bola de arena y ventilador inexistente

jueves, 31 marzo 2011. Cuido de una bola grande de arena mientras Alberto y Eski ven una película en la playa. Cuando vuelven, Eski me dice: No me extraña que sacarás un diez en filosofía.


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Manuel dice que quiere ver mis billetes de avión. A cambio me enseña los suyos. No entiendo nada, es una tarjeta de navidad con un mapa dibujado y luces pequeñas marcando algunas ciudades. Manuel me pregunta cuánto mide el ventilador del techo. No veo ningún ventilador, pero le respondo: 58 centímetros. Sólo te has equivocado por 2 centímetros, dice.

parkour

miércoles, 30 marzo 2011. Paseo con Lucas por un parque. Mientras salta por encima de los bancos que se va encontrando, y se chorra por las barandas de las escaleras y da volteretas en el aire, me dice que ya no quiere estar con Nesli. Deberías decírselo antes de que se venga de Londres, le digo. No puede ser, hablé esta mañana con ella y ya tenía hecha la maleta, dice.

todoacién y congreso en el tiempo

martes, 29 marzo 2011. Me asomo al escaparate de un todoacién. Dentro veo a Elisa y Andrés elegir entre dos termos de plástico. Los termos son iguales, incluso del mismo color. Les hago señas y golpeo el cristal con los nudillos, pero no me ven. Apoyo la frente el cristal y los miro con pena. Quiero irme a casa, pero pienso que si despego la frente del cristal quedará una mancha de grasa y, pensar eso, me entristece aún más.

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Me cruzo con Elena, una compañera de colegio a la que hace tiempo que no veo, por el puente que me lleva a casa. Alza los brazos y me grita: ¡Recibí tu felicitación!

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Parece un congreso y se celebra en un bar. Por más que miro la información que nos han dado en una mochila negra no logro entender de qué va. No conozco a nadie. Veo a un chico que, para hacer gracia, se ha puesto una peluca de Pippi calzaslargas. Decido sentarme a su lado porque los demás tienen una pinta muy seria. ¡Manuel, qué alegría verte!, le digo. No sabe de qué le hablo. Pienso que quizá he viajado en el tiempo y todavía no nos conocemos. Miro de nuevo la mochila y el logo del congreso es una nave espacial. Miro a Manuel encantada, pensando que por fin voy a estar con él unos años antes de conocerlo.

instrucciones a mano

lunes, 28 marzo 2011. Mi hermana me da unos folios rojos. Cóselos, rápido, dice. Abro la máquina de coser de mi abuela, pienso que mi hermana quiere que me dé prisa para que mis tías no me pillen cosiendo papel. Según coso, los folios se vuelven blancos. Parecen las instrucciones de un electrodoméstico donde alguien ha escrito algo. Reconozco la letra de Federico del Barrio, el dibujante. Cada vez coso más rápido. Estoy impaciente por saber qué dice.

pequeña vaca voladora

domingo, 27 marzo 2011. Alberto y yo estamos en un bar de pueblo. Pide una cerveza. ¿Por qué no pedimos lo de siempre?, le digo. Me mira raro, dice que nunca habíamos estado allí. Le hablo de las botellas cuadradas de clarete, de que solemos pedir una para tres. No recuerda nada. Alguien nos hace señas desde otra mesa para advertirnos que en el fondo del vaso de Alberto hay un bicho. Meto un tenedor y lo rescato, pienso que ya estará muerto. Es una especie de vaca diminuta color ámbar con alas. La pongo sobre una servilleta, le soplo las alas. Al cabo de unos segundos, la vaca comienza a moverse. Un camarero intenta aplastarla, discutimos. Sólo es un bicho, grita. Es un mamífero, le digo en tono muy solemne. Él se ríe. Además, aunque no lo fuera, no voy a dejar que metes a ningún bicho, le digo agarrándole las muñecas. Mientras tanto, la vaca se ha ido volando.

ventanas

sábado, 26 marzo 2011. Alberto y yo estamos a oscuras en una habitación con la ventana abierta. La ventana da a otra ventana de otra habitación, al otro lado de la calle, donde vemos a Mesa Toré en el estudio de su casa. Está sentado, fuma, a veces echa un vistazo a la ventana. ¿Crees que puede vernos? No. ¿No crees que debería decirle que ya he vuelto? No.

mudanza

viernes, 25 marzo 2011. Llego a casa. La casa está en penumbra, aun así noto que falta algún mueble. Oigo ruidos en el dormitorio. Alberto y Andrés están guardando cosas en cajas. Pienso que han empezado la mudanza sin mí. Espero que no hayan tocado mis libros, pero no digo nada. Andrés intenta alcanzar una caja enorme, tira de ella y le cae a Alberto en la cabeza. Pienso que la caja está vacía y no le habrá hecho ningún daño, pero Alberto queda medio inconsciente sobre la cama. Le pongo la mano en la frente como para saber si tiene fiebre, lo arropo. Le pregunto a Andrés con la mirada qué tenía la caja. Andrés se encoge de hombros. Todo sucede como en una película muda.

escoba, miedo y dinosaurio

jueves, 24 marzo 2011. Voy en autobús. Es de noche y las calles está llenas de gente. Una mujer enorme grita al conductor que ese no es el recorrido habitual. Alguien le explica que lo han cambiado por las fiestas. La mujer se levanta, recoge todas sus bolsas, lleva muchas, e intenta bajar del autobús en marcha. El conductor la empuja con una escoba. Aunque la mujer sea una maleducada, me parece horrible que el conductor use una escoba, así que me bajo yo también. Realmente la calle es un fiesta. Sé que estoy muy cerca de la casa de mis padres, pero pienso en volver allí y siento una opresión enorme en el pecho. Cuando estoy delante de la casa, veo que han cortado la calle con cintas de policía. A un lado, los artificieros de la Guardia Civil pintan a brochazos en unos papeles que han colocado sobre el asfalto. Al otro, José Luis hace fotos a unos charcos sobre plástico amarillo. Lo llamo, le hago señas para que me vea, pero la policía me dice que es muy tarde y no haga ruido.
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Andrés mi hermana y yo estamos en casa de mis padres. Mi hermana dibuja con todos los lápices desparramados sobre la mesa, como si fuera una niña. La luz es muy pobre y le da a la escena un tono triste. Mi hermana me hace una señal que interpreto como que abrace a Andrés. Lo abrazo. Andrés me aparta. ¿Y si nos pillan tus padres abrazados?, dice. Vale, le digo, pues vamos a dibujar. ¿Y si nos pillan tus padres dibujando?, dice. Mi hermana pone los ojos en blanco y hace un gesto con el dedo índice sobre su sien.
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Desde una azotea observo a un dinosaurio gigante que va destrozando con la cabeza y la cola todos los edificios que encuentra a su paso. Me pregunto si estoy soñando o será real. La gente corre por la calle, le tira piedras que sobre su cuerpo parecen granos de arroz. No es real, concluyo, porque la ciudad la veo a color y el dinosaurio en blanco y negro. Un tipo se me acerca y me grita que haga algo. Me siento en el suelo, saco una libreta y escribo: "Maneras de acabar con un dinosaurio gigante: 1. Bomba atómica, 2. No hay dos".

patín reus

miércoles, 23 marzo 2011. Antonio y yo hemos estamos en Zaragoza para ver un partido del Patín Reus. Estamos muy ilusionados porque, se supone, Joan debuta como jugador. Estamos en una explanada enorme, de fondo suena una música impersonal que le da a la imagen un tono tristón. Un perro enorme negro se acerca a nosotros, empujo a Antonio hacia la pared y me pego a él dándole la espalda. El perro se me abalanza y me lame la cara. Siento un asco enorme. No te preocupes, le digo a Antonio, ya se cansará. Pienso que si veo a Joan le pediré su stick para deshacerme del perro.

facebook con teletransporte

martes, 22 marzo 2011. Abro el facebook de Octavio y entro en un enlace de su muro. Al clicar sobre el enlace estoy dentro de él, en una calle de Zaragoza. En el sueño consta que para salir del enlace al que uno se ha teletransportado sólo tiene que cerrar los ojos. Todo el mundo pasea con los ojos muy abiertos y sin pestañear. Da un poco de angustia, la verdad, porque no se ve ningún gesto natural. Algunos incluso se sostienen los párpados con los dedos. Pienso que si esta locura sigue de moda acabaremos todos con el aparato que le ponían al de "La naranja mecánica". Cuando voy a cerrarlos para salir de allí, veo a un tipo muy mayor regañando a Nacho (le regaña en verso, me recuerda al Oso Yogui). Al parecer, Nacho ha tratado de subir por un tobogán en el que había un letrero de prohibido. Salgo en su defensa, le digo al tipo que en realidad el letrero sólo marca un horario y el horario es bastante absurdo. El tipo rompe el horario en pedacitos y me acuerdo de aquel poema de Juan que decía que cortaba cuadraditos de papel. Sólo por pensar en Juan, aparece. ¡Compañera!, dice. Me cuenta que mi madre acaba de cruzar la calle, pero que no le ha dicho nada porque él no habla chino. Se ríe de su propio chiste. Estoy tan cansada, tengo tanto sueño, me duelen tanto los tobillos. Todo eso empieza a superarme un poco. Pienso que hay que tener cuidado con dónde se clica y en quién se piensa. En un descuido de Juan, cierro los ojos.

coche de choque y marcapáginas

domingo, 20 marzo 2011. Daniel mira una foto en la que aparece Vicente con sus dos hermanos. Noto que se va enfureciendo. Al cabo de unos segundos grita: ¡Por qué no se acercan!, ¿es que les da miedo rozarse?, ¡Que se acerquen, joder!, ¡que se acerquen!, ¿es que nos se quieren? Le digo que es un exagerado, que sólo es una foto y que además no conoce a Vicente de nada. Vicente quiere mucho a sus hermanos, ni digas ni una palabra sobre él, le digo y me alejo.
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Alberto deja el coche en el parking de Económicas y dice que lo espere. De repente el coche se pone en marcha solo, me paso al asiento del conductor, pero los pedales no funcionan, sólo puedo girar el volante para no golpearme con otros coches. De repente el volante deja de girar y el coche avanza rapidísimo marcha atrás. Choco con unos contenedores. Una señora me da las gracias, piensa que he chocado a propósito para no atropellarla. Pienso que quizá Alberto me está gastando una broma y teledirige el coche. Alberto llega en ese momento y le explico lo ocurrido. Alberto está tan agobiado con lo que ha ocurrido, que no le digo que va en pijama.
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Mi prima Elisa y yo estamos escondidas detrás de la puerta abatible de lo que parece un restaurante lujo. Las dos llevamos vestidos de fiesta. Me siento muy insegura porque mi vestido deja un hombro fuera y no me gustan nada las asimetrías. Elisa dice que le daremos un susto a la primera persona que entre. Por la rendija veo llegar a mi madre. Intento decirle a mi prima que no la asuste, pero la voz no me sale. Elisa levanta los brazos y lanza un rugido de ogro. ¡Nooooooo!, grito, todo lo fuerte que soy capaz, pero mi grito no se oye.
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Noto que el bolso me pesa, lo abro y veo que dentro alguien ha metido varias latas de alubias y lentejas. Pienso si se habrán arrugado los marcapáginas que me regaló Nuria. Efectivamente. En el sobre hay marcapáginas que no recordaba, varios más pequeños con poemas de Gallero y de Karmelo. Este es el poema que te dije, el mejor de los que he escrito, dice una nota. El poema dice algo así como que la primera vez que la vio no intercambiaron palabra alguna, y que al subir a su casa y poner un disco, decidió que le llamaría como la canción. Al leer el poema veo una habitación con libros y elepés por todas partes, parece un piso de estudiante de los años 70. Pienso que la canción es "Misty". Pienso que le enviaré a Chivite el único marcapáginas que no se ha arrugado.

agujeros y dientes

sábado, 19 marzo 2011. Un hombre bastante rudo, hace agujeros en las losas de la terraza con extrema facilidad, como si hundiera los dedos en tierra húmeda. Después de meter unas hierbas largas en cada agujero, pasa a ducharse. Alberto y su hermana dicen que están preocupados porque su madre está más mandona que nunca. Les digo que está igual que el último año, sólo que ellos no pasan suficiente tiempo con ella como para apreciarlo. Cuando vuelvo a mirar la terraza, sólo hay agujeros, nada de hierbas. Lo ves, ya las ha arrancado, hay que hablar con ella, dice mi cuñada y me empuja a la habitación donde su madre juega con un niño. ¿No era mejor esperar a que el jardinero se fuera para arrancar las hierbas?, le pregunto. No dice nada. Mi cuñada se queja de que también arrancó una costilla de Adán que tenía en su dormitorio y que por eso puso pestillo. Pienso que nada de lo que se reprochen tiene sentido porque no van a cambiar. La abuela de Alberto aparece de repente, camina con dificultad hacia un estanque muy sucio que, también, ha aparecido de repente en la terraza. Se tira de cabeza. Alberto está tan cansado que no reacciona. Corro tras ella y me tiro para sacarla, pero cuando ya estoy dentro, ella sale con gesto travieso, de un salto. Aún dentro del agua, pienso que habrá que tapar los agujeros de la terraza.
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Alberto, Andrés y yo miramos estanterías con juguetes antiguos en lo que parece un museo. Andrés se fija en unos cochecitos de lata diminutos. Le cuento que el padre de mis sobrinos tenía una caja llena y que un día mi cuñada los tiró a la basura. Y lo peor de todo es que mi sobrina guardaba cada diente que se le caía en uno de esos coches; ahora no tiene ni dientes ni juguetes, le digo. (Me despierto con fiebre.)

de la pradera

viernes, 18 marzo 2011. Llego a Correos. Hay mucha cola. Algunos clientes se me cuelan, otros me piden dinero prestado o monedas sueltas porque hay que pagar la cantidad exacta. ¿No devuelven cambio?, pregunto. Sin responder, un hombre con traje y corbata deja la cola y se marcha indignado. Un tipo joven habla demasiado alto por el móvil. Le dice a alguien que le compre el cuadro más grande que haya. ¿Las qué?, ¿meninas?, bueno, ese mismo, dice. Cuelga y mira a su alrededor. Sin que yo le pida explicaciones, me cuenta que ha decidido ser coleccionista. No digo nada, sólo le sonrío muy brevemente como solemos sonreír a un extraño que nos parece idiota. ¿Por qué no me crees?, ¡responde!, me grita indignado. Sólo quieres impresionarla, le digo señalando a Virginia. Virginia no hace cola, está extasiada mirando una pradera verde y luminosa por un agujero en una puerta. El tipo se tapa la cara y llora. Me recuerda a Ader en su vídeo "Demasiado triste para contártelo". Lo consuelo, le digo que si de verdad quiere ser coleccionista debería empezar por comprar obras pequeñas de artistas locales. Cuando se quita las manos de la cara, se ha convertido en Juan y sonríe. ¡Compañera, qué alegría verte!, dice. Para aumentar mi grado de confusión, entra Chiquito de la Calzada dando sus saltitos correspondientes. Se abraza al empleado al grito de, ¡Pecadorl! Juan se ríe, casi aplaude. Es que cumplen años el mismo día, me explica. Están todos tan contentos que pienso que es la oportunidad ideal para pedirles posar en una foto con el erizo César.

test de estar vivo

miércoles, 16 marzo 2011. Estoy en la terraza de un bar con unos amigos. Andrés está al otro extremo de la mesa, me río sola al oírlo hablar, me hace gracia cómo comienza las conversaciones. Por ejemplo, le dice a una chica con cara de asombro, como si fuera una noticia de última hora: ¿Te has enterado? Cuando la chica lo mira con curiosidad, él le dice: Sé hacer jabón. Javier aparece con un bote enorme y lo deja encima de la mesa. Dice que es un test de embarazo. Purranki, sentado a mi lado, dice que su mujer tuvo que hacerse un test muy complicado. Llevaba hasta cables, dice. Yo les cuento que una vez compré uno en una farmacia, sólo había que poner unas gotas de orina y esperar cinco minutos. En una pantallita, simplemente, aparecía escrito sí o no, les digo. Eso era un test para saber si estabas viva, dice Purranki. Pues me salió que no, le digo. Se ríen.

cubo de playa

martes, 15 marzo 2011. Veo a Juan bajar la cuesta de mi casa. Lleva un cubo de playa de niño. Mientras lo miro, pienso que el amor es un cubo de playa vacío.
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Llaman con fuerza, con los nudillos, a la puerta de casa. No abro. Pienso que son amigos de mi vecino musulmán. La puerta se abre un poco debido a los golpes. La empujo con todas mis fuerzas para que no puedan entrar. Alberto me dice que tenía que haber apagado las luces y echado las cortinas.
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Aunque en realidad tiene dos hijos y una hija, en el sueño Salud tiene cuatro hijas y juega con tres de ellas en una piscina. Jurdi tira a la cuarta a una piscina profunda desde unos cincuenta metros de altura. La niña no sale. Les grito a los bañistas que la ayuden, pero nadie me hace caso. Yo estoy demasiado lejos para llegar a tiempo. Los bomberos vacían la piscina, abren el suelo y dejan al descubierto un túnel subterráneo por donde pasan coches y el metro. No entiendo dónde ha ido a parar la niña. En la piscina de al lado, Salud sigue jugando con sus supuestas tres hijas.

globos de ida y vuelta

lunes, 14 marzo 2011. Unos hombres con túnica predican en una explanada. La gente les sigue entusiasmada. me pregunto qué ganarán con ello. Todo el mundo lleva globos de colores. ¿Dónde los habéis comprado?, pregunto. Me señalan a una señora con túnica. Después del espectáculo, todos sueltan los globos. La señora de la túnica se dedica a recogerlos y volverlos a guardar. Pienso que ese es su negocio, vender siempre los mismos globos. Intento salir de allí metiéndome a cuatro patas por un túnel. Me doy cuenta de que he perdido la libreta donde apunto los sueños. La señora de los globos me la devuelve. Me mira con muy mala cara.

cartero

domingo, 13 marzo 2011. Por debajo de la puerta de la casa de mi abuela, empiezan a entrar sobres y avisos de Correos. Mis tías no quieren que abra porque dicen que puede ser un ladrón. Abro de todos modos, un hombre con las piernas muy cortas dice que ya están aquí los libros que pedí. Las piernas del hombre cambian de forma, de repente son largas, de repente de madera con articulaciones atornilladas, de repente son de goma. Se sienta a mi lado y habla. No sé qué hacer.

sobre el agua

sábado, 12 marzo 2011. La casa de mi suegra está manga por hombro. El suelo está levantad y e mezcla con ropa y zapatos. Intento rescatar mi ropa. Mi cuñada llega en coche y aparca sobre la ropa que tenía ordenada. Mi suegra lava a mano uno de mis pantalones vaqueros hasta gastarlos por completo. No digo nada, me encierro en un dormitorio, le digo a Alberto que no deje entrar a nadie, pero dice que ha llegado Javier con las poetas. Unas veinte mujeres están sentadas en el cuarto de estar, debaten sobre un libro que han escrito contra el Papa. Jorge llega repartiendo hojaldres. Miro en una vitrina adiciones antigua de Gabriel Aresti. Veo reflejado en el cristal, que llega por detrás, Tesán. Me abraza y dice que le han robado los zapatos. Su chaqueta azul dos tallas más pequeñas me da mucha pena. Quiero irme de allí. Joan llega, me toma de la mano y salimos. Empezamos a caminar sobre todo lo que nos vamos encotnrando, incluso el mar. No te preocupes, le digo, esto es sólo un sueño y no podemos hundirnos. Me aprieta contra su cuerpo mientras caminamos. No sé cómo decirle que estuve a punto de suicidarme seis días atrás. ¿Se me nota en los ojos?, le pregunto. ¿El qué? Pienso que Juan hubiera sabido de qué hablaba. Ayúdame a buscar un hotel, no quiero volver nunca más, le digo.

federico del barrio y unos toros muy cívicos

miércoles, 9 marzo 2011. Entro en lo que parece una sala de profesores. Detrás de una mesa está el dibujante Federico del Barrio que, con un gesto y sin decir nada, me invita a que me siente frente a él. Después de mirarme, muy serio, durante unos segundos, me pregunta por qué no les informé de que me había matriculado de dos carreras a la vez. Medicina y Derecho, ¿me equivoco?, dice manteniéndome la mirada. No tengo la menor idea de lo que está hablando, pero estoy tan sorprendida y encantada de tenerlo allí, frente a frente, que no digo nada y asiento con la cabeza para poder estar con él un rato más.
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Begoña, Marta y yo somos las únicas pasajeras de un autobús de línea bastante destartalado. Nos miramos muy serias. Yo conduciré, dice Marta decidida. Yo saco un plano enorme del jardín que tenemos delante. Un jardín rectangular con albero y unos cuantos setos. Debes esquivar los parterres, cruzar el jardín y aparcar lo más lejos posible de los toros, le digo. Begoña y yo nos sentamos al fondo del autobús, se supone, para hacer contrapeso. Avanzamos. Marta hace un recorrido impecable, pero cuando aparca, una manada de toros se acerca a la puerta del autobús y se ponen ordenadamente en fila, como si hicieran cola para entrar. Ni se te ocurra abrir las puertas, le digo a marta.

al vacío

martes, 8 marzo 2011. Andrés y yo salimos de la cafetería del CAC. Se ha hecho de noche y al otro lado del río se ven fuegos artificiales. Andrés dice que prefiere dar un rodeo. Pienso que los fuegos le asustan como a Darío, su hijo, pero no digo nada. Caminamos paralelos al río, hacia el mar, junto a un seto rectangular alto y denso. Cada vez está más oscuro, no se ve absolutamente nada, hasta el punto que debemos caminar agarrados el uno al otro, y los dos al seto, para no perdernos. Date prisa, dice Andrés. Corremos todo lo rápido que somos capaces, el seto me araña el brazo derecho y la cara. De repente noto que pierdo pie, que sigo moviendo las piernas como si corriera en el aire. Parece que tanto el seto como la calle han desaparecido y caemos al vacío. Date prisa, dice, no dejes de correr.

demasiados muertos

domingo, 6 marzo 2011. Mi madre dice que ha llegado un paquete para mí. Ya sé lo que es, le digo con pena. Hay fotos plastificadas y un carnet. Mi madre me mira muy seria. No deberías meterte en esas cosas, me dice. En el sueño consta que pertenezco a una asociación clandestina de suicidas. Cada suicida elige al siguiente y el siguiente deberá ser el que reciba el paquete. Miro la foto del tipo, se parece a Cat Stevens. El carnet lleva una cadenita a modo de llavero. Sé que debo colgarla del bolso o de dónde sea, pero siempre llevarla a la vista para que los demás suicidas clandestinos vivan tranquilos, sepan que es a mí a quien le toca morir.
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Preparo lentejas en una cocina estrecha. Toda la encimera es una vitrocerámica, temo que llegue mi hermana, no se dé cuenta y se queme. Cocino intranquila. Mi madre se asoma, coge un puñado de clavos y los echa a la olla. No le digo nada, pero cuando se va los saco y los escondo. La oigo hablar desde la otra habitación, dice algo sobre un programa de la tele en el que resucitan a los muertos en directo. Me asomo y veo una especie de cuerpo momificado color tierra sentado en una silla. Los presentadores hablan a cámara como si nada. Pienso que el muerto tiene el mismo color que las lentejas que estoy preparando. Siento un asco inmenso.
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Vicente Ortiz me dice que han abierto un local clandestino para que cada cual haga lo que mejor sepa. Sabré llegar porque han colocado señales en algunas aceras. Las señales son círculos divididos en cuartos. Depende del color de los cuartos y del dibujo que formen, entiendo. Veo círculos en verde por las aceras. Se parecen a los test de inteligencia que nos hacían en el colegio. Sólo si adivinas cómo es la siguiente figura encontrarás el local. El local es blanco. Lo mismo hay un tipo pintando en una pared que una chica muy joven amamantando a su bebé. Las habitaciones están separadas por paneles de vinilo transparente. Veo a Vicente en una sala con un cesto de pinzas de tender. Lo has encontrado a la primera, me dice muy sonriente. Esto se parece demasiado a estar muerto, le digo.

bañador de un solo tirante

sábado, 5 marzo 2011. Cristina Teva, de Canal+, sale en una revista. Lleva un bañador con un solo tirante. Pienso que le queda muy bien y, con sólo pensar que me gusta, veo que llevo uno igual. Me fijo en que es el mismo que solía llevar cuando tenía diez años, sólo que entonces iba a tado al cuello. Recordar aquel bañador, de repente, me da escalofríos. Las palabras de la revista aparecen un desaparecen al pasar la vista por encima. Links ocultos, pienso. Cristina me mira desde la revista, sonríe y echa a correr.
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Estoy esperando a que alguien venga a recogerme al colegio, pero en vez de esperar en la puerta, espero en una sala vacía en el último piso donde las monjas no nos dejaban subir. En el sueño consta que estoy esperando a un hombre al que quiero. Una niña espera conmigo. Pienso que es mi amiga Begoña de pequeña, pero no digo nada. Me voy, dice con pena. No te preocupes, yo también me iré pronto, le digo a sabiendas de que nadie vendrá a por mí. Dejo que pasen unos minutos para dar tiempo a que Begoña-niña se haya marchado, y bajo la escalera. El suelo de la planta baja es de arena y alguien ha escrito en árabe "Te quiero". Pienso que ha sido Begoña, porque en el fondo ella también sabía que nadie vendría a por mí.

mejillones y fantasmas

miércoles, 2 marzo 2011. Estoy con mi hermana y mi prima Cristina en una especie de nave industrial convertida en restaurante. La comida tiene muy mala pinta. Maldonado se sienta con nosotras y pide arroz con almejas a la camarera. La camarera le sirve un plato de arroz aguado y un mejillón enorme. Almejas, repite mirándola fijamente a los ojos. La camarera, sin apartar la mirada, mete la mano en la sopera y le pone varios mejillones en el plato. Maldonado se levanta ofendidísimo, le lanza varios billetes a la cara y se marcha. En la puerta han colocado un equipo de música con muchos cables, para salir tengo que tumbarme en el suelo e ir arrastrándome. Todos se ríen, incluso se acercan para hacerse fotos conmigo como si fuera una atracción de circo. Mi prima empieza a decir cosas muy raras. Mi hermana y yo nos miramos, pensamos que se ha vuelto loca. Buscamos una cabina para llamar a su marido, pero cada vez que lo intento las monedas se me caen al suelo. Finalmente consigo hablar con alguien, pero me dice que me he equivocado de número. El chico que está al otro lado del teléfono me cuenta que está muy nervioso porque tiene que irse de viaje y no sabe qué meter en la maleta. Intento ayudarle sin quitarle ojo a mi hermana y a mi prima. En ese momento aparece un montón de gente corriendo detrás de un coche de la policía. Hay fantasmas en un edificio, me dice mi hermana. Cuelgo. La policía dice que hagamos una cola y entreguemos un objeto personal a los nuevos inquilinos cuando llegue nuestro turno. Sólo llevo encima la ropa y un pasador en el pelo. No quiero deshacerme de él, pienso. Mi hermana dice que les dé tabaco y podremos irnos. No sé de qué me habla porque yo no fumo, pero, efectivamente, llevo una cajetilla en el bolsillo. La abro y sólo queda uno. ¿Será poco?, le pregunto a mi hermana que se encoge de hombros. Me fijo en el cigarrillo. Ni siquiera es de verdad, es de aquellos de plástico con boquilla que vendían hace años en las farmacias.

albañiles al unísono

martes, 1 marzo 2011. Al pasar por una obra intento ponerme de acuerdo con unos albañiles para que cuando Antonio pase por la acera le griten todos a la vez: ¡No seas exagerado!