monedas mojadas

sábado, 30 abril 2011. Subo una cuesta por la que pasa mucha gente. Hay monedas en el suelo, a cada paso hay varias de distintos tamaños, algunas no son circulares. Al fondo de la calle veo a una niña sentada sobre una manta, pidiendo. Recojo todas las monedas que puedo para dárselas. El suelo está mojado. Me acerco y se las meto todas en un cuenco. La niña me dice que no sirven porque son de distintos países. Algunas valen mucho porque son de plata, le digo. Dame las que lleves en los bolsillos, dice. Me los vacío para que vea que no tengo dinero. Sólo llevo una estrella de sheriff de plástico con una de las puntas rota.

ibuprofeno

viernes, 29 abril 2011. Voy por la calle y veo a lo lejos a Alberto. Lleva una camiseta del Málaga y un cubo en la mano. Pienso que va al campo a ver el partido, lo llamo, corro tras él. Cuando lo alcanzo, veo que está sentado a la puerta de casa con los amigos. En el cubo hay cubitos de hielo. Han bajado mesas plegables y sillas de playa (que no sé de dónde han sacado) y ocupan toda la acera. Les doy dos besos a todos uno a uno, menos a Francis porque está muy lejos, protesta. Paso por encima de unos puzzles fluorescentes que están haciendo sus hijos con mi sobrino Darío, para poder darle dos besos. Me explican que irán al fútbol los últimos diez minutos de partido, pero sólo si el Málaga gana. ¿Y si los goles los meten al principio?, pregunto. Nos da igual, sólo nos interesa el ambiente. Todos están de acuerdo, desde Salvador (el más futbolero de todos), hasta Andrés (que detesta el fútbol). Desde Tony (que es del Barça), hasta Francis (que es del Real Madrid). Los miro y pienso en el cuadro de "La última cena". Cada uno con una camiseta de su equipo. Siento una especie de emoción triste y noto un repentino dolor de cabeza que crece por segundos. Como no quiero interrumpir ese momento feliz que parecen estar viviendo, me acerco a Darío y le pregunto si tiene ibuprofeno. Me pone las palmas de las manos vacías muy cerca de la cara. Sólo tengo tres años, dice.

mafia rusa y ciervos de bronce

jueves, 28 abril 2011. Estoy con toda mi familia en lo que parece la terraza de un Parador. Creo que celebramos algo. Mi hermana llega con varias amigas a las que nunca he visto. Las amigas me hacen preguntas sobre el bolso que llevo. Intento escandalizarlas con mis respuestas. Me pregunto qué estaremos celebrando, pero no digo nada, me limito a observar. Noto que mi padre está incómodo. Empieza a llover, pero nadie se mueve, siguen comiendo y bebiendo como si nada. Guardo el portátil en el bolso para que no se moje. Mi madre me echa una miradita de no-tenías-que-haberlo-traído. Nos dice que tenemos que irnos porque la mafia rusa ha llegado. Mi padre se levanta feliz. Mi madre protesta, incluso baja el director del Parador a explicarle que sólo tienen esa mesa y hay gente esperando. Miro hacia la puerta, hay una fila de niñas de comunión. Eso nos pasa por salir de casa en mayo, dice mi abuela.
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Encima de una mesa hay un móvil de color blanco. Se enciende sólo, no sé de quién es. En la pantalla aparece un vídeo de una casa con varios ciervos de bronce en el jardín y unos niños que apedrean a quien los está grabando. El vídeo termina con esos mismo niños cantando a cámara. Pienso que lo ha grabado Andrés para mí, para que me ría, lo que no entiendo es cómo sabía que yo encontraría ese móvil y justo en ese momento.

bizcocho, cáscaras de pipas y regaliz rojo

miércoles, 27 abril 2011. Unas cuantas personas que no conozco están sentadas a la mesa. Se supone que están esperando el postre. Mi madre y mi tía sacan un montón de cacharros de cocina, la cocina parece un garaje. Les digo que me dejen organizar a mí. En un momento hago una tarta de manzana enorme y ordeno la cocina. Mi madre dice que a la tarta le falta algo. La tarta se ha convertido en un bizcocho seco. Preparo un glaseado y lo dejo sobre la mesa, pero en un descuido mi tía se lo come a cucharadas y mi madre se come el bizcocho a palo seco, mientras me repite con la boca llena: Esa gente está esperando su postre. Consigo reconstruir la tarta con dos capas de bizcocho, relleno de manzanas asadas y mermelada, y lo cubro con lo que queda del glaseado. Me vuelvo un momento porque un cazo con leche está hirviendo y rebosa. Cuando voy a llevar la tarta a la mesa, mi madre está volcándole encima un paquete de un kilo de azúcar. Me tiro al suelo y lloro desesperadamente.
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Juan y yo estamos sentados sobre un cubo de cemento que hay a la puerta de una librería. Se supone que estamos esperando a que abran. Miramos pasar los coches por la carretera, embelesados, como si estuviéramos delante del más maravilloso de los paisajes. A Juan le suena el móvil, se levanta para hablar. Le digo que no me deje sola. Ten, dice, y me pone algo en la mano, después me la cierra con fuerza. Se supone que me lo da en prenda, que volverá. El tiempo pasa, la carretera se ha convertido en una playa. Isa llega en bañador y se sienta a mi lado, me pregunta si no me baño. Le digo que nunca voy a la playa. Se ríe de mí, me pregunta con sorna si gastamos muchos lienzos. No sé si se refiere a lienzos de pintar o a sábanas, pero no digo nada. Pienso en cuándo volverá Juan. Abro el puño para ver qué me dio. Cáscaras de pipas.
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Hay una lectura en una especie de teatro romano, donde las gradas van creciendo hasta que me veo lejísimos del escenario. Carmen dice que no quiere leer, que prefiere irse bajo el naranjo con Enrique. Ya sabes, me dice. Y dicho esto, baja y se sienta a leer poemas. No se le oye nada porque el micrófono no funciona, pero escenifica los poemas. Pienso en lo guapa que es y en lo bien que escribe. Sobre la mesa hace pasar un tren de madera y después tira regaliz rojo al público. Me doy cuenta, entonces, de que casi todo el público son niños. Pienso que no puedo leerles mis poemas, que tendría que haber llevado los "Collages". Un chico que está a mi lado, como si pudiera leerme el pensamiento, me dice que no me preocupe, que en cuanto Carmen termine todos se irán y no tendré que bajar siquiera. Yo mismo he quedado después con una chica alemana, dice. Alguien me dice que me toca leer. Al ponerme en pie me doy cuenta de que he perdido los zapatos.

caballito

martes, 26 abril 2011. Octavio me entrega con mucho misterio una caja de cerillas. Dice que la abra cuando él se vaya. La abro con cuidado. Dentro hay un caballito verde de plástico de los soldaditos de los sobres sorpresa. Pienso que debe de ser un mensaje, pero no sé cuál.

el gráfico del miedo

lunes, 25 abril 2011. Despierto en el sofá de la casa de mis padres y voy a la cocina a beber agua. Al volver tropiezo con una escoba suspendida en el aire, en mitad del salón. De repente, al avanzar, yo también voy elevándome hasta que al llegar al cuarto de baño quedo pegada al techo como un globo de helio. Siento algo en la espalda, como si me estuvieran dibujando algo. Visualizo el dibujo, es un recorrido de líneas rectas y en las esquinas hay pequeños cuadrados y círculos. Al cabo de un rato mi padre me ve en el techo, y me baja sosteniéndome de una mano. Le digo que me mire la espalda. El gráfico del miedo, dice con toda naturalidad.

lentejas

domingo, 24 abril 2011. Estoy en lo que parece el comedor de un colegio con Jota y su novia. Él habla sin parar, cuenta anécdotas, se ríe. Yo sólo escucho, sin embargo él ha terminado de comer y yo tengo el plato lleno. El plato es un cuenco de madera muy rústico, con lentejas, y el cubierto tiene en un extremo un tenedor y en el otro una cuchara. Según como el cuenco se va haciendo más pequeño y el cubierto una cucharilla de café. Jota dice que pagará con tarjeta y que le dé mi parte en monedas sueltas. Saco de los bolsillos un montón de monedas diminutas de distintos países. Jota se ríe, las cuenta una a una. Le digo que no las cuente y se las quede todas si les gustan. De repente voy sola por la calle. Por una acera hay cientos de peatones, por la otra nadie. Cruzo para no tropezarme con nadie. Por el camino encuentro monedas en el suelo. Sólo cojo las cuatro primeras, porque me parece sospechoso que estén alineadas, marcando una dirección. Cuando llego a casa de mi suegra, el pasillo está lleno de tablas de madera. Pienso que están cambiando el parqué. También hay un capacho lleno de cubiertos. Mi suegra sale de la cocina y cae sobre las tablas. Me acerco a levantarla, es como si no tuviera esqueleto y el cuerpo no pudiera mantenérsele erguido. Dice que se ha tenido que levantar para inspeccionar las obras qué estamos haciendo. Dice que hemos sacado los cubiertos del aparador sin su permiso. Mientras habla, la miro sorprendidísima porque murió hace un año.

casting

sábado, 23 abril 2011. Un actor de Hollywood, a quien no reconozco, ha organizado un casting en el salón de actos del que fue mi colegio. Me extraña que el suelo sea de tierra y junto a las sillas abatibles haya árboles. Empieza a llegar gente. Me llama la atención que para un mismo papel, lleguen desde señoras mayores con muletas, hasta niños de no más de siete años. Una chica se ha pintado la cara de blanco, me recuerda al Joker de Batman. En primera fila veo a Sanmartín, no comprendo qué hace allí, me siento a su lado. Lleva el pelo teñido de negro y se ha dejado bigote. ¿Crees que los malos tienen el pelo negro?, le pregunto. Sonríe. Tú nunca podrás hacer de malo, le digo. Vuelve a sonreír. Si quieres el papel tendrás que buscar todo el odio que puedas dentro de ti. Quiero a mi mujer, dice. Piensa en tu familia, ¿no odias a nadie? Dice que no. Me entran ganas de besarlo a pesar del bigote. El actor famoso pide una caja de kleenex desde el escenario. Una chica y su madre son las primeras en hacer la prueba. Sacan una especie de botijo de barro y soplan para hacer música. ¡Pero si el barro no está ni cocido!, le digo a Sanmartín sintiendo vergüenza ajena.

muertos que hablan y vivos invisibles

viernes, 22 abril 2011. Estoy en el hall de un hotel esperando una llamada. Veo que pasan unas chicas que vuelven de la piscina, descalzas, envueltas en toallas. Pienso que yo también puedo quitarme entonces los zapatos. En ese momento suena el teléfono. Es Juanra, me cuenta cosas con su acento canario tan dulce. Dice que a las siete nos veremos, que no me olvide. Le digo que sí, aunque sé que está muerto, que allí estaré y no se preocupe por nada. Cuando voy a coger mis zapatos para irme, hay dos pares. Tomo un par en cada mano y me voy.
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Pablo está al fondo de un bar rodeado de chicas. Todas llevan gafas de pasta color negro. Pablo me recuerda que tengo que escribir algo sobre platos malagueños de mi infancia. Le explico que mi abuela era gallega y mi padre vegetariano y que mi alimentación no ha sido muy andaluza que digamos. Les cuento que yo comía pote y orellas, y de los pañitos de croché que hacía mi abuela. No me hacen caso. Pues ya no os cuento que se los he puesto a un vestido. Nada. Pues ya no os cuento cuando luché contra los leones. Nada, ni siquiera eso llama su atención.
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Subo con Ana hacia la calle General Ibáñez. Me habla de sus dos hijos, el pequeño acaba de cumplir tres años. Yo sé que no tiene dos hijos, pero no le digo nada. Le digo que su hijo pequeño se llevaría muy bien con mi sobrino, que también tiene tres. Le voy contando cómo presenté a mi prima Elisa y a mi amigo Andrés, que se casaron y su hijo nació el día de mi cumpleaños. Mientras le hablo, Ana se ido convirtiendo en una niña, salta dentro de cada charco que ve, la llevo agarrada de la parte de atrás del cuello del vestido para que no se caiga.
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Juan está sentado en un sofá rojo. Delante tiene un bol con agua y un montón de hojas de papel de horno. Se le ve muy triste. Hace bolas con trozos de papel, las moja en agua y se las va comiendo. Le hablo, me acerco a él, lo abrazo, le digo cuánto lo quiero, pero no puede oírme ni verme porque soy invisible.

de dobles y porno casero

jueves, 21 abril 2011. Francis acaba de llegar de Angers, Está en el centro de una habitación que no reconozco rodeado de amigos. Quiero acercarme a darle un abrazo, pero hay tanta gente que me es imposible. De repente la habitación cambia, parece un invernadero, con paredes de cristal y un banco corrido pegado a la pared. Todos están sentados menos Francis que está de pie en el centro. Me extraña ver a los amigos de Málaga mezclados con los amigos de fuera. En uno de los bancos veo charlar como si se conocieran de toda la vida a Begoña, Carmen y Emilio. Francis me enseña un libro que, dice, le acaban de publicar. Tiene una caja llena. El libro son fragmentos muy cortos cada uno con un título muy largo. Yo estoy escribiendo un libro igual, le digo sorprendida. Se lo enseño a Begoña y Carmen. Mirad, es igual que el mío, les digo. No lleva foto en la solapa así que puedes decir que es tuyo, me dicen. No entiendo nada. De repente recuerdo que tengo una piedra para Francis, pero al sacarla del bolsillo se han convertido en una suela de zapato.

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Varios amigos han quedado en una casa de campo para rodar una película porno. No entiendo varias cosas: cómo les ha dado por ahí, cómo actúan con tanta naturalidad y cómo he aceptado hace una de las escenas. Mientras Emilio rueda una escena con una chica que se parece mucho a María José Campanario, pienso que es el momento de marcharme de allí sin que se den cuenta. Mi escena es con Joaquín Reyes y temo que se lo tome como algo personal. Aun así, aprovecho que están ocupados y salgo de la casa. Es de noche y un tipo anda con un bidón de gasolina quemando el monte. Me encaro con él. Me explica muy delicadamente, mientras un cuadrado de 20x20 metros arde, que sólo quema almendros para tener un terreno negro donde después pintar sus cuadros en 3D. Me enseña un catálogo y la verdad es que sus cuadros son preciosos, pero aun así le digo que no me parece bien que queme los almendros. El tipo, obediente, apaga el fuego con sólo mirarlo, enrolla el cuadrado quemado como si fuese una alfombra y lo echa a una camioneta. Le pregunto si puede llevarme al pueblo más cercano. Cuando llegamos es de día. Las terrazas de los cafés están llenas. En una está Joaquín. Me mira y se ríe con sorna. No has querido rodar conmigo, dice. Como toda explicación, le cojo la cara entre mis manos y lo beso.
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Alberto quiere comprar vino blanco. Tiene prisa, corremos hacia un museo que se parece al obispado. Subimos en cuatro zancadas las escaleras como si fueran a cerrar en dos minutos. Me fijo en que todas las cámaras de seguridad nos enfocan. Entramos en una sala enorme donde hay una exposición de latas de conserva de distintos países. Veo como Alberto y yo nos alejamos hacia las botellas de vino, mientras otra yo se queda mirando tranquilamente la exposición. Alguien me dice que mesa está lista. Veo que Alberto y y nos hemos sentado a cenar. Mi otra yo llega y no sabe dónde ponerse, si al lado de Alberto, si a mi lado o si lejos de los dos. Acabo por sentarme a mi lado e intento hacer los mismo movimientos que mi yo de verdad, para que nadie note que somos dos. Una camarera pasa por encima de la mesa y baja utilizando mi silla como improvisado escalón. No entiendo nada. Veo que mi yo de verdad ha metido el pañuelo que lleva al cuello en el plato. Dudo si decirle que lo saque o meter también el mío. De repente me doy cuenta de una diferencia enorme entre las dos: Ella tiene un niño sentado en su falda y yo no llevo nada.

mi familia y un tarro de arena

miércoles, 20 abril 2011. Un primo de Alberto ha invitado a mis padres al teatro y ha insistido en que no lleguen tarde. Cuando salimos de casa, el hall está lleno de muebles, mi hermana se tira al suelo y dice que le es imposible llamar al ascensor. Del rodapié empiezan a salir cartas de un álbum que tenía de niña, el "Super-pop". Mi hermana dice que las pise antes de que se incendien. Efectivamente, si tardo en pisar alguna, arden como pequeñas hogueras. También salen bolas que parecen de chicle, pero que cuando se unen forman gusanos. Mi hermana dice que los pise o nos contagiarán enfermedades. Los piso. Es difícil y asqueroso acabar con ellos. Pienso que ya no llegaremos a tiempo al teatro. Para rematarlo, mi madre asoma la cabeza desde la cocina y dice que a mi padre se le ha caído una olla de sopa encima.


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Mi padre me trae ilusionado un papel con propaganda del supermercado donde dice que aparece su nombre. Insiste en que se lo firme. No entiendo nada, pero lo hago. El lápiz que me da no pinta, el rotulador que me da no pinta. Mi madre dice que lo arreglará en un santiamén. Echa un tarro de arena sobre el papel y dice que escriba con el dedo. Escribo mi nombre, pero cuando mi padre levanta el papel, la arena cae y mi nombre con ella.
 
 
 
 
 
 
 

abrecartas

martes, 19 abril 2011. Visito un pueblo donde han convertido cada caserón en una tienda de souvenirs. Todo está lleno de gente, compran como locos. De vez en cuando me cruzo con alguna cara conocida, incluso de mi familia. Una dependienta me pregunta si no quiero anda. Un abrecartas de madera, le digo pensando que no tendrán ninguno. Abre la mano y me enseña un puñado. Parecen palillos de dientes teñidos. Hay dos muy bonitos, pienso que voy a regalárselos a Chivite y Fede. La chica me mira con sorna como si pudiera leer mis pensamientos. Es para que abran mis mails, le explico. Cuando voy a pagar, no encuentro mi bolso. Corro de tienda en tienda para encontrarlo. Mientras corro, veo casas preciosas a punto de caer. Llego hasta el límite del pueblo. ¡No nos robaréis ni una casa más!, me grita una mujer desde su ventana.

versiones de mar de tormenta

domingo, 17 abril 2011. Entro en una exposición de versiones de "Mar de tormenta" de Max Beckmann. Me pregunto si habrá algún cuadro de Federico del Barrio. Mientras busco, me parece ver que en uno de los cuadros una figura se mueve. Es una chica que corre hacia el agua. A su alrededor el mar va formando circunferencias. Cuando llega hasta la otra orilla es una niña y se sienta en la orilla, agotada.

pajarito

sábado, 16 abril 2011. Oigo piar a un pajarito desde la cama. Pía como si le costara respirar. No puedo verlo porque está dentro del tambucho de la persiana. Cuando dejo de oírlo, pío yo para que no se ahogue.

cura con rulos

viernes, 15 abril 2001. Maldonado y yo estamos a la puerta del Guanche haciendo chistes de todo el que pasa. Vemos a Jacinto cruzar con prisa, lleva un pañuelo amarillo al cuello y una biblia bajo el brazo. Ninguno de los dos recordamos su nombre, le llamamos El turista accidental. Le cuento que Pepe, su primo, tiene una escuela de cocina y le van a dar un programa en la tele. Maldonado me pide que interceda para que él pueda ir a cocinar con él. ¿Y qué cocinarás? Gatos, dice y se ríe muy fuerte. El Guanche sube la persiana metálica y dentro aparece una especie de iglesia, enorme, abarrotada. Esforzando un poco la vista distingo a mis padres y a Juano, unos bancos más allá. Me sorprende ver también a Ocaña, pero lo más raro es que el sacerdote lleva rulos rosas y una redecilla. Vámonos de aquí, dice Maldonado agarrándome el brazo. ¡Tenemos que volver a Colliure!, le grito a Ocaña haciéndole señas con los brazos. Mi padre me saluda, Juano también. ¿Te has fijado en que el cura lleva rulos?, le pregunto a Maldonado.

velocidad

miércoles, 13 abril 2011. Conduzco un autobús a toda velocidad, aunque más bien parece que el bus me conduzca a mí. Al llegar a la calle Fernando el Católico trato de frenar porque hay una chica cruzando la calle muy despacio. Al acercarme veo que es Nuria Bermúdez. No entiendo qué hace allí ni por qué va en bata, una bata de manga corta con florecillas celestes. Cruza sin prisa, se la ve muy triste. Al dar la curva hacia la calle Cristo, el bus se salta un paso de cebra y da la curva sobre dos ruedas. La calle está inundada y las alcantarillas se tragan a unos niños que luchan por escapar. Desde dentro del bus golpeo los cristales del las ventanillas para que los que pasan por la calle les ayuden. Todos pasan de largo.

ciempiés

martes, 12 abril 2011. Camino con un grupo por una carretera muy polvorienta. Llegamos a una playa de piedras. Álvaro dice que todas son preciosas, que no sabe cuál elegir. Le digo que tenga en cuenta que ahora están mojadas y parecen mucho más bonitas, pero que cuando se sequen serán sólo piedras grises. Encuentro dos piedras con agujero, pienso que podré hacerme un colgante. No sé por cuál decidirme. Álvaro dice que me lleve las dos. No me gusta tener dos cosas, le digo. Devuelvo una a la orilla. De repente, de la otra, sale un ciempiés enorme. Acabo tirándola también. El ciempiés, que cada vez es más grande, intenta subirme por la pierna. Intento alejarlo de mí sin hacerle daño.


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Me levanto de la cama con cierto apuro porque tengo un examen y no sé qué hora es. Al salir de mi cuarto veo que no hay muebles en la casa. El parqué brilla como nunca, la luz es preciosa. Me entran ganas de hacer fotos. No puedes entretenerme, me digo en voz alta. Mi prima Cristina aparece con una mopa, sonríe satisfecha. Lo has dejado todo precioso, le digo. En la cocina, mientras ella friega unos platos, le hablo de cuánto sufrí cuando murió su madre aunque nunca lo demostrara. Ya lo sé, dice. Mi madre aparece de repente con Abel, el hijo de mi prima, en los brazos. La cocina empieza a llenarse de familiares a los que hacía mucho que no veía. Miro con disimulo el reloj de la cocina. Ya no llego al examen, pero me da igual, pienso. Mi madre me pasa al niño, me llama la atención lo poco que pesa.


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Gallero me envía por mail una historieta que ha escaneado para mí en la que se ve a cientos de personas desnudas sobre unos tubos voladores. Todas las páginas son iguales. Se ha confundido, pienso, estos dibujos son de Max, no de Federico del Barrio.

medias sport

lunes, 11 abril 2011. Salgo de la casa de mi abuela y subo la calle. He quedado con Irazoki. Lo veo a lo lejos en la terraza de un bar que hace esquina. Veo que me ve y se levanta. Mientras me acerco, me doy cuenta de que llevo puesto una ropa que no es mía y que además no me gusta nada. Un pantalón corto, unas medias sport por debajo de la rodilla, iguales a unas que tenía de niña, y unos zapatos de cordones. Pienso que se avergonzará de mí, pero muy al contrario, me abraza y me dice lo guapa que voy. Ya han servido el bufet, dice con una alegría desmesurada. Corre a la mesa y vuelve con dos croissantes muy grandes de salchichón. Me tiende uno, nos sentamos en unas hamacas de lona a comérnoslos. + Parece que he vuelto a vivir a casa de mis padres, a la que era mi habitación. Todo está igual excepto la colcha, que es muy fea y tiene unos adornos horribles. Les doy con la uña y veo que no están cosidos sino pegados. Pienso que tendré que buscar una casa para mí sola. Abro el buró y dentro hay un lavabo, me cepillo los dientes, después me peino. Intento que el pelo se haga más largo cada vez que le paso el cepillo. Pienso que cuanto más largo tenga el pelo, más fácil me será encontrar piso y trabajo.

treinta segundos

domingo, 10 abril 2011. Veo a Juan por la calle, lleva una maleta en la mano. Me acerco a saludarlo. Da un paso atrás. Deja que te abrace treinta segundos, le digo. Lo abrazo, él a mí no. Ya, dice. me separo de él y sigue caminando como si nada. Veo pasar a Antonio, corro tras él, quiero pedirle que me deje dormir en su casa aunque sólo sea una noche.

mal asiento

sábado, 9 abril 2011. Llego a un bar muy caótico. Cada vez que voy a sentarme alguien se me adelanta o pone un abrigo o un plato de comida sobre el asiento. Lucas me hace señas para que me siente con él, pero en el último momento el perro que había durmiendo debajo del sillón se despereza, se levanta y se lo lleva sobre el lomo.

el juego de los amigos

viernes, 8 abril 2011. Pateta me enseña algo que ha hecho, una caja con forma de cerilla de unos cuarenta centímetros. Se llama "El juego de los amigos", dice. Cada cara de la caja es una foto. En una sale él muy joven con Carlos y Antonio. En otra una señora mayor con un niño. ¿Tu abuela?, le pregunto. No, es la dueña de un restaurante de Brasil donde tú mismo te preparas la comida, dice. El jardín es idéntico al de la casa de mi abuela, pienso pero no digo nada. En otra cara hay una playa de arena blanca y en la cuarta la foto de una niña bajando una escalera de piedra entre dos filas de árboles. En segundo plano hay cuatro niños ordenados por estatura. Me sorprende que tenga esa foto mía y que la tenga a color, porque la auténtica es en blanco y negro. Sin que yo le diga nada, se ríe. No eres tú, dice. Le explico asombrada que tengo una foto idéntica, en el mismo sitio con el mismo vestido. De eso trata el juego, dice.

sobres sorpresa

jueves, 7 abril 2011. Alberto, Andrés y yo estamos en lo que parece la sala de espera de una barbería. Como por arte de magia aparecen en el suelo unos sobres sorpresa apilados formando una pirámide. Alberto dice que los ha encontrado en un rastro, los mira casi orgulloso. Vamos a abrirlos, le digo. Los dos me miran como si hubiera dicho la mayor de las barbaridades. Alberto dice que prefiere conservarlos así, cerrados. Andrés asiente y me echa una miradita de có-mo-se-te-o-cu-rre. Pero si son todos iguales, insisto, abrimos uno y los demás se quedan cerrados. Nada. ¿Te acuerdas de la Tropi-Cola que me trajiste de Cuba?, pues sigue cerrada, dice Andrés. Pero eso fue en el 96, ni se te ocurra bebértela, le digo. No pensaba hacerlo, dice. Nos quedamos callados, mirando los sobres sorpresa en el suelo. Yo, preguntándome con pena si sólo llevarán soldaditos o también caballos.

borrones

miércoles, 6 abril 2011. Francis se me acerca muy misterioso, me pregunta si le envié eso. Te ingresé el dinero, sí, le digo. Quiere que le apunte mi dirección en un papel. No entiendo para qué la quiere si la sabe de sobra. Cada vez que empiezo a escribir mi nombre, tengo que empezar de nuevo porque lo escribo mal. Tampoco recuerdo mi código postal. Miro a Francis, pienso que quizá me haya hecho escribirlo para demostrarme que estoy perdiendo la cabeza. Me tomo una mano con la otra para poder escribirlo todo de una vez. Le entrego un papel lleno de borrones. Por cambiar de tema le cuento que Santiago me ha dicho que limpiando el ordenador ha encontrado un relato que escribió hace años. Abro una libreta como si fuera un portátil, tecleo sobre la cuadrícula y aparece el texto de Francis. Ah, sí, es el que me dijiste que escribiera al estilo Vonnegut, dice con desprecio.

carpinteros

martes, 5 abril 2011. No sé por qué voy en un barco por un canal. En el momento que pienso que el barco es demasiado grande para un canal tan estrecho chocamos contra un muro. Avanzamos unos metros golpeándonos de una orilla a otra. El tipo que conduce dice que no llegaremos a tiempo. ¿A tiempo de qué?, me pregunto. Nadie protesta. Le pregunto a una señora hacia dónde se dirige el barco. Amsterdam, me dice. Pero no te preocupes, llegarás a tiempo, los carpinteros siempre se retrasan, añade con un gesto cómplice.

lorca y una fiesta

domingo, 3 abril 2011. Entro en un ascensor muy pequeño con Sonia, Susi, Ale y Jesús. Vamos muy apretados. Se supone que vamos al bajo, pero el ascensor comienza a subir. Sospecho que Jesús le ha dado al último piso, por jugar. Yo no he sido, dice como si me leyera el pensamiento. Susi le explica a Sonia que se compró ese abrigo por el color, pero que a partir de ahora se hará ella la ropa, y toda a juego con el bolso, añade. Sonia dice que mucho mejor porque así no volverán a coincidir vestidas igual. Se ríen. El ascensor ha cambiado de forma y tamaño, pero nadie parece darse cuenta. Paramos en el piso 99. Salimos directamente a una tienda llena de maletas. Sólo quería verlas, dice Jesús llorando, escondiendo la cara entre las manos. Susi y Sonia lo consuelan. Ale se me acerca y me dice al oído: A partir de hoy voy a llamarle Lorca.

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Voy por la calle con Enrique y José Luis. José Luis insiste en que hablemos en latín. Por otro lado Enrique va explicándome cada estatua que vemos de un pescador. Elisa aparece muy arreglada, con unos pendientes de cristales verdes muy exagerados y un teléfono góndola rojo en la mano. Dice que no sabe si ir a la fiesta o bajar a la playa con su antiguo novio. No hay ninguna fiesta, dice Enrique. Claro que sí, hoy es la fiesta de despedida, le digo. Lo habrás soñado, dice zanjando el asunto. Es imposible que hayamos soñado lo mismo, decimos Elisa y yo.

cemento fresco

sábado, 2 abril 2011. Una chica nos hace pasar a Andrés y a mí a lo que se supone es su casa. En realidad es un pasillo con las paredes y el suelo de cemento fresco. Nuestras huellas van quedando marcadas. Ando con cuidado para no rozar las paredes. La chica nos la muestra como si nos la quisiera vender. En un descuido corre hacia afuera y cierra una reja. Nos deja dentro y se marcha. Andrés dice que no aguantaremos allí mucho tiempo por la humedad. Meto la mano a través del cemento fresco, que ahora más bien parece barro sin cocer, y aparece otro pasillo. Vemos llegar a dos chicos en un deportivo descapotable. Les digo que nuestro pasillo no tiene salida y tienen que sacarnos de allí en el maletero para que la chica no nos vea. No hay maletero, dice uno. Le digo a Andrés que se tumbe en el asiento de atrás, yo me encojo a los pies del copiloto. Mientras el coche avanza pienso que si tenemos un accidente y chocamos de frente moriré aplastada.