me gusta hacer surf

martes, 8 marzo 2022. Hay una reunión en cada de Cristina (aunque en realidad es la casa de Avi, una compañera del colegio). Me aburren sus conversaciones intelectuales y me escabullo a la cocina. Es igual a la cocina de mis padres. Una mujer muy vieja y una chica escuchan con las cabezas muy juntas un transistor de los años 60. En el fuego hay una sartén y temo que se les haya olvidado. Intento decírselo pero me mandan callar. Alberto entra. Qué bonito es todo, ¿verdad?, dice. Yo miro a mi alrededor y todo está viejo, sucio y desordenado. La chica lleva el pelo casi al cero, tiene los ojos de un azul tan pálido que parecen blancos. Pienso que Alberto se ha enamorado e la chica y por eso lo ve todo maravilloso. Te has casado con la Bono equivocada, le digo. Vuelvo a la reunión. Mariona salta sobre una cama de matrimonio enorme que hay en el centro de la habitación. Alberto llega muy nervioso y busca un cigarrillo, fuma con ansiedad cuando él nunca ha fumado. Cojo mis llaves de un bol y corro escaleras abajo. No bajo escalón a escalón, bajo como si hiciera surf. Al llegar al portal me doy cuenta de que he cogido mis llaves y la de todos los demás. Las intento dejar en el buzón, pero no caben. me da igual, que se fastidien, pienso. Por la calle camino muy despacio, no sé dónde ir. Veo una jardinera sobre un murete. Hay semillas de cica caídas. Recuerdo que salud tenía algunas de adorno en su casa y cojo algunas, pero se deshacen porque se han convertido en higos muy maduros. Una chica me mira con mala cara. Estoy es un huerto urbano, coge solo lo que necesites, me dice y arranca una lechuga.