buzones

viernes, 21 noviembre 2008. Blanco y Navarrete me acompañan a casa de mis padres. Hablamos por señas porque cada uno está en una acera, bajo un balcón que nos resguarda de la lluvia. Entiendo por sus gestos que nos vemos después en el bar y que como llegará antes que yo, pedirá dos cervezas. Al entrar en el portal voy a los buzones que, como siempre, están rotos y cargados de correspondencia. El buzón de mis padre no está, aunque la llave que tengo abre los de otros vecinos. Sobre los buzones hay cartones con mensajes y un rotulador rojo sin capuchón. Pienso en la suerte que tengo porque precisamente necesitaba uno. Pruebo a pintar con él, pero está seco. Bajo la escalera han colocado más buzones, pequeños y desordenados que sólo contienen trozos de papel usado. Bajo los buzones hay una cocina que parece de juguete y cartas abiertas en el suelo.
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Al levantarme de la cama oigo voces a lo lejos. No reconozco la casa ni la voz. Me visto muy rápido e intento escapar por alguna ventana, pero las ventanas son muy estrechas y tienen persianas metálicas imposibles de abrir. Oigo que se acercan y me escondo detrás de una puerta. No me ven. Pienso que, como en todas las películas, tal vez pueda saltar por la ventana del cuarto de baño, pero como no conozco la casa, no sé cómo llegar.