tapia

lunes, 23 septiembre 2012. Centro comercial. Intento elegir una postal, pero todas están desenfocadas. Una chica me observa. Le explico que busco un regalo de comunión. Me da consejos. No le presto atención aunque asiento todo el tiempo. Le doy las gracias, me despido. La calle está llena de gente. No sé bien qué celebran, pero se los ve locos o borrachos. Una señora cierra el portón de su casa. Le pido que me deje entrar para salir por la puerta trasera y no cruzarme con la marea de borrachos que baja la calle. Entramos y cerramos. La casa parece un palacete. Le digo que he oído que toda esa masa iba hacia un bar que no es más grande que la entrada de su casa. Será una tragedia, dice. Abre la puerta de atrás. Da a un puente y un río de una ciudad tranquila. Toma el autobús, dice. Pasa uno de dos pisos, subo al de arriba. Chivite va sentado a mi lado, pero no parece reconocerme. Intento caerle bien. Desde el bus vemos una casa con la tapia cubierta de limones y jacarandas cubiertas de flores. Al llegar a la Iglesia de la Victoria, donde debería empezar la escalera, empieza el mar. Ya sé qué haré hoy, le digo, haré fotos y escribiré una novela. Nada, no reacciona. Me despido, bajo, las calles vuelven a ser grises. Pienso que tengo que llegar a casa de mis padres antes de que sean totalmente oscuras.