síndrome de wang weilin

miércoles, 24 marzo 2021. Estoy con un grupo de amigos y conocidos a los que no veo desde hace años. aunque no discuten no se ponen de acuerdo en nada. Unos quieren hacer una obra de teatro, otros ir a cenar, algunos montar en bici, la mayoría nada. Yo propongo hacer un coro. Lo digo de broma, pero nadie se ríe. Todos han llevado a sus hijos. Carmen llega con una niña mulata a la que le ha puesto de nombre Leopardo. Carlos (al que llamábamos "El rubio", para distinguirlo del otro Carlos) y Chari tienen tres niñas rubias preciosas con el pelo muy largo y muy liso (dos de ellas gemelas, las tres maquilladas) con nombres compuestos sacados de canciones. Me alegro mucho de ver a Carlos, me abraza, me pregunta al oído si estoy mejor (me extraña que sepa que he estado mal porque hace años que no hablamos). Carmen dice que ella también quiere un abrazo aunque no lo conozca porque está muy cachas. El hijo de Salvatore dice que se ha enamorado de la hija mayor de Carlos. Para entretenerlos, les digo que elijan pareja, bailen juntos, y por el olor del pelo sabrán cuál es su amor verdadero. Ni caso. Los niños más pequeños salen corriendo. Se ha hecho de noche y Cristina abre un cuadro de luces que hay en un muro y va probando qué farolas enciende. No entiendo nada. El resto parece que esperen que pase la vuelta ciclista o una cabalgata de Reyes, pero lo que pasan son camiones enormes a toda velocidad. Los niños juegan a cruzar la calle. Los padres miran divertidos. Soy la única que no ha tenido hijos. Me planto delante de los camiones con los brazos en alto, intentando pararlos.