toritos

sábado, 28 junio 2025. Pasamos por unos pasillos que se parecen al que fue mi colegio. Un grupo de catequesis toma refrescos en una de las clases. Alberto asoma la cabeza y dice que tomemos algo. Me asomo, no me gusta nada el ambiente. Ni loca, le digo y me voy. Subo unas escaleras, llevo un abrigo hasta los pies (no sé de dónde ha salido) y debo recogerlo para no pisarlo. Al llegar arriba pasamos por el jardín de la Victoria. Una señora muy arreglada (lleva incluso un collar de perlas) vende pescado. ¿Son toritos?, pregunto. Son. Hacía mucho que no los veía, ¿a cuánto está el kilo? Depende. Una señora llega y pide dos kilos. Se forma una cola detrás de mí. La señora de las perlas no nos hace caso y se pone a hablar con otras. Es usted una maleducada, le digo y me voy. Laura dice que ojalá ella fuera capaz de ser así, que ella se hubiese quedado allí todo el tiempo sin decirle nada. Llegamos a un coche destartalado. Laura es ahora Puri, nos despedimos. Un niño pequeño (hijo de Puri, se supone), me ofrece una goma de borrar del gato Doraemon. No gracias, ya no colecciono nada, le digo. Al llegar a casa (se parece a nuestra antigua casa) dejo la mochila en el suelo. Suena el timbre. Le digo a Alberto que no haga ruido, que no quiero que nadie sepa que hemos vuelto. Suena el móvil, lo busco en la mochila. Es Andrés, dice que quedemos para comer. Le digo que estoy en la cama, muy cansada, que mejor otro día. Te estoy oyendo, estoy en el descansillo, acabo de llamar a la puerta, dice.