entrada

sábado, 21 marzo 2020. He quedado con mis padres. Abro el armario y es una pequeña terraza acristalada. Saco la ropa y pongo dos cojines. Este será mi rincón, me digo feliz. A la entrada del cuarto de baño hay una chica que me entrega una llave (esto, en el sueño, me parece de lo más normal). Elige la que quieras. Parece que han convertido la casa en un hotel. Las habitaciones no están a lo largo de un pasillo sino en una especie de laberinto, como si hubieran aprovechado la distribución del piso.  Entro en una, la cama está deshecha y parece que hay alguien duchándose. Salgo con cuidado y se lo digo a la chica. Elige otra. Prefiero marcharme sin duchar. Me miro en un espejo y veo que llevo un vestido de punto plateado años 60. Bailo un poco para ver qué tal me queda. Me pongo un cinturón. Pruebo a ponerme otro igual sobre el pecho para que parezca que estoy plana. Oigo a mi madre que dice a lo lejos: ¡Te estamos esperando!
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Voy hacia un estadio de fútbol, parece que es un gran partido. Muchos padres con sus hijos y todos con sus bufandas, camisetas y hasta bubucelas. Llevo a un niño de la mano. Sólo tengo una entrada y un papelito medio roto que pone con mala letra "Entrada". El portero, que va vestido de sacerdote, me habla en inglés. Dice que el papelito debo canjearlo en taquilla. Cuando estoy a punto de marcharme oigo que se le escapa un deje andaluz. ¡Tú eres más andaluz que yo!, le digo. No se lo digas a nadie, por favor. Toma mi papelito y nos deja entrar.