lunes, 23 septiembre 2024. Es el primer día de clase. Los asientos son butacas de cine muy incomodas. Entra la profesora Magdaleno (me daba historia en el instituto). Me estraña que siga joven. Va vestida con minifalda y chupa de cuero, medias agujereadas y pelo punk. Antes de empezar se pone una pinza entre las piernas para que la minifalda no deje enseñar nada. Llega el que se supone es su padre a presentarla (en realidad es el que fue mi profesor de derecho civil en económicas). Mientras hablan, me levanto porque estoy muy incómoda y me apoyo en una columna. Cuando terminan, el profesor se despide dándome el meñique (como si me diera la mano). Dice que se alegra de verme. Pienso que ya no se acuerda de cuando me mandaba callar en clase.
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Estamos en la que se supone que es nuestra casa, aunque no se parece en nada. Es un loft enorme muy desangelado. Hay una mesa larga en el centro. Los amigos han venido a comer. Pongo cubiertos y platos para cinco. Les digo que tengo mucha prisa, que cojan lo que quieran del frigorífico. Lo abro y veo un montón de gambas peladas. Las huelo, las tiro. Te dejo a cargo de todo, le digo a Emilio. Me pregunta si debe desenchufar el frigorífico al irse. Le digo que Alberto volverá por la noche, que no se preocupe. Salvatore y Cantos ya están en la mesa. No me da tiempo a saludar ni despedirme. Salgo corriendo porque llego tarde a casa de mis padres. Alguien me dice desde un coche que me lleva. Entro. El coche va hasta arriba. Voy apretujada en el asiento de atrás. De repente alguien dice que quiere cambiar de asiento, paran, se cambia con Antonio Soler que, antes de volver a entrar en el coche, se prueba sombreros. Salgo del coche porque pienso que llegaré antes andando. Aparece Laura. Pararé un taxi, dice. Es un taxi descapotable que al momento se transforma en una limusina articulada. Rápido, entra, dice Laura. El conductor va sentado en el asiento de atrás, dice que yo me siente delante. Miro el reloj. Mis padres llevan una hora solos. (Me despierto agobiadísima).