nueces

miércoles, 7 octubre 2021. Llego a casa de Manuel en el momento en el que van a cenar. Una chica y un chico ayudan a poner la mesa. Todo está muy desordenado. Se supone que ya hemos hablado y sabe que quiero que seamos compañeros de piso. Mientras va llevando cosas a la mesa me explica que es imposible, que soy demasiado ordenada. Y ya ves, dice señalando pilas de libros por el suelo. A ver qué piensas de esto, dice y me enseña una habitación en la que las piezas del cuarto de baño están en el techo. La imagen, a pesar de no tener nada malo (sólo que la habitación está al revés), me resulta tremendamente siniestra, como si por el agujero de la ducha fuera a entrar algo horrible. Dice que el casero se ha lavado las manos. Pienso en hacerle un chiste sobre lavarse las manos colgado del techo, pero no digo nada porque estoy muy triste. En la cocina hay un saco enorme lleno de una especie de cocos o piñas que contienen nueces. Un operario acaba de dejarlo allí con una pequeña grúa. Manuel dice que así, las nueces, salen mucho más baratas. Yo no tengo espacio en mi cocina, le digo. El operario interviene para decir que vive en un piso muy pequeño y tiene un saco igual. A usted le conviene vender nueces, pienso pero no se lo digo. Por la ventana se ven árboles. Me entra una melancolía enorme al pensar lo feliz que sería en esa casa si la ordenaran y si no tuviera el baño en el techo, pero no digo nada. Manuel me pregunta por Iker. le cuento que no quiere saber nada de publicar, que tengo una libreta suya con poemas, pero es sólo para mí. Manuel dice que él sí necesita saber que lo que escribe lo va leer alguien. La eterna canción, pienso. Mientras seguimos poniendo la mesa estoy a punto de decirle que me abrace, que me siento muy sola. Pero no le digo nada y cambio de tema. Le cuento, para que se ría, cuando fui delegada en COU y fuimos a Sevilla para impedir que inglés no entrara en la selectividad.