cuentas y camion de juguete

martes, 31 diciembre 2024. Se supone que me están esperando para irnos. Cuatro o cinco personas, entre ellas Camilo y Salud. Ya estoy lista, digo y hago un bailecito en plan dibujo animado. Camilo ríe desproporcionadamente. Me gusta hacerlo reír. Repito el baile (que no es más que das unas patadas de claqué en el suelo). Vuelve a reír. Mira, parece que soy graciosa, le digo a Alberto que me mira con cara de resignación.
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Me duele muchísimo el estómago. Busco Omeprazol entre los medicamentos de mi padre. Solo hay cajitas con aros, clavos y cuentas de collar muy pequeñas. Las vuelco sobre la cama y separo las blancas de las de colores. Me tomo un puñado de cuentas blancas. En ese momento llega mi sobrino Abel para decirme que vaya, que ya están todos a la mesa.+Hay una gran fiesta en la calle. Cristina Pedroche da una vuelta para que el vestido haga vuelo y aparecen cinco Pedroches más. Un presentador explica lo que significa cada movimiento y cada palabra que dice, que cada cosa es una clave para comunicarse con su hija y su familia por no poder estar con ellos y tener que estar en la tele. Por ejemplo, si dice Amarillo en realidad está diciéndole a su hija que la echa de menos, explica. El público aplaude y grita exageradamente. Hay una especie de tómbola. Saca un nombre de una pecera y dos ayudantes entregan el regalo. A mi lado hay un padre con un niño en los brazos. Les ha tocado algo que parece un paquete de tabaco.
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Se supone que mis padres se han mudado a un piso nuevo. Es un portal lujoso, con enormes planchas de mármol con vetas doradas y lámparas dignas de Versalles (feísimo todo para mi gusto). Para llegar al ascensor hay que pasar por un pasillo muy estrecho con varios escalones. Pienso que si a mí, que peso 48 kilos me ha costado, habrá vecinos que no puedan llegar a sus casas. Una vez arriba hay una fiesta de inauguración (gente que no conozco). Discuten porque el médico ha dicho que el bebé de una chica (se supone que vive allí) tiene alergia a perros y gatos. Unos están a favor de deshacerse de los dos perros y el gato (que andan por allí rebuscando comida que cae al suelo), otros a favor de deshacerse de la niña. La madre de la niña dice que no piensa deshacerse de los animales. Temiendo lo peor, cojo a la niña en brazos y la escondo bajo mi ropa. Jorge está sentado junto a otros invitados. Un camarero empieza a recoger los restos de la fiesta. Tienes que probar ese vino, me dice. Es una botella a medias que el camarero ya se llevaba. El camarero se vuelve y nos sirve dos copas hasta el borde. Tiene un color amarillo y denso, parece aceite.
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Estoy en casa de mis padres con Blas, el que fue mi profesor de matemáticas en el instituto. Estamos sentados en el suelo. Tiene un camión de juguete. Le pregunto si es el mismo que llevaba a clase. Dice que sí, que lo usaba para guardar el tabaco y que ahora lo usa su hija para llevar el bocadillo al colegio. Le cuento cuánto me gustaban las matemáticas y que fue una pena que no estudiara exactas como yo quería. Me doy cuenta de que estamos en el suelo y voy a por un cojín para que no se le quede el culo helado. Entro en el cuarto e mi hermana, todo está manga por hombro. Le pregunto a mi madre dónde están los cojines. No sabe.

mr small

lunes, 30 diciembre 2024. Estamos en una mesa alta con taburetes esperando a Salud. Cada vez que se acerca un camarero para tomarnos nota le decimos que estamos esperando a una amiga. Salud llega sofocada, de mal humor. Dice que no piensa desayunar ahí, que bajemos a la cueva. No sé a qué se refiere. Alberto la sigue. Ayudo a recolocar los taburetes en su sitio y pido disculpas. Bajo detrás de ellos. Es un espacio muy blanco y luminoso (me recuerda a Las Rampas de Fuengirola). Los veo entrar por una puerta pequeña que pone La cueva. Un tipo parecido a Mister Small  de "El asombroso mundo de Gumball" me sigue con un arpa. ¡Qué tía más buena!, le oigo decir. Pienso que no puede ser por mí. Me fijo en que voy en bikini. Corro hacia La cueva.

ducha mochila

domingo, 29 diciembre 2024. Voy del brazo de Alberto por Fernando el Católico hacia casa de mis padres. Llevo una mochila de la que sale una ducha. Voy duchándome para ganar tiempo. Está lloviendo. Mientras me ducho, pienso en lo absurdo que es  porque ya voy mojada de pies a cabeza, pero no digo nada.

sábanas

viernes, 27 diciembre 2025. Estoy en una habitación de hotel. Alberto ya ha bajado y me está esperando en la cafetería con Salvatore. Tengo que arreglarme, pero la ropa que hay en las maletas no es mía y, además, está sucia y rota. Oigo que vienen a hacer la habitación. Una chica muy dispuesta entra sin llamar. Le pido disculpas (yo a ella). Llama a otras compañeras y se sientan a charlar. Ahora que estáis todas voy a preguntaros algo, les digo. ¿Os gusta que los clientes dejen las sábanas quitadas cuando se van? Les cuento que yo suelo dejar la cama hecha para ahorrarles trabajo y que una vez una camarera me dejó una chocolatina y un papelito dándome las gracias sobre la almohada. La chica dispuesta dice que a ella no le gusta que se metan en su trabajo. Me pongo desproporcionadamente triste.

la grieta

miércoles, 25 diciembre 2024. Voy con un chico por la calle. Es más bajito que yo, lo llevo agarrado del cuello y él me agarra por la cintura. Pasamos por calles estrechas encaladas. Parece que hay toneles pegados a la pared y gente contenta bebiendo. Veo al grupo de Pili Hortelado (una niña de mi colegio que no veo hace años). Nos saludamos con la mano. Pienso que me criticarán pensando que me he echado un novio nuevo. Llegamos al patio de un bar, también encalado con macetas de colores por las paredes. En la mesa del fondo está mi tía M. Nos sentamos con ella. Un señor se acerca y le dice que tiene que solucionar lo de la grieta, que su casa está en peligro. Pienso que le hablan como si fuera la alcaldesa. Pregunto de qué se trata y hace un gesto de desdén con la mano. Le digo al señor desde la mesa, a gritos, que depende si la grieta es superficial o profunda. Pero el hombre ni se vuelve.

platos sucios

martes, 24 diciembre 2025. Mi tía M tiene que preparar la cena y dice que no hay nada. Mi abuela propone recortar comida de un folleto del supermercado y servirlo. Al ponerlo en un plato cobran vida, segura. Lo hacemos. Efectivamente, unas lonchas de jamón se vuelven de verdad. Mi tía dice que no sabe si estarán en condiciones porque el folleto es antiguo y quizá el jamón esté caducado. Por otra parte, la cocina está hasta arriba de platos sin fregar. Me pongo a ello. Me dicen que me dé prisa, que quieren ir a casa de Ami a darle una sorpresa por su cumpleaños. Les digo que quizá quiera pasarlo sola, que hay personas que a las que no les gustan las celebraciones ni las sorpresas.

fuego y bombillitas

lunes, 23 diciembre 2024. Estamos en el comedor de la casa de mi abuela. Tengo algo en el fuego. Miro de vez en cuando. De repente veo que salen llamas al pasillo. Con mucha parsimonia, le digo a mi familia que hay un incendio y salgan al jardín, sobre todo porque la bombona puede explotar. Si tenéis algo de valor de la cocina hacia dentro me lo decís y voy, les digo. Nadie dice nada y salen ordenadamente. Abrigaos antes de salir que no quiero que nadie se resfríe, les digo. También ordenadamente van poniéndose ropa de abrigo que hay en el perchero de la entrada. Cojo mi mochila, salgo al jardín y llamo al 112. En ese momento explota la bombona.
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Vamos en bus por la Alameda. Algunas pasajeras cantan felices un himno que el ayuntamiento le ha hecho a su barrio. Pienso en lo fácil que es contentar a algunas personas y conseguir votos. Nos bajamos y, al pasar por delante de Antigua Casa de Guardia, vemos que la han convertido en Primark. Salen Caía y una amiga (idéntica a ella pero amarilla, como si fuera un personaje de Los Simpsons). Las dos llevan un ramo de flores. Hola amiga, me dice tocándome el brazo con cariño. Me extraña su actitud, pero me alegro mucho de verla tan guapa y tan joven, igual que hace veinte años. Estoy cansada y quiero irme a casa, pero Alberto dice que nos tomemos algo. Caína cuenta que tuvo que mudarse y ahora tiene un apartamento cerca de la Alcazaba. Al alegrarme, me dice que no, que no tiene ventanas, ni balcón siquiera. Las terrazas y balcones deberían ser obligatorias por ley, le digo. Se ríe y se me cuelga del  brazo. Seguimos hasta Alcazabilla, hay una verbena con música y bombillitas de colores pálidos que le dan un toque nostálgico. Como voy fijándome en las luces me desvío de camino (la verbena queda abajo), tropiezo con una maceta enorme y, para que no le caiga encima de nadie, hago malabares con las piernas. Acabo en el suelo, boca arriba, sosteniendo la maceta sobre los pies. Todo el mundo me mira. Me río a carcajadas imaginando la imagen que estoy dando. De repente hemos llegado al apartamento, que no es más que una habitación larga vacía. Llegan tres tipos con pinta de haber estado en la cárcel, con tatuajes hasta en la cabeza y la lengua. Se presentan muy educadamente, dándome la mano. Me dicen sus nombres (muy raros, no los recuerdo). Me preguntan el mío. Isabel, les digo. Por fin un nombre normal, dice el más grande. Aparece Oeste, le dice que de normal nada, que soy escritora. Le doy una patadita disimuladamente para que se calle. Empieza a llegar gente hasta que el apartamento está hasta arriba. Al fondo veo llegar a Camilo y Pablo (no me pega nada que vayan juntos). También están igual de jóvenes que hace veinte años. Tropiezo y vuelvo a caerme de culo. Camilo se acerca a levantarme. ¡Amiga, cuánto tiempo! Me alegro mucho de verlo, pero a quien quiero abrazar es a Pablo. Pablo también se va volviendo amarillo según me acerco. Lo abrazo. No te acerques mucho que contagio, dice con voz de catarro. Mientras no contagies a Alberto..., le digo.

salud, la choferesa

sábado, 21 diciembre 2024. Tengo que comprar un medicamento para mi padre. Estoy en mitad de una acera y no reconozco la calle ni la ciudad. De repente, un autobús para justo delante de mí, abre las puertas y veo a salud al volante. ¡Yo te llevo!, dice. Subo de un salto y el bus arranca, avanza solo unos metros y para. Veo una farmacia. Salgo, compro las pastillas de mi padre y vuelvo al bus. Los demás pasajeros protestan. Salud se pone una gorra de chófer (más bien parece de capitán de barco) y los manda callar. ¡Yo soy aquí la autoridad!, dice. Busco asiento al fondo. Me siento avergonzada por haberlos hecho esperar pero, a la vez, orgullosa de ver a salud conduciendo con la gorra. Los pasajeros me miran con rencor. Yo miro por la ventanilla. Hace un día espléndido.

excursión

miércoles, 18 diciembre 2024. Me estoy vistiendo para ir de excursión. Mi madre y mi abuela entran para supervisar. He sacado del cajón de la mesilla de noche unos pantalones cortos. No sé si me quedarán porque son de cuando era mucho más joven. Mi mi madre dice que me dé prisa y en ese momento se tumban, ella y mi abuela, sobre la cama deshecha a dormir.
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Estoy en el hall de un instituto. Miguel Ángel está mirando unos papelitos escritos en japonés que hay en un tablón de corcho. Al final te vas a ir, le digo. Él duda. Tienes que ir, tienes que ir por los dos, insisto. De repente estamos en la cola para pagar en un supermercado. El cajero nos habla como si nos conociera de toda la vida, charla mientras va pasando artículos. Pregunta a Miguel Ángel si quiere bolsas. Las bolsas parecen pañales de adulto, pero no digo nada.
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Estoy en el escenario de un teatro, en una silla baja, mirando hacia el público. Público no hay y las luces están apagadas. Detrás de mí hay actores descansando. Intento hacer mazapán, pero la más va creciendo y al final tengo una especie de tarta mazacote y una gota de relleno que extiendo con el dedo. Me vuelvo y se la doy a uno de los actores, que me mira con cara de asombro (para mal).

dulce navidad

lunes, 16 diciembre 2024. Llego a casa de mi abuela (aunque es la casa de doña Antonia, en Pedregalejo). Mi abuela (está muy joven) me recibe contenta, pero se queja de que todo esté manga por hombro. Mientras doblo ropa y guardo cosas en los armarios, le pregunto si está sola. Dice que mis tías y mi hermana andan por allí (hace un gesto de desdén con la mano). Le digo que ya he comprado todo lo que me encargó para Navidad, que voy a meterlo en el frigorífico y, por la tarde, cuando vuelva para cuidar de mis padres dejaré lista la carne. Queremos mucha salsa, dice, porque el año pasado no llegó para todos. Al salir, veo a mi hermana y a mis tías peleando en una habitación. De repente estoy con Alberto en un coche (en realidad es como si el coche fuera invisible y nosotros fuéramos sentados en el aire a toda velocidad). Voy hablando por teléfono con mi tía M. Dice que tengo que ir ya, que ha habido pelea y nadie quiere celebrar la Navidad. Le digo que ya estuve por la mañana, que volví a casa, que no me dio tiempo a comer y ahora voy otra vez hacia allí, pero más rápido no puedo. Protesta, me grita. Le grito también, le digo que estoy harta, que ya podrían pensar un poco en los demás y no exigir tanto. Alberto me hace una seña con la mano, como preguntando si sigue o se vuelve. Tiro el móvil por la ventanilla invisible.

castañuelas

viernes, 13 diciembre 2024. Estamos en una reunión familiar. Se supone que es la casa de Angelita (una prima de mi suegro). Mi tía E está muy nerviosa, quiere gritar, dice. Le doy unas castañuelas para tenerla entretenida pero, cuando las toca toda la familia protesta porque se supone que nos hemos reunido para ver algo en la tele. Voy al baño para escapar un rato. Me extraña que haya dos, uno junto al otro. Elijo el de color rosa. El váter está cerrado y sobre la tapa alguien ha vomitado. Pienso que si salgo pensarán que he sido yo, así que lo limpio como puedo, con mucho asco, con papel higiénico.
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Alberto y yo estamos en el restaurante de un hotel. Le digo que voy a dar una vuelta para bajar la cena. Alrededor del hotel hay un camino de gravilla. Voy mirando al suelo por si me encuentro alguna piedra bonita. De repente veo la medallita azul que me regaló mi abuela de niña. No sé cómo ha llegado allí. También hay, a un lado, un pequeño tenderete con cuentas de collar, pañuelos para el cuello, libros usados... Elijo dos cuentas azules y un pañuelo en tonos verdes. De vuelta al hotel, se lo cuento a Alberto. Mira la medallita y dice que se nota que es muy antigua. Se le cae al suelo. Así sería cómo se perdió, le digo en broma, pero se enfada muchísimo. Me equivoco al darle al ascensor y lo mando al garaje. Alberto, harto, se va por las escaleras.

zona embarrada

jueves, 12 diciembre 2024. Alberto se asoma a la terraza. La terraza es un tejado de tejas rojas. Entre las tejas hay plantas. Dice con pena que todos los pascueros se han secado. No veo pascueros, veo aloes pero no le digo nada. Creemos que alguien ha llamado a la puerta, pero al abrir no hay nadie. De repente estamos en un descampado de tierra y barro. Tengo que apartarme porque pasa un autobús. Alberto va unos metros por delante de mí. Oigo decir a alguien que baja del bus, que los enamorados caminan juntos. Siento una tristeza enorme. Intentó salir de ese terreno embarrado. Cuando al fin llegó a la acera, está llena de gente, como si fueran a dar un concierto delante de un bar. Un niño me quiere vender entradas. Intento pasar entre dos coches aparcados y una chica muy mona, con un vestidito negro y el cuello blanco, me dice que por qué no he querido comprar una entrada al niño. Me da mucha vergüenza, le doy muchas explicaciones, y la chica se ríe, dice que era broma. ¿No te acuerdas de mí? ¿Ateneo?,  le pregunto. Me abraza eufórica, me dice su nombre (no lo recuerdo). Le digo que no la había reconocido, que pensaba que era la hermana del niño, que parecen tener la misma edad. La chica se pone muy contenta. ¡Se ha creído que era más joven, se ha creído que era más joven!, dice mientras abraza a su novio y baila de felicidad.

dolor de muelas

miércoles, 11 diciembre 2024. A Catherine Deneuve le duele una muela. Se agarra la cara con las dos manos. Alguien me dice al oído que no tiene registros ni para eso.

aciertos

martes, 10 diciembre 2024. Estoy en un restaurante que parece más un bar de facultad. Estamos en una mesa alargada con Carmen y Enrique. Enrique y yo nos acercamos a la barra para pedir las bebidas. La camarera es una niña. Obdulilla, dice. No comprendo como alguien le puede poner Obdulia a una niña en el siglo 21, pero no digo nada. Por mantener la conversación, le digo: ¿A que no sabes a quién me encontré en Madrid el otro día? A Juan Tamariz, responde. Me sorprende que haya acertado a la primera y, sobre todo, que esa niña tan pequeña conozca al mago. Cuando volvemos a la mesa se lo cuento a los demás. No me hacen caso. Le preguntó a Enrique: ¿Sabes a quién más me encontré? A Almodóvar, responde. No entiendo cómo también ha acertado a la primera.

vermú y soga

sábado, 7 diciembre 2024. Llamo por equivocación a mi suegra. Cuelgo y al momento me llama ella diciendo que tiene una llamada perdida. Me propone quedar para tomar algo a la hora del vermú. Me sorprende tanto que no sé qué responder.
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Tenemos que ir a no sé qué sitio. Tres o cuatro personas esperan el autobús. Una va en silla de ruedas. Pregunto. El 8 os deja en la puerta, me dicen. El autobús es en realidad un bar con forma de cubo de cristal. Parece moderno por fuera, pero por dentro todo está sucio y viejo. No hay asientos. Nos lleva como si fuera un telecabina. Estamos en una sala de espera. Mientras, pasa una cabalgata por en la calle. Por allí andan Antonio y mi sobrino Darío (de nuevo es un  niño de unos cuatro años). Le digo que salga a la terraza, que en la cabalgata van a pasar Doraemon y Keroro. El niño mira sin interés. Antonio dice que no me doy cuenta de que ya es muy mayor para todo eso, que va a cumplir dieciocho años. De repente me acuerdo del que el autobús solo pasa dos veces al día y tenemos que coger el de vuelta. Alberto está en el mostrador. Sus cosas en la mesa de centro de la sala de espera. Las recojo y se las meto en el bolsillo. Te espero en la parada, le digo y salgo corriendo. Corro por una avenida larguísima, no reconozco ninguna casa, ni siquiera la ciudad en la que estoy. Sigo corriendo. Voy tan rápido que llegó al puerto, se acaba y tengo que agarrarme a una soga para no caer al agua.

bicicleta amarilla

viernes, 6 diciembre 2024. Voy con mi tía M en el tren de cercanías. Veo pasar a Paco en bicicleta a toda velocidad (por el pasillo del tren). Ese era Paco Paquito, le digo, seguro que ahora viene a saludarnos. Efectivamente, a los diez segundos, vuelve, se pone delante de nosotras, se apoya en su bici amarilla y nos pregunta qué tal estamos.

caramelos de cabalgata

jueves, 5 diciembre 2024. Cruzo un parque algo desangelado con Joan (casi no hay árboles y el suelo es de tierra). Hay caramelos enormes en colores brillantes, parecen de cristal. Algunos están pisoteados. Pienso que son de la cabalgata. Cojo uno. Joan dice que lo tire, que seguro que está chupado. Voy mirando por si alguno está sin abrir. Cuando llegamos al portal de su casa llevo una bolsa llena. Joan se ríe y me dice que no tengo remedio. Debajo de la escalera del portal venden revistas. Joan pide una de moda. Me sorprende. Con la revista regalan una agenda y un brillo de labios. Aparecen sus padres. Joan dice que me esconda, que no quiere que me vean con él.

pan de madera

miércoles, 4 diciembre 2024. Busco una tienda de alpargatas. Las veo amontonadas a través del escaparate. Al entrar no están. Parece un taller de un carpintero, con virutas y tacos de madera por el suelo. También hay animales del tamaño de una nuez hechos de madera. Cojo una tortuga para regalársela a Gallero, pero cuando la tengo en la mano parece un pájaro y al devolverla al suelo parece solo un trozo de pan. También hay suelas de zuecos y trozos de cuero. Pienso que tal vez están ahí para que cada cual pueda hacerse el suyo a su gusto.
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Estoy en casa de mis padres alrededor de la mesa camilla. Francis come una rebanada enorme de pan como si fuera un niño hambriento. Va en pijama. Alguien me pasa el teléfono, es Salvatore. Me cuenta algo sobre un partido de fútbol. No sé qué decirle y le paso el teléfono a Alberto. Alberto si decir nada se lo pasa a Francis, que mastica con prisa para poder hablar.
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Voy con alguien parecido a Alberto por una calle empedrada. De repente decide bajar por un hueco que parece lleno de harina. El supuesto Alberto lleva un traje de ante marrón. Te pondrás perdido, le digo. Se revuelca por la supuesta harina como lo haría un niño que acaba de descubrir la nieve. Mientras baja, me pregunta por qué cuando jugaban al fútbol se llamaba unos a otros "perra", que eso solo pasaba en su colegio. Pienso que me pega que lo inventara Héctor, pero no digo nada y sigo bajando, tratando de no mancharme demasiado. El hueco desemboca en una especie de sala donde se supone que trabaja un practicante, pero quien está es un chico arreglándose para salir. Alberto es ahora otra persona y se pone muy contento al comprobar que el chico y él llevan los mismos calzoncillos (una especie de mallas rosas hasta mitad del muslo). El chico dice que como es viernes lleva dos, una sobre otra. Se ríen. Llegan dos amigos del chico, le dicen que se dé prisa. Él habla con una chica a través de la puerta. Dice que si no se quedó satisfecha puede intentarlo otra vez, pero solo para ella. Mientras los oigo hablar, pienso en cuánto han cambiado las cosas, que cuando yo era joven ningún chico me hubiera propuesto nada parecido.

cortinas y zapatos feos

martes, 3 diciembre 2024. Estoy en casa de Francis (no se parece a su casa; se parece a una casa con la que he soñado otras veces, pero era de Juan Luis). Tiene una planta de arriba enorme con unos asientos pegados a la pared, con respaldos altos tipo coro de catedral. Pienso que si esa fuera mi casa no tendría sitio donde poner mis libros y empiezo a agobiarme. Bajo la escalera, la planta de abajo es un loft con grandes ventanales y cortinas movidas por el viento. Parece un anuncio. Están en la terraza poniendo la mesa. Pregunto si puedo ayudar, pero en realidad quiero irme de allí.
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Mi hermana dice que se ha comprado unos zapatos, que adivinemos cuáles son (nos enseña una estantería con varios modelos; todos son muy feos). Espero que sean esos, le digo y señalo unos de ante planos. Casi, dice. Después nos quiere enseñar la ropa que se ha comprado. Se desnuda delante de todos y se pone la ropa nueva. Mi tía M le dice si no le da vergüenza. Es verdad, dice, no he saludado. Se pone a darnos dos besos a todos sin entender que lo que nos extraña es que esté medio desnuda.

microgimnasia y mecedora voladora

lunes, 2 diciembre 2024. Estoy en casa de mis padres. Me concentro, encojo las piernas y quedo suspendida en el aire a medio metro del suelo. Aprieto los brazos con los puños cerrados como si hiciera pesas. Mira mamá, he inventado la microgimnasia, le digo.
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Mi tía E se levanta de la cama. Le ofrezco una capita de lana azul marino que se supone ella misma tejió (aunque lleva una etiqueta en el cuello). Si quieres puedes pasarte a la mecedora, es comodísima, le digo (es de anea con las patas traseras más cortas; además de mecedora, tiene ruedas). De repente paseo por las calles estrechas y encaladas de un pueblo (se parece a Estepona). Se supone que busco a mi hermana y mis primas. Salieron a jugar y no han vuelto. Una vecina me dice que les vio en la plaza. No sé de qué plaza me habla. Me cruzo con una chica que lleva un perro enorme (no se sabe quién pasea a quién). Tira de ella tan fuerte que la hace avanzar unos diez metros. Casi me tiran al suelo La chica me mira avergonzada. Le digo que no se preocupe, que le mire el lado bueno, que puede ahorrarse el autobús a Marbella. La chica frena en seco y deja escapar al perro. No te entiendo, dice. Digo que a esa velocidad, en cinco minutos llegarías a Marbella arrastrada por tu perro. Era broma, añado. La chica sigue sin entender, mira al cielo y dice que va a empezar a llover. Sale corriendo. Quieres que te lleve, dice. No te preocupes, vengo motorizada, respondo y me siento en la mecedora (que de repente está a mi lado). Cruzo un puentecillo de madera sentada en la mecedora (más que rodar, vuela) y vuelvo a estar en las calles estrechas y encaladas de antes, solo que ahora son en blanco y negro.

la filosofía del amor

domingo, 1 diciembre 2024. Voy con un grupo de amigos, entre ellos Alberto Jr. Al llegar a un balcón sobre el mar se hace de noche de repente. Está muy triste, lo ha dejado con su novia, me pregunta cuál es el truco para que el amor no se acabe nunca, si existe alguna filosofía del amor. Le digo que no hay truco, que la única filosofía del amor es: Se quiere o no se quiere. Me pregunta cómo se reconoce el verdadero amor. Le digo que es cuestión de suerte, que hay quien sabe verlo desde el primer momento, como si tuviera rayos X, y otros lo tienen delante, no se dan cuenta y lo deja pasar. Según le hablo le va creciendo el pelo, se le va poniendo rubio y rizado. Te pareces a Sócrates, le digo. Confundes a Sócrates con Valderrama, responde.