flores blancas y todas mis tías

jueves, 20 noviembre 2008. Estoy en casa de Héctor con varios de sus amigos. Héctor llega con varias maletas, da abrazos y besos. Yo espero apoyada al frigorífico. Cuando me ve me lleva de la mano a enseñarme su nuevo jardín. Es un jardín de flores blancas, dice. Las flores huelen a caramelo, distingo varios aromas diferentes pero no reconozco ninguna flor. Bajo un jazmín de invierno, pero con flores también blancas, hay una puerta. Es mi nueva habitación de pensar, dice. ¿Te importa que me dé un baño mientras te cuento mi viaje?, dice. Al meterse en la bañera, Héctor se transforma en Carlos. Antes de que empiece a hablar decido llamar a Alberto para avisarlo de que llegaré tarde. Bajo la bañera hay un teléfono rojo de teclas cuadradas enormes.
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Mientras camino por la calle, sólo veo mis pies y adoquines muy brillantes. Llevo unas botas de tacón y medias negras muy tupidas. No parezco yo, pienso, pero me gusta verme así de arreglada. Encuentro a mi tía Encarna en la alameda. Dice que se ha despistado y no sabe dónde queda la joyería donde dejó un anillo para que se lo arreglaran. La tomo de la mano como si fuera una niña pequeña. Sigue llamándome la atención lo brillantes que están los adoquines y, sobre todo, que mi tía no repare en mi nuevo look.
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Se ha ido la luz en la cocina de mi abuela. Eso es que va a llover, dice mi tía Paqui. Salgo a recoger la ropa tendida. Recoge también las macetas para que no se mojen, dice. Las macetas están llenas de nidos de pájaro y no sé qué hacer con ellas. Doblo la ropa que acabo de recoger. Parece ropa de adolescente de los años 50, enaguas tipo can-can rosas y puchos de florecillas amarillas con encajes. Mi tía Mari dice que son suyos y se va dando saltitos por el pasillo. No comprendo bien cómo ellas son tan jóvenes y yo tan mayor. De vuelta a la cocina, efectivamente está lloviendo. Cierro la puerta que da al patio y la luz se enciende. Creo que es el momento de limpiar te techo, les digo.