silla plegable

sábado, 31 octubre 2020. Llego tarde a la presentación de mi libro. Mesa Toré y Cristina ya están sentados detrás de la mesa, en el escenario. A su lado hay una silla plegable que parece de juguete. La abro, me siento. Es muy pequeña y temo caerme, pero pienso que eso le daría un tono divertido al acto. El público está separado y ordenado de cuatro en cuatro por mesas (de chiringuito, con manteles de papel). Comen y beben animadamente. Mientras Cristina y Mesa Toré hablan, como veo que nadie les hace caso, bajo al patio de butacas. Veo al fondo a Rafa Soler y me acerco a saludarlo. Está con dos niños pequeños. Dice que la novela le ha gustado mucho a sus hijos. Los señala: un niño y una niña de unos cinco años, disfrazados, él de pirata y ella de princesa.

mochilas y broches

miércoles, 28 octubre 2020. Hemos ido de excursión y es hora de volver a casa. Esperamos en una sala con cristalera. Veo de lejos a Jesús Gea. Pienso si se acordará de mí. Pasa por mi lado sin saludar. De repente Emilio y Salva desaparecen. Los veo meter las mochilas en el coche y marchar. No sé cómo volveré a casa. Intento llamar a mi madre, pero el teléfono no tiene teclas y, como si fuera un transformer, se convierte en una cámara del tamaño de una nuez. Araceli dice que llame a Alberto con su móvil. No quiero molestarlo y que tenga que venir a recogerme. Jesús pasa dos o tres veces más delante de mí. No sé si darme a conocer, decirle que me acerque a casa.
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Mi hermana dice que ha perdido unos pendientes, que se los quitó mientras veía la tele y han desaparecido. De repente cambia la historia. Dice que es una pulsera y la perdió en la iglesia. La acompaño. Al cruzar una plaza vemos a un chico pelirrojo que se para a saludarnos. Cuando se va, me dice: a ese pelirrojo le gustas. Llegamos a la iglesia, están en misa, me quedo al fondo. Mi hermana se sienta en uno de los bancos molestando a varias personas que rezan. Se tumba en los bancos buscando la pulsera. Vuelve. Ahora dice que lo que perdió era un broche. Me da una caja con retales. Voy encontrando broches enormes de plata repujada en forma de letras.

escritorio y colegio

martes, 27 octubre 2020. Mi padre ha fabricado un escritorio para el cuarto mi hermana. Me parece demasiado grande. Lo mido, llegará hasta la puerta y no podrá entrar. Se lo digo. ¡Eso es completamente imposible!, dice enfadadísimo.
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Se supone que nos hemos mudado. Me arreglo para salir, entro en el cuarto de baño. Combina baldosas amarillas y con otras de flores que me recuerdan a unas calcomanías que tenía de niña. Preferiría un baño más simple y moderno, pero me da pena cambiarlo. Desde la ventana se ve el patio del que fue mi colegio. De repente estoy sentada en sobre la grava del patio, mirando la que hora es mi casa desde abajo. Pienso en cómo era todo antes, pienso en quiénes vivían allí. Siento una tremenda tristeza.

valkiria

sábado, 24 octubre 2020. Mati juega con dos niñas. Perkins, al fondo, parece aburrido. Las niñas marchan con su madre y Mati se entristece de repente. La saludo, pero no dice nada. ¿Os habéis peleado?, pregunto a Perkins. Tampoco responde.
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Llegamos a un restaurante que al entrar parece muy pequeño. Alberto descubre una puerta que da a un pasillo con múltiples salas. Todas las mesas vacías. Los asientos son de porcelana, como si hubieran cortado bañeras por la mitad. Vamos con alguien (que no recuerdo). Elegimos mesa, esperamos, pero no aparece ningún camarero. Alberto se enfada y dice que nos vamos. Le digo que tenga paciencia, que yo misma iré a por la comida. En ese momento entra el camarero con unos platos enormes de estofado.
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Estoy jugando con una trenza de esparto. Dos chicos me la piden. Sospecho que la quieren para secuestrar a una chica rubia que pasea con su novio. Me la quitan. El supuesto novio lanza un vaso de agua a la cara de su novia para aturdirla. Pienso que estaba compinchado con los otros dos. Aparece la madre de la chica, una especie de valkiria, que acaba con los tres en un pispás. Mientras, yo tomo apuntes de todo lo ocurrido.

maquillaje

viernes, 23 octubre 2020. Oigo ruido en el cuarto del final del pasillo. Entro despacio esperando encontrar a un ladrón. Es Juano. Va en pijama. Se está instalando. Sobre la cama, la maleta abierta, libros y una botella de vino. Me ofrece una copa. Ha colocado pósters de grupos de los 70 en las paredes. Parece muy feliz.
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Veo una noticia sobre la Semana Negra de Gijón. Ponen imágenes del Tren Negro de hace uno años. Veo a poetas que conozco. Me veo a mí misma, muy joven y muy maquillada, alejando al cámara con la mano porque quiero dormir. Me tapo la cara con una toquilla negra. En otra imagen me entrevistan contando el sueño que he tenido, una pesadilla, digo, mi madre estaba a punto de morir y yo no podía hacer nada. Mientras miro las imágenes sólo puedo pensar en por qué aparezco tan maquillada.

peliculita

martes, 20 octubre 2020. Parece una iglesia enorme y muy blanca. En vez de bancos hay mesas redondas cubiertas por manteles también blancos. Entre las mesas hay muchísima distancia. Si achino los ojos, las mesas se mimetizan con el espacio y parece un vacío. Dos tipos manipulan algo en la pared. Yo espero a alguien que no llega. Ya hemos esperado suficiente, dice una chica. Le digo que esperaré un poco más. La chica se enfada y se va. Comienza a llegar gente y a ocupar las mesas. Me voy cambiando de sitio hasta que quedo en un rincón, junto a una puerta. La abro. Hay una bañera de porcelana. Junto a la puerta hay un monitor colgado en la pared. Lo enciendo. Película de Inga Lindström. Es la hora de la peliculita, les digo a los operarios muy contenta.

déjà vu

sabado, 17 octubre 2020. Salgo de la casa de mi abuela a toda prisa, subo a un autobús y cuando voy por la mitad del recorrido me doy cuenta de que me he dejado el bolso. Pienso si bajarme a mitad de ruta y volver, pero perdería un barco que, se supone, debo coger. Llego al puerto de una ciudad (se parece mucho a Melilla), y busco una cabina telefónica para decirle a Alberto que me traiga el bolso. Nada. Bajo unas escaleras metálicas y llego a un calabozo bajo tierra. Pregunto a uno de los hombres que están allí si me presta su móvil. Se ríe. Somos ladrones, aquí no nos dejan tener nada, mucho menos teléfono. Y al decirlo me pasa un móvil que suena en ese momento. Es Mariángeles. Le explico mi situación, dice que no entiende qué le quiero decir. Le digo que se olvide, que sólo le diga a Alberto que venga a buscarme. Uno de los ladrones me pide que lo ayude. Hay una cómoda en la celda. Dice que habrá uno de los cajones mientras vacía dentro una carretilla de tierra. ¡Acabo de tener un déjà vu!, le digo muy contenta.

sanchesky y orellas de carnaval

miércoles, 14 octubre 2020. Me despierto en que fue mi cuarto en casa de mis padres. Llega Purranki y, sin mediar palabra, se pone a ordenar la habitación. Dobla mi ropa con cuidado y la va colocando sobre una silla. ¿Recuerdas que te regalé una tele?, dice. No sé si quiere que se la devuelva o que le dé algo a cambio. Me arreglo deprisa y salgo de la casa. Es de noche. Detrás de mí bajan un montón de adolescentes en monopatín. Una chica me dice que no tenía que haber salido, que ya sé de sobra que de 10 a 12 la calle es para ellos. Por que tú lo digas, pienso. No os molesto, si fuera en coche o en moto..., le digo. Intento congraciarme con ella contándole que yo tenía un Sanchesky naranja (mentira, era de mi amigo Paco). Le recomiendo varias películas mientras llegamos a una furgoneta donde venden comida. Una Mirinda, pide. Varias chicas chinas buscan y van enseñando distintas bebidas. La Mirinda ya no existe, le digo. La chica se enfada muchísimo y desaparece. Se ha hecho de día, llego a calles que no conozco (con las que he soñado otras veces). He olvidado el móvil, no puedo a avisar a Alberto para decirle que me he perdido. Pienso que si cierro los ojos la intuición de mis pies me llevará a casa de mi abuela. Así es. Mi abuela está en la cocina preparando orellas de carnaval. La casa huele a bolitas de anís. En la entrada hay un teléfono góndola que nunca había visto. Intento llamar a casa de mis padres, pero me equivoco de número varias veces. Una de mis tías se pega a mí para cotillear. Acabó insultándola para que me deje en paz. El teléfono se ha desarmado. Decido irme. Busco mis gafas. Mi hermana, cuando nadie la ve, me dice que mi tía me las ha escondido, y señala el cajón de una mesita de noche. Mi tía al ver que las he encontrado se enfada muchísimo, más que la chica del monopatín. Pienso que Alberto debe de estar preocupado porque no he podido llamarlo en todo el día. Salgo a la calle, no sé volver a casa.

spa, sombrilla y columpios

martes, 13 octubre 2020. Subo por el Camino Nuevo hacia mi colegio, por la acera de enfrente. Las dos aceras están en obras y valladas. Han puesto un semáforo Cuando llego a la que era la casa del jardinero, veo que la han convertido en un spa. Eduardo está esperando su turno. Lleva un kimono hasta los pies y el pelo largo peinado de peluquería, como si fuera uno de los ángeles de Charlie de los años 70. Nos alegramos mucho de vernos, nos abrazamos. La chica dice que nos demos prisita porque puede perder su turno (dice prisita y a los dos nos sienta muy mal, como si hubiera sido el mayor de los insultos). Eduardo me cuenta cosas atropelladamente mientras mira el reloj que hay en la pared. Yo no sé lo que dice, sólo tengo ojos para su pelo.
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Al salir a la terraza veo que han construido un bloque justo al lado y han colocado una sombrilla enorme que da sombra a toda la calle. En la azotea han colocado mesas y sillas metálicas como las que había antiguamente en el kiosco del parque. Una pareja con muy mala pinta bebe Fanta. No comprendo cómo una sola barra puede sostener una sombrilla tan grande. Me fijo en que la han adosado a nuestra pared. Pienso que no la han sellado bien y cuando llueva nos entrará agua. En la acera de enfrente también han construido. En el último piso se agolpan tres filas de niños que miran hacia abajo. Aplauden y jalean. Las cornisas que tienen justo delante empiezan a caer. Los niños de la primera fila están a unos centímetros del vacío. Les grito desde casa, pero no me sale la voz.
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Caminamos por un camino de eucaliptos con Carmen y Enrique. De cada árbol cuelgan, alrededor del tronco, cuatro columpios muy rudimentarios (tablas cuadradas con cadenas). Casi todas las cadenas están rotas, y vueltas a unir con cuerda. Pienso que si nos sentamos se romperán. Sería mejor haber puesto jaulas, dice Enrique muy serio.

hueso ibérico y chorradas

domingo, 11 octubre 2020. Tenemos que irnos. En ese justo momento mi madre quiere enseñarme algo del frigorífico y en vez de esperar a que yo vaya, lo arranca y me lo trae. Empieza a salir gas. Pienso en cómo se enfadará mi padre. Nos vamos, antes de cerrar la puerta miro hacia atrás. Parece una casa abandonada.
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Parece un museo, Míchel y yo vamos mirando las vitrinas. Dice algo (no recuerdo qué) y nos partimos de la risa. Yo incluso caigo a suelo de tanto reírme.
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Mi madre está en la cama, pero la cama es la estantería de las bandejas de carne de un supermercado. Dice que no puede hacerle ningún encargo a la vecina porque si le pide hueso le trae zanahorias y le dice que el hueso no existe. Miro a su alrededor, hay bandejas con hueso, morcillas. Hay de todo, le digo, yo te lo traigo, ¿quieres hueso o hueso ibérico? Sí, y tocino de beta. Mi madre se pone muy contenta. Mi padre dice que buscó el número de Bosch en la guía y ya no atienden al teléfono, que seguramente sólo venden por internet. Está muy enfadado, señala un rincón del dormitorio. Lo ves, ya faltan tres cosas, el frigorífico, la tele y el teléfono. Dice que el teléfono se lo ha llevado mi hermana y que se pasa el día comprando a través de su número. Mira, dice y me da varios folios con lo que se supone son compras de mi hermana. Hay pedidos de comida, ropa y chorradas. Al lado de cada pedido, como si fuera un diario, la descripción de cómo estaba de ánimo (feliz, triste, aburrida, etc). Cuando está feliz pide ropa, cuando está triste comida. Le digo a mi padre que no entiendo qué quiere que haga, que hable él con mi hermana. Por lo bajo, le digo a mi hermana que cuando vaya a la psicóloga, e vez de contarle que le tiene fobia a las arañas, le diga que tiene un problema de comprar compulsivamente.

taxi caja y casa colmena

viernes, 9 octubre 2020. Estoy en la cola del supermercado. Se me cuela todo el mundo. No tengo prisa, pienso. Al llegar a la caja, es un taxi en el que todos están sentados a los lados, como si fuera una camioneta, pero muy apretados. Sobre todo hay ancianos. Uno de ellos me dice que vaya sacando lo que he comprado. Como no hay cinta, le enseño cada producto y él apunta el precio con un lápiz en un papel que ha sacado de su cartera. Zapatos de caballero 103 euros, dice en alto. Vuelvo a guardarlos. Así con todo. El taxi caja va a toda velocidad hacia el aeropuerto. Supongo que después dará la vuelta para dejarme en casa, pienso. De repente estoy en casa y Alberto se está probando los zapatos. Son muy cómodos, no me gustan, dice.
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Estoy en el balcón de una casa colmena. Veo otros balcones. En cada uno hay familias chinas tomando el fresco. Algunas tienen el suelo pintado de verde y otras de color ladrillo. Pienso que esos colores me dan mucha paz, que podría vivir en una de esas casas. La familia con la que estoy sonríe todo el tiempo, me ofrecen dulces, las niñas van vestidas con trajecitos de encajes y volantes. Entre ellas está Julia, la hija de Pepe Domínguez. Nos abrazamos, nos alegramos mucho de vernos. Le pregunto qué hace allí y dónde está su padre. Se lleva el índice a los labios para que no diga nada. Empiezo a sospechar que tanta sonrisa y tanto dulce no era normal, que la han secuestrado y maquino un plan para rescatarla.

famosos

miércoles, 7 octubre 2020. Llegamos a un restaurante. En la entrada hay una fuente enorme de ensalada. Pienso que es de adorno, pero Alberto se sirve un plato. También uno de alubias y un trozo enorme de tarta que no sé de dónde ha sacado. Al ver las caras atónitas de los camareros, les pregunto si es autoservicio. No es. Alberto ya está sentado en una mesa. Menudas raciones se ha puesto, me dice uno. Voy a sentarme con él. Hay unas vistas impresionantes de Madrid. Junto a la mesa hay unas estanterías llenas de libros. Entre ellos veo los poemas de Klee editados en tamaño cuentos de Calleja. Mientras Alberto come me levanto a mirar libros. Hay una circunferencia hecha de piedra. Para ver lo que hay dentro hay que escalarlo y saltar. Veo a Carmen Borrego intentándolo. Lleva un vestido muy ajustado y no puede. Tengo vértigo, dice. Yo paseo alegremente por el filo del muro. Dentro está Terelu, dice que quiere comprar un libro que se titula Guarra, pero no sabe el nombre de la autora. Da igual, me dice, sólo lo quiero para decirle a la dependienta: "Quiero ese libro, Guarra". Su propio chiste le parece tan divertido que se ríe a carcajadas. Veo llegar a Fernando Simón en un mini amarillo. Más que un mini parece un coche de juguete. Aparca delante del restaurante, abre la puerta del coche y pone un tenderete donde vende unos libritos sobre el coronavirus (parecen fotocopias dobladas a tamaño cuartilla con una grapa). Me acerco, le digo que debe de ser muy raro que lo quieran desconocidos, que hasta yo lo veo como de la familia. Dice que no es así, se queja de que lo convirtieran en un héroe y de repente en villano, y señala el coche como diciendo: Mira a lo que he llegado. Aparece marcos, me dice al oído que tenemos que ayudarlo comprándole algún librito.

hielo contemporáneo

domingo, 4 octubre 2020. Entro en lo que se supone es un museo de arte contemporáneo. Es enorme, sin paredes ni obras. La obra que se expone, se supone, es el suelo de hielo por el que me deslizo. Avanzo sin dificultad. Hay flechas bajo el hielo que se iluminan para indicar el camino. Alguien me sigue. Estoy completamente sola, pero sé que alguien me sigue.

acomodador

sábado, 3 octubre 2020. Mi padre quiere que haga la lista de la compra. Le digo que no hace falta, que de la última vez que se hizo quedó en la memoria de la página del supermercado. Se enfada muchísimo, comienza a dictarla en voz muy alta. Guiño a mi madre y hago como que la escribo en una revista.
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Estoy en la escena y, a la vez, la veo desde fuera: Zona superior de un teatro. Acaba de terminar una obra o una película. La sala de va vaciando. Uno de los acomodadores mira intensamente a una chica (la chica también soy yo; estoy con mi madre y con un chico que, se supone es mi novio). Al salir, mi madre cuenta que ha estado en un curso de cocina y ha aprendido a preparar de todas las maneras posibles las albóndigas según el canon catalán. Las nombra. Mi supuesto novio, se enfada, le corrige cada pronunciación. Ella saca una libreta y pide que se las deletree. El acomodador nos sigue. Al llegar a una calles estrechas, pierdo de vista a mi madre y a mi novio. Lo llamo a gritos. Temo que el acomodador lo haya matado. Intento buscar ayuda pero, parece, me vuelto invisible.

colegio

viernes, 2 octubre 2020. Se supone que soy profesora en el que fue mi colegio. Me veo andando por los pasillos. Llevo una ropa muy sosa, una falda gris recta hasta la rodilla y un jerseicito beige de cuello redondo. Entro en mi clase, pero ya hay una profesora. Veo al fondo a Jorge, Iker y Joan. Voy a sentarme con ellos sin llamar demasiado la atención. No hay asiento, me pongo de rodillas delante de mi mesa, pero no veo la pizarra. Joan me pasa un sobre acolchado lleno de regalos. Al abrirlo, varias cosas salen rodando: tubos de negativos y canicas.