sopa de sangre

Desde una de las ventanas de la casa de mi abuela se puede ver el acueducto de Segovia. Me pregunto si siempre ha estado ahí y nunca me había fijado.
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Alguien me pone delante un plato sopa de tomate. Más bien parece gelatina opaca muy espesa. No está mal de sabor, pero al pensar que es un plato de sangre, lo devuelvo al plato.
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Yo esperaba en una carpa. Había mucho público en sillas de terraza y Antonio entraba triunfal, saludando, sin timidez alguna. parecía más joven, más delgado, llevaba ropa juvenil (una sudadera con capucha y sin mangas), parecía completamente feliz.