rampa

sábado, 31 agosto 2019. Voy en un tren. Puedo ver la vía, como si el tren fuera transparente. Sobre la vía hay un camión parado. Pienso que vamos a chocar, pero tiene una rampa y el tren sube al camión. Un chico nos dice que podemos salir y busquemos en el hueco que ha quedado bajo el tren. Lo dice como si fuera un concurso. Algunos se ponen muy contentos porque encuentran monedas antiguas y joyas. Cuando las miro de cerca, veo que son de plástico.

piedra, cartel y salsa rosa

lunes, 26 agosto 2019. Sonia camina a zancadas por la calle. Pasa Carlos Salem. Sonia me pregunta si es poeta. Sí, le digo. Se enfurece, coge una piedra enorme del suelo y se la lanza. Afortunadamente cae a sus pies.
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Entro en un edificio que se parece a "El Pimpi". Un tipo quita de un cristal un cartel de la semana santa de 1973 y lo tira. Lo recojo. El tipo me lo quita de las manos y lo rompe en varios pedazos. Dice que no quiere que me ría de la semana santa. Le digo que sólo lo quería de recuerdo porque era antiguo. Me mira muy serio. Seguro que te gusta leer, dice. Claro. Y seguro que también escribes. Pues sí.
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Zayas y Oeste hacen cola en un bar. Cada uno sale  con un plato de gambas con salsa rosa. Se sientan en una mesa que hay en la acera. Dicen que esa noche hay un acto de nosequé, que tengo que ir. Es que no me gusta la salsa rosa, respondo. Se ríen. Oeste lleva una camisa color salmón, pero la camisa tiene cuello alto como si fuera un jersey. Me siento con ellos. Me fijo en que oeste lleva el ojo izquierdo morado. Ellos comen, yo no digo nada.

chistes

domingo 25 agosto 2019. Estoy en un bar con varias personas que no conozco. Joaquín Reyes hace chistes. Todos se ríen. De repente agarra una jarra de agua y me la echa por la cabeza.

cicatrices

sábado, 24 agosto 2019. Alejandro está regalado perritos. Me da un cocker marrón. Pienso que no sabré cuidarlo, así que se lo llevo a Juan Luis. Juan Luis tiene heridas en los ojos. Dice que no me preocupe, que sólo son las cicatrices de haberse operado las bolsas de los ojos.

ochos grises

miércoles, 21 agosto 2019. Llegamos a un restaurante que, se supone, está de moda y se llama "La pecera". Al entrar, no parece más que el hall de un hotel de montaña venido a menos. El camarero, como si nos leyera el pensamiento, dice con pena y solemnidad: Sí, esto es todo, tomen asiento. No queremos quedarnos, pero nos sentamos al rededor de una enorme mesa de madera. Una chica teje una bufanda de lana gris. Para su sorpresa, saco mis agujas y bufanda gris del bolso y me pongo a tejer a su lado. La mía tiene ochos, le digo por toda explicación. Una serie de personajes se va sentando delante de nosotras y nos confiesan algo. Uno de ellos, Joaquín Reyes. No he leído tu novela, dice mientras la chica y yo tejemos.

manos rupestres

lunes, 19 agosto 2019. Hay dos escritores firmando libros. Me acerco a ellos. Están resguardados detrás de un cristal y hay que pasarles el libro por un espacio muy estrecho entre el cristal y la mesa. Mientras les paso el libro, pienso que nada de esto merece la pena.
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Cruzo una calle que parece recién asfaltada. Llevo la silla roja pequeña al hombro. Unos niños juegan a la pelota. El asfalto se convierte en una playa, camino sobre el agua hasta la orilla. En la orilla hay piedras en las que alguien ha dibujado manos con carbón. Si no estuvieran tan bien hechas parecerían rupestres, pienso.

abuelo

domingo, 18 agosto 219. Se supone que he viajado en el tiempo para avisar al abuelo de Alberto de que van a matarlo. Voy con un tipo por calles adoquinadas. Un coche nos persigue. Corremos cada uno hacia un lado. Cuando creo que le he dado esquinazo, me apunta con una pistola. Pienso que sí me mata no llegaré a conocer a Alberto, pero si salvo a su abuelo tampoco.

zapatos tristes

sábado, 17 agosto 2019. Alejandro está sentado en un cojín grande, en el suelo, con la espalda pegada a la pared. Parece muy triste. Miro los zapatos de los que están a mi alrededor: tristes. Miro los míos: unas sandalias de hombre muy feas que me quedan grandes. Pienso si podría hacerlo reír si pasara delante de él con ellas, pero decido pasar descalza. Cuando paso ya no está.

todos al cine

martes, 13 agosto 2019. Veo a mi madre caminando por el paseo marítimo. La playa está llena de gente joven armada que ha quedado para una batalla. Corro tras ella, la alcanzo y, para que no se preocupe, le digo que entremos al cine. El cine es un edificio de oficinas. No quedan entradas, le digo que se siente en unos sillones cuadrados enormes. Intento llamar a casa, pero no tengo batería. Enchufo el móvil a una madeja de cables que sale de la pared. Temo electrocutarme. Cuando me vuelvo, mi madre ha desaparecido. Salgo a la calle por una ventana. Mi madre ayuda a mi padre y a mi tía a salir de un taxi. ¡Todos al cine!, dice muy contenta.

cubitos perfectos

martes, 6 agosto 2019. Virginia y yo pasamos varias peripecias (calles con escalones casi insalvables, policías locos en bicis, etc), hasta llegar a una cafetería donde Alberto nos espera cargado de maletas. Incluso cruzamos por una casa para no dar un rodeo. Allí viven tres estudiantes (uno de ellos es Francis, muy joven; no me reconoce), que no se extrañan de que entremos sin llamar. La casa me recuerda a la de mis padres, salvo que en esta no hay cuadros en las paredes. Uno de ellos me pregunta si me gusta Ródchenko. Le digo que no (aunque en realidad me gusta), y que tampoco me gustan los surrealistas. Pregúntame cuál es el pintor que menos me gusta, le digo. Nada, los tres siguen sin levantar la vista de sus ordenadores. Antes de marcharnos, les digo: Era Dalí, a Dalí lo odio, y no me habéis preguntado cuál es mi pintor favorito. Ni se inmutan. Llegamos a la cafetería en taxi. Alberto nos hace una señal para que no corramos, tenemos tiempo de sobra. Masip sale de la cafetería con un vaso ancho. Dentro hay dos cubitos perfectos, uno transparente y otro del color del patxarán. Me lo ofrece. Le digo que preparé uno igual días atrás y no me gustó nada. Continúa hacia su mesa. Pienso que si Francis era un estudiante y no me ha reconocido, quizá estemos viajando en el tiempo.

bergen y los colores mutantes

sábado, 3 agosto 2019. Se supone que visito un apartamento para ver si lo alquilo. Es pequeño y funcional, en tonos grises. Hay más gente de visita. Salgo, todos me siguen. Les doy esquinazo y bajo por la escalera. Encuentro en el suelo del portal unas tarjetas de aparcamiento. Las dejo sobre un escalón por si son de algún vecino. Al salir, un cielo enorme sobre casas de madera de colores perfectamente ordenadas. ¿Estoy en Bergen?, pienso y me pongo de buen humor. En una explanada naranja hay una excavadora naranja. Intento hacer una foto, pero cada vez que voy a disparar aparecen otros colores. A mi lado, una explanada amarilla del mismo color que mi mochila. La pongo en el suelo y al ir a disparar pasa lo mismo.

tablones vengativos

viernes, 2 agosto 2019. Camino por la calle. Paso por delante de varias tiendas de ropa. Todas sin clientes. Pienso en qué pena tener una tienda y que nadie entre a comprar. De repente la acera se llena de parejas (la mayoría con bebés) que salen de una tienda de souvenirs que también vende vestidos blancos tipo "La casa de la pradera". Todas salen de la tienda con los vestidos puestos. Ellos llevan traje gris. Imagino que es una boda tonta, de esas que piden a los invitados a vestir de un determinado color. Sigo mi camino, pero me cuesta avanzar porque ocupan acera y calzada. Al llegar a una calle más ancha, hay adolescentes de la mano haciendo un cordón para que pasen los novios. Van vestidas de amarillo y rojo. Me fijo en que voy de morado. Pienso que les estropeo la fiesta, porque por donde paso parecemos una bandera republicana. Me río para mis adentros y hasta dudo si pedir a alguien que nos haga una foto. No me atrevo. Empiezan a mirarme mal y decido darles esquinazo. Entro a una calle empedrada. Dos chicas vestidas de azul tiffany, se quitan la ropa. Debajo llevan shorts de cuero. La calle se convierte en un río. Las chicas comienzan a besarse y montan una escena porno. Mientras una le fustiga los pechos, la otra mira hacia un montón de tablones amontonados, como si fueran su público. De repente, como si hubiera pasado el tiempo, las chicas están en su casa y los objetos construidos con aquella madera que las observaba, las atacan.