ictus

miércoles, 31 julio 2019. Daniel camina hacia nosotros con dificultad. Lleva taje negro y camisa blanca. La chaqueta en la mano. Se le ve delgadísimo. Se alegra de verme, se apoya en mi hombro, me cuenta algo. Miro a Alberto que, con una seña, me dice que debe de haber sufrido un ictus.
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Llego a casa de Elisa. Se supone que acaban de mudarse al edificio de mis padres. El dormitorio es enorme. Han puesto un colchón en el suelo con una colcha azul. Me pongo junto a la cama para ver el conjunto. La cama parece muy pequeña. La luz es preciosa. No comprendo que sea la misma casa que la de mis padres y esta parezca mucho más grande. Elisa me cuenta que han apuntado a Darío para que salga en una procesión. Le pregunto si le han dejado elegir una de las piezas que acompañará al trono. Sí. ¿Y ha tenido que tararearla por teléfono en vez de decir el título? Sí. ¡A mi padre le han hecho lo mismo!, le digo indignada.

licor

lunes, 29 julio 2019. Estoy con un grupo de personas en lo que parece una habitación de hotel. Parece que celebramos algo, aunque no hacemos nada, sólo hablar de banalidades. No estamos sentados, estamos en pie, al rededor de una mesa de madera muy limpia y muy brillante. Llaman a la puerta, pequeño revuelo como si supieran qué va a pasar. Un repartidor trae una botella con etiqueta muy historiada y la pone en el centro de la mesa con cuidado. Todos se admiran con tímidos ¡Oh!, ¡ah! ¡Mira la tarjeta, me dicen excitados. Es una felicitación por algo que no llego a entender. El regalo lo envía Javier. Sólo dice "Felicidades desde Adra". El repartidor me hace una seña con los dedos para que le dé una propina. le digo que sólo tengo cincuenta céntimos, pero al sacarlos del bolsillo veo que es una moneda inglesa de cinco céntimos. El repartidor se enfada muchísimo, hace ademán de llevarse la botella, pero las personas que están en la habitación (y ya se han bebido casi media botella) lo empujan hasta sacarlo de la habitación.

okupas

sábado, 27 julio 2019. Marcos y Juan están tumbados en la cama de mis padres. La cama está revuelta, no duermen ni hablan ni hacen nada. No sé qué hacen allí. Mi padre aparece por la puerta en calzoncillos y con unos calcetines negros hasta las rodillas. Mira su cama ocupada.  Nadie me cuida, se queja.

perro teñido

martes, 23 julio 2019. Estoy con Daniel y una chica que lleva la mitad del pelo moreno y la mitad rubio. Le digo que cuando lo llevaba azul me gustaba más (su perro lo sigue llevando azul). Subimos a casa de Javier. Nos lleva a su dormitorio para escuchar música. Hay dos camas enormes. Le pregunto cuánto miden. Dos metros cada una, dice. Alrededor de la cama hay huecos de madera con tubos de cremas hidratantes. Su mujer sonríe, no dice nada, se sienta en la terraza. Pienso que es tarde y quizá quiera dormir. Javier pone una canción de los 80 muy oscura y escodne la cabeza entre las manos. Le digo que me recuerda a momentos de bajonazo cuando era joven. Se ríe, pone una más alegre. Le hago una seña a Daniel para que nos vayamos. Salimos al pasillo, es larguísimo, hay unas niñas jugando. Son sus hijas, le explico a Daniel y a su amiga. Tiene siete hijos y siete hijas. Una de las niñas nos pregunta desde lejos si somos alemanes. Ich spreche kein deutsch, le respondo. Lo sabía, dice y todas se ríen. Soy checa, le digo. Di algo. Stul pro ctyri, digo y vuelven a reír. ¿Desde cuándo hablas checo?, pregunta mi madre (no sé de dónde ha salido). Una de las hijas mayores de Javier se da a conocer diciendo su nick de Facebook. La amiga de Daniel se sorprende. ¡Yo te conozco!, dice. Las dejo hablando, cuando voy a marcharme Javier dice que quiere enseñarme algo. Entramos en un cuarto con tres camas (de sus hijas mayores, supongo). Me enseña un presupuesto para unas gafas. Me parecen carísimas, donde yo me las hago te saldrían por la mitad, le digo. Un señor vestido con levita, sombrero, monóculo, maletín y bastón, le dice que me haga caso. ¿Te vas a ir sin cenar?, me pregunta. Le muestro una manzana a medio comer (que no sé de dónde ha salido). En el pasillo me esperan mis padres y el perro teñido de azul. Salgamos de uno en uno, les digo, el perro no puede escaparse. Es difícil avanzar porque el suelo está lleno de zapatos. Cuando ya lo he recorrido y estamos a punto de salir, vuelvo hacia atrás porque me he dejado la luz encendida. Apago la luz del techo y enciendo una lamparita que hay sobre una mesita baja. Esa gasta menos, le digo a mis padres. Por fin salimos. Mis padres desaparecen. Un grupo de chicas dice que si no se dan prisa perderán el bus a Estepona. Las miro, me hacen gracia. Les digo que si se dan prisa pueden visitar algo increíble, y señalo hacia un portalón de lo que parece una iglesia. Ahí dentro hay otra ciudad (se supone que es una parte de ruinas que uso para cruzar la ciudad acortando camino). Han cambiado la entrada, han construido un muro encalado, hay que rellenar unos papeles y saltar una tapia para entrar. veo como el hombre del monóculo de antes salta con facilidad. Me acerco a la chica, me pide el número del DNI y de mi tarjeta de crédito, también la mochila para pasarla por el escáner. En la mochila llevo un cuchillo patatero. Si me pide explicaciones le diré que lo uso para comer manzanas, pienso. Todavía deben quedar restos de manzana en la hoja. Escribo mi DNI y la chica aplaude mientras dice: ¡Qué velocidad y qué buena letra! No recuerdo el número de mi tarjeta. Se está formando cola, empiezan a enfadarse. Cojo mis cosas y me voy. En vez de mochila arrastro una maleta. Comienza a llover a cántaros. Corro. Las calles están vacías. Me siento completamente feliz. La lluvia ha arrancado todas las buganvillas y cubierto la calzada. Se ve preciosa, cubierta de amarillo y púrpura. Pienso en la imagen que debo dar, corriendo cola por la calle bajo la lluvia arrastrando una maleta. Imagino que alguien me hace una foto desde su ventana. Imagino que algún día veré esa foto en una exposición y diré: ¡Ey, esa era yo!

libro rojo

sábado, 20 julio 2019. Oeste y yo hablamos con las cabezas muy juntas. Trata de convencerme de algo. Me da un libro rojo del tamaño de un misal. Dice que es sólo una prueba, pero veo que junto a él  hay una caja con unos cien libros más. Se supone que ha publicado mi última novela. Ya tiene la fecha de presentación y al presentador, Emir Kusturica. Dice que estaría bien que mi padre asistiera. Le digo que la novela no va de mi padre. En ese momento, mi padre sale de una habitación e intenta dar una carrera. De repente estamos sentados en la escalinata del hall de un hotel muy lujoso. A la entrada un montón de periodistas rodean a Kusturica, que acaba de llegar. De repente tengo una melena larga y espesa. Oeste tiene que hundir la cabeza en mi pelo para poder seguir hablándome al oído.

barro

martes, 16 julio 2019. Llego a la calle de mis padres. Está cubierta de barro. Un vecino se ofrece a llevarme en su coche. La chica que va de copiloto protesta celosa. El vecino frena y me deja aún más lejos. Tengo que caminar sobre barro y hojas secas enormes (no sé de dónde han salido porque no hay ningún árbol). Al llegar al portal veo que mi tía se ha instalado allí con todas sus cosas, incluso hay ropa tendida sobre los botones del portero automático. Pregunto si la ayudo a recoger y subirlo todo (una manera diplomática de decirle que no puede quedarse a vivir allí). No hay tiempo, dice, ¡tu hermana sale de viaje ya!

asfalto

viernes, 12 julio 2019. Subimos a un autobús. Mi sobrina Elena se retrasa y queda atrapada entre las puertas. Le digo al conductor que las vuelva a abrir. Elena cae hacia atrás y queda tendida en el asfalto. Su hija se tira en marcha y también cae. Alberto baja de un salto a pesar de que el autobús ya está en marcha. Le grito al conductor que pare. Para y abre las puestas después de un rato. Al fin puedo bajarme. La calle está desierta.

nevado

miércoles, 10 julio 2019. Mi padre me pregunta si arreglé el brasero. Pienso que estamos en pleno verano, pero no le digo nada, lo desarmo, lo arreglo y lo pongo bajo la mesa camilla. Veo que son las cuatro y media. ¿A qué hora se entra al instituto?, mi madre se encoge de hombros. Mi tía dice que llego a tiempo. Corro al cuarto de baño a lavarme la cara. Veo al muñeco Nevado sobre el bidé. ¡Estabas ahí!, le digo. Corro a mi cuarto, no sé qué ponerme, no reconozco mi ropa. No sé qué clase habrá a primera hora. Si es gimnasia no tengo ropa de deporte, podría no ir, pero ¿cómo me enteraría de qué tengo que examinarme?, pienso mientras me pongo un jersey de rayas verdes. Corro al ascensor. Para en el segundo. Entra una niña con una mochila enorme. Su madre le dice que salga. La niña sale a cámara lenta., me entran ganas de empujarla. Al llegar al portal veo que han cambiado la puerta por una giratoria y alguien intenta sacar un armario enorme. Hay una fila de vecinos para salir y otra para entrar. Veo que en la calle hay un mercadillo de frutas y verduras. Me resulta sospechosos que los que venden lleven traje y corbata. Como sigo en la cola del portal para poder salir, los observo. No venden, fingen que venden. A veces hasta se dan codazos entre ellos para que hagan bien su papel.

incendio

domingo, 7 julio 2019. Estoy en lo que parece mi colegio, pero se supone que es mi cuarto. Alguien dice que hay que huir porque hay un incendio. Abro cajones. Hay, sobre todo, muchos muñecos pequeños. Sé que debo elegir sólo algunas cosas, las más importantes. Meto algo de ropa en una maleta, pero quiero llevarme todos los muñecos. Saco una almohada de su funda. Uso la funda como saco, la lleno y me voy. Se supone que ha amanecido y vuelvo para ver lo que ha dejado el fuego. Se supone que en el jardín del colegio está enterrado Askildsen. Llego a la vez que Chivite. Buscamos juntos los restos de Askildsen entre los escombros.

lana azul

jueves, 5 julio 2019. Parece un entierro. Lloro desconsoladamente. De repente me doy cuenta de que es el entierro de Madonna.
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Hilvano un papel con lana azul, pero sin coserla a otro papel, sólo dejando un rastro intermitente. Mientras lo hago pienso en que hace demasiado tiempo que no escribo poemas y decido seguir el consejo que le doy a los demás: ya volverán.

restos

martes, 2 julio 2019. Caminamos por la cornisa de un desfiladero. Pienso que en cualquier  momento vamos a caer. Salud se asoma por una de las paredes y dice que se ven los restos de una ciudad. Lo dice entusiasmada. Yo prefiero no mirar. No quiero estar allí.

tres caminos

lunes, 1 julio 2019. Llego con Blanco a un edificio sin ventanas. Nos abre una chica con cara de malas pulgas. Blanco le dice su nombre, ella lo busca en una libreta y lo deja pasar. Vamos juntos, le digo y entro antes de que me lo impida. Hay un jardín enorme. Gente sentada en bancos de piedra, sillas de playa y toallas sobre el césped. Hay restos  de basura como si hubiera habido una verbena. ¿Me deja que limpie, clasifique la basura y lo ordene todo?, le digo a la chica. La chica me agarra del brazo y me lleva donde están Blanco, Daniel y Ángeles. Podéis salir un rato, dice. Se supone que Ángeles tiene una depresión y está allí ingresada y para que no estuviera sola, Daniel ha decidido ingresar con ella. Me parece admirable. Salen por una puerta trasera. Corro tras ellos. Llego a una escalera  donde un montón de cajas enormes, como de frigorífico, me impiden el paso. Bajo como puedo. En la calle, que es un descampado, hace calor. Dicen de coger un ferry, ir a la isla y volver. llevo a ángeles por el hombro, le hablo de la vida poniéndole delante tres dedos. ¿Ves?, hay tres caminos: el de los vivos, el de los muertos y el tuyo. Y tienes que vivir, le digo.