lacasitos

viernes, 24 diciembre 2009. Mientras mi padre trabaja lo espero sentada en la acera. Por la calle no pasan coches. Unas niñas patinan sobre el asfalto como si fuera una pista de hielo. Una niña rubia muy guapa hace piruetas. Una niña morena, sentada a mi lado, la mira con admiración y envidia. Le digo que la he visto patinar y lo hace igual o mejor que ella. Podías dedicarte a esto, le digo. La niña se pone muy contenta y me abraza. La acera se ha convertido en un bar de paredes rústicas muy blancas. A mi lado sigue la niña morena y a mi derecha se sienta un chico muy joven con una sudadera gris. Me gusta su aspecto. Por la ventana veo cómo trabaja mi padre. El trabajo consiste en llamar a la puerta de un mafioso y matarlo cuando salga. Para que los niños no miren por la ventana los entretengo contándoles historias. El chico dice que le duele un ojo, le digo que es por culpa de esas pestañas que tiene. Las pestañas le salen del lagrimal hacia abajo, como si fuera un gato. Cuando acerco mi cara a la suya intenta besarme. Les ofrezco Lacasitos. Cuando voy a ofrecerle al chico, sólo me quedan dos y una pastilla blanca muy pequeña. El chico coge un Lacasito amarillo, yo me como el azul y le digo que me alegra que no haya cogido la pastilla. El chico dice que le pida lo que quiera. Le pido que me agarre de los tobillos y mantenga mi cuerpo bocabajo en lo alto de la torre de alta tensión sin dejarlo caer. Al agarrarme de los tobillos rozo su pecho y noto cómo sus pezones me arañan las plantas de los pies. Desde esa posición le pregunto si le gusta correr. Correr es lo mejor, dice. Otra vez estamos en el bar. Llega mi padre y dice que nos vamos. Lleva un cubo con un cuerpo metido en ácido. Miro al chico con tristeza, como diciéndole que no podremos volver a vernos. El chico me besa.