homenaje

viernes, 27 septiembre 2019. Estoy en una parada de autobús. Tengo prisa. Llegan dos buses, pero no consigo ver qué números son, solo veo en cada uno una eñe. Pregunto a una señora. Se ríe. Todo el mundo sabe que son los gusanitos, dice. No sé cómo he llegado a cada de mis padres. Participo en un homenaje a Jorge Villalmanzo y o llego a tiempo. Busco libros y apuntes, pero me los he dejado en la parada del bus. Mi padre dice que no me preocupe, que todo saldrá bien. Confiamos en ti, dice en un tono solemne. Por mucho que confiéis es que lo he perdido todo y no recuerdo ni un solo poema, ni mío ni suyo, le digo al borde del llanto.

al trapo

miércoles, 25 septiembre 2019. Me llama a su despacho la directora de un periódico donde se supone que trabajo. Me pregunta si he escrito ya el artículo sobre Jaime. No sé de qué me habla. Otra chica dice que ya ha escrito la nota de prensa, que yo debo escribir la biografía para el día siguiente. Le explico que soy muy lenta escribiendo, que de mi novela sólo llevo una página desde el año 2000. No parecen hacerme caso. Me pasan un trocito de papel mal cortado con dos títulos de libros. Dice que los tengo que incluir en la biografía, que es la manera soterrada de meter publicidad. Por ejemplo, me explican, ¿qué opinaría Jaime de estos libros? Hablan de él pero no saben lo que dicen, como que Jaime siempre vestía de beige. ¡Pero si siempre vestía de negro!, les grito indignada. Jaime no estudió nada, dicen. ¡Estudió protésico dental!, vuelvo a entrar al trapo. Me doy cuenta de que quieren provocarme y que me ponga a escribir. Pienso que desde luego yo lo haré mejor que ellas.

tapia

lunes, 23 septiembre 2012. Centro comercial. Intento elegir una postal, pero todas están desenfocadas. Una chica me observa. Le explico que busco un regalo de comunión. Me da consejos. No le presto atención aunque asiento todo el tiempo. Le doy las gracias, me despido. La calle está llena de gente. No sé bien qué celebran, pero se los ve locos o borrachos. Una señora cierra el portón de su casa. Le pido que me deje entrar para salir por la puerta trasera y no cruzarme con la marea de borrachos que baja la calle. Entramos y cerramos. La casa parece un palacete. Le digo que he oído que toda esa masa iba hacia un bar que no es más grande que la entrada de su casa. Será una tragedia, dice. Abre la puerta de atrás. Da a un puente y un río de una ciudad tranquila. Toma el autobús, dice. Pasa uno de dos pisos, subo al de arriba. Chivite va sentado a mi lado, pero no parece reconocerme. Intento caerle bien. Desde el bus vemos una casa con la tapia cubierta de limones y jacarandas cubiertas de flores. Al llegar a la Iglesia de la Victoria, donde debería empezar la escalera, empieza el mar. Ya sé qué haré hoy, le digo, haré fotos y escribiré una novela. Nada, no reacciona. Me despido, bajo, las calles vuelven a ser grises. Pienso que tengo que llegar a casa de mis padres antes de que sean totalmente oscuras.

embudo

miércoles, 18 septiembre 2019. Salimos de un restaurante. Como teníamos prisa me llevo la bebida (una lata de un líquido vegetal al que han puesto un embudo dorado para que parezca una copa de champán). Por la calle me doy cuenta de que me he llevado el embudo. Vuelvo, se lo doy a la chica de la barra. Me mira asombrada y me da las gracias. Al salir, la calle ha cambiado. No hay aceras, los edificios parecen montones de escombros. Hay grupos de despedida de soltero disfrazados de flamenca (disfraces muy cutres). Míchel dice que Alberto tenía prisa y se ha marchado. La luz es triste, como si lo mirara todo desde detrás de un cristal tintado sepia. De repente, sobre un solara, hay un montón de piedras imitando una playa. Incluso hay niños en bañador jugando con cubos y palas. Míchel y yo no nos lo pensamos: nos ponemos de rodillas a rebuscar entre los montones la piedra negra más bonita. Detrás de un montículo (que no sabemos bien si son piedras verdes o pimientos fosilizados) hay esqueletos de erizos. Decepción: son de cerámica. También hay muñecos Dunkin. Busco el oso, para regalárselo a Begoña. Nada. Va pasando el tiempo, no consigo decidir cuál me llevo. Miro a mi alrededor. No queda nadie, Míchel también se ha ido. Comienza a anochecer. Me voy sin piedra, sin erizo y sin muñeco.

meta

martes, 17 septiembre 2019. Hay una carrera nocturna. Miro hacia atrás y veo a lo lejos a algunos corredores. Pienso que voy la primera. Al doblar para subir la cuesta de calle Carrión, veo a Cumpián en una silla baja de anea. ¡Voy a ganar!, le digo entusiasmada. Los primeros llegaron ya hace un rato, dice.

de cornisas

lunes, 16 septiembre 2019. Intento cortar el pelo a mi madre, pero sólo dispongo un cuchillo japonés para cortar verduras.
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Jaqueca. Para no pensar, doy puntadas a un trozo de fieltro burdeos. Mis tías insisten en que me tome una pastilla, pero sólo me queda una y quiero dejarla para más adelante. Al final acabo a gritos con ellas.
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Una chica en una moto o su esqueleto. Va perdiendo piezas hasta que solo le queda el motor. De repente soy yo quien va en el motor, que además pierde gasolina. No sé cómo he llegado a lo alto de un monte. Al volverme veo que estoy en la cornisa de una torre de alta tensión. No sé cómo bajar. Hay una fila de torres pintadas de rojo, un bosque y, al fondo, un lago con una mancha amarilla en el centro. Pienso en qué hacer: ¿una foto?, ¿esperar a que alguien venga a rescatarme?, ¿tirarme al vacío?

sospechas y especias

domingo, 15 septiembre 2019. Salgo de casa de mis padres y al llegar a la parada de bus, veo que pasa un vagón de tranvía de lado. Miro la calle, me parece un decorado, como si algo malo estuviera a punto de pasar. Llega el C2, pero por dentro es un autocar con la tapicería de los asientos muy gastada. Voy al fondo. Todo es oscuro y gris. Y sospechoso.
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Se supone que estamos en casa de Maxi. Intento preparar la cena, pero toda mi familia está por allí molestando. Cada vez que cojo un cuenco con especias, están mezcladas con cuentas de collar muy pequeñas.

familia

sábado, 14 septiembre 2019. Mi sobrino Diego me enseña unos tenis naranjas que acaba de comprarse. Me parecen horribles, pero no le digo nada. mi madre dice algo inconveniente e intento hacerla callar con buena palabras, pero acabo gritándole.

antiguas alumnas

martes, 10 septiembre 2029. Corro la cortina y veo que hay una verbena en la calle. Mi madre dice que espere un poco, que todavía es pronto para salir. Unas chicas esperan en el patio. Estabais en mi clase. Las nombro. Se sorprenden. Dicen que irán a una reunión de antiguas alumnas. Nunca he ido a ninguna, les digo. Mientras hacemos tiempo, oigo a mi madre trastear en la lavadora. La ha puesto sin cerrar el bombo y a una temperatura altísima. Le regaño: Cuando te quise enseñar a ponerla dijiste que no, y mira ahora. Se marcha como si nada. Desenchufo, saco la ropa, el agua quema. Las compañeras se han ido a la fiesta. Decido ir. Casi me atropella un coche. En una isleta veo a Megan Markle respirando con dificultad. Me acerco a preguntarle si está bien. Dice que le ha sobrado un bocadillo, si lo quiero. No, gracias. Adiós, vecina, dice. Mientras me alejo, pienso que ya estoy a sólo un grado de la Reina de Inglaterra. Se ha hecho de noche. Una chica con gabardina intenta cruzar. Es otra antigua alumna, dice que nunca ha ido a una reunión. Le digo que yo tampoco, pero que he soñado toda la semana con antiguas compañeras y por eso me he decidido. Al entrar en el local nos miramos, nos parece muy cutre. Reconozco sólo a Yolanda por su pelo rojo. La chica de la gabardina dice que vayamos a ver la "escape room". No es más que un cuartucho con una tabla sobre dos borriquetes donde han colocado juguetes viejos y rotos.

el congreso

lunes, 9 septiembre 2019. Se supone que hay un congreso de poetas y editores en un hotel. El hotel es un edificio enorme que abarca todo el perímetro de una plaza. En cada esquina hay una torre de unos cuarenta pisos. Mi habitación está en una de esas torres, pero no recuerdo cuál. Llego en escalera mecánica al centro de la plaza. Al salir, en cada escalera, hay una bolsa de plástico con pinzas de madera. Tomo dos para poder tender la toalla, cuando la use. De los que pasan sin coger pinzas, pienso: Novatos. Atravieso el comedor para llegar a los ascensores. No he comido, pero no quiero sentarme con nadie. Paso mirando al suelo. Delante de los ascensores está Masip (pero físicamente no es él). Se supone que todo esto transcurre en un tiempo paralelo en el que Masip y yo no nos hemos conocido, por eso él no me reconoce. Va con una chica. Me hablan de que son editores, publican libros muy antiguos libres de derechos. Les digo que conozco sus libros, que tengo algunos. No se lo creen. Se los describo. Tapa dura, lomos amarillos con cuadradito negro abajo. Se ponen muy contentos. Antes de salir ella me da un papelito donde ha escrito mi nombre. ¿Sabes cómo me llamo?, le digo sorprendida. Te vi en el periódico, dice y se van. Una chica entra al ascensor que se convierte en una cama con edredón voluminoso. Nos tapamos. La chica me pregunta si he probado los "nosequé" (ni entiendo el nombre ni lo recuerdo), que son de su pueblo y están buenísimos. Bajamos del ascensor como si lo hiciéramos de un tren, porque ahora el ascensor se desplaza horizontalmente. Entramos a un bar que parece una frutería y que muestra rodajas de chacina como si fueran frutas. Me da un poco de asco que todo esté a la intemperie, cogiendo polvo. La chica toma dos rodajas del "nosequé" de su pueblo y le dice al tendero que están rancios. Subimos al primer piso. Se supone que es su casa, pero parece un bar lleno de mesas de playa. La casa no tiene techo ni dejado, pero tampoco es una azotea. Pregunto por el servicio. Un chico con gafas de sol, sin mediar palabra, me da un papel con un plano e instrucciones complicadísimas. Mientras lo leo, a menos de dos metros en segundo plano, veo una puerta que dice "Toilette".

motera

jueves, 5 septiembre 2019. Entramos en un bar. Está hasta arriba. Va a comenzar una lectura. Nos sentamos en el suelo. Llevo mucha ropa de invierno y empiezo a quitármela. Las luces se encienden. Vemos que el bar es muy grande y muy blanco, de paredes desnudas. La gente se dispersa y nos quedamos solos en el suelo delante de la chica que va a leer. N es la chica que esperábamos y nos vamos. Al salir, en los escalones del bar y en la acera, están las tarjetas y documentos que llevaba Alberto en su cartera. Aparece Raquel, que también ha huido de la lectura. Pasa una moto enorme. Raquel pone el pie en un lado y recorre unos metros en la moto, haciendo figuras de bailarina. Cuando vuelve, le pregunto cómo sabía que la moto tenía una bandeja para poner el pie. Dice que tiene una moto igual, y me guiña. En ese momento, un hombre con un mono naranja nos grita desde la acera de enfrente: "Tened cuidado con los niños holandeses".

almendras

lunes, 2 septiembre 2019. Parece una clase de cocina. Un tipo me dice que pique todos los frutos secos que tenga y los eche a la sartén, sobre unos filetes. Lo hago. Se lleva las manos a la cabeza. ¡Tenías que haber puesto avellanas, no almendras!, grita como si fuera una gran tragedia. Ahora tienes que sacarlas. Miro la sartén llena de pedacitos minúsculos de almendras.

asador

domingo, 1 septiembre 2019. Mi madre ha encargado un pollo asado y voy a recogerlo. Me acerco al mostrador donde hay una niña (parecida a la de la última película de Tarantino) que me dice en un susurró que la ayude a configurar su nuevo móvil. Mientras, veo cómo preparan mi pedido: las patatas son congeladas. No sé si decirle que no me las ponga. Alguien se pone detrás de mí. Es Aramburu. No dice nada. Saca un papel y con una seña me indica que le diga dónde hay una clínica. ¿Estás enfermo? No dice nada. Mientras la chica corta patatas congeladas en cuatro y las echa a la sartén. Tan grandes no van a freírse nunca, pienso.