el congreso

miércoles, 21 julio 2021. Se supone que Carmen y yo hemos ido a un congreso como acompañantes de Alberto. En el sueño Carmen tenía, además de sus dos hijas, un hijo de unos catorce años. Un rato antes había hablado con él. Se quejaba de que su madre lo cuidaba demasiado. Pues da gracias por tener dos hermanas y así sus cuidados se reparten; y da gracias también por que alguien se preocupe por ti, le digo. Nos despedimos y (los mayores) nos sentamos a desayunar en una mesa preparada como para una boda. No conocemos a nadie aunque una pareja me suena. Pienso que estudiaron conmigo, que han envejecido mal, pero no les digo nada. Carmen y yo hablamos. A mi lado hay un tipo que se ha traído la almohada de su casa y la lleva bajo el brazo. Al cabo de un rato estamos en una habitación compartida. El chico de la almohada se lo ha dejado todo desordenado. Estiro las sábanas, doblo su ropa interior y se lo dejo todo sobre su cama. No sé cómo llevo aceitunas enormes entre las manos y se me caen. La puerta se abre y salen a las zonas comunes. Intento barrerlas, agruparlas, pero todos empiezan a pisarlas como si fueran niños que juegan. Sale tanto jugo que la habitación se inunda un palmo. Una chica camina de puntillas (lleva zapatillas de ballet) y dice que es buenísimo para la piel. Aprovechad, dice mientras baila, se agacha y se unta el aceite en los brazos. Cuanto más miro las aceitunas, más creo que son uvas, pero no digo nada. Volvemos a sentarnos a la mesa, ahora para almorzar. Me llama la atención que todos ocupan los mismos asientos que por la mañana (yo esperaba conocer gente más afín). Veo a Enrique a lo lejos. Lleva el móvil pegado a la oreja con un artilugio de plástico semitransparente que me parece útil y precioso.
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Hay mucha gente en la calle. Una chica resbala y cae boca arriba. Un chico ve que va a caerle encima el café que otro lleva en un vaso de cartón, da un salto y se tumba sobre ella. El café le cae a él y le quema la espalda. La chica se enfada muchísimo, se levanta y le da un bofetón. Las calles están inundadas, el agua les llega hasta la cintura. La chica y su amiga se salpican, disfrutan del agua como si fueran niñas. Todo esto sucede a cámara lenta, como si estuviera viendo un vídeo musical cuando, de repente, todo vuelve a su velocidad normal. Mi madre está a mi lado y habla con mi hermana por teléfono. Lleva el manos libres. Oigo a mi hermana quejarse de que un compañero de clase no quiere acompañarla a casa. Se queja como si fuera una niña. Le digo a mi madre que le cuelgue, que se busque ella la vida, que no ha conseguido nada protegiéndola tanto. Fíjate, con cincuenta y un años y todavía en el instituto con problemas de adolescente, le digo. Mi madre ni me mira.
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Estoy en casa. Veo por la ventana que ha empezado a llover, que el viento ha tumbado varias macetas y un vaso verde de Duralex rueda hacia el borde de la terraza. Corro a detenerlo para que no le caiga a nadie, pero la puerta de la terraza está cerrada con llave y la reja lleva un candado. Intento abrirla a toda prisa antes de que el vaso caiga.