melilla

viernes, 3 marzo 2023. Llego a un edificio muy moderno y blanco con grandes habitaciones. Se supone que tengo que presentar un libro. Me encuentro sin fuerzas. Recuerdo que no he desayunado, que metí el vaso con café con leche en el microondas y se me olvido tomarlo. Al recordar ese momento me viene a la cabeza la imagen de mi madre en la cocina. ¡Están solos!, digo. ¡Mi hermana me cambió el día en el último momento y están solos! Veo a Agustín en una de las mesas de la terraza. Lleva el pelo muy largo y liso. Le cuento lo que me pasa. Le digo que tengo que volver. Dice que avise a alguien. Intento llamar a mi prima Elisa, pero cuando marco, el móvil hace lo que quiere.
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Se supone que estoy en Melilla. Hago cola en lo que parece la entrada a una cárcel. A mi lado hay gente que entra en coche. Yo voy a pie. A la chica que va delante de mí la registran, le toman nota de todo lo que lleva. Yo les enseño el DNI y me dejan pasar. Una vez dentro todo parece un decorado. Hay un zoco y un teatro. Entro a verlo. Hay un grupo visitándolo. Las gradas están forradas de escay blanco acolchado. Bajo dejándome chorrar. En la puerta hay un bus. Entro. No sé dónde voy. Le pregunto a una chica si sabe cuándo empiezan las visitas y cuándo terminan. Las visitas duran media hora y el bus de vuelta sale a las 19.30h, así que la visita empieza a las 18.50h. Mientras me lo dice, el bus se ha llenado de niños que vuelven del colegio. Gritan, se empujan. Un tipo los amenaza con un dardo, les dice que les agujereará las latas (cada niño lleva una lata de fruta en almíbar). Los niños se quedan mudos y quietos. Una chica intenta que todo vuelva a la normalidad poniéndose fixo en la cara para hacernos reír con muecas. El hombre, los niños, todos en el bus, ríen a carcajadas. Incluso el conductor, que ha dejado su puesto y aplaude la gracia en el pasillo.