que me des la llave

lunes, 30 noviembre 2020. Una chica toma el sol sentada sobre el asfalto, entre dos coches. Llega alguien que quiere aparcar y la golpea. Ella pide perdón y se levanta. Le digo que quien debería disculparse o, al menos, preocuparse por si le ha hecho daño, es el conductor. Dos chicos nórdicos salen del coche hablando en su idioma. Les digo que pidan perdón a la chica. La miran, se ríen, se van.
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Llego al portal de la que fue mi casa en calle Salitre (aunque no es exactamente igual). Como hace años que no paso por allí, el que era mi buzón está lleno de cartas y paquetes. Incluso han colocado un buzón extra con mi nombre. Me pongo contentísima. Pregunto a Alberto si conserva la llave del buzón. No, dice y se aleja. Aparece una chica con más paquetes para mí. Corro tras Alberto para que me ayude. La llave debes encontrarla tú, me dice. me enfado muchísimo.
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Una familia con un montón de hijos, primos, nietos, quiere construir una casa para poder vivir todos juntos. Se supone que yo pertenezco a esa familia. Veo cómo hablan hacen planes desde una silla de playa que hay pegada a una fachada (a una distancia considerable de la acera). Mientras lo observo todo desde arriba, pienso que la silla se va a caer (y yo con ella). Efectivamente caemos. En la caída pienso que quizás sea capaz de amortiguar el golpe haciendo el amago de levantarme de la silla justo en el momento que vayamos a estrellarnos en la acera. Así sucede. Una vez en la calle, empujo la silla hacia un lado con gesto de Charlot e intento pasar desapercibida.

botas

jueves, 26 noviembre 2020. Llego a casa de mis padres. El ascensor, como en otros sueños, empieza a subir más pisos de los que hay en realidad. Lo paró entre dos plantas, salgo como puedo y decido bajar por las escaleras hasta la casa de mis padres. Las escaleras están llenas de ropa amontonada, bolsas y zapatos de otros vecinos. Sobre todo zapatos y botas. Tropiezo y lo desordeno todo aún más. Sale una vecina, pienso que me va a echarme la bronca pero me pide perdón por tanto desorden.

ascensor

miércoles, 25 noviembre 2020. Estamos en una especie de salón de actos donde Fernando Fernán Gómez (muy joven) canta micrófono en mano mientras se mueve entre el público haciendo bromas. Para que diga mi madre que era antipático, y fíjate qué guapo es, le digo a Alberto. Se parece a Neil Young, dice. Se parece a Sam Shepard pero con los ojos verdes, respondo.
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Llego a casa de mis padres. Han cambiado los buzones de sitio. Entro en el ascensor y noto que después de subir tres pisos comienza a bajar. Lo paro y vuelvo a darle para subir. Se pasa del piso y sigue hacia arriba. Ya estamos como siempre pasa en los sueños, pienso. El ascensor sigue subiendo. Lo malo es que esta vez no es un sueño, pienso. (Me despierto).

rizos tipo annie

domingo, 15 noviembre 2020. Cruzo una estación de tren enorme (se parece mucho a Grand Central de NY). Una chica con el pelo rojo rizado me para. Dice que no me entretendrá mucho. Me suelta una parrafada sobre nosequé producto. Asombroso, le digo. La chica se sonroja. ¿Por qué no estudias una carrera?, le digo. No sé. Con esa memoria que tienes podríais estudiar lo que quisieras. Me abraza, me da las gracias, dice que va a dejar ese trabajo de mierda y a ponerse a estudiar. Siempre quise ser peluquera, dice con una sonrisa enorme y se toca el pelo. Se nota, se nota.

sardinas

miércoles, 11 noviembre 2020. Se supone que estoy en Tenerife y tengo que volver a casa. Llego a la parada del bus del aeropuerto. Sólo hay mujeres. Un tipo quiere cobrar por dejarnos subir aunque ya tengamos el billete. Me niego, una chica me secunda. Podemos ir a pie, le digo. La chica va cargada con un cesto enorme.
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Hablo por teléfono con mi madre y a la vez puedo verla como si estuviera delante de mí. Mi hermana y ella van en bañador. Me doy cuenta de que yo también. Mi padre le quita el teléfono, me cuenta que mi madre había escondido una figura de porcelana que él quería regalarme. Mi madre se lo quita a él, me cuenta que mi padre ha roto no sé qué cosa y la ha escondido detrás de un mueble. Les digo que no se preocupen. Me entra muchísimo sueño. Cuelgo y me meto en la cama. Desde la cama oigo un chisporroteo. Creo que me dejé sardinas en el fuego, pienso pero no me muevo.
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Sonia y Michel nos esperan en doble fila en la rotonda de Fuente Olletas. Hay mucho tráfico. A Alberto se le rompe la mascarilla y la deja colgando de un árbol. Se ha hecho de noche. Cruzamos a las bravas. Los coches van muy rápido, las luces parecen fuegos artificiales. Al llegar, en el coche nos esperan Sonia al volante, Michel detrás y en el asiento del copiloto Salvatore que, al salir, se convierte en el padre de Alberto. Me alegro muchísimo de verlo (murió en 2001). Dice que se alegra de que me vaya tan bien escribiendo, les cuenta a los demás que yo era la única que escuchaba sus historias. Dice que se va a casa. Lo acompaño al portal. Adiós palomita, me dice.

pendientes

martes, 10 noviembre 2020. Espero a Eduardo en la terraza de una bar en una plaza porticada. Lleva unos pendientes largos de plata. No le digo nada. Parece muy feliz, me cuenta cosas moviendo la cabeza como si quisiera lucirlos. Cuando te conocí te estabas desprendiendo de cosas, la alianza, el pelo largo, y ahora sumas, le digo. Se encoge de hombros, sonríe, no dice nada, sabe que me he fijado en los pendientes. Pienso en el momento de comprarlos, si le dijo a la dependienta que eran para él o pidió que se los envolviera para regalo. Un tipo se sienta en nuestra mesa. Nos pregunta si alguien nos ha pedido alguna vez que matemos a alguien. Claro, somos agentes secretos, responde Eduardo. En ese momento me fijo en que los dos llevamos gabardina.

frailes tortuga

lunes, 9 noviembre 2020. Un fraile muy alto intenta ponerle una sonda a Homer Simpson. Cuando al fin lo consigue lo encierra en una alacena. Antes de que cierre la puerta le digo a Homer con gestos que huya mientras entretengo al fraile. Le pregunto con voz dulce por su comunidad, le digo que me han hablado de la felicidad y paz que se respira. El fraile se ofrece a enseñarme el edificio. Miro de reojo la puerta de la alacena, esperando que Homer pueda escapar. De repente, lo que parecía una comunidad con voto de pobreza se convierte en salones recargados de obras de arte y vitrinas con joyas. Pasamos por una iglesia exageradamente grade. Mas grande que la cualquiera del mundo, dice orgulloso como si me hubiera leído el pensamiento. Los fieles van a lo suyo, caminan como drogados, como si tuvieran que hacer alguna tarea en necesitara mucha concentración, pero no hacen nada, sólo ir de un lado a otro con la mirada perdida. ¿Quienes son?, pregunto. El fraile me manda callar. Salimos a un prado lleno de mesas bien vestidas donde cientos de personas comen y beben. Me fijo en sus platos. Todos comen carnes con una pinta estupenda y platos de jamón. Comen con los ojos cerrados, disfrutan cada bocado. Nadie habla con nadie. El silencio incluso molesta, no parece real. Estamos al aire libre y no se oye ni un pájaro, ni una ráfaga de aire. Llegamos a la zona de celdas, un pasillo donde delante de cada puerta hay, lo que parece un fraile arrodillado y plegado con la cabeza entre las rodillas, pero al acercarnos son tortugas enormes. ¿Son de verdad?, pregunto. No las despiertes, responde, son los frailes tortuga preparándose para dormir. Corre, me dice. Llegamos a una salón con chimenea, está a oscuras. Casi nos pillan, dice. Se nos ha hecho tarde y si te encuentran aquí acabarán con nosotros. El fraile se arrodilla frente ala chimenea y me indica con un gesto que lo imite en todo. Me pliego como él. Cuando abra la trampilla, salta dentro y huye, me dice. Pienso si apareceré en la sala donde encerró a Homer y habrá conseguido escapar. Escapa conmigo, le digo al fraile, pero ya se ha convertido en tortuga. De repente la luz me ciega. Estoy en una calle en obras y voy en moto. Los coches me pitan. Arranco, pero no sé hacia dónde ir, no sé en qué ciudad estoy. En un semáforo en rojo oigo decir a alguien que todas las calles están cortadas, que sólo se puede salir e la ciudad por la circunvalación, pero que todos se pierden. Miro el sol, pienso que tengo que llegar como sea a casa antes de que se haga de noche.

lemon curd

domingo, 8 noviembre 2020. Estamos en casa de Begoña. Comienza a llegar gente y se van sentando a comer en distintas mesas que hay en un salón enorme. Alberto se acerca a la ventana y alguien desde la calle dispara. Él no se hace nada, pero el cristal queda esparcido por el suelo. Nadie si inmuta, todos siguen comiendo.
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Se supone que seguimos en Galicia y hemos salido al campo a caminar. Nos acompaña Carlos. Llegamos a l borde de un acantilado, vemos un rayo en el cielo y comienza a granizar. Alberto y Carlos corren, a mí me cuesta porque hay barro y se me pegan los pies. En la línea del acantilado aparece la figura de un nazareno con capirote que abre los brazos para asustarme. Me río, pienso que está de broma. Carlos me grita desde lejos que huya, que es la salamandra. Es verdad, hoy es la noche de la salamandra, pienso. Alberto y Carlos ya ha desaparecido. No puedo correr, la salamandra me atrapa. Grito y me despierto.
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Se supone que estoy en un hotel, pero se parece a la casa de mis padres. Tengo que ir al cuarto de baño, pero está ocupado. Busco un táper en el armario y orino dentro. Lo lleno hasta el borde. Pienso, si fuera espeso no se volcaría y mi deseo se cumple: parece que esté lleno de lemon curd. Llega gente y lo escondo bajo la cama. Dos chicos cambian las sábanas y colocan champús y jabones sobre las mesillas de noche. Uno de ellos me pregunta: ¿Eres la del zorrito? (se supone que a una compañera que me ayudó a algo le regalé un zorrito rojo de cerámica). Sí, soy yo. Nadie nunca nos regala nada, dice y me abraza. Y no te dio miedo el perro, añade. El perro sólo me llegaba por la rodilla, no tuve que hacer nada sólo ladrarle como él a mí. El chico es tan amable que no quiero dejarle mi lemon curd bajo la cama. En un descuido lo saco, lo tiro por el lavabo y limpio el táper. De repente ya estoy caminando por la calle. Llevo un frasco de perfume vacío en la mano.
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Estamos cenando con los amigos en un restaurante. Tenemos delante un montón de platos con queso morcilla y otras porciones pequeñas que no sé de qué son. Como sé que no podré con todo, le ofrezco a Francis que está frente a mí, pero tan alejado que no me oye. Emilio, a mi derecha, pone su comida en mi plato. Qué raro, pienso, él suele comerse lo que le sobra a los demás.
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Alberto dice que debemos devolver las piedras que cogí. Llevamos el maletero lleno. Después quiere ir al La Rosaleda para ver el primer partido que se jugará sobre adoquines. Me señala el arcén, hay montones de adoquines amontonados. Tiraremos las piedras en la playa, dice, pero aparcamos delante de lo que parece los servicios de una gasolinera. Transportamos las piedras sobre unas alfombrillas enormes y las dejamos sobre la tierra. Alberto se sienta, parece muy triste, no se mueve. Dice que no iremos al partido. ¿Qué te pasa? me he roto el tobillo, dice.

un mazo y el camino más corto

jueves, 5 noviembre 2020. Un grupo de personas uniformadas (hombres y mujeres, se dedica aplastar la cabeza de algunas personas con un mazo enorme. Las cabezas no sangran, parecen de plastilina, quedan con la forma del mazo en mitad de la cara. Lo hacen todo de manera mecánica., sin cambiar el gesto. Tumban en camillas a esas personas y cada camina en un coche fúnebre que van ordenando en un parking al aire libre. Pienso que cuando dejen todos los coches ordenados entraré, les inflaré la cabeza a todas esas personas y escaparemos. Pero los coches quedan aparcados con sus conductores dentro. me escondo debajo de uno de los coches. Alguien acciona un botón y los coches empiezan a arder. Intento pegarme al suelo para no quemarme, pero me quemo.
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Ordeno una casa donde se supone que vivo. Cuando voy a la cocina veo que mi hermana ha tapado lo que yo dejé cocinando con dos platos de plástico (que se han fundido) y un paño de cocina (que se ha quemado). Monto en cólera. Le grito, le echo en cara un montón de cosas que no tienen que ver con la cocina. No dice nada. Me voy, le digo, tenía todo eso acumulado. Entro a calmarme en un dormitorio, La cama está deshecha, hay ropa, zapatos, fotos, polvo y tierra en el sueño. Como si hubiera habido un tornado. No digo nada y me pongo a ordenar. Busco una escoba y un recogedor. Mi hermana me trae un palo de fregona sin fregona. No sido nada. Intento separar las fotos de la ropa. Entre las fotos hay cristales rotos. Llega mi prima Elisa con su hija Nadia. Encuentro un monedero amarillo con forma de mochila y se lo doy a Nadia para que se entretenga, se vaya no se corte con los cristales. En esa foto Fede y tú parecéis novios, dice Elisa. Le digo que nunca hubiéramos sido novios, que para mí es un hermano y él me llama amiga del alma. Elisa me cuenta que en una boca de metro de Madrid vio a un chico cantando ópera y se enamoró. Es bonito enamorarse así, por unos segundos, le digo. De repente estoy en una especie de desguace donde va a haber una lectura de poemas. Alguien me entrega un dossier con fotos y poemas. Entre las fotos está esa en la que salimos Federico y yo. Alguien me dice al oído que el chico que cantaba ópera era... (no dice nada, hace muecas). ¿Negro?, pregunto. Se lleva las manos a la cabeza. ¡Estoy harta de lo políticamente correcto!, ¡hay que hablar siempre por el camino más corto si queremos comunicarnos!, le grito.

decorado

lunes, 2 noviembre 2020. Busco un supermercado y faltan 10 minutos para que cierren. Cruzo un pueblo que parece un decorado para película del oeste. Subo una cuesta de tierra muy empinada hasta llegar a una cantera. Ni rastro del supermercado. Empieza a anochecer y decido bajar. La cuesta está aún más empinada así que me dejo caer como si fuera un tobogán. Ojalá estas piedras fueran blandas, pienso y mi deseo se cumple. Parecen de gomaespuma y me chorro tan a gusto hasta llegar a bajo donde me frena Joan. Nos alegramos muchísimo de vernos, caminamos abrazados sin decir nada.