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miércoles, 7 octubre 2020. Llegamos a un restaurante. En la entrada hay una fuente enorme de ensalada. Pienso que es de adorno, pero Alberto se sirve un plato. También uno de alubias y un trozo enorme de tarta que no sé de dónde ha sacado. Al ver las caras atónitas de los camareros, les pregunto si es autoservicio. No es. Alberto ya está sentado en una mesa. Menudas raciones se ha puesto, me dice uno. Voy a sentarme con él. Hay unas vistas impresionantes de Madrid. Junto a la mesa hay unas estanterías llenas de libros. Entre ellos veo los poemas de Klee editados en tamaño cuentos de Calleja. Mientras Alberto come me levanto a mirar libros. Hay una circunferencia hecha de piedra. Para ver lo que hay dentro hay que escalarlo y saltar. Veo a Carmen Borrego intentándolo. Lleva un vestido muy ajustado y no puede. Tengo vértigo, dice. Yo paseo alegremente por el filo del muro. Dentro está Terelu, dice que quiere comprar un libro que se titula Guarra, pero no sabe el nombre de la autora. Da igual, me dice, sólo lo quiero para decirle a la dependienta: "Quiero ese libro, Guarra". Su propio chiste le parece tan divertido que se ríe a carcajadas. Veo llegar a Fernando Simón en un mini amarillo. Más que un mini parece un coche de juguete. Aparca delante del restaurante, abre la puerta del coche y pone un tenderete donde vende unos libritos sobre el coronavirus (parecen fotocopias dobladas a tamaño cuartilla con una grapa). Me acerco, le digo que debe de ser muy raro que lo quieran desconocidos, que hasta yo lo veo como de la familia. Dice que no es así, se queja de que lo convirtieran en un héroe y de repente en villano, y señala el coche como diciendo: Mira a lo que he llegado. Aparece marcos, me dice al oído que tenemos que ayudarlo comprándole algún librito.