cafetera volante

jueves, 31 diciembre 2009. Veo un platillo volante en el cielo. Más bien es una cafetera volante. La digo a Muñoz Quintana que corra, que yo me encargaré de él.
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Alberto y yo nos sentamos en una terraza. Me pregunta si quiero tomar el mismo vino que el otro día. No soporto los blancos. La camarera me oye y me guiña. Llegan desconocidos que se sientan a nuestra mesa, hablan de lo aburridos que son los domingos. Alberto trata de convencer a una chica de que hay que llevarse bien con todo el mundo. Les digo que a veces es mejor librarse de algunas personas que nos fastidian. Me miran mal. Pasa una manifestación a favor de la familia. Comienza a llover y corren a refugiarse en una iglesia. Id con vuestras familias en vez de estar en la calle, le grito.

fibra de pájaro

miércoles, 30 diciembre 2009. Estoy cocinando en una habitación muy desordenada. Incluso hay dos camas donde Salvatore y Cantos duermen. Sé que bajo la cama de Cantos hay dos gatos muertos. Se lo digo a Salvatore muy flojito para no despertar a Cantos. No te preocupes, sólo son crías, dice. Bajo la colcha para no verlos. Sigo cocinando. Tengo delante un libro de recetas abierto por la página de una sopa de naranja, pero decido hacer un pastel de calabaza. Sofrío un montón de verduras en una sartén enorme. Le digo a mi hermana que coja unas patatas y las vaya pelando. No sé pelar patatas, ni siquiera sé qué son patatas, dice. Esta rubia me va a ayudar, dice. Coge una de las muñecas ucranianas que me trajo Marga, y la pone delante de las patatas. La muñeca señala con el dedo. Estoy tan alucinada que se me queman las verduras y tengo que tirarlas. La sartén parece un nido gigante lleno de paja seca, y recuerdo la canción "Fibra de pájaro". Mientras la limpio para empezar de nuevo, pienso en Kb. En que cuando vaya a Logroño me dirá que va a ser padre.

albahaca por culantrillo

lunes, 28 diciembre 2009. Un hombre trata de convencerme de que un charco junto a un muro es una máquina para revelar fotos. Apriete ahí, dice. Aprieto sobre una piedra y, efectivamente, sale una foto de una grieta de la pared. La foto es del escritor Chivite posando delante de la casa de Vladimir Holan, en Praga. ¡La máquina le ha cortado los pies!, protesto. Todavía hay que perfeccionarla, responde. La culpa es de la albahaca que ha crecido junto al muro, añade. Por ahí si que no paso, le respondo, ¡llamar albahaca al culantrillo!

dos cervezas

domingo, 27 diciembre 2009. El escritor Chivite y yo estamos en un bar, cada uno con su cerveza delante. Chivite me dice que beba más rápido o se tomará también la mía.
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Bailo en el musical "Fama". Todos mis amigos han venido al estreno. Intento que se organicen para volver a casa, ya que estamos en un descampado lejos de la ciudad. Por más que trato de convencer a Marcos de que se acople en un coche con alguien, se niega agarrándose a una verja de alambre.

indiferencia

sábado, 26 diciembre 2009. Antonio Muñoz Quintana dice que me asome al despacho de mi padre porque mi profesor de Macroeconomía quiere saludarme. Lo saludo desde lejos y me marcho rápidamente. En la acera están sentados Camilo de Ory y mi prima Elisa. Cuando me ven se tumban en la acera y juegan como cachorros. Paso por encima de ellos intentando mostrar indiferencia. En una plaza me esperan Alberto y Muñoz Quintana. Entramos en un portal y subimos por las escaleras. De la pared salen chorros de agua a presión y nos ponemos perdidos.

lacasitos

viernes, 24 diciembre 2009. Mientras mi padre trabaja lo espero sentada en la acera. Por la calle no pasan coches. Unas niñas patinan sobre el asfalto como si fuera una pista de hielo. Una niña rubia muy guapa hace piruetas. Una niña morena, sentada a mi lado, la mira con admiración y envidia. Le digo que la he visto patinar y lo hace igual o mejor que ella. Podías dedicarte a esto, le digo. La niña se pone muy contenta y me abraza. La acera se ha convertido en un bar de paredes rústicas muy blancas. A mi lado sigue la niña morena y a mi derecha se sienta un chico muy joven con una sudadera gris. Me gusta su aspecto. Por la ventana veo cómo trabaja mi padre. El trabajo consiste en llamar a la puerta de un mafioso y matarlo cuando salga. Para que los niños no miren por la ventana los entretengo contándoles historias. El chico dice que le duele un ojo, le digo que es por culpa de esas pestañas que tiene. Las pestañas le salen del lagrimal hacia abajo, como si fuera un gato. Cuando acerco mi cara a la suya intenta besarme. Les ofrezco Lacasitos. Cuando voy a ofrecerle al chico, sólo me quedan dos y una pastilla blanca muy pequeña. El chico coge un Lacasito amarillo, yo me como el azul y le digo que me alegra que no haya cogido la pastilla. El chico dice que le pida lo que quiera. Le pido que me agarre de los tobillos y mantenga mi cuerpo bocabajo en lo alto de la torre de alta tensión sin dejarlo caer. Al agarrarme de los tobillos rozo su pecho y noto cómo sus pezones me arañan las plantas de los pies. Desde esa posición le pregunto si le gusta correr. Correr es lo mejor, dice. Otra vez estamos en el bar. Llega mi padre y dice que nos vamos. Lleva un cubo con un cuerpo metido en ácido. Miro al chico con tristeza, como diciéndole que no podremos volver a vernos. El chico me besa.

las manos de beckett

jueves, 23 diciembre 2009. Tengo mucho frío, me froto las manos y entro en un bar a tomar un café. Unas manos huesudas me lo sirven sin que yo haya llegado a pedirlo. Pienso que son las manos de Beckett. Le miro inmediatamente a la cara, pero no es él, es el escritor Chivite. Ya sé que lo tomas sin azúcar, dice.
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Atencia, amigo de Alberto, nos espera con su hermano en una plaza desangelada. Su hermano es muy pequeño. Tienen mucha prisa, dice que nos va a enseñar una cafetería que ha descubierto en un primer piso. Según vamos pasando por delante de unas tiendas, las persianas metálicas se abren. Subimos a la cafetería, pero lo que hay es un parking. Rápido, al coche, dice. Tened cuidado, dice el hermano, no vayáis a pisar a las cucarachas.
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Alberto quiere que lo acompañe a bajar unas mantas a un sótano. abre una puerta y dentro de una habitación minúscula hay una chica. Es mi mujer, dice. Les dejamos las mantas y nos vamos.

calle agua

martes, 22 diciembre 2009. Llego a la casa de mi abuelo. Todo está igual. Debo arreglarme, pero hay espejos. Quiero hacer un plano de la casa porque tengo la sensación de que van a derribarla y acabaré olvidando la distribución de las habitaciones. Quiero oler los armarios, quiero mirarlo todo detenidamente, pero siento una urgencia enorme. Tengo que arreglarme y marcharme porque me están esperando.

casa-museo

lunes, 21 diciembre 2009. Alberto dice que la casa de la abuela de Odila ahora es una casa-museo. Me extraña porque la derribaron, le digo. Efectivamente la casa sigue en pie. Los carteles de entrada están en portugués. No reconozco nada, han tirado los tabiques y construido a su antojo. Todo esto es mentira, protesto. Alberto pasa entusiasmado, dice que quiere ver la biblioteca. A la entrada han puesto un restaurante muy lujoso con mesas exquisitamente vestidas, sin embargo la comida es autoservicio, la sirve una monja desde un carrito tipo salchichas Uranga. Una de las monjas que hace de camarera, me dice que no está permitido llevar niñas. Me fijo entonces en que mi hermana, tendrá unos cuatro años, corretea entre las mesas. La tomo de la mano y sigo a Alberto. Entramos en la casa. Nada que ver con la que yo conocía, sólo han mantenido las losas del suelo. Todavía se ve dónde terminaba una habitación y empezaba otra. Le señalo a Alberto el suelo de la que era la cocina. Aquí jugaba yo, le digo, pero él pasa de largo en busca de la biblioteca. Le digo que nunca hubo una. Ahí estaba la sala del piano y este era el cuarto donde dormía Paquito, le digo. Ahora hay una biblioteca, pero en vez de libros hay frascos de farmacia. En otra habitación que no se visita hay muebles amontonados. Aquí está todo, le digo. Cojo a mi hermana de la mano y salgo de allí indignada. Y triste. A la salida hay una escalera tan empinada que parece una pared. Mi hermana comienza a correr y temo que resbale. Un tipo me dice que no tenga miedo. Le explico que soy muy hábil, que sólo temo que mi hermana se haga daño. Tu hermana ya está abajo, dice. Los diminutos escalones desaparecen, la pared queda completamente vertical y lisa, y caigo.

el precio justo

domingo, 20 diciembre 2009. Le pido al kiosquero el periódico. Me pregunta si el precio me parece justo. Le digo que sí. Pues entonces le voy a cobrar 40 céntimos más, dice y se va al fondo del kiosco, que está iluminado con luces doradas. Abre una caja, de la que también sale luz dorada, y cuenta monedas.

ejercicios espirituales

sábado, 19 diciembre 2009. Vuelvo por un camino de tierra con varias chicas de uniforme. Yo voy vestida normal. Se supone que venimos de unos días de retiro. Entramos en una especie de hórreo. Apilo unos libros y, cuando voy a despedirme, una de las chicas me dice que soy una intrusa, que ella sabe que yo apostaté hace años y que sólo he ido a perder el tiempo. No respondo y salgo descolgándome por la ventana. La chica me insulta, su voz se hace cada vez más lejana hasta que dejo de oírla, aunque sólo esté de tres metros de ella. En el camino hay un coche rojo bastante hortera aparcado. Me pregunto si su dueño me sacaría cuanto antes de allí.

berenjenas y hombres en mono

jueves, 17 diciembre 2009. Estoy en un bar con el poeta Alejandro Robles. Nos extraña ver que sobre cada mesa, en vez de cenicero o vasos, haya berenjenas. Mientras Ale pide unas cervezas, voy al servicio. Al mirarme al espejo veo que llevo una capa. No comprendo de dónde ha salido. Por más que me la quito, la capa vuelve a aparecer. Ya no estoy segura de si llevo una o cientos de capas una debajo de la otra. Caigo agotada al suelo. Ale abre la puerta del baño mira a ver si estoy y se marcha. Desde debajo de las capas intento pedirle ayuda, pero no me ve.
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Estoy en una casa que sólo tiene paredes, si miras hacia arriba se ve el cielo, un sol radiante que lo ilumina todo. La casa tiene tantas habitaciones que parece un laberinto. Me siento muy feliz. En una de las habitaciones veo a mi suegra subida al alféizar de la ventana, corro hacia ella para que no caiga al vacío. Suena el timbre. Como tampoco hay puertas cualquiera puede salir y entrar a su antojo. Entra un médico y cuatro enfermeras. Mi suegra les dice que le enchufen los dos nervios que se le han soltado. Una enfermera le mete las manos en la espalda, como si fuesen de plastilina. El médico toma notas en una libreta. Finalmente me dicen que no podrá volver a andar. Mientras salen, varios albañiles han entrado en la casa y se llevan los marcos de las ventanas y algunas losas del suelo. Otros tipos ataviados con mono azul me extienden una factura. No sé de dónde ha salido tanta gente ni tengo manos para atenderlos a todos. Mi suegra saca una caja de lata de debajo de la cama. Págales y que se vayan todos, dice. Salgo de la casa a respirar y veo como el médico se marcha del brazo de una de las enfermeras. Lo veo agacharse de vez en cuando a coger piedras del suelo.

uniforme ridículo, pelos ajenos y llaveros retro

martes, 15 diciembre 2009. Voy hacia la casa de Virginia Aguilar. Quiero felicitarla por el premio Andalucía Joven que acaba de ganar. Cuando llego a su calle, en la capilla que hace esquina no hay Cristo ni Virgen, está Camilo de Ory con un uniforme militar griego bastante ridículo. Me dice que es el centinela y que no puedo pasar. Pienso que esté de broma. Si te acercas disparo, dice apuntándome con lo que parece una espingarda de juguete.
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Alberto y yo estamos en una habitación de hotel que da directamente a la terraza de un bar. Me está esperando en una de las mesas. Va vestido en tonos claros. Pienso que le quedan mejor que el negro. Corro las cortinas e intento ducharme, pero la bañera se va convirtiendo en una pila de piedra muy pequeña. Observo el suelo y está lleno de pelos muy cortos, como si el anterior cliente se hubiese afeitado. En realidad toda la habitación se está llenando de pelos cortos. También ha comenzado a inundarse. Siento un asco tremendo, pero no puedo salir sin arreglar. Me ducho como puedo, pensando todo el tiempo que si el agua sigue subiendo moriré ahogada cubierta de pelos ajenos.
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Llego a casa de Daniel Verge, me cuesta mucho subir la escalera, como si cada pierna me pesaba cincuenta kilos. Cuando llego al descansillo todo está lleno de juguetes, incluso hay unos columpios desarmados. Pienso que son los juguetes de su sobrina y su hija. Al pensarlo, una señora me dice que no con el índice. No entiendo cómo saber lo que estoy pensando. me siento a su lado en lo que parece un parque. Veo a Daniel a lo lejos ir y venir acarreando juguetes. No le digo nada. La señora tampoco dice nada, sólo me mira. Un tipo muy sucio se acerca con una caja llena de juguetes rotos. Quiere que le compremos algo. Reconozco en la caja algunas cosas que fueron mías cuando era niña, como un monedero celeste de perlitas o una espada sonriente. Daniel aparece, le dice que sin marketing no venderá nada. En pocos segundos hace llaveros con cada juguete roto y varios niños se pelean por comprárselos.

despedida

domingo, 13 diciembre 2009. Me encuentro por la calle al que se supone es un amigo al que no veo hace mucho, pero sólo es una cabeza con una nariz enorme, en forma de plátano. La abrazo, le doy muchos besos y le digo cuánto me alegro de verle.
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Camino por un descampado. Al fondo veo un edificio enorme iluminado. Me llevo cierta decepción al acercarme y comprobar que es un edifico de El corte inglés. Una chica resuelta se me acerca, dice que tiene tiempo de acompañarme para que no me pierda. Demasiado resuelta, pienso. La chica dice que podemos volver a vernos. Dame tu teléfono, dice. Mejor dame tu mail, respondo. La chica me da un mail y pienso que acaba de inventárselo. Casi me alegro. Después me da un beso en los labios y desaparece.
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Estoy asomada a una terraza que da a una cala. No hay arena, sólo piedras que brillan. El agua es naranja. No me canso de mirarlo. Aparece un grupo de motoristas y plantan sus tiendas de campaña sobre las piedras. Pienso que ya no podré bajar a coger ninguna. Una niña se me acerca, me tira de la ropa y me dice que tengo que ir a ver a un tipo que conozco al hospital. Un celador me dice que tengo que apuntarme en una lista y que él, el tipo, nos irá llamando para despedirse. En éstas, la puerta se abre. Veo una habitación pequeñísima, con una cama minúscula donde él está sentado, envejecido, consumido. Hay alguien hablándole a los pies de la cama, se despiden. Pienso en que no sabré qué decirle, pienso en que no lleva sus gafas y que tal vez no me reconozca. El tipo levanta la mano y me saluda. Yo sonrío y doy saltitos, como si saludara a un niño que va en un tiovivo. Me alegra verle sonreír. La puerta se cierra. Mientras espero mi turno para entrar, pienso en que le diré que no tiene que preocuparse por nada, que puede morir tranquilo, que yo cuidaré de sus padres.

vivir juntos separados

sábado, 12 diciembre 2009. El poeta Francisco Javier Casado me enseña un poema en 3D. Me recuerda a un juguete de la infancia, "Los imposibles" de Mattel, una burbuja transparente de base circular de unos ocho centímetros de diámetro. Dentro de la burbuja de Casado hay dos habitaciones simétricas idénticas. En una hay una figurita masculina y en otra una femenina que se parece a mí. El poema se titula "Vivir juntos separados", dice. Mientras muevo la burbuja en mis manos para hacer que los personajes se muevan, el poeta Casado y su novia Lidia me observan satisfechos sentados en dos hamacas simétricas idénticas.
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Alberto entra en una iglesia y dice que me dé prisa porque va a empezar. Se sienta en primera fila. Me siento justo detrás, junto a un chico que tiene el banco lleno de apuntes. El chico me cuenta que después de ese examen será economista, aunque no le guste nada. Yo dejé la carrera por eso, le digo. El chico se ríe. Alberto se vuelve y nos manda callar. Cuando empieza la misa me sorprende ver que el cura es Miguel López Gaspar, y el monaguillo Mocito Feliz.
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He quedado con alguien a quien nunca he visto en un hotel. Tengo que subir sin que nadie de recepción me vea. Hay dos ascensores y no sé cuál tomar. Como voy descalza elijo el que está tapizado de moqueta gris, incluso las paredes y el techo. Cuando el ascensor llega a mi planta, dejo que las puertas vuelvan a cerrarse y le doy al Bajo.
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Un barco llega a una ciudad plana, casi desértica. Un hombre me entretiene en cubierta preguntándome de dónde soy y si vengo a hacer turismo. Yo sólo quiero bajar del barco, pero tampoco quiero parecer maleducada. Mi amiga Begoña Paz me hace señas y voy hacia ella. Quiere que le haga una foto bajando del barco. Cuando la enfoco, lo que veo en pantalla son dos niños jugando. Aun así, disparo. Lo que era un desierto, de repente es un monte frondoso. Miro al hombre sorprendida. No imaginaba esto, le digo. California es todo sorpresas, dice.

croché

viernes, 11 diciembre 2009. Me escondo en una habitación grande y cuadrada con la que ya he soñado otras veces. Está igual de desordenada que siempre. Las persianas están echadas y, antes que encender la luz, prefiero buscar las cosas a tientas para que nadie sepa que estoy ahí. Encuentro un vestido blanco de croché, me lo pongo delante para ver qué tal me queda. Tengo que subirme a la cama para que no arrastre. Me miro al espejo. Me pregunto cómo sería la vida vistiendo de blanco.

pedregalejo

jueves, 10 diciembre 2009. Estoy con mis padres y mi hermana en la playa. Parece Pedregalejo, antes de que hicieran el paseo marítimo. Mi hermana es muy pequeña y corre hacia la orilla. Le digo que tenga cuidado y en ese momento un coche pasa a toda velocidad por la orilla y la arrastra mar adentro. Mis padres no han visto nada, intento rescatarla pero nadie me ayuda. Decido que no les diré nada a mis padres hasta que sepa con seguridad si está muerta o viva.

construcciones

miércoles, 9 diciembre 2009. Estoy muy cansada y quiero dormir, pero antes tengo que hace construcciones como aquellas que hacían los Curris de los Fraguel. Las construcciones sirven para que los mocos drenen y las personas que no pueden respirar, a causa de un resfriado, se las metan en la nariz. Las construcciones deben llegar al suelo donde los mocos desaparecen. Las construcciones están hechas de moco y queso. Las construcciones deben estar muy bien hechas porque algunos se las comen después de usarlas. (Aclaro que este sueño ha sido provocado por un constipado de aúpa y 38ºC; no es que mi subconsciente sea tan cochino.)

lunes, 7 diciembre 2009. Acaban de inaugurar una tienda de vino. De las paredes de ladrillo cuelga ropa de colores con bordados. En el suelo hay prendas rústicas de lana. Las doblo y las coloco en las estanterías. La dueña se me acerca. Le digo que tiene una tienda muy bonita, que se parece a la de la última película de Coixet. Observa toda la ropa que he doblado. Soy la mejor dobladora de ropa del mundo, le digo.
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Alberto va haciendo fotos a las casas de Conde Ureña mientras cruza. Tengo que guiarlo y empujarlo para que no lo atropelle un coche. Al llegar a Calle Amargura, dice que cortemos camino cruzando por la Clínica Pascual. Le digo que prefiero dar todo el rodeo, que no pienso volver entrar allí. Te espero al otro lado, le digo.
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Un niño escribe una carta sentado en lo que parece un trono. Deja espacios entre las palabras porque dice que piensa más rápido que escribe. Le digo que va a ser un gran escritor. ¿Cómo lo sabes? Has escrito Tí con acento todas las veces, le digo.

camas

domingo, 6 diciembre 2009. Estoy en la cama. Dudo si levantarme o no porque estoy muy cansada. Mientras me decido oigo hablar al otro lado de la pared. Alberto le dice a su hermana que volveremos sobre las siete. Su hermana entra en el cuarto y se mete en la cama que hay junto a la mía. Yo intento levantarme, pero no puedo moverme.

pájaro gigante

sábado, 5 diciembre 2009. Alberto y yo caminamos hacía el garaje. Me voy encontrando a algunos amigos que se me acercan y, sin mediar palabra, me besan muy levemente en los labios. No entiendo nada. Pienso que se han puesto de acuerdo para gastarme una broma. Ya en el garaje se me acerca Marcos. Le doy dos besos, pero él me busca los labios, me besa y desaparece. Al entrar en el coche le digo a Alberto que no entiendo nada, que he tenido la sensación de que me besaban porque se estaban despidiendo de mí porque iba a morirme. Es que vas a morirte, dice Alberto.
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Alberto está buscando una casa. Dice que ha quedado con el dueño. Entramos en una casa mata abandonada. Me sorprende que Alberto tenga la llave, aunque la puerta es de chapón y pienso que hubiésemos entrado igual. Dentro la oscuridad es absoluta. Le digo a Muñoz Quintana que haga fotos con flash para orientarnos. Cada disparo nos muestra paredes empapeladas y muebles rotos. Cuando llega el dueño abre las ventanas y se sienta en el suelo sin decir nada. Por la ventana veo pasar una bandada enorme de pájaros. Se paran en el cielo y se unen formando un único pájaro gigante. El pájaro gigante se posa en un edificio que se parece al Ayuntamiento de París. Veo cómo los muros empiezan a resquebrajarse. Pienso en que si hay gente dentro van a morir sepultados. Por más que grito intentando avisar de la tragedia que se avecina, nadie me hace caso.

casa de locos

viernes, 4 diciembre 2009. La casa de mi abuela es un caos. alguien ha dejado un váter en la cocina, algunas puertas han sido sustituidas por cortinas. El jardín está cubierto de fotos antiguas de la familia, que pisan sin preocuparse. Mi padre lee en alto una columna de opinión que ha escrito para un periódico mientras mi madre le pregunta si le gusta su blusa nueva. Mi tía dice que me regala uno de sus anillos, pero cuando me lo da, veo que ha sustituido la esmeralda por una piedra plana y opaca. El anillo se parte en mi mano. Dice que con las piedras que le ha quitado mandará hacerse otro. No aguanto ni un momento más allí. Alguien ha separado el mueble de la pared y lo ha colocado en mitad del recibidor. No sé cómo salir de la casa. Al mueble le han arrancado las puertas. e fijo e que está lleno de libros, mis libros, los que creí que había perdido. Intento guardar algunos en la maleta para llevármelos, pero pesan demasiado. Afuera, mi hermana ha atado una cuerda a una loncha de jamón e intenta cazar lagartijas. Sólo deseo salir de allí.

el gato cuida nichos

miércoles, 2 diciembre 2009. Voy en el asiento de atrás del coche, un chico conduce, es mi coche pero el volante está a la derecha. Una chica se acerca cuando estamos parados en un semáforo y le da patadas a las puertas. El chico dice que es un exnovia y que está loca. Cuando aparcamos, me acerco a la chica para pedirle explicaciones. La chica se convierte en una planta con pelos blancos que parece una medusa. Arranco la planta de la tierra y la levanto hasta la altura de mi cara. No se puede odiar a la humanidad, le grito.
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Andrés Gómez Miranda dice que ya tiene todo listo para su lectura de poemas. Señala al suelo. Veo un acordeón, un Do-re-mí y un ordenador de Pocoyó. Le pido que me preste el acordeón. Comienzo a tocar como una auténtica profesional. ¿Crees que le parecerá mal a Paco Cumpián si leo dentro de un acuario?, me pregunta.
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Vivo en China, en una habitación con pocos muebles. Salgo a la calle y veo a una mujer muy pequeña. La sigo, porque se supone que es mi madre aunque tiene aspecto de china. Cruzamos un jardín precioso, imagino que se dirige a su casa y apuro el paso para alcanzarla. ¿Quieres ver mi casa?, me pregunta y abre la puerta. Al abrirla un grifo comienza a echar agua y a mojarlo todo. El suelo está lleno de colillas, sólo hay un catre sin sábanas. La casa es una habitación con muchas posibilidades, con dos terrazas a distintos niveles. La imagino ordenada y limpia y pienso que podría ser feliz allí. La china que se supone que es mi madre no me atiende cuando le hablo. Un chico alto entra y saca una cerveza de un frigorífico con puerta de cristal. Cuando voy a bajar del desnivel de la terraza, el chic me aprieta contra su cuerpo para ayudarme a bajar. Mi cara queda a al altura de la suya y pienso que va a besarme, pero sólo me da un pequeño beso en la cara. En el suelo ha calcetines sucios y un trozo de espumillón verde. Lo recojo y salgo triste y enfadada. En el jardín hay un gato negro durmiendo enroscado. Pienso en que nunca he visto un gato chino. El gato al desenroscarse es enorme y me ataca. Al intentar quitarme lo que llevo en la mano se me queda prendido de los dedos. Sus colmillos me hacen mucho daño. Intento deshacerme de él con el gesto de quien baja la temperatura de un termómetro. El gato cae al fin al suelo, pero ha conseguido quitarme un calcetín y el espumillón. Lo sigo. Me acerco a su escondite. El gato ha enmarcado una lápida con el espumillón y ha colocado el calcetín a modo de bandera. Las letras están en chino y no sé quién está allí enterrado. Me da tanta pena, que no recupero mis cosas y me alejo. Cruzo de nuevo el jardín y pienso que debe de haber una puerta para volver a mi mundo. abro la puerta de unos servicios públicos y cruzo entre lavabos. El chico alto aparece de nuevo. Le cuento desesperada todo lo que me ha pasado. Los problemas con la mujer china que se hace pasar por mi madre y con el gato que cuida nichos. El chico me agarra por la cintura y acerca mi cuerpo al suyo. de repente me doy cuenta de que estoy muy resfriada y no puedo respirar por la nariz. Pienso que si me besa moriré ahogada.

trampolín y lavadora

martes, 1 diciembre 2009. Estoy subida a un monte muy alto. Desde allí cuido con la mirada de un perro pequeño. Pienso que mientras lo mire no puede pasarle nada malo. Mientras, espero a que llegue mi amigo Salvatore, porque pienso que el perro es suyo. Desde donde estoy, veo ahora una piscina inflable para niños y a unos niños que se lanzan de cabeza desde una especie de cucaña. Quiero avisarles de que hay muy poca agua, que es muy peligroso. Uno a uno los niños van tirándose de cabeza y ninguno cae en la piscina, aunque todos se levantan del golpe tranquilamente. Igual que con el perro, me quedo mirándolos, aunque eso me hace sufrir muchísimo, porque pienso que mientras los mire, no les pasará nada malo.
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Alberto y yo vamos camino a clase. Le digo que a la profesora no va a gustarle nada que lleve un mono, pero que seguro que a Ángeles le encanta. En la clase hay sillones enormes en vez de sillas. No hay espacio para sentarte ni para tomar apuntes. Los sillones son cuadrados, muy bonitos. Muevo el mío para que me entren las piernas y despeino al chico que hay delante de mí como para pedirle disculpas. Al revolverle el pelo pienso que lo tiene igual que el poeta Iker Biguri. La profesora le regaña a uno de los alumnos por hacer ruido, pero el alumno en cuestión, es una lavadora centrifugando.