descalza e invisible

martes, 3 enero 2023. Estamos en un teatro. Un tipo pide a alguien del público que le ayude. Sacan a dos chicas que hay a mi lado. Pienso que a mí nunca me han elegido para nada. En ese momento, el tipo me mira y hace un gesto de "por supuesto tú" para que baje. Me siento especial, me quito los zapatos y bajo ilusionada. Cuando llego al escenario, veo que ha sacado a todo el público y no queda nadie en su localidad. Nos lleva por la calle, en fila, hasta una casa con jardín Por el camino, alguien me abraza por detrás. ¿Quién soy?, dice. Sin volverme, le digo que es Emilio (un compañero de instituto al que no veo hace 38 años). ¿Recibiste el mail que te envié? No responde. Llegamos. En el jardín nos espera un catering sobre mesas altas de madera pintada de verde (desconchadas), todos comen y beben menos yo, que solo intento entender qué está pasando. Después entramos en la casa. Está llena de mesas y sillas de anea. El tipo dice que nos sentemos por grupos para empezar el juego. Todos se colocan rápidamente. Yo no sé en qué mesa sentarme. Solo quiero irme de allí lo antes posible.
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Me despierto y encuentro a la familia Cabezón-Beltrán desayunando en casa con Alberto. La mesa está llena de cosas. Me llama la atención la de tarros de mermelada de distintos sabores que hay. Me hace mucha ilusión verlos. Ellos parecen no verme y siguen a lo suyo. Suena el teléfono, es mi tía Mari (me cuenta penurias). Desde la terraza me siento en los escalones de una escalera que da a otros pisos (en la realidad, no existe). Una chica con bata de limpiadora me dice que no puedo quedarme ahí, que es la escalera de incendios y tengo que dejar el paso expedito por si surgiera algún un contratiempo. me sorprende que se exprese tan bien, la miro con curiosidad, pero vuelve la cara y sale corriendo.