregunta es una tontería. De nuevo hay quien ríe y quien se molesta. Juan Cerezo se ríe disimuladamente y oigo que le dice a quien tiene a su lado: Alguien tenía que decírselo. El presentador se levanta y desaparece. Pienso que no he debido decir nada delante de tanta gente. Que quizá ha sido fruto de la cerveza, pero veo que yo era de las que tomaban zumo. Cuando vuelve, le pido telepáticamente que me haga esa misma pregunta, que intentaré que mi respuesta sea tan buena que haga buena su pregunta. Asiente. Me pregunta. Si encontrara un muerto en la playa en su pulsera vaquera escribiría el nombre del mar que lo mató.

anécdota

martes, 21 mayo 2019. Estoy en una tasca. Dos niños se sientan frente a mí. Veo a sus padres vigilarnos desde una mesa cercana. Para entretenerlos les cuento cuando al coger un adorno de la Virgen del Pilar que tenía un cable pelado y al notar un calambrazo agarré el brazo de mi hermana y se lo pasé. Los niños no saben si reír o llorar.

vuelo de bajo coste

domingo, 19 mayo 2019. Vamos en un avión partido por la mitad. A la hora de aterrizar, todos resbalamos hacia delante. Me abrocho el cinturón y agarro muy fuerte a Alberto para que no caiga. ¿Esto siempre es así?, pregunto a otro pasajero. Sólo hay cinturones para cuatro pasajeros, responde.
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Parece una fiesta en un barco, pero está amarrado al puerto. Un chico me persigue para entrevistarme, no sé dónde esconderme. al fin me acorrala y pregunta que pienso del ser humano. Sólo somos monos con ropa, respondo.

ciruela

sábado, 18 mayo 2019. Se supone que estamos de viaje y acabamos de almorzar con mi madre. Sobre la mesa hay una ciruela enorme muy oscura. Mi madre la mira y le pasa la mano como si fuese una bola de cristal. Pagamos la cuenta. La ciruela la pago yo, dice mi madre al camarero.

regla

viernes, 17 mayo 2019. Hago cola, como si estuviera en un bar, para entrar al cuarto de baño de la casa de mis padres. De repente me doy cuenta de que estoy desnuda, me ha venido la regla y hay un charco de sangre en el suelo. (Al despertar, me ha venido la regla).
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Tenemos que llegar a algún sitio y llegamos tarde. Mientras conduzco muy rápido marcha atrás, Sonia va asomada a la ventanilla del copiloto gritando a todos que se aparten.

recoger pasas

lunes, 13 mayo 2019. Entro en una sala enorme. Casi no quedan asientos libres. A mi lado alguien habla con un tono de voz que conozco, pero no sé quién es. Pasan varios conocidos, se les ve muy felices por lo que va a pasar (que no sé qué es). Algunos llevan collares y hasta banderas. Me levanto y salgo discretamente. Aparecen Daniel y Mantecón. Daniel dice que tenemos que hablar y se tumba sobre un montón de tierra de una obra. Le digo que no es arena de playa, que no haga el tonto, que Alberto y mantecón estarán buscándonos. Me pregunta por trabajos lejos de España, como recoger pasas. Es precisamente en Málaga donde se recogen, le digo. No quiero estar allí, llamo a gritos a Alberto. Aparece con Mantecón. Os estábamos buscando, dicen. Llegamos a un hotel. La chica de recepción se alegra exageradamente de que yo saque un libro de Vonnegut donde llevo la reserva. Le digo que puede devolvérmelo cuando nos vayamos del hotel. Entramos en el restaurante. Las mesas y las sillas están desordenadas. El camarero me da un teléfono, marca el número de la peluquería y me dice que con seña que debo cortarme el pelo.

veinte por tres

viernes, 10 mayo 2019. Buscamos un perfume porque se supone que yo diseñé la caja. Lo vemos en varios escaparates pero me parece muy caro. Al pasar cerca de un andamio encuentro una carpeta y veinte euros. Le digo a Alberto que es la tercera vez en un día que me encuentro veinte euros. Nos sentamos cerca del andamio por si aparece el dueño poder devolvérselos. Bajo el andamio hay un estanco. Pienso que si no aparece nadie a reclamar el dinero no me da tanta pena porque seguramente será fumador y fumar es tirar el dinero.

pestillos

miércoles, 8 mayo 2019. Entro en una zapatería muy elegante. Le pregunto a la dueña si le quedan unos zapatos de rayas que vi en el escaparate. Me señala un cesto. Parece que les haya pasado por encima una apisonadora.
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Llego a casa de mi abuela. Un tipo me encierra en la cocina y me desata los tenis. Los esconde en la alacena. No sé cómo me libro de él. Al llegar a la puerta veo que ha colocado varios pestillos. Los abro a toda velocidad y consigo salir al jardín. No has entendido nada, le digo antes de marcharme.
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Camino por Conde Ureña. Intento elegir una rama con jazmines para llevarle a mi padre, pero son todas tan bonitas que me da pena cortarlas.
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Después de comer en un restaurante, los camareros dicen que salgamos para que puedan servir los postres. Al volver, Antonio Blanco está sentado en el sitio de Alberto. Incluso lleva su chaqueta. Los camareros sirven un postre que parece de cartón. Uno de ellos lanza un acertijo. Debemos encontrar una palabra que contenga las letras de AGUA. Como pista, dice que es la palabra que más odian de los clientes. Después de un rato, dice: La palabra era OIGA.

jnac

miércoles, 1 mayo 2019. Alguien me enseña a escondidas una papeleta de un nuevo partido. Son los peores, me advierte. Las siglas son JNAC. Nadie sabe qué hay detrás, sólo que la jota es de Juventudes, dice.

mal negocio

martes, 30 abril 2019. Camilo va a casarse con la hija pequeña de un millonario. Es realmente horrorosa. Han convocado a la prensa. La familia y los invitados están sentados en sillas de playa y de tijera desvencijadas que han colocado desordenadamente a las puertas de una especie de garaje donde sólo hay chatarra. Camilo hace arrumacos a su futura esposa. Tanto su futuro suegro como la hija mayor, que es igual de horrorosa pero rubia, están encantados. Lo veo todo desde una especie de pajar, en alto, que han habilitado para los periodistas. Le hago señas a Camilo que significan "No sé yo si eso es un buen negocio", pero no me ve o se hace sueco.
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Tengo un montón de pastillas sobre la falda. Las ordeno en el pastillero. Los ibuprofenos no caben porque son enormes. Mi madre aparece en camisón, camina delante de mí. Le digo que parece una modelo. Se enfada, dice que los encajes no son lo suyo. Reaparece con un pijama de felpa.

caer y caer

lunes, 29 abril 2019. Alberto dice que llegamos tarde así que cortamos camino por una especie de andamio. Saltamos de tabla en tabla. De repente Alberto frena y, en vez de pasar a la siguiente tabla, se deja caer al vacío. No quiero mirar. No sé cómo he llegado a una habitación en forma de cubo. Solo hay un catre. Todo muy blanco, luz artificial. Antonio está sentado con la cabeza entre las manos. Le digo que tiene que salir del cubo. Nada. Me voy triste y cansada de intentar convencerlo. Una señora camina delante de mi, no ve que hay un agujero cuadrado en el suelo y cae. Me asomo. Pienso que si está viva Alberto también estará bien.

metamorfosis

domingo, 28 abril 2019. Acabamos de ver una película. Salimos de una carpa que hay en mitad de un campo de césped rodeado de árboles. Un tipo enorme con pinta de alemán (aunque en el sueño se supone que el Pablo Monereo), dice que prefiere las películas con final feliz.

aguas frías

viernes, 19 abril 2019. Paseo un perrito lanudo que no es mío. Donde debería estar el carril bici hay un canal con agua, se supone que helada. El perrito sale corriendo hacia el canal y cae. Intento correr para sacarlo pero no puedo moverme. Grito. Me digo: Ahora es cuando Alberto me despierta. (Pero no me despierta, me despiertan mis propios gritos).
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Hay una familia bañándose en un pantano. En la orilla hay unas piedras grandes muy bonitas. Parecen muy duras, pienso. También pienso que esa familia esconde algo y va a ocurrir una desgracia. La luz que lo envuelve todo es plana, fría y muy siniestra.  Los observo desde cerca, pero soy invisible para ellos.

robos

domingo, 21 abril 2019. Estamos delante del Centro Cultural Generación del 27. Mi prima me cuenta con cara compungida: Han entrado a robar en mi casa (hace una pausa dramática y continúa)... por segunda vez. De repente, aparece Javier y dice con tono infantil: ¿Te acuerdas de cuando no querías quedar en el 27?

desprecio y descuento

lunes, 15 abril 2019. Estoy con Piqué en el que era mi cuarto de niña. Habla en andaluz. Nos reímos de su facilidad para imitar acentos. Piqué se transforma en Micah P Hinson y mi cuarto en una tienda de colchones. Su secretaria dice que tiene que hacer las maletas porque su avión sale en unos minutos. Hay muchos regalos que le han hecho los fans. Se los voy enseñando y él decide qué llevarse y qué no. Me da pena que no reconozca un regalo que le hice y decida dejarlo en la tienda de colchones.
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Estoy en una tienda desangelada donde venden ropa muy arrugada y comida. La gente acumula cosas entre las manos. De repente cuentan hacia atrás en alto. Al llegar al cero corren hacia las cajas. Al parecer, hay unos minutos en lo que todo es casi gratis. Salgo por el arco sin compra y pito. Me doy cuenta de que llevo unas botellas de agua que me encargó mi padre. Los minutos de descuento han pasado y en las cajas no hay nadie. Una niña me ayuda a contar las monedas que llevo. Algunas son de países que ni siquiera conozco. Se las regalo. Cuando llega la cajera, la niña se ha escondido todo el dinero. Le digo que no me esperaba eso de ella. Le quito los zapatos para que no escape. Dice que le da igual, que con o sin zapatos sabe llegar a su casa.

buzones

miércoles, 10 abril 2019. Homenaje a una familia en la que todas son mujeres. Hablan sobre unas botitas de niña que desaparecieron. Todo me parece muy triste. Para no llorar me concentro en los jerseys que lleva el público. Voy por la calle. En los escaparates venden souvenires de cerámica y tarros muy pequeños de mermelada. Llevo un ramo de flores secas y pienso que con eso será suficiente, como si fuera a visitar a alguien. Veo a Robert-Louis salir de un portal y cruzar a toda velocidad. Alguien le grita que el semáforo está en rojo. No hay ningún coche, cruzo. Entro en el mismo portal. Miro los buzones, algunos están rotos y/o abiertos. No veo ningún nombre conocido. En uno están las botitas de la niña. Siento asco y miedo. En otro veo un bañador secándose (se supone que es de Robert-Louis). Subo andando a la tercera planta, pero algo me hace bajar y entrar en un piso de la primera. La casa está vacía y sospecho que alguien me sigue. Llego a una habitación donde duerme una de mis tías abuelas. El dormitorio tiene dos camas separadas por una cheflera que llega al techo, en vez de por una mesita de noche. La despierto poco a poco. Te he traído flores secas, le digo.