pasta cruda

lunes, 21 abril 2025. Estamos en un restaurante a punto de que nos sirvan la comida (parece una pizzería). Veo al fondo a Jurdi sacando algo de una máquina expendedora. Como la máquina no funciona se lía a patadas con ella. Temo que me vea y me relacionen con él. Me ponen delante un plato de pasta con tomate que no he pedido (además la pasta está cruda). En ese momento mi prima Elisa dice que nos vamos. ¡Rápido!, dice. Todavía no he comido, protesto. Vamos por la calle a toda prisa. No sé dónde me lleva.

medias de blonda

domingo, 20 abril 2025. Salgo con mi familia de un reunión en una especie de iglesia. Se supone que tenemos que ir a a boda de alguien de la familia de Isabel de Inglaterra, que ella misma asistirá. Mi madre dice que a las bodas no se puede ir de negro (eso para los funerales), tengo que llevar medias blancas. Mi padre, que jamás ha conducido, dice que él me lleva en el coche. Tiene un deportivo amarillo. Vamos a toda velocidad por una carretera muy estrecha llena de curvas. Me sorprende su pericia. Llegamos a una especie de parque temático infantil. Entramos en un edificio decorado con payasos y dinosaurios. Dentro hay ropa ordenada por colores. La ropa es feísima. Mi padre señala un pack de medias de varios colores. Son de blonda, horrorosas, pero son la únicas que hay. Buscamos la caja, tenemos prisa. Detrás de una cortina hay un salón de actos. Alguien dice que ya que estoy allí lea algún poema. Le digo que tenemos mucha prisa, que tenemos que asistir a una boda, que por favor me cobren. Nada. Dudo entre llevármelas sin pagar o ir a la boda sin medias, total, solo se me verá el tobillo porque voy a ponerme pantalones. En esas estoy cuando veo a mi padre hablando con su amigo Gabriel. No entiendo nada. Gabriel murió hace años.

tendedero de niñas

viernes, 18 abril 2025. En calle Cristo, a las puertas de Maskom, han puesto unas escaleras mecánicas en forma de L, la primera en el mundo, dicen. Incluso han venido de la tele para dar la noticia. Los hermanos Ordóñez suben y bajan dando piruetas. La gente enloquece y aplaude. Uno de ellos tira naranjas y tomates para que rueden calle abajo. No comprendo el funcionamiento de la escalera, cómo da la curva (que no es curva, es esquina de noventa grados). En esas estoy cuando uno de los hermanos cae rodando y al llegar a la acera se convierte en tomate. Arriba, donde comienzan a salir los escalones, hay un tendedero plegable. Me fijo y no es ropa lo que cuelga, son niñas muy pequeñas. Me acerco por si puedo ayudarlas. Intento quitar las pinzas de una de ellas, pero dice que le duele mucho, que la deje como está. Le digo que aguante lo que pueda, que en cuanto terminen de inaugurar la chorrada de escalera todo volverá a la normalidad.
+
Me encuentro a Lucas por la calle y me alegro mucho de verlo. Va en un segway. Dice que puedo montar con él. Entramos en un edificio y hasta subimos la escalera sin problema a toda velocidad. le digo que lo maneja de maravilla, que estoy soprendidísima. En el último piso hay una escuela. Un niño nos insulta, dice que va a contárselo todo a sus profesores. Le digo al niño que siendo tan impertinente nadie va a quererlo y pasará la vida solo y morirá solo. El niño se echa a llorar. Me doy cuenta de lo desproporcionada que ha sido mi reprimenda. Le cojo la cara entre las manos, le digo que era broma, que quién no iba a querer a un niño tan encantador.
+
Estoy en una boda. En mi mesa hay cinco mujeres a las que no conozco y Jesús Gea (a quien no veo desde hace más de 40 años). En el centro de la mesa hay un plato de queso con unas hojas verdes por encima. Todas comen en silencio. Este queso es dulce y no pega nada con estas hojas, digo y de repente todas se animan a opinar. A nadie le gusta. Les propongo comerlo con mermelada, que voy a robarla de la cocina. Se ríen, aplauden (me parecen muy infantiles). Llevo varias mermeladas distintas. Jesús va probando los distintos sabores. Antes de volver a meter la cucharilla en una mermelada distinta la limpia en el jersey de la chica que está a su lado. No estoy segura de si la chica no se da cuenta o le da igual.

el sombrero naranja de la risa

jueves, 17 abril 2025. Se supone que volvemos de una excursión. Empieza a llover. Nos resguardamos en una copistería. Junto a la pared veo algunas de nuestras cosas que ya estaban allí al entrar; se supone que las dejamos allí hace días para que no estorbaran en casa). Le digo a Alberto que igual es hora de llevarlas a casa, que estamos abusando de ese negocio y que encima no los conocemos de nada. Les da igual, responde. Efectivamente, las chicas no han reparado en las cosas ni en nosotros (que nos cambiamos de ropa delante de ellas). Salimos a la calle con ropa seca pero volvemos a mojarnos. Saca el sombrero naranja que le compré (para reconocerlo cuando está entre mucha gente), y se lo pone. Se ríe. Yo saco mi sombrero de agua y encima me pongo la capucha del anorak. A Alberto el hace mucha gracia, me da la mano para que no nos perdamos (hay mucha gente en la calle escapando de la lluvia). Llegamos a una especie de pasaje. Al ir a entrar en nuestra casa. me quedo parada. Aquí no es, digo. Alberto vuelve a reírse. Te he dejado que te equivocaras por ver dónde acabábamos, dice. Hoy le hace gracia todo, pienso.
+
Se supone que estoy en casa pero se parece más a la casa de mis padres. A mi derecha, en el sofá, hay una chica rubia con sus dos hijos, un niño de unos tres años y un bebé. El niño lloriquea porque tiene sueño, tira de su madre. El bebé protesta, dice que el niño siempre se sale con la suya y va a la cama antes que ella, que ella debería ser la prioridad puesto que no tiene ni cuatro meses. Parece que soy la única sorprendida de que el bebé hable y argumente tan perfectamente. La madre, pasando de todo, le dice a Alberto que todavía no se ha leído el libro que le recomendó, que en su casa no hay libros, que si se puede llevar alguno de los nuestros. Me sorprende que Alberto recomiende libros a una vecina y que ella se levante y rebusque entre mis libros. La habitación se va agrandando hasta convertirse en un salón cuadrado con una alfombra en el centro rodeada de camas turcas (parece una tetería). También se ha ido llenando de amigos (aunque solo reconozco a Andrés y a Francis). La chica se queja de que llaman mucho a su casa para venderle cosas, que no sabe de dónde habrán sacado su teléfono porque acaba de mudarse. Le digo que no se puede fiar de nadie, que hasta el Colegio de Médicos vende datos, que lo sabemos porque el apellido de Alberto estaba mal y empezamos a recibir publicidad de otras empresas con ese mismo error. También le aconsejo que responda con cualquier barbaridad cuando la llamen, como hizo Andrés cuando llamaban a  m prima de El Corté Inglés. Andrés se acerca, pienso que va a contar él la anécdota, pero dice que se la cuente yo. Se la cuento. La chica me pregunta si he fumado algo. No he fumado en mi vida, le digo. ¿Y por qué ves purpurina en las caras de esa gente?, dice. efectivamente veo purpurina en las caras de todos. Pienso que alguien la traía y al saludarse con dos besos se la fueron pegando unos a otros, pero no digo nada. Me he hartado de ella, no sé qué hace en mi casa porque ni siquiera sé su nombre. Me levanto a recoger restos de comida de la mesa. Francis me pregunta si ya tengo las notas. Le digo que no pienso ir a recogerlas, que me dan igual. Eso es que has suspendido, dice. Andrés le dice que no con un gesto, que aprobé todo.

cuñas

miércoles, 16 abril 2025. Entro en el que era mi cuarto en casa de mis padres, hay dos camas en diagonal, una al fondo y otra a la entrada. La que se supone es la mía está deshecha y revuelta. Estoy tan cansada que me meto de todos modos sin estirar las sábanas.
+
Estamos en un bar. Enrique dice que quiere ir a ver una exposición, pero pide una caña, saca un libro y se pone a leer. Yo tengo que ir a casa de mis padres y se me hace tarde. Estoy descalza, no encuentro mis zapatos. Alberto dice que vio a Carmen meterlos en su maleta. La miro. Se levanta y se va a otra mesa. No te los doy, dice y se cruza de brazos. Le ruego que me los devuelva, que tengo mucha prisa y no puedo llegar hasta allí descalaza. Nada. Helena le quita los zapatos a su madre (unas cuñas de tacón). Carmen le grita que no sabe andar con ellos y se los va a romper.

puente

lunes, 14 abril 2025. Voy con Daniel por la calle. Vamos de la mano. Al cruzar un puente me parece ver a Pablo Aranda, pero no digo nada para que no me tome por loca.

albornoz amarillo

domingo, 13 abril 2025. Estoy arreglándome para salir. El cuarto de mi hermana está manga por hombro, no encuentro nada. Busco mi antiguo albornoz y está hecho una bola entre los zapatos. Como tengo prisa me pongo el primer jersey que veo, uno rojo muy ancho que no es mío. Alberto, Sonia y Míchel me esperan. Se ponen a andar muy rápido, no puedo seguirlos. Todo se vuelve negro, como si me hubiera quedado completamente ciega. Camino a tientas. Les grito para que paren. Nada. Pienso que ellos sí podrán verme gracias al jersey rojo. Recupero la vista. Un acantilado y abajo una playa enorme de arena dorada. Veo a Alberto que sigue avanzando. Sonia se vuelve, me hace señas con la mano para que los siga. No sé por dónde bajar.
+
Alberto y yo vamos en coche por una ciudad que no conocemos. Las calles son de adoquines y todavía están húmedas por la lluvia. Paramos un momento sobre una acera en curva para orientarnos. Menos mal que nunca hemos atropellado a nadie, pienso y en ese momento un niño en bicicleta se estrella contra nosotros. Iba despacio, podría habernos esquivado, pero lo ha hecho a propósito. Te tira sobre el capó, hace grandes aspavientos. Demasiado teatro, pienso. Pero la gente que pasa por la calle lo cree y nos culpa. Le digo a Alberto que no salga del coche, que yo lo arreglo. Hablo con ellos tratos de convencerlos de que el niño está bien. El niño ríe cuando no lo mira nadie. ¡Se está tiendo!, les digo. Una camarera rubia con pelo frito le dice a Alberto que tiene que pagar por estacionar sobre la acera. Alberto le da su tarjeta de crédito. ¡Qué haces!, le digo y corro tras ella. La chica ni siquiera trabajaba en el bar. Doy con ella escondida en una pizzería. Solo tengo que mirarla con ira para que me devuelva la tarjeta, pero está rota. Corro de nuevo hacia el coche pero ya no está. Intento llamar a Alberto pero nunca he conseguido aprenderme su número. Aparece con un señor, se supone que su abogado. Estoy va a ser fácil, dice el supuesto abogado, que de repente se transforma en Crespo-Massieu, me toma del brazo y dice que tenemos que hablar de Pedro Salinas.

un pato y dos gallinas de dos metros

sábado, 12 abril 2025. Tenemos que llegar a casa porque ha empezado a llover y las calles se están inundando. Sonia dice que necesita dinero suelto y va a comprar lo mínimo, un tomate, para que le den cambio. La frutera se pone muy contenta al verla, le pregunta cuántos kilos quiere y Sonia responde que solo quiere un tomate bola. La frutera dice que se lo regala. Sonia quiere que le cobre algo para poder tener dinero suelto, pero la frutera cree que está burlándose de ella y enfurece, le tira el tomate a la cara. La lluvia moja a Sonia y la convierte en un pato. Para que no se me pierda le ato un cordel. Al llegar a la que se supone que es su casa, está la calle inundada. Desde unos escalones balanceo el cordel para que el pato-Sonia coja impulso y entre directamente por la puerta sin pasar por la calle. Lo consigo. Alberto dice que ya que estamos allí, y hay tanta agua, va a aprovechar para nadar los 1.500 que hace a la semana, y que yo también debería nadar para mis dolores de espalda. Al meter la punta del pie para comprobar si está muy fría, el agua se vuelve negra y se hace de noche de repente. Miro por la ventana de la casa de Sonia y veo que ha encendido la luz. Sonia ya no es un pato, le digo a Alberto. ¿Cómo lo sabes? Porque los patos no llegan a los interruptores, respondo.
+
Llego a un hotel con un grupo de chicas. Se supone que Sr. Chinarro nos está esperando para grabar un vídeo musical. La chica de la recepción me dice que acaban de limpiar la moqueta y tenemos que llegar sin pisar el suelo. No nos da más instrucciones. Avanzo agarrándome a las lámparas del techo como si fuera un mono. Tengo ganas de llegar para contárselo porque sé que se reirá. ¡Por fin estás aquí!, dice y me abraza. Comienzan a grabar. Las chicas que venían conmigo están disfrazadas de personajes de cuentos. Cristina Pedroche dirige (va vestida de pastorcilla). La habitación está decorada con muebles pintados en colores pastel. Sr. Chinarro me advierte: Veas lo que veas no te rías, que esto también es trabajo. Asiento y me quedo en un rincón a mirar. Todo está en completo silencio. De repente las puertas de los muebles se abren y aparecen bailando los personajes de cuento. Del mueble del fondo sale Sr. Chinarro disfrazado de gallina doble (cosido a su disfraz otro muñeco de gallina idéntico). Aguanto lo que puedo, pero se me escapa un ruido tipo risa de perro Pulgoso. Pedroche entra en cólera, pregunta quién está riéndose. Me escondo como puedo bajo un montón de ropa.

ascensor

jueves, 10 abril 2025. Subo en un ascensor con rejas de hierro y puertas plegables de cristal. Estoy inquieta, como si no supiera qué voy a encontrar cuando llegue. Justo antes de pegar a la puerta con los nudillos, se abre. Sr. Chinarro me recibe sonriente, me da un beso. Pasa, estás en tu casa, dice.

cangrejos chiguatos

miercoles, 9 abril 2025. Llegamos a un restaurante, está muy lleno. Alberto dice que compartamos mesa con una pareja que hay al fondo. La pareja está en una mesa redonda como para ocho. Nos sentamos y entablamos conversación como si nos conociéramos de toda la vida. El camarero dice que van a cerrar, que tenemos que cenar rápido, y nos pone delante una fuente de cangrejos. No tienen buena pinta, nadie se atreve a comérselos. Abro uno pero está vacío. Estos cangrejos están chiguatos, le dijo al camarero. No me hace ningún caso.
+
Me cruzo con Daniel  por la calle, tiene prisa. Sin dejar de andar, me dice que la chica que le presenté lo ha llamado varias veces, pero no quiere que vuelva a llamarlo. Pero si es un encanto, le digo. Me da igual, no soporto su cara triste, responde de muy mal humor.

juego de cartas

sábado, 5 abril 2025. Estamos con un grupo. Entre ellos Chivite, Brooke Shields (hablamos anoche de ella) y dos chicas chinas. Shields está en una piscina inflable mirando hacia la puerta, como esperando a que alguien llegue para sorprenderlo. Una de las chicas me dice que ha inventado un juego, que hay que cantar una canción según llegue tu turno, continuarla y que rime con la anterior estrofa. Le digo que yo nunca canto. La chica reparte unas cartas. Tienen distintas formas y tamaños (algunascartas son solo papel mal cortado). La otra lleva unas fotos en blanco y negro. Son fotos de mi madre de joven. No entiendo  como alguien ha podido  dárselas. Salgo a la calle, me siento en un muro bajo y lloro desconsoladamente. Chivite de me acerca, dice que él tampoco va a jugar. Me fijo en su indumentaria (parece un rapero de quince años, con los pantalones caídos, enseñando unos slips amarillos con letras en la cinturilla).

la mode

viernes, 4 abril 2025. Alberto y yo estamos tumbados como si estuviéramos en la playa, pero en el cuarto de mi hermana. Me levanto, le digo que estoy contenta de haber llegado a los 60 sin barriga, que siempre tuve complejo de gorda y nunca lo estuve. Él dice que le gustan las gordas, que le gustan todas. Conmigo no cuentes, le digo. De repente estoy en un colegio, un tipo me enseña el edificio y las instalaciones. En un sótano han puesto una especie de laberinto para grabar videos musicales. Le da a un botón que hay en la pared y comienza la música. Es Michael Jackson, dice y baila. En realidad es la canción "La evolución de las costumbres" de La mode, pero no digo nada. A la salida hay una niña y un niño en la puerta. ¿Se han olvidado de venir a recogeros?, pregunto. Asienten. Quiero quedarme con ellos o llevármelos a casa. ¡Ni se ocurra!, dice el tipo alteradísimo, ¡nos podrían cerrar el colegio!

cornisa

jueves, 3 abril 2025. Estoy con un grupo en un edificio antiguo, tipo Palacio de la Tinta, y salimos a una cornisa. Tenemos que apretarnos para no caer. Alguien dice que saltemos. Miro hacia abajo. Me planteo saltar, pero les explico que tengo los tobillos finos y me los rompería seguro. Me acerco a un rincón a coger un taco de fotos que, se supone, me deje allí en algún momento. Se me acerca Sábato. Las has recuperado, me dice con cara de ilusión.
+
Estoy con un grupo de chicas que no conozco de nada. Hablan de sus cosas, En algún momento dudo si están actuando, si estamos dentro de una película, y miro a mi alrededor buscando la cámara. Una de las chicas se despide de su novio. El novio se mete en un avión pequeño de hélice muy oxidado, despega y se estrella a unos metros de nosotras. Si no hay explosión puede haberse salvado, pienso. La chica corre a otro cuarto. Ahora viene la explosión, me digo. Efectivamente. Todas corren a consolar a la chica que llora desesperada tirada en el suelo.

percha

miércoles, 2 abril 2025. Estoy en casa de mis padres. Voy a tender ropa. Pongo los calcetines de mi padre en una pecha para que, si llueve, sea más fácil recogerlos. Intento atar la pecha a las cuerdas pero se me escurre. Oigo a mi hermana quejarse de mi tía M. Di ce que le critica todo lo que hace y está harta. No me vuelvo para no tener que opinar (creo que mi tía tiene razón). Cuando vuelvo al salón, mis padres y mis tías está muy sonrientes. Toda la pared está cubierta de plantas y flores. Lo hemos hecho para ti, dice mi tía, por cuidarnos tan bien.

cachorros

martes, 1 abril 2025. Le escribo un mail a Iker, lo escribo en el aire, dibujando las letras con el dedo. Me ha enviado un vídeo de Alessandra jugando con dos bebés como si fueran dos cachorros. Se supone que Iker la ha conocido y no recuerda su nombre. Escribo "alessandra" en el aire, con el dedo.

sándwich de anchoas

lunes, 31 marzo 2025. En casa de mis padres se celebra un concurso de canto. Una chica en pijama, pero muy maquillada, canta ópera. El organizador jalea para que el público aplauda. Después, una chica muy joven canta canciones muy cortitas (de unos cinco segundos) con una voz muy fina. El organizador dice que queda descalificada porque sus canciones son muy cortas. La chica casi llora. Protesto, le digo que sumadas hacen una, y además ha cantado de maravilla y con gran sensibilidad. La chica asume su derrota y va hacia la cocina. Voy tras ella. Me dice que pensaba que pasaría a la segunda fase y había preparado un sándwich para mí, que no deje que se los quede ese tipo y me los lleve. Señala al suelo: hay tres rebañadas de pan de molde sobre una bolsa de plástico, llevan mantequilla y una anchoa cada rebanada. Me da asco y pena porque se ve que lo ha hecho con buena intención. La chica se va. Recojo las rebanadas del suelo y las meto en un táper (aunque no creo que me las coma). Cuando vuelvo al salón no hay nadie. Mi padre pregunta cuándo vuelve mi madre. No lo sé, le digo y voy al baño. Desde el baño oigo la voz cantarina de mi madre. Salgo a saludarla. Trae un bebé en los brazos, lo acuna (como hacía Isabelle Huppert en una película que vi ayer). Se lo voy a presentar a la gata, le digo. Pero al acercarle el bebé la gata intenta arañarle la cara (me despierto agobiada).

rugby de salón

sábado, 29 marzo 2025. Estoy en una habitación pequeña. No hay muebles, solo algunas entanterías atiborradas de jarrones y piezas de porcelana. Daniel y dos amigos más juegan a pasarse una pelota de rugby. A veces me la lanzan a mí y temo romper algo.

funeraria

miércoles, 26 marzo 2025. Nos despedimos de Isa y Jose igual que nos despedimos anoche, pero de repente Alberto dice que quiere ir al baño. Entramos en un garito muy oscuro, Alberto entra al baño y sale disfrazado de Drácula. La gente de repente también está disfrazada. Pienso que tenía que haberme traído, al menos, una careta de casa. Les digo que tengo que ir a llevar a mi padre de la cama y vuelvo. Mis padres están levantados. Le digo a mi madre que voy a ducharla. No quiere, se ríe, hace que forcejea conmigo sin dejar de reír. Dice que hará falta un pimiento y cebolla para la ensalada. Ahora vengo, le digo. Salgo corriendo hacia el supermercado. Nada está en su sitio. No encuentro las verduras. Cojo unas toallas de bidé y trapos de cocina. Para ganar tiempo voy a las cajas de autopago, pero son cintas de aeropuerto y se llevan mi compra y mi bolso. No sé dónde acabarán. Busco por todo el centro comercial. Salgo a la calle varias veces y vuelvo a entrar. En uno de los locales hay una funeraria, veo a dos chicas (me suenan de algo), les pregunto quién ha muerto. Rubén nosequé, un actor muy querido, me dicen. Sospechamos que se ha suicidado, añaden. No lo conozco, pero de repente me siento completamente abatida y salgo de allí sin despedirme. Salgo del edificio dando por perdida mi compra y el bolso de tapicería que me hice (y tanto me gustaba). En la calle me encuentro mi tía M, quiere enseñarme el lugar donde mataron a unos anarquistas. Le digo que no tengo tiempo y que estoy muy triste. Muy mal tienes que estar para no querer verlo, dice. Vuelvo a entrar en el centro comercial, pero todo está cambiado de sitio.

tierra blanca

martes, 25 marzo 2025. Masip y yo salimos de un edificio, nos cruzamos con tres señores que van disfrazados de libros. Mira, van de Código civil, le digo a Masip. Oigo unas risitas. Detrás de nosotros van sus mujeres. Me vuelvo y les digo me encantan los disfraces de sus maridos. Se sienten orgullosas, supongo, porque los han hecho ellas. Cuando estamos fuera, de repente la calle es un camino de tierra blanca (entre montones de tierra) muy ancho, que da una explanada. Se supone que vamos a pilotar una nave espacial. Le digo a Masip que se dé prisa, que vienen esos señores vestidos de libro y nos quieren ganar, y tenemos que ganarles como la otra vez. Corremos hacia la nave, pero de repente Masip se convierte en Antonio y la nave en una casa donde tenemos que robar algo. Tenemos muy poco tiempo, le digo a Antonio (buscamos un motor o algo así). Oímos llegar un coche. Antonio, con una agilidad pasmosa, dale a la terraza y salta una valla. Salgo tras él, pero antes me llamo las manos para no dejar huellas. Una vez fuera, pienso que el dueño se dará cuenta de que alguien ha entrado porque verá gotas en el lavabo y la puerta de la terraza no está cerrada desde dentro.

espárragos

lunes, 24 marzo 2025. Estoy con una pareja y Chivite. Estamos sentados frente a ellos, no dejan de hablar contando bobadas. Yo saco un papelito y escribo palabras sueltas, hago algunos dibujos, y tacho palitos como hacen los presos en sus celdas. Chivite me pregunta al oído si estoy dibujando. Asiento. Dice muy sorprendido que él hace lo mismo cuando no le interesa una conversación. Pienso que a ver si se da cuenta, al fin, de cuánto nos parecemos. Saca una caja cuadrada y plana de la mochila. Es un pañuelo estampado con los mismos palitos de preso que yo había dibujado. Lo abrazo. De repente estamos en un coche con Alberto, Salvatore y Emilio. Os esperamos aquí, dice Emilio. Salimos del coche muy decididos y entramos en una columna de ladrillo. Subimos por una rampa. Cruzamos un puente sobre un lago o río enorme y volvemos a bajar por otra columna igual a la otra. Chivite me lleva ventaja, no lo veo delante de mí. Yo llevo un montón de ropa sucia en los brazos. Date prisa porque el cura se ha dado cuenta. Al salir dejo la ropa en una terraza, junto a unas lavadoras. De repente estamos comiendo, supuestamente, con el cura. El cura preside la mesa. Lo rodeamos, su mujer, mi prima Elisa frente a mí, yo, Chivite y Carlos Pérez (un amigo de la pandilla al que hace años que no veo). Sé que tenemos una misión, pero todavía no sé cuál. Elisa dice que para que nos vayamos antes va a ayudarme e intenta quitarme unos espárragos. Le doy un manotazo porque los espárragos me gustan. Coge patatas, le digo. Carlos le dice a Chivite que estudió medicina (medicina estudió su hija, pero no digo nada; pienso que quizá están hablando en clave). Me levanto discretamente como si fuera al baño, pero mi intención es huir. En una de las habitaciones de la casa veo a Juano y Andrés. No sé si están presos (la ventana tiene rejas) o felizmente instalados. Las camas están revueltas y ellos recostados sin zapatos. Andrés me dice que piense en frases creativas para nosequé, que las espera y confía en mí. Juano me da un sobre y dice que lo envíe, por favor. Marcho sin preguntarles qué hacen allí. Al salir, veo mi montón de ropa (ya está limpia, pero hecha una bola como antes). La cojo, me llega hasta los ojos. Corro por la calle para llegar cuanto antes a las columnas de antes. Recuerdo que tengo que echar la carta de Juano. Entro un bar. La pongo sobre la barra. Una señora le grita a su marido: ¡Un sello para los árabes! Son 59,59. No sé por qué hago la suma y pienso que tengo que pagar 118. Saco un montón de monedas sobre el mostrador (parecen monedas de chocolate) y no me llega. Una chica extranjera que también ha llegado para echar una carta, le dice a su padre que me preste dinero. La señora de la barra le dice que tengo más que suficiente y ella misma se cobra. Salgo de nuevo con mi montón de ropa y llego a un bar con terraza de madera muy oscura y gastada donde me esperan Alberto, Salvatore y Emilio. En el suelo hay tapones de corcho enormes. Pregunto qué son (dicen el nombre de un licor). Algún día tengo que probarlo, les digo y por fin me siento. Supongo que esperan que les cuente con todo detalle, pero yo solo quiero cerrar los ojos y que me dé el sol en la cara.

barro

viernes, 21 marzo 2025. Estoy en un banco con Rosamari. Parece que esperemos algo. De repente se levanta y se va. Pienso qué habré hecho para decepcionarla.
+
Me encuentro a Manuel por la calle. Nos alegramos mucho de vernos. Le dice a alguien que fuimos vecinos un tiempo sin saberlo (no sé de qué habla, pero no le digo nada). Todo eso ocurre deslizándonos por las aceras como si fuesen toboganes acuáticos.
+
Voy por una acera muy estrecha. Me cruzo con dos enfermeras con uniformes blancos (parecen de los años 40). Como la acera está llena de barro las dejo pasar por el lado más limpio para que no se manchen. Me dan las gracias con acento inglés. En el extremo de la calle una señora, que está sacando la compra del maletero, me pregunta quiénes eran esas chicas. Son voluntarias, hacen obras de caridad. La señora saca un papel para apuntarlo. Un chico se me acerca, me dice al oído que esa señora no tiene pinta de pasar necesidad, y señala sus compras. De repente el chico y yo estamos en un autobús, no hay donde agarrarse y, para que no me caiga, me sujeta por detrás. Noto el calor de su cuerpo. Pienso que es lo mejor que me ha pasado en toda la semana.

infusión

lunes, 20 marzo 2025. Estoy en casa de mi abuela. Me extraña que la luz del comedor esté encendida. Me acerco a apagarla con una infusión en la mano. Suena el móvil, no lo veo por ninguna parte. Noto que sale del vaso. El móvil está dentro. Los saco y lo seco lo más rápido que puedo. Respondo y, milagrosamente, sigue funcionado. Es Chivite. Le cuento lo ocurrido como una gracia, para que se ría, pero no hace ningún comentario. Con voz seria me dice que tiene que entregar un trabajo y necesita ayuda. Vanessa y yo vamos a su casa para ayudarlo. La mesa está desordenada, llena de papeles. Escribo varios folios, Vanessa hace dibujos. Él no para, de un lado a otro, se levanta mil veces, se le ve preocupado. Llega su hija Bea y se sientan a charlar. Le digo que así no podemos trabajar. Responde que da igual, que nos paga y nos acompaña a la parada del bus. Le digo que no pienso cobrar a un amigo, que lo he hecho solo por ayudar. Salimos a la calle. Como es muy tarde, decido ir quitándome los pantalones para, cuando llegue a casa meterme directamente en la cama. En semáforo cambia. Ellos cruzan. Yo tengo los pantalones atascados en los tobillos. Me los subo a toda prisa para poder cruzar, pero no me da tiempo. Ellos se alejan. Yo me quedo esperando que el semáforo cambie de nuevo.

sueño que sueño

lunes, 17 marzo 2025. Estoy en un hotel. Me levanto y voy al baño. Al mirarme en el espejo veo que me ha crecido pelo en la cara (el sábado vi en la tele una noticia de un niño perro). Intento cortar mechones, pero cada vez que corto uno cae un árbol en el jardín. Voy a recepción para pedir disculpas. Le explico la situación, le digo que todo está conectado (anoche hablamos de que los árboles se comunican), que lo que puedo hacer es quitarme la cara y dejársela en recepción para que no caigan más árboles (ayer leí un relato de Shepard de un sicario que tenía que desollar a un tipo), pero que no se preocupe porque tengo la sensación de que es un sueño, y cuando me despierte todo va a volver a la normalidad. Vuelvo a mi habitación dejando mi cara en recepción. Cuando me despierto en el sueño todo sigue igual.

leotardos

sábado, 15 marzo 2025. Estoy en un piso con una pareja. La chica me propone que me quede con ellos, y me insinúa que hagamos un trío (hace un gesto de dinero con los dedos). De repente me doy cuenta de que estoy desnuda de cintura para abajo. Veo pasar hacia el dormitorio a un tipo viejo, bajito y muy feo. Va desnudo. Me pongo las botas a toda prisa. Me doy cuenta de que me estoy poniendo los leotardos encima de las botas. La chica dice que si me voy, de qué van a vivir. Ahora pienso que, con el gesto, pretendía que yo le pagara por acostarme con ellos. Cojo mi ropa hecha una bola y huyó. En el descansillo empiezo a vestirme a toda prisa. Desde el edificio de oficinas de enfrente un tipo me mira con curiosidad. 


carretilla

jueves, 13 marzo 2025. Me encuentro a Cristina (compañera de colegio a la que no veía en años, y ahora vive frente a la casa de mis padres). Me pide que la acompañe al banco. Llegamos a una ventanilla como de taquilla de cine (un hueco en una pared blanca encalada. Le dice al chico directamente que quiere sacar todo su dinero y cambiar de banco. El chico, con su mejor sonrisa falsa, le pregunta por qué y a qué banco quiere irse. Quiero mi dinero, responde sin explicaciones. El chico se va y vuelve con unos papeles tamaño folio y cuatro monedas (una de ellas como si le hubieran dado un bocado). Ahora la ventanilla está a ras del suelo. ¿¡Esto qué es!?, me das calderilla, quiero todo mi dinero, to-do, repite ella. El chico desaparece. Veo a una chica temblando de miedo dentro (quizá piensa que peligra su trabajo). Le pregunto qué es esa moneda a la que falta un trozo. Me tenían que dar diecisiete céntimos y le han quitado tres a una moneda de veinte, ¿te gusta?, quédatela, dice. Antes de irnos intento consolar al chico, le digo que me gusta su banco porque es color naranja, que tengo algo de dinero con ellos pero me gusta más Triodos. Me llevo a Cristina tumbada en una carretilla (lleva todo el dinero sobre la tripa). Me pregunta qué es eso de Triodos. Le digo que se autodefinen como banca sostenible y ética. Aunque yo no creo en los bancos, añado. ¿Me recomiendas que meta mi dinero en varios? Le digo que lo primero que me dijeron en Económicas, el primer día de clase, fue que no hay que meter todos los huevos en la misma cesta. Mientras empujo la carretilla, pienso que eso que lleva encima no es dinero, son folios amarillentos, pero no digo nada. Pasan a nuestro lado una fila de monjas como si estuviéramos en una película de Fellini (pero estas son grotescas). Cristina dice desde la carretilla que está cansada. Nos sentamos en unos sofás que hay junto a un muro. Entre los cojines encuentro una cadenita que llevaba mi padre en el bolsillo hace años. Se lo cuento a Cristina y le pregunta a un tipo con muy mala pinta si es suya. ¿No le acabo de decir que era de mi padre?, pienso y me la guardo. El tipo se baja los pantalones y nos enseña el culo. Quiero irme de allí. Entre los cojines también hay un broche rectangular con cositas incrustadas (una tortuga, una espiral, un cartel diminuto de cine...). Cristina dice que me lo quede, que este año se llevan mucho las incrustaciones. De repente Cristina se ha convertido en mi hermana. Mi hermana dice que perdió un dado en ese sofá. Era azul con los puntos blancos. Le digo que no se preocupe, que lo tengo guardado y se lo daré cuando lleguemos a casa. De repente estamos en casa. Quiero enseñarle la cadenita a mi padre. Nada más llegar mi hermana le grita a mi padre: ¡Mentiroso!, ¡no sabes más que mentir! Me voy a la cocina asustada. Mi tía M y mi abuela están cocinando. Me dicen que cada día es igual, que lo trata fatal. Las mando callar para que no las oiga. Las ha oído. Entra en la cocina hecha un basilisco, nos grita, dice que está harta, que se larga de casa. Yo aprieto el dado en el puño. (Me despierto con el corazón a mil).

algeciras

miércoles, 12 marzo 2025. Entramos con Sonia y Míchel a un bar. Me da la impresión de que están cerrando, pero no digo nada. Atravesamos un salón, pero no hay nadie ni hay salida. Volvemos a la terraza donde un camarero saca brillo a los vasos con un paño de cuadros rojos y blancos. Otro tipo se lía un cigarrillo. No me gusta nada, todo está sucio o roto. En otra terraza reconozco a Enrique (un compañero de la facultad al que no veo desde hace años). ¡Henry!, le digo y abro los brazos. Se vuelve, se alegra mucho de verme pero no se levanta (pienso que quizá en estos años haya tenido un accidente y esté en silla de ruedas, pero no digo nada). Le pide a Alberto que nos haga una foto para enviársela a Elías (otro compañero de Económicas). Henry vive en Algeciras, le digo muy contenta a Alberto, como si eso fuera lo mejor del mundo.

losas hidráulicas

martes, 11 marzo 2025. Bajo la calle hacia casa. Veo subir a Marcos con un tipo. Marcos va comiéndose un bocadillo enorme. Se le ve feliz, hace gestos de dibujo animado. El portal está en obras (cambian el suelo de losas hidráulicas de los años 60 por baldosas feas de cuarto de baño). Pregunto a un albañil si me da una de recuerdo. Dice de muy malos modos que has ha roto todas. Varias vecinas esperan el ascensor. Veo un trozo de una en el suelo y cuando voy a cogerla, una vecina le da una patada para acercarla a su lado, pero otra se le adelanta y se la mete en el bolsillo. La de la patada dice que en realidad no la quería, que tiene demasiadas cosas, que debería deshacerse de todo. Pelean. Decido subir por las escaleras. No las reconozco, los descansillos son enormes, cada puerta es distinta, algunas parecen puertas de cuadras (algunas están abiertas o no tienen puerta). Una vecina habla con su novio. La saludo desde lejos, me hace un gesto para que entre. Le digo que la encuentro muy bien, más joven, mucho más guapa con el pelo rubio. Se pone muy contenta (demasiado). Me fijo en su casa. Hay alfombras por todas partes, hasta en las paredes y en el techo. También en que hay una escalera que baja. ¿Tiene un dúplex?, pienso. Me despido, bajo un piso para comprobar lo del dúplex. La puerta está abierta. Veo a una chica en una cama enrome de metal dorado muy vieja, arropada por muchos edredones arrugados y sucios. Le pregunto si está bien. La chica se despereza. Aparecen de debajo de los edredones dos chicas más. El piso es un desastre, una acumulación de cahivaches sacados de la basura. ¿Sois okupas?, le pregunto. Aparecen un montón de cabezas aquí y allá (como lo harían animalillos del bosque en una serie de dibujos animados). Una de las cabezas dice "esa hija de puta nos va a denunciar". Le digo que no debe juzgarme tan a la ligera, que yo propuse que la pareja de aparcacoches, que vive en calle, vivieran en el rellano de los motores del ascensor al menos los días de lluvia y que una vez durmió un niño marroquí, pero cuando fui a llevarle el desayuno había ido asustado. Me echo a llorar, le pido disculpas a la chica de la cama, le digo que estoy muy sensible porque tengo jaqueca cada día (las cabezas van asomando más de sus agujeros). Una de ellas se me acerca (como lo hace Larry David en su serie) para comprobar si las lágrimas son verdaderas. Me creen. Me ofrecen lo que parece un mosaico, pero son trocitos de caramelo que ellos mismos hacen. Otro chico me dice que es poeta. ¿Has leído Utz? (no sé por qué le pregunto eso). Se miran entre ellos casi asustados. Una chica me quiere regalar dos jerseys de rayas. Me dice que ha observado que siempre voy vestida igual y eso es que tengo poca ropa. Me sorprende que ellos me quieran regalar cosas cuando debería ser al revés. Le digo que deberían hacer algo, que tienen un piso enorme, que podrían hacer dulces y venderlos, o poner una imprenta. Eso haría ruido y nos echarían, dice uno. Les digo que conozco a un tipo que lleva el tema okupa. Se ríen, dicen que ya saben quién es y que está loco. Les digo que deben hacer algo, que los veo pasivos, conformistas, que hay que moverse. Me miran como si les hablara en chino. Decido irme a casa. Les digo desde el descansillo que ya se me ocurrirá algo para que no los echen. El chico poeta me da un montón de folios. Son mis poemas, dice. Ya te bajaré uno de mis libros. Ya, ya, dice no creyendo que yo pueda haber publicado nada. Subo por las escaleras, me pesan mucho las piernas y me duele mucho la cabeza. (Me despierta una jaqueca explosiva. Por una parte me da pena que todo eso fuera un sueño, porque me gusta estar allí con ellos; por otra me alegro infinito de que no fuera verdad).

sin salida

lunes, 10 marzo 2025. Estoy en lo que parece un congreso de poetas. Estamos todos en una habitación alargada pequeña sentados en el suelo o en cojines. De lejos veo a Ferran Fernández, pero hay mucha gente y no puedo acercarme a él. En el suelo está sentado Chivite. Le preguntó si se va a quedar a la cena o se quiere venir con nosotros por su cuenta. No me contesta. En un rincón veo a Isabel Pérez Montalbán, María Eloy-García y Carmen López. Están sentadas en el suelo. Me acerco, las tres llevan camisetas de rayas, les digo que yo tengo una igual en otro color. Por la ventana veo que han llegado Isabel Pantoja y Julián Muñoz, y se están haciendo una foto delante de un coche. En la foto se han colado algunos poetas, y Alberto y Javi se ponen detrás y les hacen los cuernos. Cuando vuelvo a mirar la sala está vacía, solo queda Carmen López. Empezamos a andar, vamos muy rápido, como si quisiera enseñarme el pueblo tirándome de la manga. No sé dónde estamos, nos metemos por unas calles sin asfaltar y una de las veces entramos en un callejón sin salida. Nos persigue una moto. Le digo a Carmen que corra. Cuando por fin estamos fuera de peligro, me vuelvo para decirle que de buena nos hemos librado, pero tampoco está. Estoy sola en una plaza vacía.

la chica del elefante

domingo, 9 marzo 2025. Veo unos zapatos en mitad del salón y los saco a la terraza. Al ponerlos juntos, junto al escalón, me doy cuenta de que son distintos. También veo a alguien fuera. Por la seriedad con la que hablan parece que estén decidiendo algo muy importante (son un chico y una chica). No me atrevo a salir aunque es mi propia casa. De repente el chico mete la cabeza entre las cortinas y me dice que ya puedo salir, que ya está todo decidido. La chica se hará cargo del elefante y tú escribirás los artículos, dice. No sé de qué está hablando, pero tampoco me atrevo a preguntar. Yo te conozco, le digo, eres Atencia. Se ríe.

candado

viernes, 7 marzo 2025. Voy con Francis, Cocó y otra chica por la calle. Les enseñó el barrio de mis padres. Cuando llegamos a la plaza que hay delante del que fue mi instituto les cuento, aquel era mi instituto, aquello era magisterio, este edificio era peritos. Recuerdo que Javi dejaba la moto con un junto al edificio y el candado sigue allí. Lo busco por todas partes, pero no doy con él. Pregunto a alumnos, pero no saben de qué hablo. Entramos en una clase y le digo a Francis que nos quedemos. El profesor nos pregunta quiénes somos. Le cuento que estábamos buscando un candado. Se ríe. Dice que no podemos quedarnos. ¿Qué clase toca hoy?, pregunto. La tabla periódica. ¡Me la sé! Entonces no necesitas quedarte, dice, me empuja hacia afuera y cierra la puerta. Lo hace todo dulcemente y sonriendo.