rizos perfectos

domingo, 19 agosto 2012. Miro un lago desde una loma. El agua está negra. Le hago una señal a varios bañistas e inmediatamente se lanzan al agua de cabeza y sacan del fondo un cuerpo. Con otro gesto les digo que lo dejen en la orilla. Camino despacio, temo que no me reconozca. Está ahí, me dice alguien. El tipo ya está seco, vestido y sentado en la orilla mirando el lago. Me siento a su lado y le aprieto la pierna como saludo. Me mira, le alegra muchísimo de verme, me da un beso de abuela. Está tan delgado que noto sus pómulos y su mandíbula clavarse en mi cara. ¿Cómo me ves, notas cambios?, pregunta. Estás muy guapo y tienes el pelo más suave que nunca. Le acaricio la cabeza, unos rizos de anuncio que no se deshacen por más que los toques. Nos quedamos allí sentados, mirando el lago. A pesar de la alegría de volver a verlo, la sensación de fondo es de tristeza, como si él tuviera que volver al fondo del lago. No estoy segura si el tipo era Antonio Vega, Jurdi, david González, o una mezcla de los tres.

dolor cuatro estaciones


sábado, 18 agosto 2012. Explico a mis padres mi permanente dolor de cabeza. Cortamos la cabeza por la mitad, horizontalmente a la altura de los pómulos, colocamos una pizza y después cerramos de nuevo la cabeza. Los ingredientes de la pizza no son malos, pero no son los de mi cabeza. Es como si hubiera pedido una Margarita y me hubieran puesto una Cuatro estaciones, les digo. Pues así es mi dolor. Mi padres no dicen nada. Y ahora voy a enseñaros a respirar, les digo. ¡Oh, eso sí que sería estupendo!, dice mi madre.
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Alberto toma café en el puerto mientras lee el periódico. Me fijo en que un barco enorme acelera, derrapa y hace trompos como si fuera un coche tuneado. Algunos hombres saltan al agua por la borda. Miro a mi alrededor, parece que soy la única que lo ve. Una camarera llega con dos cafés y se sienta en el suelo. Paso mucho calor en el trabajo, dice. Le pongo en la mesa uno de los cafés a Alberto y me siento con la chica. La chica está de espaldas al mar, yo de frente, el barco sigue derrapando. De repente una ola enorme viene hacia nosotros. ¡Corred!, les digo. No se mueven, la chica incluso se tumba. Entro en la cafetería y me agarro con todas mis fuerza a una columna. El agua nos cubre durante unos segundos y desaparece. Al salir, veo a la chica sentada de nuevo, abanicándose. Alberto está tumbado cubierto con el periódico. ¿Estás bien?, le pregunto. Déjame dormir, dice. Las tazas de café están llenas de agua.

cabeza abajo

jueves, 16 agosto 2012. Voy por la calle con mi sobrino Darío. Dice que debería comprarme unas botas de agua, que él ya las tiene. Son de Bob Esponja, dice. Veo un cilindro con botas de agua y zapatos. Me pruebo en un pie una bota amarillas semitransparente y en el otro unas sandalias de cuelo que llevan ruedas incorporadas. Begoña y Sr. Chinarro están sentados en unos sofás, leen revistas. Les enseño mis pies. Ni me miran. Me descalzo, pongo la cabeza en el suelo sobre un cojín y levanto las piernas. Me quedo haciendo el puntal un rato. Entra Enrique, un compañero de Económicas a quien no veo desde entonces. Enrique les pregunta a Begoña y Chinarro: ¿Lleva así mucho tiempo? Lleva cabeza abajo toda la tarde, responden.

alfileres, un perro

miércoles, 15 agosto 2012. Estoy en una sala cuadrada enorme y enmoquetada. Recojo alfileres. Hay otras personas haciendo lo mismo. Cuando tengo casi todos los de mi zona metidos en dos recipientes con forma de huevo, alguien me dice que los ordene por colores (son alfileres con la cabeza esférica). Vuelco los alfileres en la moqueta, separo los verdes con los azules, los rojos con los negros. Me gusta ese trabajo, el color y el tacto de la moqueta. Aparece un perro enorme de pelo largo. Los recolectores de alfileres corren, desaparecen. Cuando el perro pasa a mi lado, me subo como si fuese un caballo y me tumbo sobre el lomo. Me agarro muy fuerte a pelo, me duermo.

cernuda da sueño

martes, 14 agosto 2012. Subo en ascensor a la que se supone es mi casa. Al salir hay gente en el rellano. Dos chicos me preguntan si pueden entrar. Abro la muerta, no reconozco la casa ni los muebles. ¿Tienes el libro de Cernuda?, dice uno. Niego con la cabeza, no sé de qué me habla, me tumbo en el suelo dispuesta a dormir. Mi padre entra con un libro en la mano. Es "Blanca" y está dedicado. Pienso que Cernuda no escribió ningún libro que se titulara "Blanca" y mucho menos que se lo dedicara a mi padre. Los dos chicos se ponen muy contentos. Yo sólo intento dormir encogiéndome en el suelo.

un purito, dos perros

sábado, 11 agosto 2012. Una chica me dice que tengo que leer poemas en la biblioteca, y me señala una puerta. Camino por pasillos oscuros y llego a una estación de tren. Pregunto por la biblioteca. Es esta, me dicen. Allí sólo hay taquillas y andenes. Al llegar de nuevo al salón de actos ya hay alguien leyendo. Entro sin hacer ruido. Maldonado está junto a la puerta. Cuando te toque no leas más de cinco minutos, me dice. Busco a tientas un sitio libre. Cuando los ojos se hacen con la luz, veo que Chivite está sentado a mi lado. Me alegro muchísimo de verlo. Me dice que no soporta las lecturas. Depende de si la postura que pilles es buena, le respondo. Se ríe, saca una lata de puritos. La lata no lleva advertencias, se lo digo. Sí, cada vez es más difícil encontrarlas. ¿Irás a leer a Logroño en diciembre?, le pregunto. Niega con la cabeza. Un tipo pasa por delante de nosotros con un libro de Pedro Salinas. Pienso que me dejé el bolso fuera y me lo ha robado. Lo sigo. Hay una cuesta pronunciada de cemento, no consigo alcanzarlo. Aparecen dos perros, cada uno me muerde una mano, me sangran. Cuando bajo, en un banco junto a la puerta del salón de actos, Chivite fuma un purito, se le ve relajado y feliz. Escondo las manos para no preocuparlo. 

la equitativa

viernes, 10 agosto 2012. Juan "y medio" vende globos de gas. Le compro uno para colocarlo en lo alto de La equitativa. Es para cuando llegue mi amigo Juan, así  sabrá que me acuerdo de él, le digo a "y medio". No sé cómo subir al edificio porque está cerrado por demolición. Me siento en la puerta. Pienso en la imagen tan tonta que debo dar: sentada en el escalón con un globo de gas en la mano. Alberto pasa en coche, le digo que me lleve a casa. También llegan los que van a echar abajo el edificio. Alguien dice algo por el portero electrónico. ¡Queda gente dentro! Sí, dice Alberto muy tranquilo, vive Atencia. Alberto y Atencia discuten a través del portero sobre si son mejores las pizzas hechas en casa o las del Telepizza. Mientras tanto los obreros entran en el edificio. En ese momento aparece Mario y comienza a contarme algo sobre su nueva tienda. También me suena el móvil y me entra un sms. Todo a la vez. De repente no sé qué he hecho con el globo.

guantes de boxeo

jueves, 9 agosto 2012. Llego a una especie de venta donde he quedado  con un grupo. Es una venta con habitaciones. Me toca una habitación con ventana a un patio andaluz donde hay gente desayunando. Cuando me quedo sola, me río tapándome la boca. Me acuerdo de Juan, de lo que disfrutaría allí, diciendo los dos: "Cuanto peor, mejor". Alguien llama, dice que es la hora. Bajo al patio, un grupo me espera. No conozco a nadie. La mayoría son chicas. Llevan carpetas. Saco un archivador de anillas y lo pongo sobre la mesa. Todas me miran. Con toda naturalidad, lo abro y les voy contando lo que guarda cada página plastificada. Son fotos que resumen mi vida. En una de ellas aparecen unos guantes de boxeo rojos, como los que llevaba David en la foto que me envió. Estos guantes son un recuerdo de mi amigo Elías, les digo. De repente, Elías está sentado a mi lado. Me acuerdo de ese día, dice sonriente. Me alegro muchísimo de verlo, tengo ganas de abrazarlo, pero sigo pasando páginas. Cuando termine con esta pantomima, nos vamos, le digo con la mirada.

examen de chino


miércoles, 8 agosto 2012. Llego a un salón de actos con los asientos en cuesta muy pronunciada, con los asientos muy juntos. Veo a mi familia e intento sentarme en el otro extremo. Para llegar tengo que molestar a mucha gente, pedirles que me dejen pasar. Carlos me hace señas, a su lado que da un sitio libre. Carlos lleva muletas y unas gafas de cristales muy gruesos. No me atrevo a preguntarle qué le ha pasado.
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Tengo un examen de chino. Juan me da una bolsa militar con unos apuntes donde ha señalado qué debo estudiar. También hay unos colgantes de plata muy bonitos. No sé si los ha metido en la bolsa para que me ponga alguno para el examen. El que más me gusta parece un abrelatas con forma de hipopótamo y un cristal azul en la tripa. Abro mi caja negra de los colgantes. Pienso que debo ponerme uno, pero no sé cuál. Entre ellos hay un pequeño perfumador que no recuerdo quién me regaló. Se me ocurre que pudo ser Juano y que tengo que escribirle para darle las gracias.

pelo de oveja

domingo, 5 agosto 2012. Llego a la casa de mis padres. Mi madre cocina con cara de circunstancia. Mi padre está de mal humor, pero no dice nada. Detrás del cristal esmerilado veo a mi hermana tonteando con alguien. Pienso que ha vuelto con su marido. No puede ser, digo en alto. No le digas nada, dice mi madre. Mi hermana dice que es muy feliz. Todos intentamos decirlo todo con la mirada. La situación es muy incómoda. A mi excuñado le ha crecido el pelo. Vuelve a tener pelo de oveja, digo al fin, por romper el hielo.

ajajá

sábado, 4 agosto 2012. Llego a una residencia en el campo (se parece a Villa San Pedro, donde iba de niña a hacer ejercicios espirituales). Llevo una bolsa de viaje años 70 y la luz es perfecta y dorada. A la puerta me esperan tres personas sonrientes. Una parece la dueña de la villa y organizadora, pues parece que se trata de un encuentro, pero no sé de qué. Me da una habitación enorme que en vez de armario tiene frigorífico. La cama está deshecha, como si alguien acabara de levantarse. M presentan a una señora mayor que acaba de llegar. Por las ceremonias que le hacen debe de tratarse de alguien importante. Me pregunta si ya sé con quién dormiré. Sola, respondo. Cuchichea con la dueña, me miran, me calibran. Abro el frigorífico y lo observo como si quisiera comprobar algo. Todo lo que hay dentro ya está empezado: la mermelada, una botella de vino, un frasco de pepinillos. Ajajá, digo en alto. Las dos mujeres me miran. Abro el primer cajón del congelador y efectivamente hay un pañuelo doblado y helado tal como lo dejé en el congelador de mi casa. Ajajá, repito. Las dos señoras empujan a un tipo hacia mí. El es tipo que hace de Amador en la serie "La que se avecina". Él no dice nada, me presento, le doy la mano. La tienes helada, dice. Le cuento en voz baja que la cama estaba deshecha y la mermelada empezada. Le enseño el pañuelo del congelador. Le explico que en mi casa siempre tengo un pañuelo helado para el dolor de cabeza, que eso ellas no podían saberlo. Él me mira con cara de no entender nada. ¿la botella de vino también está abierta?, pregunta. ¡Sí!, le respondo entusiasmada, pensando que por fin ha comprendido. Pues ponme un vaso, dice.

un sol espléndido

viernes, 3 agosto 2012. He quedado con alguien. Busco el móvil en una bolsa enorme que llevo a la espalda llena de cosas que no son mías (trapos, una manta, trozos de cables). Llego a la que se supone es la casa de Marcos, cerca de la playa, con un huerto. Me cuenta que su madre siempre presumía de que sus hijos se criaban muy bien. Miramos el mar, está verde, hay oleaje. Está a punto de llover. Tengo ganas de un día de sol espléndido, le digo. Sí, un sol espléndido, dice y echa a correr hacia la playa. Veo a su padre echarse al agua vestido, rígido, parece un tronco. Marcos se tira detrás, a rescatarlo. Corro tras ellos. Elisa y Andrés están en el huerto, les digo que me ayuden. Tenemos que hacer la lista de la compra, me responden. En la orilla hay tres adolescentes mirando el mar. Les pregunto si han visto a dos hombres tirarse al agua. Uno está ahí, dicen. Veo a Marcos flotando boca arriba a medio metro de la superficie, les pido que me ayuden, no se mueven. Saco a Marcos como puedo, está extremadamente blanco, le golpeo el pecho, le grito que no se muera. Marcos se encoge, se pone en posición fetal. Déjame dormir, me dice.

un astronauta en la bañera


jueves, 2 agosto 2012. Voy con una chica por la calle de una ciudad que no conozco, mi hermana es una niña pequeña y nos sigue. La chica, que parece extranjera, me pregunta por algo. Cuando quiero darme cuenta no veo a mi hermana. La busco por todas partes. La chica dice que nos escondamos en un portal y quizá así aparezca.
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Me levanto de la cama y salgo directamente a la calle. Es un barrio de casas matas con jardín. Llego a la casa donde, se supone, me dejé el portátil la noche anterior. Inés está desayunando. Le digo que no la molesto, que recojo mis cosas y me voy. No dice nada. El portátil está en el jardín, pienso que ha pasado la noche a la intemperie. Intento darme prisa, pero los cables son larguísimos y me lleva un rato enrollarlos. Vuelvo a mi casa. Alberto está regando. Oigo la ducha abierta. Imagino que la ha abierto para mí. Entro en el cuarto de baño, la ducha dale del centro del techo, lo moja todo. Dentro de la bañera hay dos almohadas. No sé qué hacer, por dónde empezar. Me meto en la bañera y abro las bocas de los calcetines que llevo puestos. Dejo que se llene de agua como si fueran dos globos. Alberto entra en ese momento y observa el caos. ¡Soy un astronauta!, le digo.

el fumigador y los bombones

miércoles, 1 agosto 2012. Vicente tiene una prueba de teatro. Va vestido de fumigador. Espera su turno en la que fue mi clase de 8ºEGB. Le digo que no se preocupe que lo hará de maravilla. Él pasea de un lado a otro por la clase vacía. En una especie de entreplanta hay varias cajas de bombones. Pienso si comiendo algunos se le pasarán los nervios. Trepo como puedo y alcanzo una caja. Cuando bajo, Vicente ya no está.