niños y ropa dulce

martes, 25 noviembre 2008. Mi hermana está jugando en el jardín, oigo su risa desde dentro de la casa. Mi prima Elisa entra sofocada, dice que Susana se ha caído. Cuando salgo a ver qué ha pasado, veo que tiene una pierna completamente destrozada. No le digo nada, se la cubro con la falda. Ella sigue riendo como si no sintiera ningún dolor. Pienso que no recuerdo el número de urgencias, y en ese mismo instante llega una abundancia. Dudo quién debe ir con ella, yo, que soy su hermana, o mi prima Elisa, que aunque en el sueño es una niña pequeña, es médico.
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Mi suegra está desayunando en el comedor de la casa de mi abuela. Me extraña que desayune siendo de noche, pero no digo nada. a cada bocado va desapareciendo en su asiento hasta quedar bajo la mesa. He terminado, dice, y alza los brazos. Retiro la mesa del comedor, de madera pesada, con la facilidad que muevo el cursor por la pantalla de mi ordenador. Me sitúo detrás de ella y la levanto del suelo sin ningún esfuerzo. Una vez en pie, es una niña y corre hacia el dormitorio riendo a carcajadas.
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Estrella, la chica que limpia las escaleras, llega a casa de mi suegra con tres niños. Dice que son sus hijos y no tenía dónde dejarlos. Los niños abren todos los muebles y desordenan la casa. Les saco un juego de mesa, "El lince", para entretenerlos y que dejen de incordiar. Aparecen con un montón de chucherías que no sé dónde han encontrado. Lo ensucian todo con sus manos pegajosas. Pienso que después tendrá que limpiarlo todo su madre, con lo cansada que está siempre. Estrella, ¿te has cortado el pelo?. Sí, dice. Pero cuando se da la vuelta veo que en realidad lleva una coleta. Me sienta muy mal que me mienta y me alegra que los niños lo hayan ensuciado todo. El niño mayor dice que sabe cómo acabar con mi dolor de espalda. Con las manos pringadas de caramelo, me frota la espalda con fuerza.
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Estoy en la cola del cine Victoria. Delante de mí veo a mi amiga Begoña. Ella me mira pero parece no reconocerme y a mí me da vergüenza decirle quién soy. Aprovecho la ocasión para mirarla y admirarla. Qué guapa es, pienso. Nunca la había visto tan arreglada, incluso lleva tacones. Los tacones son de ante burdeos a juego con las medias y el abrigo. Me fijo en que bajo los tacones lleva pegadas unas pelusas. Sin que se dé cuenta, las piso con la punta de mis zapatos para que cuando empiece a andar no las arrastre. Al bajar la vista, veo que yo llevo también zapatos de tacón de ante gris a juego con los pantalones. No sé de dónde he sacado esa ropa. Bajo mis mies hay muchísimas pelusas, pero al menos ella ya no las arrastra. Detrás de mí veo al poeta Odón Serón. Lleva una chaqueta de ante color mostaza. Me extraña que todos hayamos elegido ropa tan suave acorde con la moqueta que cubre el suelo y las paredes del cine. Odón tampoco me reconoce. Una vez dentro de la sala, veo una mano que me llama. Es Francis, me ha guardado un asiento a su lado. Dice que se ha sentado al fondo para que podamos marcharnos sin llamar la atención si la película no nos gusta. Francis lleva una chaqueta de cuero negro. ¿Por qué no te has puesto ropa dulce?, le pregunto.