insignias

miércoles, 20 noviembre 2019. Alberto y yo subimos a una cafetería. Al entrar, salen unos operarios con tablones. Les dejamos paso, nos dejan paso, una especie de baile. Veo una insignia en la escalera, pienso que se le ha caído. Es muy bonita, con una estrella roja. La cojo para dársela, pero ya no está. Alberto ha entrado en la cafetería. Un montón de extranjeros salen, no me dejan paso. Veo otra insignia en el suelo. Me dejo llevar por la marabunta de extranjeros hacia la calle. Los operarios no están. Subo al autocar de los extranjeros, pienso que así terminaré antes. El bus arranca, nos alejamos de la ciudad. Grito al conductor que quiero bajarme. Escapo como puedo. Intento volver por el mismo camino, pero todas las calles me parecen iguales y en obras. Al fin llego a una plaza que reconozco. En uno de los restaurantes veo a mi tía en una cuna, tapada con una manta de cuadros. Paso de largo. Se ha hecho de noche, lo que suponía dos minutos para devolver dos insignias se ha convertido en todo el día. Llamo a Alberto mientras camino. Le explico que me he perdido. Sólo tengo ganas de llorar. Dice que no entiende nada. Todo esto es muy raro, dice.