trampolín y lavadora

martes, 1 diciembre 2009. Estoy subida a un monte muy alto. Desde allí cuido con la mirada de un perro pequeño. Pienso que mientras lo mire no puede pasarle nada malo. Mientras, espero a que llegue mi amigo Salvatore, porque pienso que el perro es suyo. Desde donde estoy, veo ahora una piscina inflable para niños y a unos niños que se lanzan de cabeza desde una especie de cucaña. Quiero avisarles de que hay muy poca agua, que es muy peligroso. Uno a uno los niños van tirándose de cabeza y ninguno cae en la piscina, aunque todos se levantan del golpe tranquilamente. Igual que con el perro, me quedo mirándolos, aunque eso me hace sufrir muchísimo, porque pienso que mientras los mire, no les pasará nada malo.
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Alberto y yo vamos camino a clase. Le digo que a la profesora no va a gustarle nada que lleve un mono, pero que seguro que a Ángeles le encanta. En la clase hay sillones enormes en vez de sillas. No hay espacio para sentarte ni para tomar apuntes. Los sillones son cuadrados, muy bonitos. Muevo el mío para que me entren las piernas y despeino al chico que hay delante de mí como para pedirle disculpas. Al revolverle el pelo pienso que lo tiene igual que el poeta Iker Biguri. La profesora le regaña a uno de los alumnos por hacer ruido, pero el alumno en cuestión, es una lavadora centrifugando.