síndrome del conejo blanco

jueves, 25 marzo 2021. Tengo mucha prisa por llegar a casa. A pesar de estar a menos de 20 metros decido ir en coche. Alguien ha puesto una pegatina amarilla (aquellas caritas sonrientes de los 80) en el volante, quizá para marcar cuál es su posición inicial. Al salir del garaje hay muchísimo tráfico y todos los conducen en sentido contrario al mío. No llego bien a los pedales, el de freno no funciona y voy rozándome con todos los coches con los que me cruzo, incluidos varios de policía (no me dicen nada). Para recorrer tan sólo unos metros he tenido que dar la vuelta a toda la ciudad, sorteando carreteras inundadas y levantadas por obras.
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Estoy en casa de mi abuela. Se la ve joven, resuelta y feliz. Dice que nos iremos pronto (se supone que nos esperan en casa de mis padres: cenaremos y dormiremos allí). Mi abuela ha sacado unos cien pijamas, los ha amontonado sobre la mesa del comedor, para elegir cuál se llevará. Guarda uno y los demás los tiras, dice. Los pijamas me parecen pantalones de fiesta preciosos. Elijo uno para ella y otro para mí, pero mi hermana dice que se lo pidió antes. No discuto. Mi tía Encarna dice que se nos ha venido el tiempo encima, que es de noche y hace frío. Acto seguido me coloca un chaquetón de piel blanco. Tampoco digo nada. Intento buscar en el móvil a qué hora pasa el C2 que nos dejaría en cinco minutos a las puertas de casa de mis padres. El móvil es un Nokia de hace 20 años, la pantalla es minúscula y todo lo que aparece escrito está en chino. Además, cada vez que pulso una tecla se va cubriendo de lo que parece tabaco de liar (hasta que el móvil queda completamente cubierto como si fuera una rata muerta). Mi tía me da una revista de tráfico, dice que seguro que ahí encuentro toda la información necesaria, pero al abrir la revista es de bricolaje. Al igual que las revistas de moda llevan muestras de perfume, esta lleva muestras de pequeñas llaves inglesas, destornilladores, alicates (que no miden más de dos centímetros). Pienso en lo bien que quedarían en una pulsera. Como si mi prima Cristina me leyera el pensamiento, dice que las quiere para ella. Suena el timbre, abro. Una amiga de mi abuela llega de visita (lleva un chaquetón de piel igual al mío). Qué arreglada vas, dice. Es que tenía frío, me disculpo. Mi abuela sale al jardín, se abrazan como dos colegialas, saltan de felicidad. Miro hacia el cielo: es noche cerrada. Miro el césped: está cubierto por piel igualito a los chaquetones que llevamos. Perdemos el C2 seguro, pienso.