el mal de la muerte

domingo, 29 noviembre 2009. Estoy en, el que se supone, cuarto de mi hermana, metida en la cama, inmóvil, sin poder hablar. Mi madre está a mi lado. Intento decirle entre susurros que me gusta la distribución de los muebles y los colores que ha elegido, que si pudiera me quedaría en ese cuarto para siempre. Le digo que no lo adornaría, que sólo pondría tres fotos, una suya, otra de Beckett y una tercera que iría cambiando cada semana. Las paredes son azules, en el suelo una alfombra en tonos naranjas. Hay un mueble pintado de blanco. No me gustan esos colores, sin embargo el conjunto resulta relajante. Mi madre dice que cierre los ojos y descanse. Yo sé que si los cierro me moriré en ese mismo instante.
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Camino por la calle en zapatillas, envuelta en una colchoneta antiescaras. Me da vergüenza, no cruzo por los semáforos para no me vean los coches parados. En la calle donde vive mi suegra han tirado muebles en el contenedor de basura. Hay una silla azul rota, muy pequeña. Le pregunto a unos niños si me la regalan. Uno de ellos se lanza de cabeza al contenedor, que está lleno de agua. Pienso que puede ahogarse por mi culpa. Saca la silla mojada y rota. Dice que va a tomarse un café para entrar en calor, me pregunta si quiero uno. Se fija en mi atuendo, me pregunta si me he escapado del hospital y si voy a morir. Sí, le digo.